Recién duchado, Franco salió del cuarto de baño y sonrió a Katherine. Una canción sonaba en su teléfono móvil, y ella bailó al ritmo del pop ligero, sin importarle lo tonta que parecía. De reojo, vio a su padre y alzó las cejas con una media sonrisa.
—Parece que te has caído por el desagüe.
—¿Quién eres tú para negarle a un hombre el placer de una buena ducha? Es lo único normal en este barco.
Katherine sacó la lengua y agitó sus delgados brazos al ritmo de la música. Por primera vez desde que embarcaron, las cosas le parecieron bien, de hecho, por primera vez en mucho tiempo. Solían estar muy unidos, antes de que él empezara a salir de nuevo. Se divertían.
De repente, el sol brilló a través de la ventana de la cabina, iluminando a su hija. La fina camisa que se había puesto para dormir se volvió casi totalmente translúcida, dando a Franco una visión del perfecto cuerpo de Katherine como si bailara desnuda para él. Delgada, pequeña, pero obviamente toda una mujer, con una hermosa curva en las caderas y unas alegres tetitas cuyos pezones asomaban insistentemente, estimulados por el roce con la tela. Incluso podía distinguir la oscuridad de sus areolas. La excitación se apoderó de sus calzoncillos, y odiaba lo que este viaje le estaba haciendo. Corrompiendo incluso los preciosos últimos refugios a bordo del barco, haciéndole confundir sobre su relación con su único hija.
Sólo dos días más.
Estarían bien.
Fue difícil seguir diciéndoselo cuando bajaron a desayunar e inmediatamente se encontraron con Susana, sin pantalones, rebotando sobre la polla de su padre.
—Buenos días, chicos—, dijo Susana. Su padre gruñó, claramente más concentrado que ella. —Las chicas están, hmm, sentadas en la esquina, voy pronto.
Mientras Franco y Katherine no podían dejar de mirar cómo el coño de Susana se tragaba una y otra vez la gruesa polla de Gill, cada embestida acompañada por el chirrido de su goteante excitación, nadie más les prestaba atención. La mayoría de la gente aún se estaba despertando, sorbiendo somnolienta café o jugo de naranja. Katherine se preguntó cuántos hombres se habrían quedado despiertos toda la noche, arando los coños de sus jóvenes amantes. Quizá ella y su padre eran los únicos que se lo estaban perdiendo...
Los únicos con moral .
El grupo de amigas de Katherine se sentó alrededor de una mesa más grande, esta vez, para incluir a sus padres, así que Franco se unió torpemente al círculo, tomando asiento junto a su especie de amigo Diego. Estaba ansioso por demostrar que no le había perdido el respeto al hombre después de ver su exhibición de sumisión del día anterior. De alguna manera, hablar con el tipo hacía que le resultara difícil encontrar repugnante su devoción s****l por su hija. Era como un mundo completamente distinto.
—¡Papi! gritó Camila, excitada.
Efectivamente, Ricardo se acercaba, comiendo una magdalena. Aquel era un hombre por el que Franco no había tomado mucho afecto. Era grosero, implacablemente s****l, y aunque Camila parecía positivamente obsesionada con su padre, sólo se animaba de verdad cuando él estaba cerca, todo aquello le dejaba una sensación extraña.
—Hola, hola. Buenos días—, anunció, concentrándose en el padre de Katherine. —¿Tienes planes para hoy?
—Uh—, dijo Franco.
—Genial. Quiero retomar lo de la otra noche. Caminemos.
—¿Puedo terminar mi desayuno?
—Claro.
Mientras su padre se apresuraba a comer, Katherine lo observaba interrogante. ¿De qué iba a hablar con Ricardo? Tendría que preguntárselo cuando volvieran al camarote. Aquel nuevo diablillo perverso que tenía en el hombro le susurró algo sobre cómo debía de estar recibiendo consejos para seducir a su hija, pero ella lo desechó físicamente. Franco no era así.
Camila hizo un mohín y miró a su padre con recelo. —Te has levantado muy tarde, papá. Ni siquiera me has follado, y ahora te vas tan pronto como has llegado.
Ricardo rio entre dientes y sacó despreocupadamente de la bragueta su impresionante polla, ya medio dura. Incluso después de varios días en aquel crucero, una parte de Katherine seguía conmocionada cuando él empezó a acariciarse en presencia de docenas de padres e hijas, que actuaban como si fuera lo más natural del mundo. En cuestión de minutos, vio cómo su rígida polla se erguía, su agarre se tensaba y él apuntaba hacia abajo para disparar una cremosa corrida en la taza de café de Camila.
—Ya está—, suspiró. —Esto te servirá hasta que vuelva.
Camila sonrió satisfecha y bebió un generoso sorbo. Se lamió los labios, extendiendo sobre ellos una fina capa del semen de su padre, y canturreó feliz. —Me encantan tus cafés con leche. Gracias.
Pronto, Ricardo y Franco se alejaron, pasando junto a los sillones donde Gill seguía bombeando su polla en el coño de su hija. Susana estaba acurrucada en el sillón, presentando su coño para que su padre pudiera follársela más fácilmente, como un par de animales cachondos. Saludó a los otros dos padres mordiéndose el labio.
Por mucho que se dijera a sí mismo en sus momentos más optimistas, Franco no sabía cómo volvería al mundo real después de todo esto.
***
La joya que sobresalía del culo de la joven brillaba bajo la luz. Sentada junto a la piscina con su padre, la chica, de unos veinte años, llamó la atención de Franco cuando él y Ricardo salieron a la cubierta. Mientras ella tomaba el sol desnuda, con las piernas cómodamente abiertas, su mirada se dirigió directamente al plug anal firmemente anclado en su culo, cuya base estaba decorada con una piedra.
La chica sonrió con satisfacción y, estirándose, reajustó su posición para ponerse a cuatro patas. Esto hizo que su padre le aplicara una buena dosis de aceite bronceador en el trasero levantado, que se deslizó por sus curvas, se acumuló alrededor de la base del plug y se deslizó por los labios afeitados de su coño. Franco sintió que se le secaba la garganta, viendo cómo el tipo masajeaba el aceite en la piel impecable de su hija... y cómo le sonreía, como una invitación abierta a su magnífico cuerpo. Fóllate a mi hija. Quiero verlo.
Ricardo chasqueó los dedos delante de la cara de Franco, sacándolo de su hechizo. —¿Estás escuchando?
—Lo siento.
—Ricardo sonrió satisfecho, siguiendo su línea de visión. Veo que te interesa. Si te empeñas en no tocar a tu hija, aquí encontrarás muchas zorritas que se sentarán en tu polla.
—Yo...
—Pero estamos hablando ahora, ¿de acuerdo?.
Ricardo condujo a Franco lejos de la hipnotizadora chica y alrededor de la piscina. Esto no significaba menos vistas eróticas. Aunque algunas personas disfrutaban normalmente del agua o tomaban el sol, era imposible posar la mirada en un lugar casto. Chicas tocándose bajo el calor estival, chupando las pollas tiesas de sus padres... o, de vez en cuando, sucumbiendo al sexo público en toda regla. Mientras Ricardo hablaba, Franco se esforzaba por mantener su atención apartada de una pareja vecina en un trozo de césped artificial, donde un hombre tenía a su hija boca abajo, contorsionada en una pose de gimnasta para meterle la polla en su coño fresco y expuesto.
—¿Has pensado en mi propuesta?— preguntó Ricardo, ignorando los rítmicos gemidos de la chica.
Franco asintió. Sólo por el hecho de haber estado juntos en aquel crucero, Ricardo había propuesto la producción de un prestigioso programa de televisión de dos temporadas bajo el paraguas de STARS. Franco lo dirigiría, escribiría la mayor parte de los episodios y saldría por fin de la depresión en la que se había sumido tras la muerte de su esposa. Sólo había dos condiciones: tenían que llegar a un acuerdo antes de que terminara el viaje -todavía no había contrato, pero era un pacto de caballeros- y Franco tenía que presentar sus propuestas a su jefe Alberto Orosco.
—Quiero decir, sería un salvavidas. Katherine no tendría que preocuparse de nada durante... quizá no el resto de su vida, pero sí mucho tiempo.
—Tu novia también.
—¿Eh?
Ricardo sonrió satisfecho. —Tu novia.
Oh. La cara de Franco se calentó. La verdad es que apenas se había parado a pensar en ella desde que emprendieron el viaje. Y además... —¿Cómo sabes de ella?
—Sabemos más de lo que crees.
La frase hizo que Franco sintiera un escalofrío, junto con los gritos de éxtasis de la pareja de padre e hija que estaban en celo. Antes de que pudiera indagar más, el bolsillo de la camisa de Ricardo vibró, sacó un teléfono y respondió...
—Espera.
—¿Cómo va el servicio?— preguntó Franco.
—Soy de confianza—, dijo Ricardo, simplemente. —Y mi mujer me envía actualizaciones sobre nuestro hijo menor. Bueno, mi hijo menor.
—¿Tu mujer no es la madre?
—¿Quién crees que es?
Sus ojos se clavaron en los de Franco, con una sonrisa ansiosa en los labios, y a Franco se le cayó el estómago. De algún modo, aun sabiendo -y viendo- todo el celo incestuoso a bordo del barco, no se había parado a pensar en cómo, inevitablemente, algunos de esos hombres estaban provocando embarazos en los vientres fértiles de sus hijas. La chica de Ricardo era muy joven. ¿Cómo podía...?
—Es Alberto—. Después de leer el mensaje, Ricardo volvió a guardarse el teléfono en el bolsillo. —Por fin va a salir de su habitación mañana. ¿Puedes tener el proyecto listo para entonces?
—Sí—, se oyó decir Franco, ajeno a todo. La comprensión de hasta dónde llegaban esas relaciones aún le daba vueltas en la cabeza.
—Bien. Eso es todo lo que quería oír.
Ricardo dejó que sus ojos recorrieran la piscina, contemplando todo tipo de actividad s****l imaginable, y se detuvo en una visión particular que le hizo gemir y palparse la entrepierna a través de los pantalones. Franco siguió su línea de visión hasta una zona de descanso a la sombra. En una tumbona rodeada de la ropa desechada de la pareja, una mujer se retorcía de placer mientras su padre martilleaba su polla resbaladiza dentro de ella. Sus manos sujetaban reverentemente su vientre redondo, acariciando el fruto de su lujuria.
Alrededor de la pareja en celo, los hombres observaban la acción y agitaban los puños alrededor de sus pollas palpitantes, sacudiendo el liquido que fluía por el suelo con cada movimiento vigoroso, follándose las manos ante las imágenes y los sonidos de este tabú supremo.
Cuando la mirada de Franco volvió a Ricardo, el hombre había sacado su erección de los pantalones y se golpeaba la carne con tanta fuerza como los demás hombres.
—Me recuerda mucho a Camila cuando estaba así—, gimió, con las caderas agitándose en su agarre. —No hay nada más excitante que ver el vientre de tu chica hincharse con tu semilla. No muchos de nosotros llegamos tan lejos, pero la mayoría... la mayoría sueña con ello.
Una mirada alrededor de la multitud de hombres que se masturbaban furiosamente pareció demostrar esta teoría. ¿Estaban todos fantaseando con hacer lo mismo con sus hijas? ¿Deslizándose entre los labios de los coños de sus dulces chiquillas, metiendo sus relucientes pollas en los agujeros imposiblemente estrechos, inundando sus jóvenes coños con una semilla potente y decidida?
Franco sintió una persistente punzada entre las piernas.
—¿Cómo has podido llegar tan lejos?—, murmuró.
Ricardo sonrió.