Juan se dirigió a la ducha, silbando el tintineo de un reciente anuncio de café. Johana observó a su padre... observó el balanceo de su pesada polla a cada paso, las ondulaciones del músculo bajo la piel, y apretó más fuerte la toalla alrededor de su cuerpo desnudo...
Manteniendo abierta la puerta de cristal de la espaciosa ducha, Juan le sonrió.
—¿Vienes, princesa?
La piel de Johana estaba muy sensible. Sus pequeños pezones rosados estaban rígidos contra la tela de la toalla. Sentía los latidos de su corazón entre las piernas.
La toalla cayó al suelo.
—Sí, papi.
***
Padre e hija siempre habían estado unidos. Cuando su mujer falleció y Juan tuvo que cuidar solo de Johana, empezó a ducharse con ella por las mañanas para ahorrar tiempo y, con el paso de los años, la costumbre no había desaparecido, porque no parecía haber ninguna razón para ello.
Johana sabía que tenía que mantener su pureza y, aunque no estaba segura de lo que eso significaba exactamente, sabía que tenía que llevar ropa modesta y que los novios estaban estrictamente prohibidos hasta que fuera a la universidad. No es que le importara, siempre había dicho que quería casarse con su padre cuando fuera mayor. Ahora que era mas mayor años, sabía que eso no era posible, pero ese hecho no encendía su interés por los chicos. Menos mal, porque iba a un colegio sólo de chicas dirigido por una directora puritana.
Su rutina no había cambiado en años. Johana y Juan se despertaban a la misma hora y se reunían en el cuarto de baño principal, donde se quitaban el pijama y se metían en la ducha para el aseo matutino. Johana sabía limpiarse sola, por supuesto, pero Juan siempre le echaba una mano y, a medida que se hacía mayor, ella empezaba a esperar cada vez más esos gestos de ayuda...
Juan lavaba la espalda de su hija, renunciando a esponjas o estropajos y masajeando su suave piel directamente con las palmas de las manos. Luego, sus manos se deslizaban a los lados de sus pechos y amasaba suavemente su pecho en crecimiento con dedos jabonosos, explicando que eso aliviaría los dolores del crecimiento. Johana confiaba en él. Lo único que sabía era que sus poderosas manos sobre sus pechos eran maravillosas, sobre todo cuando atrapaba sus pezones entre dos dedos, pellizcándolos y tirando de ellos de una forma que la mareaba un poco. Era por accidente, él no la pellizcaba a propósito, pero era agradable.
Cuando sus tetas estaban limpias y bien masajeadas, él bajaba y le lavaba el vientre plano, las caderas. Cada caricia le producía un cosquilleo. No recordaba ningún momento en que las caricias de su padre no le provocaran una extraña sensación entre las piernas. Solía lavarle el coño, pero cuando se dio cuenta que ya era mayor para eso. Ahora tenía que lavárselo ella misma: sólo su marido podía tocarla entre las piernas, nadie más.
Sin embargo, cada año que pasaba echaba más de menos sus dedos.
***
A veces, cuando él la lavaba, ella sentía que algo le pinchaba las nalgas y sabía que su pene sobresalía. Cuando ella le había preguntado, años atrás, él le había explicado que los hombres reaccionaban así al azar y que no debía preocuparse, así que no lo hizo. Pero que no se preocupara no significaba que no pensara en ello. Cuando estaba duro, su pene se sentía caliente, mucho más caliente que cuando chocaba contra ella cuando estaba blando, y se ponía tan grande... Johana no sabía por qué, pero sentirlo contra su trasero y la parte baja de su espalda le producía el mismo cosquilleo entre las piernas. Así que se echó hacia atrás, se frotó contra él, sintió la circunferencia deslizarse entre sus nalgas. Juan no hizo ningún comentario. Simplemente dejó que pasara. Así que estaba bien, ¿no? Ella sólo estaba ayudando a limpiarlo.
***
Una mañana se despertó media hora antes de que sonara el despertador y se quedó en la cama sin poder volver a dormirse. Era sábado, y solía saltarse las duchas de los sábados por la mañana para dormir hasta y lavarse más tarde, pero no tenía sentido desperdiciar un despertar tan temprano. Saltó de la cama, cambió el pijama por una toalla mullida y se dirigió al dormitorio de su padre, a través del cual se encontraba el cuarto de baño privado..
La puerta de la habitación estaba entreabierta, lo justo para poder echar un vistazo al interior, así que se asomó por la rendija, con cuidado de no hacer ruido por si Juan estaba dormido.
No estaba dormido.
Arrodillado sobre las sábanas, completamente desnudo, el padre de Johana se quedó mirando su foto más reciente y se pasó la mano por la polla tiesa.
Johana no estaba seguro de lo que hacía. En la ducha, se agarraba el pene con jabón para limpiárselo, estuviera blando o duro, pero ahora no se lo estaba limpiando, ¿verdad? Su pene brillaba con algo resbaladizo, que Johana pensó que podría ser jabón líquido hasta que vio que salía del agujero de la punta de la polla. Juan mantuvo la mirada fija en la fotografía de su hija, gruñendo en voz baja, y movió la mano arriba y abajo a lo largo de la polla con un ritmo constante.
El corazón de Johana martilleaba en su pecho, aunque no sabía por qué.
¿Papi?
Juan dio un respingo, soltándose, y se volvió para mirar a su hija adolescente. Su polla se balanceó con el movimiento, apuntando directamente hacia ella. Vio que un poco de esa cosa transparente salía de la punta y goteaba lentamente sobre las sábanas.
—¡Johana!
—¿Qué haces?
Dudó. Para decepción de Johana, tapó su fascinante pene con la sábana, hundiéndose sobre sus ancas para ocultarlo aún más.
—No es nada, princesa. Cosas de hombres. No deberías haberlo visto.
Al instante, la culpa golpeó el corazón de Johana. Sin embargo, Juan no parecía enfadado, sólo avergonzado, así que ella intentó mantener una actitud despreocupada. —Lo siento. No sabía que... hacías eso. ¿Lo haces todas las mañanas?
Juan asintió y se aclaró la garganta. —¿Por qué no vuelves a tu habitación?
—¿Así que no nos ducharemos?
Pasó un tiempo entre ellos y Juan suspiró. Con cautela, bajó la sábana. No estaba más blando; en todo caso, su polla parecía más dura que antes, y la sustancia viscosa se deslizaba por el vientre de su pene. Se levantó y le hizo un gesto para que entrara, dirigiéndose al baño.
Dentro, Johana se sorprendió de lo... extraño que se sentía todo. Habían estado en esta habitación miles de veces, desnudos el uno con el otro cada una de esas veces, pero había algo pesado en la habitación, ahora. —No deberías haberlo visto—, dijo. Tal vez por eso el ambiente era diferente.
Pero, ¿por qué no iba a verlo?
¿Estaba relacionado con la razón por la que todo su cuerpo estaba caliente? ¿Por qué se le erizaban los pelillos de la nuca?
—¿Vienes, princesa?
Su toalla cayó al suelo.
—Sí, papi.
El agua caliente la hizo jadear. La piel de Johana estaba hipersensible, hambrienta de caricias, mucho más que de costumbre. Cerró los ojos y esperó a que Juan la recorriera con sus manos.
En lugar de eso, le dio el jabón líquido y murmuró algo sobre asegurarse de que se limpiaba bien. Parpadeó y lo vio de espaldas a ella, haciendo enérgicamente su rutina matutina. Parecía que iba a terminar de bañarse en cuestión de segundos, en lugar de la media hora que solía tardar en ducharse por las mañanas.
—Eres lo bastante mayor para hacerlo tú misma, ¿verdad?—, dijo. Había tensión en su voz.
Ella sabía que, después de que terminaran, él iba a decirle que no podían continuar con su rutina.
Ella sabía .
—Papá—, dijo.
Vio que sus movimientos se detenían. Su espalda era ancha, con una fuerza que se extendía por sus gruesas extremidades hasta aquella herramienta hechizante que tenía entre las piernas. Johana aspiró el aire húmedo y, con un suave codazo en el hombro, le hizo girarse hacia ella. Su pene se curvó hacia el techo.
Johana se echó un poco de jabón líquido en las manos, se agachó y rodeó con una mano la dura polla de su padre.
—¡Johana!—, jadeó, cubriendo su mano con la suya. —¡No!
—Me has limpiado todos los días, papi. Quiero limpiarte a ti.
Apartó la mano de su agarre y bajó hasta la cabeza de su polla , de color rosa oscuro, ayudada por el jabón resbaladizo. Juan bajó el brazo, temblando ligeramente, y vio cómo el puño de ella subía y bajaba por su polla del mismo modo que él se había masturbado minutos antes.
—Dios me perdone—, murmuró. —Oh, princesa...
Tenía las pelotas apretadas en el saco y el otro brazo de Johana serpenteó alrededor del grueso muslo de su padre para agarrarlas y enjabonarlas también con cuidado.
—No quiero dejar de ducharme contigo—, le dijo mirándole con ojos serios. Sé que dijiste que mi marido sería quien me tocara entre las piernas, pero cuando me limpie, quiero que seas tú quien lo haga—. La polla de él palpitaba en su mano. —No sé por qué. ¿Está mal?
—Yo soy el que está mal, cariño— susurró. —No es normal que un padre se duche con su hija. No es normal que un padre se ponga duro por su hija.
—Pero se siente bien—, insistió Johana. Sus caricias se hicieron más rápidas a medida que su humor se volvía más intenso. —¿Por qué deberíamos parar si se siente bien?
—Oh, princesa, más despacio, no puedes..
Pero la hermosa y suave mano de Johana se deslizaba arriba y abajo, arriba y abajo, y sus finos dedos le acariciaban los huevos y se los masajeaban con ternura... Sabía que iba a disparar, y rápido, así que, sin pensarlo más, se inclinó hacia delante, agarró a su hija por debajo de los brazos y la levantó para ponerla en pie. Con un aullido, ella cayó sobre él y sus cuerpos húmedos y resbaladizos se deslizaron el uno contra el otro, las tetas blandas y turgentes de ella chocando contra el cuerpo duro de él...
Y su polla rígida golpeando contra su coño, quedando atrapada entre sus muslos.
Johana gimió. Su cuerpo y su voz reaccionaron sin que ella lo dijera, encendidos por el roce de la polla de su padre contra su coño virgen. Sabía que el contacto allí era agradable. A veces, apretaba las piernas con fuerza cuando iba sentada en el autobús y pasaban por ese tramo de carretera lleno de baches que siempre sabía que iba a llegar, pero no sabía lo que significaba realmente tocarse...
Juan no se lo había dicho, porque sabía que explicar el sexo, explicar el deseo, significaría el fin de sus duchas juntos. O eso pensaba.
Johana se retorció contra su padre, meneando las caderas para obligar a la polla de él a mecerse contra sus labios, y Juan instintivamente le rodeó la espalda con un brazo para atraerla hacia sus embestidas.
—No puedo hacerlo—, balbuceó, sintiendo cómo su sensible cabeza al rojo vivo se deslizaba una y otra vez entre los labios del coño de su hija, enterrándose entre sus suaves muslos. Johana, si no dejas de moverte, va a entrar... dentro de ti...
—De acuerdo—, murmuró.
—No... Dios, cariño, soy tu padre. No podemos. Esto es solo... para tu marido...
—¡Entonces sé mi marido, papá!
Con eso, ella tomó sus labios en una aproximación torpe de un beso, del tipo que vio en las películas. Juan jadeó en su boca y ella metió la lengua en la de él, intentando aliviar un poco el calor que se acumulaba y la volvía loca.
Eso provocó algo en Juan. Se aferró con fuerza al joven cuerpo de su hija y la acercó a la pared opuesta de la ducha, respondiendo a sus intentos con su boca experimentada y su lengua escrutadora.
—No digas eso—, gruñó, lamiéndole el labio inferior. Eres demasiado joven para decir eso.
—Entonces, ¿por qué me siento así?, se quejó. Me encanta cuando me tocas. Siempre quise casarme contigo, y tú dijiste que maduraría, pero no lo he hecho—. Johana movía las caderas rápidamente, casi delirando por el contacto constante de la carne de Juan contra su coño. ¿Cómo puedo hacer que este calor desaparezca? Es como si... quisiera tu... tu pene dentro...
—Shh—, Juan la hizo callar, y habló con urgencia, entre besos cada vez más profundos. —Mi princesa. Sólo quería que te mantuvieras pura, porque me haces tener malos pensamientos. Pero es demasiado tarde.
Se apresuró a cerrar la ducha y cogió a Johana en brazos, recorriendo la corta distancia que lo separaba de la cama, sobre la que se desplomó con su hija pegada al cuerpo. Sus labios no se separaron en ningún momento, intercambiando saliva y gemidos constantemente, y él se tragó su grito cuando su mano se metió entre sus piernas.
—Un día te voy a follar el coño— -dijo con voz gruesa y peligrosa. Johana se aferró a su cuello, follando desesperadamente contra su mano, gimiendo cuando él apretó su clítoris entre aquellos hábiles dedos. —Eso significa que te voy a meter la polla dentro, cariño.
—¿Y tú serás mi marido?
—Y yo seré tu marido.
Johana se estremeció, se puso rígida en sus garras y fue sacudida por su primer orgasmo. Mientras su clímax estallaba y se extendía por todo su cuerpo, haciendo que su coño se apretara y se soltara rápidamente, Juan se subió sobre ella para regar de esperma caliente sus dulces pétalos.
En el apogeo de esta pasión total, Johana supo que cumpliría este voto, que se convertiría en su esposa y que algún día sentiría esa carga en lo más profundo de su vientre.
***
Poco después de llegar al bar, Juan se marchó con unos amigos y Franco se encontró solo, whisky en mano, buscando algún sentido a todo el día. Se le había puesto dura sentado junto a su hija . Vio cómo un padre ataba a su hija, le colocaba un juguete en el coño, se la follaba por el culo... y mientras su polla se agitaba y se ponía rígida en los pantalones, podía sentir el calor del hombro de Katherine contra el suyo, oler aquel aroma natural que tanto le había reconfortado desde que era pequeña, oír su respiración acelerada.
¿Por qué no la había agarrado del brazo, apartándola de aquel espectáculo?
¿Cómo demonios iba a compartir la cama con ella esa noche?
—Parece que has tenido un día duro.
Diego, el padre de Carla, había aparecido detrás de él, sacándole del torbellino de confusión y acaloramiento en que se había sumido. La noche anterior, Ricardo le había dejado muy claro que se movería fácilmente entre bastidores para dar un segundo aire a la carrera de Franco, haciéndole promesas mientras acariciaba y besaba despreocupadamente a su hija delante de los otros dos hombres. Franco se removió, profundamente incómodo, reacio a hacer comentarios por si ponía en peligro esta nueva oportunidad. Diego, por su parte, se había sentido mucho más cómodo hablando con él, ciñéndose estrictamente a los negocios y sin insinuar ni una sola vez nada inapropiado. Sin embargo, tenía que estar en este crucero por la misma razón que todos los demás, ¿no?
Franco no podía imaginárselo.
Diego escuchó los sentimientos encontrados de Franco asintiendo con simpatía, y pidió una segunda ronda de bebidas y luego una tercera.
—Sólo quiero hablar con Alberto y terminar este maldito viaje de una vez—, suspiró Franco, frotándose los ojos cansados. Siento que me estoy volviendo loco. Y no sé hasta qué punto esto está fastidiando a Katherine. —Pero no puedo obligarla a quedarse en la habitación, ¿no? No sé.
—Estoy seguro de que puede cuidar de sí misma—, dijo Diego, acariciando la espalda de su nuevo amigo. Los chicos de aquí no la forzarán, a pesar de todo. No se arriesgarían. Algunas de estas chicas tienen contactos muy serios en el mundo real.
Franco lo miró, a su expresión bondadosa y a su ropa y corte de pelo rectos. —Eres tan... normal—. se rio, pero Franco negó con la cabeza. Lo digo en serio. Eres muy razonable. Eres un buen tipo. ¿De verdad... haces cosas con Carla?
Las risas se apagaron enseguida. Diego frunció los labios y pareció considerar cuidadosamente sus palabras. —Es más como si ella me hiciera cosas a mí.
—¿Eh?
—Deberías venir a la clase en la sala de conferencias mañana por la mañana. A menos que estés haciendo otra cosa.
Franco tragó el resto de la bebida. —Puedo ir. Pero no llevaré a Katherine.
—No tendrás que hacerlo. Creo que aprenderás mucho por tu cuenta.
Y levantó el brazo para ordenar una cuarta ronda.