Capitulo 7

3155 Words
Vestida con ropa de entrenamiento holgada, Katherine llamó a la puerta y esperó. Después del fiasco de la "conferencia" exhibicionista del día anterior, no había pasado ni un momento en que no se sintiera incómoda en presencia de su padre. Después de dar vueltas por el barco durante buena parte de la tarde, regresó al camarote y consiguió dormirse antes de que Franco regresara, pasando una noche felizmente tranquila y despertándose al amanecer, en el lado opuesto de la cama donde dormía su padre. Ansiosa por salir antes de que él se despertara y hablaran de lo que habían visto, Katherine se levantó tranquilamente para lavarse y vestirse, cuando se fijó en la tarjeta que habían deslizado por debajo de la puerta. Decía: —Llamé a la puerta, pero no respondiste—. Mañana por la mañana iremos al gimnasio, por si quieres venir. Ven a mi habitación a las nueve e iremos juntas. - Susana. Así que, a las nueve en punto, los nudillos de Katherine golpearon la puerta de su amiga. —Está abierto—, dijo Susana. Katherine giró el picaporte y pasó. El camarote era idéntico al de Katherine y Franco. Susana estaba a los pies de la espaciosa cama de matrimonio, vestida con ropa de deporte. Bueno, a medias, porque tenía los pantalones cortos por los tobillos y se sujetaba las bragas hacia abajo, estirando el material hacia delante, hacia su padre, que estaba arrodillado en el colchón, acariciándose furiosamente la polla. Katherine soltó un pequeño grito ahogado, y Susana la miró con una sonrisa brillante, discurso amortiguado por el dobladillo de su camisa, que sujetó entre los dientes para exponer mejor su coño depilado. —¡Buenos días! Un segundo, ¿vale? Gill gruñó. Los ojos de Katherine recorrieron su cuerpo desnudo, desde la mano que le ordeñaba la polla hasta su rostro enrojecido, y su mirada se clavó directamente en ella. Katherine no apartó la mirada, hipnotizada por la oscura lujuria en los ojos del hombre mayor, preguntándose qué haría si alguna vez viera esa mirada en las facciones de su propio padre. Todo su cuerpo estaba caliente. Los movimientos de Gill se aceleraron y apuntó su polla a la entrepierna de su hija para descargar dentro de su ropa interior, salpicando su coño desnudo de esperma. —Ya está—, jadeó, sentándose sobre sus talones. —¿Contenta? —Sí—. Susana se subió las bragas y el pantalón de gimnasia, meneando las caderas como si quisiera esparcir el semen caliente entre sus piernas, y le dio a su padre un rápido beso en la mejilla antes de dirigirse a la puerta. —No te diviertas mucho sin mí. —¿Cómo podría?—, dijo Gill con una sonrisa cansada. Señaló a Katherine con la cabeza. —Que tengan un buen entrenamiento, chicas. —¡Gracias, papá! Susana sonrió a Katherine y empezó a caminar por el pasillo. —¿Lista para sudar? —Supongo—, murmuró Katherine. Si permanecían en silencio, se preguntaba si sería capaz de oír el semen aplastándose entre los labios de Susana. —¿Qué ha sido eso? —Oh, el... Susana hizo el gesto de una paja al aire y se acarició el culo a través de los pantalones. —Papá se olvidó de darme un beso de despedida ayer antes de irse a unas reuniones o algo así. Ahora, me ha dado algo que puedo sentir en mis labios todo el día. Wow. Katherine nunca había considerado algo tan s****l. No antes de subir a bordo de este crucero. Es increíble. Y un poco aterrador. —Hey, la mayoría de las chicas vienen, algunas con sus padres, pero Carla no. Creo que dijo que tuvo algo en la sala de conferencias. Seguro que nos lo contará todo. *** Franco se alegró de que Katherine saliera pronto de la cabaña. Fue ligeramente consciente de que se levantaba de la cama por la mañana, pero no se despertó hasta unas horas más tarde, aturdido y todavía cansado. Más que nada, se sintió aliviado al ver que su hija se había ido, porque tenía serias erecciones matutinas como hacía una década que no tenía. El ambiente del barco estaba cargado de sexo, así que no le sorprendió, aunque dicho sexo fuera profundamente erróneo. Después de todo, seguía siendo un hombre. Una ducha fría se encargó de su erección. Había decidido no masturbarse durante el viaje. Le parecía pervertido, dadas las circunstancias, y era un hombre de mediana edad. Podía soportar un poco de frustración s****l durante una excursión de una semana. La noche anterior, había quedado con Diego en la sala de conferencias para saber más sobre su particular relación con su hija, Carla. Franco la había conocido de pasada, el día que se acercó a Katherine en una mesa con sus nuevas... amigas, y ella desprendía una vibración acerba completamente opuesta a la de su apacible padre. Franco tenía curiosidad por ver qué implicaba su dinámica y cómo lo demostraría una conferencia o una clase. A medida que se acercaba la hora y la sala se iba llenando poco a poco, Franco seguía solo. Observó que un buen número de asistentes eran parejas de padre e hija, como de costumbre, pero las chicas superaban generosamente a los hombres hoy. Fue un alivio. Los padres debían ser los que llevaban la mayor parte de las cosas realmente degradantes, razonó, así que un público mayoritariamente femenino probablemente significaba que hoy no habría nada tan escandaloso en el escenario como... Como un hombre atando a su voluntaria hija y follándose sin piedad su culo. Temiendo que su polla volviera a agitarse, Franco desechó los pensamientos y trató de concentrarse en su entorno inmediato. Las puertas se cerraban y las luces ambientales se atenuaban. ¿Dónde estaba Diego? Echó un vistazo al programa que tenía en las manos. La sesión de hoy se titulaba Manejarlo , y la descripción no entraba en muchos detalles sobre los contenidos, hablando vagamente de la necesidad de reafirmarse como pareja además de como hija. Nunca había considerado a Katherine como una compañera, ni romántica ni s****l ni de ningún otro tipo, pero se preguntó si siempre había sido justo dejándole explorar su identidad como mujer. Después de todo, ya era mayor de edad, pero le resultaba tan difícil mirarla y no ver a su querida hija, siempre bajo su protección. Deseando su amor. ¿Qué estaba tramando ahora, en algún lugar de este lujoso transatlántico? El sonido de los tacones en el escenario y un murmullo de aplausos hicieron que Franco levantara la vista. Carla apareció vestida de manera algo informal pero elegante, con colores que complementaban su piel bronceada y su pelo oscuro. A su lado estaba su padre, Diego, atado a uno de esos raros muebles b**m, completamente desnudo, con una varita de masaje zumbando contra su polla roja y dura. La varita estaba sujeta a la polla de Diego con dos bandas, en la base y debajo de la cabeza, que la mantenían en constante vibración en la sensible parte inferior del tronco y la cabeza. Franco podía ver las respiraciones cortas y temblorosas que agitaban el torso desnudo de Diego. Un goteo constante lechoso fluía por su sonrojado y tembloroso m*****o. Carla levantó un mando a distancia y aumentó la velocidad varias veces. Su padre jadeó, arqueando la espalda, y el liquido salió en pequeños y potentes chorros en lugar de uno solo. Diego mantenía los ojos cerrados. Tenía la cara tan roja como la punta del pene. —Buenos días—, dijo Carla, sonriendo. —¿Están listas para manejar a sus papás? *** Katherine estaba sudando, y no sólo por el ejercicio. Las cosas habían empezado con bastante normalidad. La sala era como cualquier gimnasio de casa, y ella se vistió como lo haría para ir al gimnasio de casa también, con ropa holgada sin ningún atisbo de erotismo. Se dio cuenta de que la mayoría de las chicas llevaban ropa ajustada, pero nada fuera de lo normal. La mayoría hacían ejercicio solas, y pudo ver a un joven que debía de ser entrenador profesional, pero unas pocas iban en pareja con hombres mayores. Sin embargo, aunque estaba nerviosa, todo parecía normal. Ella, Susana, Johana y Camila repasaron sus rutinas, manteniendo un ritmo enérgico pero divertido. Se puso nerviosa cuando apareció el padre de Camila, ya que nunca se quitaban las manos de encima en los mejores momentos, pero incluso él se limitó a hacerles un gesto con la cabeza y siguió con su propio entrenamiento. Era agradable. Era normal. Katherine casi había olvidado sus preocupaciones cuando vio a una pareja en un rincón. Un hombre, en cuclillas en la cabecera de un banco, ayudaba a su hija a levantar un pequeño juego de pesas. La gorda cabeza de su polla colgaba por la pernera derecha de sus pantalones cortos, mientras él le impulsaba suavemente los brazos, ella se concentró en deslizar la lengua por la parte inferior de la polla de su padre, arremolinándola alrededor de la punta lo mejor que pudo desde su posición. Desde su posición ventajosa, Katherine podía ver cómo el hombre se ponía cada vez más duro y cómo la entrepierna de los pantalones de yoga de su hija se oscurecía de deseo. Y no era la única que miraba. Se oyó un grito ahogado en el gimnasio, y Katherine se giró a tiempo para ver cómo Ricardo desgarraba los leggings de su hija como si lo hubiera hecho cientos de veces antes, dejando a la vista de todos su rosado coño y su esbelto culo. Ya se había bajado los calzoncillos y su carnosa polla se balanceaba en el aire con cada movimiento. El pánico se apoderó de Katherine, pero no pudo apartar los ojos del poderoso cuerpo de Ricardo mientras escupía en su polla, la lubricaba lo mejor que podía y montaba a su propia hija como un animal para metérsela hasta el fondo del culo. Esto era demasiado. Katherine sabía lo que estaba pasando en el barco, por supuesto. Había oído los detalles escabrosos, había visto las caricias, había vislumbrado algo de esa fornicación pecaminosa en su primera noche a bordo, pero ahora... ahora, estaba viendo a un hombre meter y sacar la polla en su propia hija, justo delante de ella... Podía ver el brillo del sudor en los cuerpos de Ricardo y Camila, las hendiduras de su carne perfecta donde sus manos perfectamente cuidadas abrían su culo para recibir el amor de su padre. Oía los ruidos húmedos del sexo, los gruñidos graves de Ricardo y los maullidos agudos y extasiados de Camila. Su coño brillaba. Esto era demasiado . Susana le llamó la atención y sonrió. —Sólo hace falta que una persona vaya un poco demasiado lejos para que esto ocurra. Especialmente cuando es una pareja como esos dos. Totalmente obsesionados con follar—. Se encogió de hombros. —Ya estamos bastante atrasados en el calendario. Verás mucho más. El clítoris de Katherine se estremeció ante aquella promesa. Gimió. *** —Así que—, dijo Carla, ignorando los jadeos torturados de su padre, —está claro que este hombre es un pervertido con el cerebro tan jodido que le excita ser dominado por su hija. —Pero eres una chica al mando. No quieres que te meta la nariz en el coño, como perro olfateando por su hueso cada vez que se empalma con tus bragas. Necesitas soluciones. Las chicas del público asintieron. Franco aún no se había recuperado del shock. ¡¿Las relaciones padre-hija podían ser así?! No tenía ningún sentido. Pero estaba ocurriendo, en directo y sin filtros. —A veces puedes calmarlo con un juguete—. Acarició la erección de Diego, que aún zumbaba con su vibrador, provocando un espasmo en su cuerpo atado. —Llegaremos a esto en un segundo. Esto es más una provocación, una forma de volverlo un poco loco mientras espera. Sabemos que lo que realmente quieren es meter sus pollas, como todo hombre. Y si no tienes tiempo, o simplemente no te apetece, dale una de estas. La pantalla sobre ella parpadeó, reproduciendo un vídeo en el que parecía ser Diego, introduciendo su polla en un masturbador especialmente adaptado. El aparato estaba unido a un poste, lo que permitía a Diego follar con las manos libres tanto como quisiera, y estaba equipado con un pesado anillo vibrador. Era algo tosco, pero con el embriagador miasma s****l del barco y su resolución de no masturbarse, Franco dejó escapar un gemido gutural al pensar en su propia polla deslizándose dentro de aquel artilugio, cada centímetro estimulado en un empuje compulsivo. Pronto, Diego tocó fondo en el juguete, y Franco vio cómo el semen salía disparado de su sonrojada cabeza, lanzando gruesas cuerdas blancas mientras su entrepierna palpitaba frenéticamente. —Hay instrucciones para construir el tuyo propio en nuestra página web, pero también los venderemos después de la charla—. Carla sonrió. —Por supuesto, esto es lo mejor que puede hacer mi viejo. Quizá algunas de ustedes estén en la misma situación, con un padre que es tan perdedor que nunca se ha ganado su coño, y que no lo hará hasta que deje de correrse como un colegial virgen. Las chicas del público se rieron. Franco se sorprendió al ver que, a pesar de la humillación, y seguramente debido a ella, los pocos padres presentes estaban empalmadísimos. Algunas de las hijas se masajeaban distraídamente entre las piernas de sus padres, como si jugaran a liberarse del estrés. Observó que los que no estaban erectos probablemente llevaban algún tipo de juguetito s****l, a juzgar por el contorno de sus pantalones. Carla apagó la varita atada al pene de Diego. Él suspiró por el descanso de la estimulación constante, incluso mientras sus caderas se movían en busca de más. —Papi querido se ha portado bien, ¿verdad? ¿Se merece un regalo? Gritos de sí y de no llegaron de todas partes de la sala, con igual entusiasmo. Carla observó a la multitud y Franco se sobresaltó cuando sus ojos se entrecerraron en él. —Tenemos a uno de sus amigos aquí mismo,— dijo, con una sonrisa peligrosa. —Señor Franco. ¿Cree usted que a mi padre se le debería permitir correrse? La mirada de Franco revoloteó hacia el cuerpo tembloroso de Diego, y luego de nuevo a Carla. No sabía si aquello era un truco, otro castigo para su pobre padre, o simplemente una forma de avergonzar al propio Franco delante de todas aquellas jóvenes. Asintió con la cabeza. Algunas de las chicas que le rodeaban abuchearon, pero Carla levantó la mano. —Le di a elegir. Que no haya malas perdedoras. Espero que todas ustedes tengan un amigo así de bueno en sus vidas. A continuación, rodeó con una elegante mano la erección de Diego. Con unas cuantas caricias practicadas sin pasión, Carla empujó rápidamente a su padre más allá del punto de inflexión y sacó unos cuantos chorros débiles de sus hermanos pequeños. Mientras Diego se recuperaba, Carla se limpió las manos con un pañuelo y volvió al público. —Ahora que ya nos hemos ocupado de eso... pasemos a lo bueno. Franco tragó saliva. *** Sola en la habitación, Katherine estaba tumbada en la cama, ruborizada. Había salido del gimnasio antes de que se convirtiera en una orgía, pero no podía dejar de pensar en lo que había visto. Las imágenes, los sonidos y los olores de la incestuosa y salvaje relación de Ricardo y Camila se repetían en su cabeza, y su coño palpitaba con más fuerza. Escuchar las historias la excitaba. No podía negarlo. Pero supuso que era una respuesta normal a una historia s****l, alimentada por su imaginación hiperactiva. Si alguna vez veía sexo real entre padre e hija, el instinto anularía cualquier tipo de excitación y se sentiría tan horrorizada como el primer día. Eso es lo que se había dicho a sí misma. Y ahora... Katherine daba vueltas en la cama. Incapaz de concentrarse, pensó que acostarse temprano la ayudaría a superar lo ocurrido, pero lo único que consiguió fue obsesionarse mientras estaba horizontal. El edredón estaba sofocante. Lo bajó y enganchó una pierna encima para refrescarse aún más. Apoyando la funda doblada contra su coño cubierto de bragas. Inhaló bruscamente. Con los pensamientos contaminando su mente y esta nueva presión en su entrepierna, no pudo evitar preguntarse a cuántas chicas del barco les estarían tocando el coño en ese mismo momento. Inocentemente, como ella. Manoseadas por dedos fuertes y paternales que masajeaban sus labios y presionaban sus botones. Abriéndose bajo la presión contundente de las gruesas pollas de sus padres. ¿Cómo de gruesa era la polla de su padre? Mortificada, ahuyentó la pregunta y no tuvo más remedio que concentrarse en el primer pensamiento, en lo que les estaba ocurriendo a las hijas en los camarotes de todo el barco. Se imaginó a sus amigas, abiertas de piernas, aplastadas bajo sus padres en celo, suplicando ser inundadas de potente esperma. Con estas imágenes flotando ante sus ojos, Katherine se llevó las manos al pecho y sus caderas empezaron a moverse tímidamente. Mantenía los párpados cerrados para fingir que no se levantaba la camisa por encima de las tetas. —No— estaba amasando sus jóvenes pechos con manos temblorosas, pellizcando sus pezones endurecidos, haciéndolos rodar entre sus dedos mientras sus rodillas se apretaban alrededor del edredón y se encorvaba sobre el montículo entre sus piernas. —No— se estimulaba el coño directamente por primera vez en días, pensando en toda la semilla incestuosa que se derramaría aquella noche. —No— llegaba al orgasmo. El pitido de la tarjeta la sacó de su trance. Apresurándose antes de que entrara su padre, Katherine metió rápidamente las piernas bajo las sábanas y se bajó la camisa lo suficiente como para que pareciera que se le había subido mientras dormía. No tuvo tiempo de hacer más antes de que Franco entrara en silencio. Estaba agotado. Menos mal que Katherine dormía, porque a Franco le habría costado mucho hablar de lo que había hecho aquel día. Podría decir que había asistido a una charla y que había pasado el resto del día tomando cócteles y charlando con su nuevo amigo. Ambas cosas eran ciertas. Pero si Katherine le preguntaba más, ¿qué podría decir? ¿Que había asistido a una demostración morbosa de b**m? ¿Que le había dicho a una mujer que masturbara a su padre delante de una sala de chicas, algunas de las cuales estaba seguro que estaban justo en los dieciocho años? ¿Que su —nuevo amigo— era el padre en cuestión y que había aprovechado la mayor parte del tiempo que pasaron juntos para contarle a Franco todos los sórdidos detalles de cómo empezó su singular relación con Carla?
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