—Es extraño pensar lo mojigata que era—, dice Susana riendo. Me encanta estar desnuda. Si no tuviéramos que regirnos por nuestro programa, estaría desnuda ahora mismo.
Las dos chicas se habían alejado de la piscina después de terminar sus bebidas; Susana quería presentarle a Katherine a algunas otras asiduas del crucero durante el almuerzo, y aunque le preocupaba cómo eran esas personas, a Katherine no le vendrían mal las distracciones, sobre todo después de aquella historia.
—Parece que hubieras visto un fantasma— Susana aminoró el paso para ponerse a la altura de Katherine. —¿Crees que ahora soy súper asquerosa?
Katherine la miró. Tenía el mismo aspecto que siempre, guapa, atlética y traviesa.
—Es un poco asqueroso que no seas asquerosa—, dijo Katherine. —No lo entiendo. Es tu padre.
—Es decir, no le vi muy a menudo durante un montón de años, y supongo que el hecho de que mis padres fueran una especie de hippies modernos hizo que las cosas fueran un poco raras.
De acuerdo. Había visto demasiado a su padre durante toda su vida... y no es que pensara que hubiera alguna posibilidad de que se sintiera tentada, pero aun así Katherine sintió cierto alivio. Quizá todas las chicas de aquí habían tenido una educación igual de extraña.
—Y, em...— no estaba segura de cómo preguntar. ¿Tu hermana?
—Sigue igual. Lo único que ha cambiado es que papá y yo nos abrazamos mucho más, sobre todo durante esta semana del año—. Sonrió con satisfacción. —Pero tengo la sensación de que podría convencerla de que experimente ahora que empieza la universidad.
Katherine no sabía si Susana estaba tratando de excitarla, pero no tuvo tiempo de preguntar, ya que llegaron al comedor tipo bufé. Inmediatamente, Susana se dirigió a una mesa de chicas, bueno, de mujeres y chicas y saludó con la mano.
—Hola, chicas—, dice Susana. Tomó asiento y le acercó una silla a Katherine, que notó que las chicas la miraban con gran curiosidad.
—Hola, Susi—, dice una mujer mayor, probablemente de unos treinta años. ¿Quién es la chica nueva?—
—Katherine— respondió Susana. —Su padre trabaja con Lisbeth. Esa es Carla.
La mujer que había hablado asintió a Katherine. Era otra espécimen deportiva, con una colorida combinación de pantalones de yoga y camiseta de tirantes que contrastaba con su pelo n***o como la tinta y su piel pálida. Sus rasgos mostraban una mezcla de ascendencia europea del este y latina, con penetrantes ojos almendrados. A Katherine le daba un poco de vergüenza.
—Esa es Johana...
—Hola—. Johana, de unos veinte años, tenía unos grandes ojos de cierva, absurdamente brillantes y llenos de convicción. Irradiaba inocencia, de una forma que no parecía tener mucho sentido dado el contexto.
—Camila...
Encantada de conocerte. Camila parecía más retraída, casi sombría, sobre todo teniendo en cuenta lo joven que era: no tenía más de dieciocho años. Golpeó el vaso con el dedo, distraída.
—Marcela...
—Hola, Katherine—. Esta última era bastante mayor, de unos cuarenta años, con hoyuelos y el comienzo de líneas de expresión en las comisuras de la boca y los ojos. ¿Una de las madres de las chicas? Pero no la habían presentado así...
—¡Y todavía sin Lisbeth! concluyó Susana, enfadada.
—Bueno, ¿qué esperabas?—, dijo Carla. Ya sabes cómo son las famosas.
—¿De verdad eres su amiga? interrumpió Katherine. —Pensé que la habías visto por ahí, pero...
—Todas en esta mesa están relacionadas con ella, o con su padre—. Susana señaló a las otras chicas. —Igual que tú.
A pesar de la ansiedad que le retorcía el estómago, Katherine se sintió un poco emocionada ante la perspectiva de conocer a una cantante famosa. Del mismo modo que Susana no le daba asco, incluso después de oír su historia, podía seguir escuchando a Lisbeth y disfrutar tanto como antes. Quizá ella misma era rara. Quizá era tan buena persona y no juzgaba a nadie.
—¿Kathy?
—Oh.
Franco se acercó a la mesa con una bandeja de comida y miró tímidamente a todas las chicas. —Hola. Vengo a ver cómo estás. No sabía que ya tenías amigas, cariño.
—Sí—, dijo Katherine. De repente se dio cuenta de que todas las mujeres del viaje y de la mesa follaban con sus padres a menudo, y con orgullo. Ahora ya no podía ignorarlo. Sus ojos no podían encontrarse con los de su padre.
—¿No nos vas a presentar?— preguntó Susana.
Torpemente, hizo la ronda. Franco sonrió y pareció un poco aliviado, tal vez porque supuso que Katherine estaba más segura en un grupo así que vagando sola por los pasillos. Tras una pequeña charla, hizo un gesto con la bandeja y dijo,
—Bueno, no quiero que mi almuerzo se enfríe más. Nos vemos, señoritas...Kathy.
Apenas se había ido cuando Susana le dio un codazo en las costillas a Katherine, sonriendo. —Vaya, tu padre está buenísimo.
—No, claro que no—. Katherine estaba acostumbrada a comentarios similares por parte de sus amigas, pero normalmente solía reírse u ofrecerse juguetonamente a concertar una cita.
—Es muy guapo—, dijo Marcela. —Tienes mucha suerte.
—Yo no...—, murmuró Katherine.
—Realmente no la tiene—. Susana se inclinó hacia ella con aire cómplice y resumió la peculiar situación de Katherine.
Al final de su explicación, las expresiones en torno a la mesa oscilaban entre la diversión, la confusión y un ligero horror. A Katherine le embargaba una extraña sensación de ansiedad por su condición de forastera, como si no tener una relación con tu padre fuera ser rebelde en lugar de la norma.
Se alegró cuando un hombre mayor se acercó a la mesa justo en el momento en que Johana abría la boca para hacer un comentario. Era moreno, el padre de Camila. Por su parte, Camila se animó por primera vez desde la llegada de Katherine y lo miró con ojos soñadores.
—Hola, Ricardo—, dijo Carla.
—Buenas tardes, chicas—, respondió, tomando una silla de una mesa cercana y colocándola junto a Camila. Tenía un ligero acento extranjero, pero no se podía saber muy bien de donde.
—¿Disfrutando del día?
—Ah, sí—, dijo Johana. Parloteó sobre lo que habían estado haciendo, presentando de pasada a Katherine, que no pudo evitar mirar al hombre mayor, porque mientras escuchaba, se sentó junto a su hija adolescente, la rodeó con un brazo y la besó en los labios. Con la misma despreocupación, sacó una de sus jóvenes tetas de la blusa y le pellizcó un pezón, agitando la mano para hacer que Camila gimiera en su boca, en medio del restaurante.
Volvió a subir el top de Camila y sonrió a Katherine.
—Bienvenida a bordo—. La primera vez siempre es emocionante, ¿verdad?—. Ella asintió. —¿Qué van a hacer ahora?
—Iba a asistir a ese taller en la sala de conferencias—, dijo Susana. Algunas de las demás estuvieron de acuerdo. Mientras discutían, Katherine vio cómo la mano de Ricardo se metía bajo la mesa y se introducía entre las piernas de su hija. Camila no tardó en morderse el labio, sonrojarse y respirar con dificultad. Aunque no podía verlo hacerlo, Katherine imaginó sus dedos grandes masajeando el coño de su hija, hurgando en su brillante agujero rosado, haciendo rodar su sensible clítoris entre los dedos índices.
—Ricardo—, dijo Carla con ironía. Sé que a los dos les gusta esto de lo público, pero sólo estamos en el segundo día.
—No puedo evitarlo—, rio Ricardo, acariciando la mejilla de Camila. —Es demasiado guapa.
—Y siempre está cachonda—, dijo Susana, —lo entendemos. Intenta seguir el calendario para que la tensión aumente de verdad.
Los movimientos de Ricardo se detuvieron y Camila emitió un ruidito de frustración. Él soltó una risita y chupó rápidamente la humedad de la punta de sus dedos. Ya has oído al jefe, cariño. Acabaré contigo más tarde, ¿vale? Ahora tengo una reunión.
Se levantó, Despidió a todas con la mano y se marchó.
Camila suspiró y volvió a dar golpecitos anhelantes a su vaso. Katherine se quedó mirándola, un poco conmocionada, mientras Susana se burlaba de ella:
—Chica, han pasado como tres años y todavía estás en la fase de luna de miel. ¿Alguna vez no estás mojada?
—No puedo evitarlo—, murmuró Camila.
—Oye—, dijo Katherine, —tú también hablaste antes de un calendario. ¿De qué se trata?
—Oh, si miras el horario en el folleto, verás que cada día tiene un color más oscuro—, dijo Sam. Katherine lo había notado, pero supuso que era sólo una cuestión de diseño. —No es que tengas que hacer lo que dice, y de todos modos es una especie de acuerdo tácito, y la gente suele volverse un poco loca la primera noche...
—La cuestión es que los organizadores fomentan algo gradual, para el juego público—. concluyó Carla. —Por eso aún no se ve mucha acción. Como dijo Susana, sólo es el segundo día.
—¿La gente va a tener sexo al aire libre?...— dijo Katherine, en voz baja.
Bienvenida a bordo. La sonrisa de Carla parecía la de un lobo. —Deberías comer algo antes de que cierren el buffet. ¿Quién tiene hambre?
***
Franco entró nervioso en el bar. Por haber visto a Katherine antes, decidió que no se conformaría con esperar el crucero en su camarote. En el crucero había varios bares y áreas sociales, destinado a caballeros con gustos caros. Franco pudo contar algunas mujeres, pero la mayoría eran hombres que bebían alcohol y encendían puros. No había rastro de su jefe, pero pensó que al menos podría preguntar por ahí.
Los tragos estaban incluidos, así que se sirvió un whisky añejo y echó un vistazo a la sala, llamando la atención de un tipo que estaba en una mesa de la esquina con su compañero de copas. Le hicieron señas para que se acercara, así que se acercó, un poco indeciso.
—¿Puedo ayudarle?—, preguntó.
—Te vi hablando con mi hija en el almuerzo. Camila.
—Oh, sí, eh... mi hija estaba en esa mesa también, no es que yo...
Relájese. El hombre extendió una mano y dio a Franco un firme apretón. —Me ha dicho que trabajas para la empresa de Alberto Orosco. Tengo intereses en ella. Llámame Ricardo. Pensé que podríamos hacer contactos.
Franco no había oído hablar de él, pero parecía más bien que se dedicaba a las inversiones, lo que estaba muy alejado de los creativos de la empresa.
—Franco—. Se volvió hacia el otro hombre y también le estrechó la mano. —¿También estás con STARS?
—Sí, estoy en la alta dirección. Diego. Puede que hayas conocido a mi Carla.
Franco asintió. Diego llevaba gafas de montura pesada y tenía una línea entre las cejas que le hacía parecer permanentemente preocupado. Un aspecto muy distinto al de su hija.
Invitado por Ricardo, Franco tomó asiento junto a Diego, sintiéndose un poco como en una entrevista de trabajo. —He visto que hay un par de salas de reuniones. Parece un lugar extraño para establecer contactos.
—¿Por qué?—, preguntó Ricardo. Sus ojos tenían una chispa lujuriosa y peligrosa. —Es difícil encontrar un club más exclusivo que éste. Nos rascamos las espaldas unos a otros.
—No sólo en el mundo del espectáculo, sino también en muchos otros sectores—, añade Diego. —Es un lugar estupendo para sacar ventaja a la gente de casa. En el mundo real.
Ricardo soltó una carcajada al oír estas últimas palabras, interrumpiéndose a sí mismo con un apretón de facciones. Sus grandes y velludas manos agarraron el mantel, con las venas abultadas, y soltó un profundo gruñido mientras un escalofrío sacudía su cuerpo. Franco estaba a punto de preguntarle si se encontraba bien cuando Ricardo le bajó un pañuelo al regazo.
—Eres una chica tan sucia.
—Lo siento, papi—, dijo Camila. Salió de debajo de la mesa, limpiándose con delicadeza un rastro plateado de semen de su padre en la comisura de los labios. —Me siento abrumada. Me encanta tu pene.
Fue el tono de su voz lo que heló la sangre de Franco. Estaba lleno de auténtico amor, el mismo tono que Katherine utilizaba siempre cuando era pequeña para decirle que quería besos, y que seguía utilizando de vez en cuando.
—Sabes que la polla de papá también te adora—, murmuró Ricardo, acariciándole el pelo. Cuando ella hubo absorbido la mayor parte del semen, él utilizó la mano que tenía en la cabeza para bajarla de nuevo a su regazo, donde ella le limpió la polla reblandecida con práctica facilidad, lamiendo cualquier resto de semen con su pequeña lengua rosada.
Ricardo captó la mirada de Franco y sonrió satisfecho.
—Entonces, Franco, ¿En donde estábamos?