La reunión dejó a Franco con muchas más preguntas que respuestas, pero las respuestas que obtuvo le hicieron zumbar la cabeza. No hubo ningún tipo de error. El objetivo de invitarles a él y a Katherine era ver si podían... convertirse. Observar su corrupción. Incluirlos en este mundo oscuro.
Alberto parecía sorprendido de que hubieran aguantado, y prometió que las ofertas de nuevas oportunidades para escribir no desaparecerían si Franco y Katherine conseguían llegar hasta el final sin follar. No parecía preocupado por la posibilidad de que Franco llamara a la policía o a los medios de comunicación por toda esta operación, y aunque quería fingir lo contrario, Franco sabía que tenía razón. Los tipos que financiaban este crucero estaban mejor conectados de lo que él podía imaginar. Aunque tuviera sentido denunciarlos, no quería poner a su familia en peligro. Y mucho menos a Katherine.
Katherine.
Dios, él la metió en este lío. Ella ni siquiera quería venir, y si él la hubiera escuchado, no estaría a merced de un barco lleno de pervertidos...
Pervertidos como él.
Estaba tan sumido en una espiral de odio hacia sí mismo que casi choca con la chica que tenía delante. Su largo pelo castaño le caía húmedo por la espalda, impregnando su bata blanca estilo kimono. Acababa de volver de la piscina. No la había visto por aquí, no creía, y desde luego no era una de las nuevas amigas de Katherine, y sin embargo...
—¿Hola?
—Hola—. Sonrió. —No me reconoces, ¿eh?
Franco empezó a disculparse, pero la chica se dio la vuelta y se subió la parte trasera de la bata para mostrarle su culito perfectamente bronceado, apoyándose en una otomana cercana para empujar mejor hacia él. Metió la mano entre sus muslos, amasando la protuberancia de su coño con las yemas de los dedos para liberar la entrepierna a presión de su bañador. En cuestión de segundos, había dejado al descubierto su tentador coño hinchado, sobre el que brillaba la joya blanca del plug anclado en su culo.
—¿Te acuerdas de mí?—, preguntó sonriendo por encima del hombro.
Lentamente, Franco asintió. La chica de la piscina, cuando hablaba con Ricardo, cuyo padre la untaba en loción bronceadora. Que de alguna manera le había hipnotizado con ese mismo plug enjoyado.
—¿Dónde está tu padre?—, murmuró.
—Puedo cuidarme sola. Pero quiero que tú cuides de mí—. Se puso de puntillas y luego se dejó caer, haciendo que su culo regordete se moviera de una forma que pedía a gritos que la tocaran. Alguien me dijo que tú y tu hija no están —juntos—. Tienes que estar deseando follarte algo.
Franco tenía la garganta seca y la polla le palpitaba casi dolorosamente, apretando las costuras de los pantalones en busca de uno de aquellos magníficos agujeros. Tentativo, alargó la mano y sujetó los bordes metálicos alrededor de la joya. La piel de la chica irradiaba calor, y él estaba lo bastante cerca como para que el olor de su coño le pusiera la polla lo más tiesa posible. Lentamente, tiró y vio cómo el agujero de la chica se aferraba al bulbo redondeado del plug y luego se cerraba alrededor del vástago cuando volvió a introducirlo.
El lubricante resbaló por su suave montículo y ella emitió un gemido lujurioso mientras Franco se burlaba de su culo con este polvo superficial, hipnotizada por la forma en que reaccionaba su cuerpo. Cuando se retiró lo suficiente como para que el plug saliera, dejando al descubierto su relajado y brillante agujero, ella jadeó y abrió las piernas.
Después de seis días con las bolas azules, esta era su oportunidad. Podía descargar su frustración. Esta chica a la que no conocía, a la que nunca volvería a ver, le estaba dando a elegir cosas buenas sin compromiso. El plug seguía caliente entre sus dedos, preñado de su calor.
¿Por qué no podía dejar de pensar en Katherine?
—Me siento halagado. Gracias, pero... Pero... no puedo—. El rostro sonrojado de la chica apareció por encima de su hombro, con una ceja enarcada. No sabía por qué algo le bloqueaba, sólo que su mente estaba fija en su hija, y que sabía que ella se enfadaría si hacía esto. ¿Verdad que sí? Era todo tan confuso. —Yo... tengo una novia en casa.
La muchacha no ocultó su expresión de asco, proyectando una energía de —genial, un guerrero moral—, pero apenas tuvo tiempo de sentirse decepcionada antes de que otro hombre tosiera cortésmente para llamar su atención y la de Franco.
—Siento entrometerme—, dijo, acercándose lo suficiente como para pasar las yemas de los dedos por el culo desnudo de la chica en un cosquilleo que la hizo estremecerse, —si no la estás utilizando, ¿te importa que pruebe?
—¿Si a ella le parece bien?— tartamudeó Franco.
El tipo le hizo una cortés inclinación de cabeza, y cuando la joven no hizo nada para impedir que le apretara las nalgas, sacó su considerable polla de los pantalones y le metió lenta y deliciosamente cada centímetro carnoso hasta el fondo de las tripas.
La chica se quedó totalmente sumisa, respondiendo a cada profunda embestida con un gemido alegre y estremecedor. Franco no creía que hubieran hablado antes, pero sus cuerpos parecieron sincronizarse de inmediato, y la polla del hombre se deslizó dentro y fuera de su culo como lo había hecho miles de veces antes.
—Eso es—, gruñó el tipo. —Tu padre te ha entrenado muy bien, cariño.
—Gracias, señor—, ronroneó.
—No sé por qué te saltaste este pedazo de culo de primera—, le dijo a Franco, saboreando claramente la forma en que su agujero se estiraba sobre su circunferencia una y otra vez, balanceando su enorme herramienta con facilidad, —pero que Dios te bendiga.
Sin palabras, Franco se limitó a asentir y los dejó con su follada anal a pelo en medio del pasillo de la nave. Aquellas personas parecían entenderse entre sí, más allá de los límites de sus perversos lazos familiares. Una extraña sensación de libertad. Mientras tanto, él no sentía más que culpa por la palpitación entre sus piernas, que no hacía más que crecer cuanto más se acercaba al camarote.
Nada más entrar, vio a Katherine, sentada en el borde de la cama con los brazos apretados a su alrededor. —Lisbeth me dijo por qué estamos aquí.
—¿Cómo es esto justo?—, espetó. Son... son enfermos. Provocar a la gente vulnerable y... y ver si pueden convertirse de normales a pervertidos, es...
se interrumpió. Franco observó la ligera hendidura de su escote asomando por encima de la blusa, las tetas aplastadas por los brazos y la cremosa suavidad de sus piernas perfectamente formadas. Se sentó a su lado, intentando apartar la mirada.
—Al menos piensan que somos atractivos—, bromeó.
Katherine no se rió. Se apoyó en el hombro de su padre. —¿Hasta dónde crees que llega? ¿Productores? ¿Políticos?
—No lo sé—. Franco la rodeó con un brazo. Se dio cuenta de que hacía meses que no se abrazaban, no desde que había vuelto a salir con él, y el calor de su querida niña hizo que se le derritiera el corazón. Ignoró el persistente temblor de su polla. Alberto y Ricardo podrían haber mentido. Asustándonos para que no vayamos a la policía.
—Sí... ¿realmente creen que un padre y una hija pueden... convertirse en una semana?
—El ambiente a bordo es lo suficientemente raro como para que mucha gente no se resistiera. O al menos se lo pensarían.
Se sentaron en silencio. El aire era opresivo, pero el confort del abrazo era innegable. Katherine volvió la cara hacia él y apoyó la barbilla en su hombro. Franco sentía su respiración en la mejilla.
—¿Has... has pensado en ello?
Sorprendido, Franco giró la cabeza hacia ella y fue entonces cuando sus labios se rozaron. El más leve de los contactos le erizó el vello de los brazos, su corazón estaba a punto de estallar y sus miradas se entrelazaron.
No sabían quién se había movido primero. Sólo que, de alguna manera, sus bocas se encontraron. Insoportablemente suave, e impregnada de décadas de amor familiar.
Franco y Katherine se separaron, los labios despegándose lentamente con el más silencioso "pop". Había una comodidad indescriptible en el pequeño gesto casto, que confirmaba la condición de padre e hija frente al mundo, y tras unos tensos segundos de sentir la respiración caliente del otro contra su piel, volvieron tímidamente a darse otro.
No había nada más lascivo en este beso en particular, pero por dentro, cada uno sentía el despertar de la excitación. Los días de lujuria contenida de Franco se encendieron, por el conocimiento de los dispositivos de grabación de su habitación y... ¿por qué no se lo había contado a Katherine? ¿Lo sabía ella? ¿También la excitaba a ella? Lo cierto es que sí lo sabía, y su mente estaba nublada por la misma niebla s****l. Su mundo se redujo a su boca y la de su padre, que se cerraban una y otra vez con creciente humedad y fuerza, hasta que Franco sacó la lengua y su hija la lamió sin dudarlo ni un segundo.
Sus resbaladizas lenguas se deslizaron una contra otra, calientes e insistentes, antes de desaparecer en la boca de la otra en un profundo beso francés. El padre lamía dentro de la boca de su hija y viceversa, fundiéndose en un charco de acogedora y sana lujuria. Sin permitirse pensar en lo que estaba ocurriendo, Franco abrazó a Katherine y se inclinó sobre el colchón, trabajando el beso mientras su mano recorría la espalda de su pequeña. Ella le rodeó el culo con una pierna, empujando su entrepierna contra la de ella, gimiendo en su beso.
El coño de Katherine palpitaba, intentando atraerse el bulto que sentía presionando contra su muslo, esa prueba de que un hombre quería meterse en su coño y llenarla de semen. La erección de su padre.
Su padre esta duro.
—No—, gruñó ella, apartándolo.
Franco se sentó, atónito, parpadeando ante ella, con una evidente erección en los pantalones. Y Dios, la excitaba saber que la más fina barrera de tela había separado la polla desnuda de su padre de su piel...
Katherine sollozó. —Me estoy volviendo loca. Nos estamos volviendo locos.
—Saldremos de ésta. Nosotros...— Franco se ajustó, tratando en vano de ocultar su potente erección. —No es nada. Este barco no tiene sentido. Sólo queda un día.
Katherine no dijo nada. Sintió que el colchón se movía cuando su padre se bajó y le oyó aclararse la garganta.
—Dormiré en el suelo—. ¿Por qué? Si no, ¿se la follaría? —Estaremos bien, Katherine. Mañana es el último día, volveremos a casa y firmaré un nuevo contrato. Ganaremos dinero y podremos olvidarnos de todo esto.
Mareada, Katherine se obligó a asentir, aunque no podía mirarle, no después de haber luchado con su lengua contra la de ella. —Sí. Olvidaremos todo esto.
Pero, por supuesto, no lo harían.