Capitulo 17

1778 Words
Katherine paseaba aturdida por la nave. No sabía qué le había pasado anoche. Había empezado el viaje con repulsión por el incesto desenfrenado que la rodeaba, y luego había crecido hacia la fascinación morbosa. Ahora que la gente empezaba a follar abiertamente, en todas partes, no podía negar el calor persistente entre sus piernas. Sin pensar en lo que podía ocurrir, se quitó la ropa de dormir y, con su padre dormido a su lado, se masturbó furiosamente con los dedos hasta alcanzar su primer orgasmo desde que embarcó en el crucero. Al ducharse tras el clímax, se dio cuenta de lo que había hecho. Su padre se había quedado dormido, pero... ¿y si no lo hubiera estado? ¿Qué clase de pervertida pensaría que era? A menos que, en la intimidad de su camarote -o en cualquier otro lugar donde ella no lo hubiera visto- Franco hubiera estado acariciando discretamente su carne ante toda esta exhibición imposiblemente libertina. Katherine había visto la polla de su padre retorcerse en los pantalones, recordaba la forma y el tamaño exactos de su erección. Pasear por el barco era arriesgado, ¿quién sabía lo que vería? -- Pero quedarse en el camarote con él podría ser peor. El ambiente del lugar le estaba afectando. Sabía que se quedaría en la cama e inventaría excusas para mirar el bulto de su pobre padre, estudiando sus curvas, esperando contra toda esperanza que se pusiera rígido para que ella pudiera ver por fin su polla palpitante, y entonces... Entonces, ¿quién sabe lo que pasaría? Así que Katherine se despidió de Franco y se fue a dar un paseo. Claro que había gente practicando sexo al aire libre, pero serían una o dos parejas como mucho, en zonas de reunión públicas. Estaría bien si se ceñía a rutas de perfil bajo. Eso es lo que ella pensaba, al menos. Oyó los ruidos del esfuerzo incluso antes de doblar la esquina. Frente a ella, dos hombres mantenían una conversación, sólo interrumpida de vez en cuando por sus gruñidos, mientras bombeaban rítmicamente sus hinchadas pollas dentro y fuera de los culos de sus hijas, con las pelotas golpeando a las chicas en cada embestida. Katherine pudo ver lo mojados que tenían los coños, a pesar de que se abstenían de tocarse, y cuando se apresuró a rodear al cuarteto, vio que las mujeres también charlaban, totalmente separadas de sus padres. Como un encuentro casual tomando café entre dos familias, pero con sexo duro. Tal vez ni siquiera era incesto. Podrían haber intercambiado hijas, por lo que Katherine sabía. Eso parecía casi tan perverso como la alternativa. Dejando a un lado esos pensamientos, se dirigió a la tienda que vendía bocadillos y revistas. El comedor seguro que estaba lleno a esas horas. Tal vez estaría a salvo aquí. Katherine respiró aliviada cuando vio que había tomado la decisión correcta. Había una chica atendiendo las estanterías y, probablemente, la caja registradora, pero no había nadie más a la vista. Se tomó su tiempo y eligió una buena selección para el día siguiente, además de una de esas novelas de aeropuerto que podía leer en medio día. Estaba pensando en lo agradecida que estaba de que quien organizara el crucero no fuera tan perverso como para vender sólo libros de temática incestuosa, cuando entró un hombre con un.., —¡Hola, cariño! Y mientras la chica lo miraba con una sonrisa, él le levantó la falda, dejando al descubierto su culo desnudo, sacó el pequeño plug anal lubricado y deslizó el dedo corazón hasta el fondo, martilleando instantáneamente su pobre culo antes de que ella tuviera la oportunidad de reaccionar. Se desplomó contra la estantería con un gemido ahogado e hizo un intento poco entusiasta de quitarle la mano de encima. —Papá, tengo un cliente... Gruñó, mordisqueándole la oreja y sonriendo a Katherine. —Esa putilla ha visto cosas peores cuando venía hacia aquí. La sangre subió a las mejillas de Katherine. No era mentira, pero normalmente gritaba a cualquier hombre que la llamara así. Ahora se limitaba a agarrar sus cosas con fuerza y dirigirse a la caja registradora. —Lo siento, mmh...— suspiró la tendera, sacando las caderas para que su padre pudiera estirar mejor su agujero. —Sólo, ah, escriba su número de habitación y yo... lo pondré en su cuenta. Katherine se apresuró a obedecer y salió de la tienda justo cuando el hombre se bajaba los pantalones. Tendría que encontrar un lugar tranquilo para leer, sin ser molestada, pero todos los rincones habituales implicaban moverse por zonas de mucho paso. Hasta el momento, los hombres no habían tocado a nadie y sus nuevas amigas le habían dicho que los manoseos no deseados no solían ser un problema, pero en aquel ambiente todo parecía posible. Tras buscar infructuosamente un lugar cómodo en los pasillos, decidió que tendría más suerte fuera. Incluso en el trayecto desde donde se encontraba hasta la puerta más cercana, se cruzó con una pareja desesperadamente adicta a los labios del otro, el hombre llevando a su hija como si no pesara nada. La sujetaba de tal forma que mantenía sus piernas abiertas, haciéndola rebotar sobre su dura polla a cada paso. ¿Y si estas extrañas normas se extendieran fuera de los confines de este barco? ¿Se encontraría Katherine mirando escaparates junto a hombres que se follan despreocupadamente a mujeres jóvenes? ¿Sumergida constantemente en una neblina s****l, nunca sin estar cachonda? La asustó. Finalmente encontró una salida y subió a cubierta. Allí tampoco hubo tregua. Naturalmente. Lo primero que vio fueron dos coños apretados rebotando tranquilamente sobre pollas duras como piedras. Las chicas se sentaban a horcajadas en el regazo de sus padres, como vaqueras, mientras los hombres se tumbaban en sillas de playa y miraban a sus hijas trabajar. Katherine estaba hipnotizada por las sacudidas del vientre de las pollas y la tensión de sus pelotas, y tuvo que obligarse a apartar la vista y marchar a un lugar más apartado, a pesar de que podía oír los húmedos sonidos de su celo y la mezcla de conversaciones y gemidos todo el tiempo. Más lejos de las zonas de recreo, las cosas estaban mucho más tranquilas. Sólo olas, el leve ruido de las hélices de los motores del barco y el olor del aire salado del mar. Katherine pensó que por fin había encontrado un lugar donde refrescarse y dejar vagar la mente... hasta que un último giro la hizo cruzarse con otra pareja insaciable. El hombre estaba de pie contra la alta barandilla del barco, con su hija frente a él y las rodillas apoyadas en la valla. La tenía agarrada por el culo, con los dedos clavados en su suave piel, empujando con fuerza y rapidez para perforar el coño abierto de la chica con la velocidad y la potencia de alguien a punto de correrse... y apenas unos segundos después de haberlos visto por primera vez, Katherine vio cómo él la bajaba con un gemido y le reventaba el coño. A estas alturas, ya no era una visión inusual. Lo que realmente llamó la atención de Katherine fue el sonido del grito de satisfacción de la joven, la visión de sus tirabuzones rubios. Incluso su figura. La reconoció. Cuando su padre la ayudó con cuidado a ponerse en pie, con la leche goteando de su coño, se volvió y miró a Katherine a los ojos. Katherine jadeó. Lisbeth y Alberto. *** ¿Te vio? Alberto asintió con una sonrisa. Ahora está con Lisbeth. Parecía bastante impresionada. —Sí—, dijo Franco, incómodo. —Katherine es una gran fan. La sonrisa de Alberto se hizo más amplia y volvió a hojear el proyecto que Franco había escrito para él. Franco, por su parte, rara vez había estado tan nervioso. No le gustaba esperar la opinión de su jefe sobre su trabajo. No le gustaba que Katherine saliera sola con la hija de ese extraño. No le gustaba el crucero. No le gustaba la frustración s****l contenida que le hacía un agujero en la entrepierna de los pantalones. Y no le gustaban las preguntas que se estaba preparando para hacer. Finalmente, Alberto ordenó las páginas y se las devolvió, mirando a Franco a los ojos. —Me gustan. Todas, en realidad, pero creo que la tercera y la cuarta son especialmente buenas. No puedo decir que sí sin hablar con un par de personas, ya me entiendes, pero puedo ser persuasivo cuando quiero. Franco parpadeó. Después de años de trabajo intermitente, luchando por llegar a fin de mes, ¿esto era todo? ¿Tan buena como una luz verde para algunas cosas que había anotado de memoria, simplemente por este sucio secreto compartido? Alberto extendió una mano. Quería estrecharla. Un pacto de caballeros. Franco se tragó el nudo que tenía en la garganta. —Alberto—, dijo, —¿por qué estamos aquí? *** ¿Nos están vigilando? ¿Quienes? Lisbeth sonrió, encogiéndose un poco de hombros. —Los mismos que compran los vídeos de sexo que hacemos papá y yo. Toda la situación resultaba muy surrealista. Katherine, sentada al lado de una estrella del pop, le contaba alegremente que el camarote en el que habían pasado la última semana estaba decorado con cámaras ocultas, colocadas a capricho de un tenebroso grupo de peces gordos que financiaban a una pequeña pero poderosa vena de depravados influencers. Ellos organizaban este crucero, y lo habían hecho durante décadas. Chantajeaban, seducían y, a veces, simplemente atraían a la gente para que se degradara por placeres enfermizos. —¿Y... y el padre de Camila es parte de su grupo? ¿Ricardo? —Creo que sí. Fue él quien nos enganchó—. Lisbeth levantó las cejas. —Pero no puedo echarle toda la culpa a él. Mi padre fue quien sugirió que los invitáramos. —Pero... ¿pero por qué? —Eres atractiva. Franco es guapo. Estás desesperada—. La sonrisa se convirtió en mueca. —Y es divertido apostar sobre si te vas a quebrar. Katherine no supo qué responder. A través del sonido de las olas, podía distinguir el ruido de un éxtasis agudo. El sexo era ineludible aquí. —Esto está arruinando vidas—, consiguió decir, temblorosa. Lisbeth volvió a encogerse de hombros. —Si tú lo permites. También abre muchas puertas que no te esperas, y lo sé de buena tinta. Intenta hablar con Marcela alguna vez. —¿Marcela? ¿Ella... te metió a ti y a tu padre en...? —Oh, no, ese fue Ricardo—, rio Lisbeth. —Se le da este tipo de cosas...
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