Cuando empezó en la industria del entretenimiento, Alberto Orosco estaba dispuesto a todo. Había trabajado horas que nadie debería tener que trabajar, consumido drogas que no quería consumir, e incluso besando traseros ocasionalmente cuando le beneficiaba.
Pero esta propuesta le dejó con la mandíbula por los suelos.
Lisbeth volvió a casa del ensayo y se encontró a su padre con tres whiskys de más y rodeado de notificaciones de cobradores de deudas. Ella tenía talento, ambos lo sabían, pero Alberto había aparcado su carrera para ocuparse de la de su hija, y las cosas no estaban saliendo bien. Siempre había alguien que le robaba contratos o actuaciones antes de que Alberto pudiera conseguirlos, y vivir sin una fuente de ingresos estable se estaba convirtiendo en algo imposible.
No podía rendirse. Sabía que Lisbeth tenía ese "algo". Por eso había recurrido a sus contactos más turbios en busca de financiación. Tipos que tenían una reputación de oro macizo en todo el mundo, pero una imagen decididamente sórdida en la ciudad. Tipos que las actrices jóvenes sabían que debían evitar.
—¿Qué han dicho, papá? preguntó Lisbeth, atusándose un mechón de pelo rubio rizado entre los dedos. Sabía que Alberto tenía que reunirse con unos inversores. —Si tengo que ir a cenar o algo así, sé que...
—No—, dijo Alberto con firmeza.
De ninguna manera. Lo había dejado perfectamente claro. Estaba abierto a propuestas desagradables, pero ninguna la tocaría. Le daría la protección que nunca le habían dado cuando era joven.
—Pareces muy nervioso. Me imaginé que era algo así—. Lisbeth puso su suave mano sobre la de su padre. —¿Qué quería el Sr. Ricardo?
Alberto dudó. Apretó los labios. —Videos.
—¿Vídeos míos?
—Videos de nosotros.
Tuvo ganas de golpear a Ricardo cuando escuchó la idea, pero se contuvo porque sabía que había matones acechando fuera. Ricardo lo planteó como si no fuera gran cosa: él y Lisbeth no necesitaban tener relaciones sexuales, sólo proporcionar imágenes que despertaran el interés erótico de los tipos con mucho dinero. Ricardo era sólo un intermediario, aunque revisaría los vídeos antes de enviarlos, por supuesto.
—¿De qué dinero hablaba?
—Empieza con un par de miles por... fotos de desnudos, sube por más. No importa.
Podía ver a Lisbeth pensándoselo, inspeccionando las facturas y los honorarios que se acumulaban en un rincón. Coaching, locales de ensayo y estudio, viajes, por no hablar de su ubicación privilegiada en el corazón de la Ciudad. Los vídeos. —Se mantendrían en privado, ¿verdad? ¿Sólo para ese grupo?
—No importa, Lisbeth. No estamos...
—Nadie tiene por qué saberlo, papá—. Estaba decidida, muy seria. —No renunciaré a nuestros sueños. Sabes que puedo conseguirlo. Es sólo cuestión de tiempo.
Alberto frunció el ceño y se inclinó hacia delante para mirarla directamente a los ojos. —Lisbeth. Estamos hablando de...
Congelado, Alberto la vio bajarse la blusa, dejando al descubierto sus hermosos pechos. Le sorprendió lo ideales que eran. Perfectamente proporcionados, del tamaño perfecto, con los pezones rosas más bonitos.
Apartó la mirada. —Lisbeth...
—No tenemos que tocarnos. Yo sólo...
Aunque no las estaba mirando, las perfectas tetas de su joven hija estaban grabadas en su mente. Se le hizo agua la boca al pensar en agarrar uno de aquellos sonrosados pezones. Sacudió la cabeza, como si desechara físicamente la imagen.
—No. Encontraré la manera—. A ciegas, arrancó el top bajado de Lisbeth y lo subió hasta cubrirle el pecho, ignorando la sensación de su piel aterciopelada contra el dorso de sus dedos. —Esto es enfermizo. No lo necesitaremos. Te lo prometo.
Tras pensárselo un momento, Lisbeth asintió y abrazó a su padre. —Vale, papá.
Alberto la abrazó. Sus pechos eran suaves y cálidos sobre su cuerpo. Nunca lo había notado durante sus abrazos.
***
A cada paso, el corazón de Alberto bajaba otro centímetro, hasta las tripas y más allá.
Lo había intentado. Lo había intentado de verdad. Pero las facturas se acumulaban y un reciente accidente de coche sólo había sido la guinda de un miserable pastel. Alberto no sabía a quién más recurrir, y la perspectiva del dinero se burlaba de él desde su libreta de direcciones.
Entró en el salón, preparado para la insoportable charla con Lisbeth, que estaba tumbada en el sofá leyendo las líneas de su nuevo cortometraje. Antes de que pudiera decir nada, ella lo miró y lo supo. Cuando ella le hizo señas para que se acercara, Alberto notó que su camiseta de tirantes se deslizaba para dejar libre uno de aquellos pezones de caramelo, y su corazón pareció descender hasta su entrepierna, haciendo palpitar su polla con más fuerza cuanto más se acercaba.
—No te tocaré—, murmuró Alberto.
Lisbeth sacó el móvil del bolsillo y lo colocó en la mesilla, junto a la lámpara, filmando. Alberto estaba a su lado, mordiéndose el labio mientras sus pequeñas manos tiraban de la cintura de sus calzoncillos y tiraban hacia abajo. Consciente de la cámara, agradecido de que su cara y las de su hija estuvieran fuera de plano, flexionó su carnosa polla sobre Lisbeth, sin oír nada más que el torrente de sangre en su cabeza.
Miró fijamente la erección de su padre, con los labios ligeramente entreabiertos y las tetas aún colgando del top. Alberto gruñó, sintiendo su polla palpitar sobre ella. ¿Por qué le excitaba esto?
Sin mediar palabra, le arrancó el tirante de la blusa para taparla, en un extraño simulacro de decencia. Lentamente, ardiendo de vergüenza, tomó su polla en la mano y empezó a acariciarla. Al principio con torpeza, pero pronto lubricada por el liquido pre seminal y con un ritmo constante. Evitó mirar a Lisbeth, aunque cada vez que la vislumbraba, su orgasmo se disparaba con tanta fuerza que lo mareaba, ordeñándose con jadeos hasta que la lefa salpicó los pechos vestidos de su hija.
Vio cómo su semilla se filtraba en el material, la respiración se hizo más lenta, pensando en cómo se impregnaría en la ropa y tocaría la piel de Lisbeth. Si esto salía a la luz, estarían arruinados.
No. Sus caras estaban fuera de cámara. Estaría bien.
Alberto dio un golpecito en la pantalla del teléfono para detener la grabación e hizo un gesto a su hija para que se levantara. —Ve a cambiarte. Yo, uh, enviaré el video—.
—De acuerdo—. Se dirigió a la puerta y se detuvo justo antes de salir. —Papá. Mírame.
Alberto parpadeó, miró a su hija a los ojos por primera vez desde que había entrado en la habitación y vio... comprensión. Amor. Ella sonrió y él le devolvió la sonrisa.
Estarán bien. Era algo aislado, y su vínculo era demasiado fuerte para romperse por esto.
***
El dinero llegó a la cuenta de Alberto minutos después de transferir el vídeo y, aunque seguía sintiéndose sucio, el hecho de poder hacerse cargo de las facturas hizo que fuera un poco más fácil aceptarlo. El comportamiento de Lisbeth hacia él no cambió, e incluso les sobró un poco para comprarle ropa nueva para la audición. Eyacular en ella no había sido cómodo, y mucho menos gracias al calor que sentía entre las piernas cada vez que pensaba en lo que había hecho, pero eso ya era pasado.
Hasta que...
Alberto se quedó de pie, sorprendido, cuando Lisbeth salió al pasillo en sujetador y tanga de encaje. A menudo se paseaba por el piso en camiseta y calzoncillos, pero esto era nuevo, y él acababa de llegar de hacer unos recados. Cuando vio el teléfono en su mano y la carta en la otra, sintió aprensión.
—Entré en el conservatorio de artes, papá—, murmuró.
La boca de Alberto formó una O y una carcajada salió de su garganta. Se abalanzó sobre ella y la abrazó con fuerza, confuso, pero extasiado. —Lisbeth, es increíble. Vas a conocer a mucha gente estupenda, cariño. Y tu actuación, tu canto... ¡pasarán a otro nivel!.
Ella no dijo nada. Él la soltó con cautela, mirando su cara de preocupación.
—¿Cariño? ¿Qué te pasa?
—No me dieron la beca.
—Ouch. Está bien. Pediré un préstamo...
—Hagámoslo. Hagamos otro vídeo.
La bola de alegría, duda y preocupación que Alberto tenía en la cabeza se transformó en lujuria, como si pulsara un interruptor. Era consciente de su joven cuerpo bajo sus manos, de su calor, del hecho de que su hija le estaba pidiendo que grabara un vídeo s****l por dinero. —Lisbeth...
—Está bien. No es incesto, ¿recuerdas? No es sexo—. Se apartó de sus brazos y señaló hacia su regazo. —No necesitamos endeudarnos.
Alberto asintió y se desabrochó lentamente los pantalones. Ninguno de los dos comentó que ya estaba tieso cuando se sacó la polla y se acarició un par de veces hasta que estuvo duro como una piedra. Pudo ver una mata de pelo en el monte de su hija, a través del fino encaje de su ropa interior, y la leve hendidura donde el material se amontonaba entre los labios de su coño.
—Dios mío.
Lisbeth empezó a grabar, con cuidado de no mostrar demasiado de sus caras, y se centró primero en la palpitante erección de su padre, apuntando directamente a su coño joven. Antes de que Alberto se diera cuenta de lo que estaba haciendo, ella había estirado la mano y le había agarrado la polla, pasando la sensible cabeza por delante de sus bragas y golpeándola contra su caliente coño. Si no hubiera llevado nada, su polla estaría tocando el coño de su hija. Una gota de orina rezumó, empapando su entrepierna, y él ahogó un gemido gutural.
Alberto sabía que tenía que apartar la polla de aquel lugar peligroso, y empujó suavemente a Lisbeth hacia el sofá, pensando que volvería a masturbarse sobre ella... y Dios, qué cosas pensaba. En lugar de eso, ella se estiró, en posición supina, y se levantó la blusa para descubrir sus preciosos pechos. Apretó los brazos contra los costados, apretando las firmes tetas, y señaló con la cabeza la erección de su padre.
—No podemos—, susurró Alberto.
—No es sexo—, repitió Lisbeth. No parecía importarle demasiado que su voz fuera alta y clara. Reconocible. —No tienes que tocarme con tus manos, y yo no te tocaré con las mías.
Ella le puso el teléfono en las manos antes de que pudiera protestar, y lo inclinó para mostrar su posición vulnerable. Una toma POV decididamente cachonda. La parte racional de Alberto quería dejar de grabar, borrar el vídeo, encontrar otra manera... pero conseguirían mucho dinero, muy fácilmente. Mucho más que por el primero. Y los pechos de su hija se veían tan cálidos y atractivos, uno contra el otro...
Se sentó el vientre de ella y captó cada segundo del momento en que la cabeza de su polla casi morada se deslizaba entre sus turgentes tetas, la piel aterciopelada de ella gloriosa sobre la longitud caliente de su vástago. Se movió hacia atrás, luego hacia delante, gimiendo en voz baja, escuchando los jadeos de su pequeña mientras le follaba las jóvenes tetas.
—Mierda—, murmuró Alberto, absorto en su admiración. —Cuando hayas triunfado, tendrás a hombres de todo el mundo soñando con hacerte esto.
—Me gusta la idea—, arrulló Lisbeth. Se cogió las tetas, las masajeó alrededor de la polla de su padre y las apretó para darle más calor alrededor de su polla palpitante. Alberto gruñó, agarrándose al brazo del sofá para sujetarse, y empujó más deprisa, deslizando húmedamente su rubicunda cabeza entre las tetas de Lisbeth hasta que eyaculó una cremosa carga blanca sobre ella.
Con un estremecimiento, Alberto se apartó de su hija para recuperar el aliento, dando por terminada la grabación. Lisbeth era realmente increíble en todo lo que intentaba. Sabía que pronto le llegaría su gran oportunidad y, con este clip, podrían permitirse lo que necesitara.
No tendrían que volver a hacerlo.
***
Por mucho que lo intentara, Alberto no podía olvidar cómo se sentía el cuerpo de su hija.
En lugar de facilitarle la superación, estar separado de ella mientras iba a la universidad sólo hizo que la deseara más. Pasaba el día con sentimientos perfectamente paternales, trabajando entre bastidores para forjar conexiones en beneficio de la carrera de Lisbeth, estableciendo los planos de su agencia de talentos... pero por la noche, cuando se acariciaba antes de irse a dormir, ese amor paternal se transformaba en otra cosa.
Cuando recibió la noticia de que su última inversión había zozobrado catastróficamente y ahora debía cinco cifras, pero en dólares, se le despertó la polla.
Resulta que le había reservado un papel en un nuevo programa de televisión de prestigio, algo pequeño pero trascendental, y recogió a Lisbeth en el aeropuerto cuando voló para el rodaje. Durante el trayecto y hasta que Lisbeth se instaló en el apartamento, el corazón de Alberto latía a mil por hora, preguntándose si ella seguiría interesada meses después.
Con el corazón palpitante, sus pisadas resonaron en el suelo de madera que conducía a la habitación de Lisbeth. Llamó y empujó la puerta para mirar dentro.
Lisbeth estaba deshaciendo la maleta, con una camiseta informal y un pantalón de chándal, pero tan guapa como siempre. Sonriendo, miró por encima del hombro. —¿Qué pasa, papá?
En lugar de hablar, Alberto se acercó y vio cómo los ojos de su hija bajaban hasta el bulto de sus pantalones. Ella asintió con la cabeza, comprendiendo de inmediato, y se quitó la camisa para mostrar su pecho desnudo. —¿El trato del que hablaron no funcionó?
Alberto asintió. Lisbeth pareció dudar cuando se metió los pulgares en la cintura. Cuando se bajó las bragas, comprendió por qué: no llevaba nada debajo. Por primera vez en años, vio su bonito coño rosado, tan liso y desnudo como antes, aunque ahora era claramente un coño de mujer, recién depilado. Hizo un ruido en el fondo de su garganta. Lisbeth se encogió de hombros, ruborizada.
—No esperaba que necesitaras grabar conmigo hoy. Lo siento.
—Lo siento, Lisbeth—, murmuró Alberto. Lo sentía, aunque al ver su cuerpo desnudo y saber que no llevaba ropa interior le entraron ganas de llamarla puta. Debería haber tenido más cuidado.
—Debo mucho.
Y en el fondo, sabía que había estado dispuesto a apostar mucho más por otra oportunidad de tener el cuerpo de su hija.
—Está bien, papá. Es sólo parte del juego, ¿verdad? ¿Quieres usar mis tetas otra vez?
Sus bravuconadas parecieron desvanecerse cuando Alberto se bajó la cremallera de los pantalones y sacó su m*****o rígido, dando unos pasos hasta que la brillante cabeza chocó contra el clítoris punzante de su hija. Con un escalofrío, presionó, de modo que la sedosa piel de su vástago se deslizó entre las piernas de Lisbeth, acariciando los calientes labios de su coño mientras él se mecía suavemente hacia delante y hacia atrás. Ella irradiaba calor y su agujero era como un imán para la polla, que le arrancaba hipo con su leche espesa y transparente, que se esparcía por todo su suave montículo.
—Papá...—, jadeó. Era su turno de sonar aprensiva. Alberto habló rápidamente:
—Nada de incesto. Obviamente—. La tensión en su voz era obvia. Estaba mirando hacia abajo, notando el brillo de humedad que había goteado por todo el coño de su pequeña. Pero necesitan algo grande para pagar de verdad. —No te voy a follar, cariño, ya lo sabes.
Lisbeth parecía insegura, y aunque Alberto nunca obligaría a su preciada hija a hacer algo así en contra de su voluntad, había una verdadera excitación en su reticencia: estaba claro que dudaba de que él fuera capaz de controlarse, que creía que se rompería y le metería su gorda polla de padre en su apretado coño, que le follaría su dulce coño, grabando todo el rato, y que los vídeos acabarían inevitablemente en Internet. La carrera que habían trabajado tan duro para construir, arruinada en un instante por la polla de su padre chorreando dentro de ella. ¿No sería algo?
Tal vez ella también lo pensó, porque Alberto juró que la sintió mojarse cuando se apartó de su punzante erección. Sacó una pequeña bolsa de la cama y descubrió una cámara de cine nueva, de bastante buena calidad pero asequible.
—Me prestó esto para que pudiera filmar algunas cintas de audición mientras estaba fuera. Tal vez una mayor calidad nos conseguirá un poco más de dinero.
Alberto asintió y se desnudó mientras Lisbeth preparaba la cámara. Su presencia justificaba lo que estaban a punto de hacer, lo justificaba y, sinceramente, sólo lo ponía más cachondo. Casi desmayado por la excitación, se arrodilló en la cama, con la erección balanceándose entre las piernas, y observó con la respiración entrecortada cómo Lisbeth se unía a él. Un hombre y una mujer, desnudos juntos. Nada más natural que eso.
Con una sonrisa, Lisbeth se acercó gateando y sorprendió a su padre con un firme beso en los labios. Alberto gimió, buscando la lengua de su hija con la suya, y dejó que sus manos recorrieran sus suaves costados para acariciar sus perfectas tetas. Aunque su cálida boca era pequeña y delicada, su lengua era sorprendentemente fuerte, luchando con la de su padre en una ráfaga de ruidos húmedos y sensaciones electrizantes. Los sonidos de los maullidos guturales de Lisbeth en sus labios mientras se besaban, sus suaves pechos en sus manos... era un gran salto desde su último vídeo. Se preguntó hasta qué punto era obvia su excitación, su sorpresa. Su deseo de follársela.
—Besar me moja—, murmuró Lisbeth. Pensé... que ayudaría—. Suspiró y cerró los ojos para disfrutar del masaje de tetas, tumbándose a instancias de Alberto. Sus muslos se separaron, revelando su coño regordete y sonrojado, relucientemente húmedo. Parecía que los besos habían surtido efecto. Alberto podía oler su calentura, embelesado por el coño de su hija.
Jadeando, cogió la polla con la mano y frotó la resbaladiza cabeza contra el coño de Lisbeth, saboreando sus jadeos. La punta en forma de hongo le abría el coño con facilidad a cada embestida, y él apretó los labios resbaladizos para besarse la cabeza carnosa, maravillado por el hecho de que estaba tocando el coño de su hija, de que estaba tan cerca de sus preciosos agujeros, de que la cámara lo estaba grabando todo... sentía los huevos apretados y a punto de estallar.
—Dios mío—, susurró Lisbeth.
—¿Se siente bien?
Ella asintió. Alberto apretó con más fuerza a su dulce coñito y frotó la polla con fuerza contra sus pliegues, luego se irguió más y la sorprendió tirando también de sus caderas hacia arriba. Lisbeth se llevó las manos a la boca con un aullido, viendo cómo su padre se abalanzaba lentamente sobre su coño, arrastrando la sensible base de su pene sobre su pequeño clítoris duro como una roca. Si estuviera unos centímetros más abajo, estaría aplastando la polla dentro de ella y los chorros que salían por la punta pintarían las paredes de su agujero.
La espalda de Lisbeth se arqueaba con cada embestida, elevando su coño hambriento hacia la polla de Alberto. Las yemas de sus dedos se clavaban en la carne suave y firme de sus muslos, envueltos alrededor de sus caderas. Sabía que si seguían así unos minutos más, eyacularía sobre el vientre tenso y las tetas bonitas de Lisbeth, y podrían terminar la grabación.
—Espera—, jadeó. —Quiero... quiero intentar moverme contra ti también.
—¿Quieres que tu jugoso coñito juegue con mi polla, cariño?— resopló Alberto. Poder decirle esas cosas a su preciosa hija lo volvía loco, más aún cuando veía el efecto que tenía en Lisbeth, que se estremecía y asentía.
—Por favor, papi.
Alberto se echó hacia atrás, mareado por la sed de sexo, y supo que Lisbeth sentía lo mismo. Colocó la polla justo en su entrada y la miró fijamente mientras ella frotaba lenta y lánguidamente su coño caliente sobre su cabeza. Ella apretó con fuerza, retorciéndose y retorciéndose para excitarse con la polla de su padre, con tal fuerza que Alberto supo que se estaban acercando a un lugar peligroso. Ella también debía saberlo. Era ella la que controlaba cómo se movía.
Luego, un empujón particular, presionando más allá de una ligera resistencia, y "pop".
Lisbeth jadeó, y Alberto observó con una extraña sensación de asombro cómo su gorda y babeante polla abría los labios del coño de su hija y se hundía en su empapado agujero. Ella estaba caliente por dentro, agarrándose a su sensible cabeza, arrancando un gemido de lo más profundo de su cuerpo.
La cámara seguía rodando.
—Dios mío—, volvió a susurrar Lisbeth.
—Supongo que ahora es incesto—, dijo. Lisbeth palpitó a su alrededor, como rogándole que fuera más lejos. Una espesa crema se derramó por la boca de su fértil coño. Debería... Debería salir.
Pero no hizo ningún movimiento para retroceder. Lisbeth se mordió el labio y, en su lugar, Alberto se introdujo aún más, disfrutando de la visión y la sensación de su vástago desapareciendo en el coño hambriento de su pequeña. Cuando sus caderas estuvieron a ras de la otra, ya no había vuelta atrás. Empezó a empujar, con lo resbaladiza y excitada que estaba Lisbeth y lo duro y preparado que había estado él, la follada fue húmeda, fácil y perfecta.
—Dios—, se escapó de los labios de Alberto, por los perversos sonidos de su sexo. —Imagina lo que pasaría si todo el mundo se enterara de que tu padre te folla.
—Tal vez...— Lisbeth se detuvo para gemir. —Conseguiría un nuevo público.
—Ya tienes uno—. Señaló hacia la cámara, e inclinó mejor sus cuerpos para mostrar su larga polla follando crudamente a su hija. —Querrán más de esto.
—Mientras sigan pagando... puedes correrte en mí.
Las pelotas de Alberto se tensaron y, con un gruñido, tocó fondo en el ansioso coño, desesperado por vaciarse en ella, pero aún no. Bajó la mano y se concentró en frotar rápidos círculos en el pequeño y duro clítoris de su ángel, deleitándose con los sorprendidos espasmos de Lisbeth, el temblor que rápidamente la invadió.
Le acarició el botón, resbaladizo por su lujuria combinada, rodeando aquel punto sensible hasta que ella se puso rígida bajo sus caricias, sacudida por un orgasmo. Sus paredes palpitaron en torno a la longitud de Alberto, que se enterró hasta el fondo para llenarla de la semilla de su padre.
Jadeando, Alberto tuvo la presencia de ánimo de retirarse antes de desplomarse sobre el esbelto cuerpo de Lisbeth, con cuidado de no hacerle daño. Sus delgados brazos rodearon sus anchos hombros y él buscó a ciegas su rostro para besar su piel sudorosa, cerrando los labios con ella en el arrebato del resplandor. Debería sentirse culpable, pero no lo estaba. Sólo podía pensar en la próxima vez que pudieran hacerlo. A juzgar por la mirada de amor de Lisbeth, ella pensaba lo mismo.
Oh. La cámara.
La causa de todo esto.
Sujetándola con fuerza, Alberto se dio la vuelta para colocar a Lisbeth encima de él, riéndose de su chillido sorprendido, y la giró para exponer su delicioso coño desnudo al objetivo. Su flaqueante polla seguía lo bastante dura como para asomar junto a su coño, orgullosa de su trabajo. Lentamente, su viscoso semen salió de ella, acumulándose en su muslo. La prueba de que habían probado la última fruta prohibida.
—Sonríe, Lisbeth— -murmuró Alberto, con los labios y el aliento haciendo cosquillas en la oreja de su hija con cada palabra. Ella se estremeció, miró el objetivo y sonrió.
***
A la mañana siguiente de enviar el vídeo, Alberto se quedó boquiabierto al ver la nueva suma en su cuenta bancaria. En ese momento, no sabía que era sólo el principio de su ganancia inesperada.
Lisbeth había tenido dificultades incluso para conseguir audiciones o hablar con ejecutivos discográficos, pero las ofertas parecían materializarse como por arte de magia, y no tardó en conseguir un prestigioso papel en la última superproducción de Hollywood. Su música también caló hondo, y Lisbeth Orosco parecía ser el nombre en boca de todos, lo que ayudó a que la carrera de Alberto volviera a estar en boca de todos. Habían trabajado hasta la extenuación y seguirían haciéndolo, pero algo había cambiado definitivamente.
En la fiesta del álbum de debut de Lisbeth, un productor le llevó aparte para comunicarle que la carrera de Lisbeth había sido... ligeramente saboteada. Una cohorte secreta de gigantes de la industria acordó seguir pasándola por alto, a pesar de su promesa, para arrinconarla financieramente a ella y a Alberto.
Para asegurarse de que no pudieran decir que no cuando Ricardo les dijera que follaran por dinero.
Alberto debería haber perdido la cabeza. Debería haberle pegado un puñetazo y haber contado la historia a la prensa, porque ¿quién sabe cuántos padres e hijas que intentaban triunfar en la industria estaban sufriendo exactamente la misma coacción?
En cambio, Alberto asintió y sintió que se le ponía dura.
Incluso con el nuevo éxito de Lisbeth y el renacimiento del propio Alberto, que les había sacado de los números rojos, no habían dejado de hacer vídeos.
Siempre encontraban pequeñas excusas para filmar clips para sus misteriosos inversores. Cada vez más descaradas: Lisbeth chupándole la polla a su padre en el estudio de grabación, Alberto metiéndole los dedos a su hija entre bastidores en una entrega de premios, Lisbeth siendo follada detrás de su caravana en un plató de cine. A menudo, Alberto compraba cosas caras o hacía viajes impulsivos por el puro placer de follársela. Sólo tenía que hacerle una señal y, entre rodaje y rodaje, se escapaban a algún lugar apartado para que él pudiera arrancarle las bragas, levantarla del suelo y hacerla rebotar sobre su barra a la vista de una grabadora montada a toda prisa hasta que vaciaba sus potentes pelotas dentro del dulce coño de su hija.
Pasaría un tiempo antes de que decidieran que podían follar sin excusas. Incluso entonces, optaron por dejar la mayor parte de su sexo privado para sus vacaciones, en particular su crucero anual a bordo de un barco muy —comprensivo...