Katherine no sabía qué esperar del último día. Sabía que habría una fiesta, y eso la asustaba, porque podía imaginarse lo desenfrenada que sería. Al menos, eso creía.
No esperaba que el ambiente fuera tan... eléctrico.
El día fue raro desde el principio. Su padre se había despertado antes que ella y no estaba por ninguna parte cuando se levantó. Había pasado la noche en el suelo después de sus inexplicables e impensables besos, así que probablemente se había ido a tumbar a algún sitio donde la espalda no lo matara. Katherine sintió remordimientos mientras se duchaba y se vestía, pero ¿qué otra cosa podían hacer? Esta nave los estaba volviendo locos. Quién sabe qué habría pasado si hubieran dormido en el mismo...
No quería pensar en ello.
Katherine salió de la habitación con cierta inquietud, asustada por la bacanal en la que se metería, pero no había nada. El comedor no estaba vacío, pero no hubo folladas, ni besos, ni siquiera manoseos. Mientras desayunaba, casi empezó a preguntarse si los días anteriores habían sido una especie de sueño loco.
Johana se acercó, sonriendo ampliamente, con una tarjeta doblada en la mano. —Buenos días, Katherine. ¿Dónde está tu papá?
Tuvo que luchar contra el impulso de encogerse. —No lo sé. Probablemente tomando el sol.
Johana asintió. —De acuerdo. Bueno, espero que él también pueda venir.
Le dio la tarjeta a Katherine, la despidió con la mano y se fue a otra mesa dando saltitos. Al mismo tiempo, Susana se acercó con una bandeja de comida, claramente adormilada, y se sentó.
—Buenos días—, murmuró. Pareces confundida.
—Sí, sólo tuve un momento raro con Johana.
—Creo que fue criada como, bastante religiosa. Ella es rara.
Eso explicaba muchas cosas. Katherine desdobló la tarjeta, leyó el contenido y se dio cuenta, con una mezcla de temor y consuelo, de que en realidad no había alucinado con el libertinaje incestuoso de la semana anterior. Lo que tenía en la mano era una invitación a la boda de Johana y su padre, Juan, que se celebraría esa misma noche en una sala contigua a la fiesta principal.
Susana echó un vistazo e hizo un ruido de reconocimiento, hablando después de tragar su bocado de cereales: —Ah, qué amable de su parte, ¿eh? Sé que no han salido mucho, pero le caes bien.
—Sí...— Katherine no sabía qué decir. Johana también quería que Franco la acompañara y, después del intenso besuqueo de la noche anterior, la perspectiva hizo que Katherine se sonrojara... y le dolieran las piernas. El concepto de esta boda ya era bastante perverso, y no creía que la ceremonia fuera tradicional. —¿Qué me pongo? He metido en la maleta un bonito vestido, pero no es... material de boda.
—Hazlo lo mejor que puedas—, dijo Susana, encogiéndose de hombros y sonriendo. —De todos modos, no es como si te lo fueras a dejar puesto mucho tiempo.
Cuando Katherine parpadeó, Susana se echó a reír.
—¡Es broma!.
Pero Katherine no le creyó.
***
Al otro lado del barco, en la parte trasera de la Columna de Sal, Franco observaba las olas del océano por la ventana. Tan temprano, no había nadie más en el bar. Había pedido un whisky por obligación, pero lo tenía delante, sin tocar, con el líquido ámbar oscilando suavemente.
¿Cómo podía mirar a su hija a los ojos después de lo de anoche?
—Hola—.
Levantó la vista y vio a Diego, con su habitual sonrisa nerviosa. —Hola, Diego.
—¿Te importa si te acompaño?
Franco señaló el asiento de cuero que había al otro lado de la mesa. Diego se deslizó con un leve chirrido y entrelazó las manos frente a sí. —Pareces un poco perdido.
—Se podría decir que sí. ¿Dónde está todo el mundo?
—A mucha gente le gusta descansar para el Último Baile. Es como llaman a esta noche. Te hace poner los ojos en blanco, pero realmente es la última oportunidad que algunas de estas personas tendrán de darse un capricho durante mucho tiempo.
—Tiene sentido.
Se sentaron en silencio un momento, observando cómo el whisky de Franco se movía al compás del oleaje.
—Diego—, dijo Franco, finalmente. —Mira, yo... eres un tipo muy decente. Realmente decente. ¿Cómo... cómo puedes estar de acuerdo con lo que pasa aquí?
A Diego no le sorprendió la pregunta, pero tampoco respondió de inmediato. Lo meditó, con los labios apretados, hasta que su expresión se fundió en una sonrisa de impotencia.
—Porque es lo que mi hija quiere. Y nunca puedo decirle que no. No sé si está bien. Probablemente no lo esté. Pero la hace feliz, y eso es todo lo que puedo desear.
***
Habría sido tan fácil quedarse quieta, esperar a que pasara. Diablos, emborracharse si era necesario. Desmayarse en una borrachera y despertarse al día siguiente para abandonar aquel mundo de locos y volver a la normalidad. Los recuerdos de los besos que ella y su padre compartieron se desvanecerían.
Y, sin embargo, cuando se acercó la boda, se puso su vestidito n***o y se dirigió al salón. Los pasillos estaban vacíos, pero un murmullo flotaba por la nave cuanto más se acercaba a la fiesta. Conversaciones, música, risas.
A primera vista, parecía cualquier otro evento elegante. Hombres trajeados, chicas vestidas de punta en blanco y sofisticadas copas de alcohol en cada mano. Las mesas se alineaban en un extremo de la gran sala, cubiertas alternativamente con bandejas de aperitivos... y chicas desnudas.
Ah. No como cualquier otro evento elegante.
Las jóvenes que yacían en las mesas estaban decoradas con pequeñas hojas verdes, dispuestas en patrones sobre sus cuerpos para sostener rollos de sushi impecablemente hechos. Katherine miró a la chica que tenía más cerca y reconoció a Susana, con una tira de maki salpicada por el torso, temblando ligeramente mientras una mujer que Katherine no reconocía le acariciaba una teta, haciendo rodar el duro pezón de Susana bajo su palma. Habló con el padre de Susana, Gill, mientras éste deslizaba despreocupadamente dos dedos dentro y fuera del coño rasurado de su hija, deteniéndose a veces para enroscarlos dentro de ella y luchar contra su clítoris con el pulgar.
—Hola, Katherine—, gimió Susana. Estaba claro que el exhibicionismo hacía maravillas en ella. Los dedos de su padre bombeaban húmedamente en su jugoso coño. —Me alegro de que hayas venido. Prueba el sushi. Está para morirse.
Katherine cogió dócilmente un rollo de maki, ligeramente caliente por un lado por haber estado sobre el cuerpo caliente y lujurioso de Susana, y se lo metió en la boca. Estaba realmente excelente. De alguna manera, eso hacía que la situación fuera aún más extraña.
—Esta bueno—, murmuró Katherine. Se aclaró la garganta. —¿Tú también vas a la boda?
—Estoy de servicio de mesa, pero me pasaré en un rato. He estado en muchos de estos, a lo largo de los años, ¿sabes?
Katherine no lo sabía, pero asintió. ¿No eran raros los matrimonios entre padre e hija? ¿Cuántas parejas como ésa había, tan entregadas como para comprometerse contra viento y marea? Se le revolvió el estómago. Susana pareció confundir su reticencia con confusión y señaló un par de amplias puertas dobles.
—La fiesta de la boda está por allí. Empezará pronto, así que será mejor que te des prisa.
—Bien. Gracias.
—¡Pero tómate algo antes de irte!
Katherine siguió la línea de visión de Susana hasta otra escena que esperaba y que no: Camila, inclinada sobre una mesa baja, completamente desnuda y balanceándose hacia delante con los fuertes empujones del desconocido que le metía la polla en el coño. Sostenía una bandeja de plata en la que sólo quedaba un whisky, con cuidado de no derramar ni una gota. Ricardo estaba sentado frente a ella, mirando cómo penetraban a su querida chica y jugando despreocupadamente con sus turgentes tetas mientras le lanzaba una sonrisa a Katherine.
—Buenas noches, Katherine, me alegro de que hayas podido venir—, dijo Ricardo con su tono profundo y peligroso. —Sírvete el ultimo trago.
Vacilante, Katherine cogió el whisky y miró a su amiga con preocupación. Camila no hizo ningún comentario sobre su presencia, y apenas pareció entender que estaba allí, demasiado absorta en ser un objeto de polla viviente para el hombre musculoso que tenía detrás.
—¿Está bien?
—Camila—. Ricardo acarició cariñosamente la mejilla de su hija, sonriendo con cariño cuando ella inclinó instintivamente la cara para chuparle el pulgar. Está bien, solo está en celo. Que la usen es su pequeña y oscura fantasía, y sólo se da el gusto en este crucero. El resto del año me es fiel.
La forma autoritaria en que lo dijo hizo que Katherine se sonrojara casi más que la sexualidad desenfrenada que la rodeaba. —¿Está... drogada?
—En este estado, ella no necesita nada excepto el amor de su papá. ¿No es cierto?
Camila asintió y se estremeció con un orgasmo de cuerpo entero cuando su padre le cogió la cara y la besó en los labios, aprovechando que tenía la boca abierta por la felicidad para devorarla con la lengua.
—Mierda—, dijo el hombre con la polla dentro de ella, apretando los dientes. —Las paredes de su coño están dando espasmos como locas. Es como una puta máquina de ordeñar.
La escena hacía que a Katherine le diera vueltas la cabeza y se le calentara el cuerpo, y se marchó sin decir una palabra más, apresurándose hacia la sala de bodas. Antes había perdido un poco de tiempo curioseando y se encontró con lo que parecía una escena sana y tradicional. Una joven vestida de blanco, con flores a juego en el pelo, mirando a su futuro marido con lágrimas de alegría. El hombre, bastante mayor que ella, también le sonreía y le cogía las manos con fuerza. Los invitados observaban desde los lados, incluidos algunos de los nuevos amigos de Katherine, como Carla y su padre, Diego.
Excepto que la pareja estaba formada por padre e hija. Aproximadamente la mitad de los invitados estaban desnudos, o casi, masturbándose con pollas carnosas y metiéndose los dedos en coños empapados, los suyos o los de sus parejas.
El ministro (o el anciano con vestiduras sacerdotales, al menos) tomó la palabra:
—Juan Arellano, ¿aceptas tomar a tu hija Johana como esposa, para tenerla y conservarla, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad?
Sí, acepto.
—Y tú, Johana, ¿aceptas tomar a tu padre, Juan, como tu legítimo esposo, para tenerlo y conservarlo, en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad?
Sí, acepto.
Cuando el ministro dijo alegremente: —Ahora , puedes besar a la novia—, Johana se arrodilló, riendo de excitación, bajó la cremallera de los elegantes pantalones de su padre para dejar salir su polla tiesa y besó su caliente cabeza rosada.
El público estalla en aplausos y Katherine hace lo mismo. No podía creer lo felices que parecían los dos. Con qué orgullo Juan veía a su hija amamantando la punta de su polla temblorosa, hasta que él se retiró suavemente de su boca.
—Eres demasiado buena, princesa—, se rio. —No quiero estropear el evento principal.
—¡Oh, papá! La voz de Johana se quebró por la emoción, aunque su sonrisa iluminó la habitación. Cuando Juan la ayudó a levantarse, la acercó para besarle los labios, y luego otra vez. —No puedo creer que por fin esté sucediendo.
—Ahora eres mi esposa.
Katherine vio que Johana se contoneaba, frotándose los muslos al oír sus palabras.
—Mi papá. Mi hombre.
Con un último y rápido beso, Johana se apartó de él. De cara a los invitados, su vestido estaba a la vista, y era obvio que no habían escatimado sólo por las extrañas circunstancias de la boda. Estaba ricamente bordado, moderno pero lleno de pulcros arabescos enjoyados. Katherine estaba inspeccionando el arte cuando la parte delantera cayó de repente, dejando al descubierto los pechos pálidos y turgentes de Johana. Juan había estado bajándole la cremallera y desabrochándosela, dejándola en medias blancas y zapatos de tacón, con lirios en el pelo... y nada más. Ni siquiera se había molestado en ponerse ropa interior.
Johana se sentó en el altar que separaba a la pareja del —cura— y abrió las piernas para mostrar al mundo su bonito coño desnudo. En un movimiento que sorprendió a Katherine, Juan no se folló a su hija de inmediato, ni siquiera tocó sus labios. En su lugar, sacó un pequeño paquete cuadrado del bolsillo, lo abrió y desenrolló rápidamente un condón sobre su erección.
Sujetó la polla por la base y golpeó su gruesa carne entre los muslos cremosos de su hija, con una serie de golpes secos que hicieron temblar su coño. Johana gimió, mordiéndose el labio inferior pintado... pero justo cuando Juan se alineaba para meterle la polla en su estrecho coño, ella levantó una mano para detenerlo.
—Quiero sentirte de verdad—, murmuró, agarrándole la polla.
—¿Estás segura?— La voz de Juan destilaba lujuria. Todo parecía un montaje y Katherine se dio cuenta de que formaba parte de sus votos, aunque nadie sabía si se les había ocurrido a ellos o si era una costumbre de las bodas a bordo de este barco. —Cariño...
El pene de Juan se estremeció en su agarre, lo que la hizo sonreír. Recorrió el pene con los dedos, pellizcó la punta vacía del preservativo y lo retiró lentamente de la dura polla de su padre, hasta que la cabeza desnuda y aterciopelada del pene cayó húmeda sobre su montículo. Hicieron una pausa para disfrutar de la sensación del primer contacto, contemplando el único lugar en el que sus cuerpos se tocaban.
Entonces, Johana agarró su polla, y finalmente la guio dentro de su coño hambriento.
El sonido de los gemidos simultáneos de padre e hija en esta primera y bendita penetración estremeció a Katherine como no se lo había esperado. Había visto muchas folladas duras y desvergonzadas en el barco durante la última semana, pero nunca una primera vez como ésta. Juan se abalanzó sobre su preciosa chica, abrazándola y susurrándole cosas que nadie más podía oír, cambiando lentamente de postura hasta que el coño de ella quedó apuntando hacia arriba, dejando que él la penetrara como un martillo neumático. Sus cuerpos estaban tan en sintonía, tan perfectamente adaptados, que Juan no tardó en llegar al clímax. El público notó cómo cambiaban sus movimientos, el tono de su voz, y varios prepararon sus cámaras para capturar ese momento impagable.
Juan echando crema a su hija por primera vez.
Y eso fue justo lo que ocurrió. Tras unos cuantos empujones más, Juan gimió y se detuvo, con la polla medio enterrada en su hija. Bajo una ráfaga de flashes fotográficos, inundó el coño de Johana con esperma vigorosa, el esperma escapando alrededor de su palo y corriendo por el culo de su hija en gruesos riachuelos blancos. Estremeciéndose, se metió la polla hasta el fondo, como si quisiera taponarla e impedir que saliera más semen, y se tumbó sobre Johana, llenándole la cara y el cuello de besos mientras sus manos trabajaban para darle placer, concentrándose en su clítoris.
Era una posición incómoda. Habría sido más fácil sacarla para tener libre acceso, pero ambos querían que su polla palpitara dentro de ella el mayor tiempo posible.
Aturdida, Katherine levantó la mirada de la apasionada pareja y se encontró con los ojos de Franco.
Estaba al otro lado de la habitación, oculto a la vista de Katherine tras el ministro. Él también lo había visto todo.
Con mente propia, los pies de Katherine la sacaron del vestíbulo tan rápido como pudieron.