Al poco tiempo, Carla hacía que su padre se la comiera todas las noches. Pronto, supo encontrarla cuando llegaba a casa del trabajo o terminaba su jornada en su despacho, esperar a que abriera las piernas y empezar a lamerla.
Unas semanas después de que empezara esta rutina, Diego se estaba lavando la cara en el fregadero de la cocina, cuando apareció Carla, se aclaró la garganta.
—Eee... cuando me hablaste esa noche...
—¿Qué noche?
—Esa noche. Dijiste que yo era una conveniente... polla
—Con patas.
Diego asintió. No podía mirarla a los ojos. El sabor de su coño permanecía en su boca, y la parte delantera de sus pantalones estaba tensa por una potente erección. —Pero no has...
Hizo una pausa, pensando en cómo decirlo, pero Carla dejó la revista a un lado y enarcó una ceja. —¿Quieres follarte a tu hijita, papá?
—No—, dijo rápidamente. Pero...
Su hija se levantó y caminó hacia él, aún desnuda de cintura para abajo. Lo agarró entre las piernas, palpándole el tronco duro y apretándole los huevos. Diego se agarró a la encimera de la cocina, apretando los labios.
—¿No? ¿Entonces por qué tienes una erección?
Carla...
Le bajó la cremallera y le sacó la polla y los huevos. La respiración de Diego se aceleró, gotas de líquido brotaron libremente de la cabeza. Hasta ahora sólo lo había tocado a través de los calzoncillos. Sus dedos eran delgados, suaves, aunque su agarre era duro. Con una sonrisa, empezó a subir y bajar la mano por el tronco y, casi sin querer, dejó que la punta de la polla le rozara el coño desnudo, untándolo de semen.
Diego jadeó, y vio cómo su polla chocaba contra los labios y el clítoris de su hija, deslizándose a veces entre aquella preciosa hendidura como una promesa de penetración.
—No quiero que me follen durante dos minutos—, explicó. Quiero que me folle un hombre de verdad. ¿Crees que puedes hacerlo? ¿Follarme de verdad? Seguro que te has follado a mamá de verdad al menos una vez.
Enrojecido, Diego asintió. Podía sentir que su eyaculación ya se estaba gestando, pero cerró los ojos y se concentró en otras cosas que no fueran la sensación enfermiza y fantástica de la hinchada cabeza de su polla en el precioso coño de su hija.
Entonces la soltó. Diego levantó la cabeza para mirarla.
Ella sonrió y se marchó. Patéticamente, Diego se puso la mano alrededor de su pene, desesperado por correrse, y unos segundos después derramó su semilla sobre el suelo de baldosas.
***
Había un extraño en su habitación.
Diego había vuelto del trabajo y había llamado a Carla, como solía hacer, endureciéndose ya ante la idea de meterse entre sus piernas. Pero no obtuvo respuesta. Un vistazo al suelo mostró que todos sus zapatos estaban todavía aquí, y el coche que él había comprado para su último cumpleaños estaba todavía en la calzada. ¿Estaría dormida?
Recorrió todas las habitaciones, incluida la de ella, hasta que el único lugar que quedó fue su dormitorio. Diego se tragó un nudo y se acercó a la puerta.
Dentro, su hija yacía en la cama de sus padres, desnuda como el día en que nació. Tenía las piernas abiertas, mostrando la humedad alrededor de los labios de su coño mientras se frotaba relajadamente el clítoris, y le miraba con ojos brillantes. Sentado en el sillón del rincón había un hombre al que no conocía, con una gruesa y furiosa erección.
Los dos últimos meses habían estado llenos de sorpresas, pero Carla aún se las arreglaba para impresionar.
—¿Es... tu novio?— fue lo primero que salió de su boca. Estúpidamente, pensó que el tipo parecía demasiado mayor, probablemente de unos veinticinco años, y la desaprobación recorrió su mente a pesar de que sabía a qué sabía el coño de su propia hija.
Carla soltó una risita. —Claudio está aquí para ayudarte.
Diego volvió a mirar al hombre. Era musculoso, cubierto de tatuajes. De vez en cuando se sacudía la enorme polla, mirando de hija a padre. Diego vio que un grueso glóbulo de semen salía por el pequeño agujero y bajaba por la longitud perfecta de su monstruo palpitante.
¿Ayudarme? dijo Diego, apartando deliberadamente la mirada de aquel m*****o hipnotizador.
—¿Por qué no te pones más cómodo? La voz de Claudio, el extraño, era profunda, rica. Exudaba la confianza de un macho alfa de una manera que Diego nunca podría esperar.
Carla asintió. —Sí, papá.
Eso hizo que el miedo recorriera la espina dorsal de Diego. ¿Quién era ese hombre y qué podía hacer para arruinar la vida de la familia conociendo los entresijos de su incestuoso acoplamiento? Carla no parecía preocupada. Claudio jugaba consigo mismo, con la mirada fija en ellos.
Tembloroso, Diego se soltó la corbata y se fue despojando de cada prenda hasta quedar de pie, desnudo, con una vergonzosa erección curvada hacia el techo. Su longitud no era nada del otro mundo, pero comparado con Claudio, se sentía como un niño pequeño.
—Tienes buen aspecto—, dijo Claudio, poniéndose en pie. —¿Haces ejercicio?
—Un poco—, murmuró Diego.
—Qué bien—. Claudio se acercó a la cama, donde Carla se colocó en una posición más cómoda y abrió las piernas para acomodarse.
—¿Qué haces?
—Dios mío—, resopló Carla. —Debes haber tenido sexo al menos una vez, no preguntes estupideces .
La polla de Claudio se crispó y movió las caderas hacia delante para acariciar el coño abierto y rosado de Carla.
—Vas a mirar con cuidado, ¿vale, papá?— Carla enfatizó la palabra, y Claudio gruñó, conteniéndose a duras penas para no penetrarla de una vez. —Si miras cómo lo hace y masturbas esa patética polla todo el rato sin correrte, podrás follarme a mí también.
Con eso, Claudio se hundió hasta el fondo en el coño de la hija de Diego.
Diego se quedó con la boca abierta. Era evidente que Claudio era un experto, y enseguida ajustó su postura para machacar el coño perfecto de Carla, hundiéndola en el colchón de sus padres con cada embestida rítmica. El instinto de proteger a su pequeña gritó en el interior de Diego, diciéndole que apartara a ese hombre y a su babeante carne de la muchacha que había criado con todo el amor del mundo, pero no hizo nada. Se quedó mirando.
—Mastúrbate—. Carla jadeó entre empujones.
Diego obedeció. Viendo a Claudio follarse el agujero que lamía todas las noches, ordeñó su propia polla suplicante, gimiendo por el fracaso de padre que había resultado ser. Claudio se movía más rápido, como si la masturbación de Diego fuera la señal para dejarse llevar totalmente.
—Mierda—, jadeó Carla, —fóllame fuerte. Enséñale cómo se hace.
—¿Te gusta que te folle delante de tu padre? gruñó Claudio.
—Tiene que aprender, ¿no? No duraría ni un segundo. Y quieres ver cómo me folla, ¿verdad?
—Mierda, sí.
Diego se sentía como si estuviera viendo todo esto desde detrás de un cristal, como si no existiera, pero podía estirar la mano y tocarlos. Oía los gemidos, el golpeteo de la carne contra la carne. Observaba, impotente, cómo otro hombre, un hombre mejor, se follaba a su hija sin condón. Claudio hizo una pausa, abrazó a Carla con fuerza, y le dio la vuelta para bombear el delgado cuerpo de Carla sobre su imponente polla, usándola como un juguete s****l. Carla tenía los ojos en blanco y una mano le frotaba furiosamente el clítoris.
Ese familiar escalofrío recorrió a Diego. Por más que lo intentó, no pudo aguantar. Se le doblaron las rodillas y eyaculó sobre el culo de su hija y el vientre de la enorme polla de Claudio.
Lo sabía. cacareó Carla. —¡Eres un maldito perdedor, papá!
—No me hables así, Carla— -dijo Diego con cierta dificultad. Tal vez fuera la presencia de Claudio, tal vez algo más, pero las palabras le salieron sin querer y apretando los dientes.
La sorpresa de Carla era obvia, pero la mirada se transformó rápidamente en desafío y picardía. Puso una mano en el pecho de Claudio para indicar una pausa, y se bajó de su polla, con rayas blancas pálidas goteando por el interior de sus muslos. Se tumbó boca arriba, con las piernas abiertas, e hizo un gesto a Diego para que se acercara.
—Lo siento, papá. Pero eres muy bueno con la lengua. ¿Quieres acabar conmigo?
Sin duda había algo raro. Su tono era una imitación perfecta del que siempre usaba cuando era niña para salirse con la suya, y eso tocó la fibra sensible de Diego. Además, semanas comiéndole el coño a su hija y viéndola abierta de par en par le hacían desear instintivamente meterle la lengua en los pliegues, aunque supiera que acababa de tener dentro la polla de otro hombre, aunque tuviera liquido lechoso untado por todo el coño.
Sabía que no podría resistirse.
En unos segundos, Diego se había arrastrado sobre las sábanas para acomodarse entre las piernas de Carla, y los pequeños sonidos de sus devotos lametones llenaron la habitación. Lamiendo la vulva de su hija, saboreó lo resbaladiza que estaba, y vergonzosamente notó que el amargo sabor del liquido de Claudio sólo lo calentaba más. Carla suspiró y se pasó los dedos por el pelo corto de su padre, viéndolo besar, mordisquear y chupar diligentemente su estrecho coño.
Diego tartamudeó cuando sintió que algo le empujaba el culo.
Concentrado en comerse a su hija, Diego no se había dado cuenta de que Claudio se acercaba por detrás y alineaba su monstruo con el agujero virgen de Diego, provocándolo con su rubicunda cabeza de polla. Intentó mirar hacia atrás, pero Carla le agarró con fuerza la nuca y le obligó a quedarse entre sus piernas.
—Se me olvidaba—, dijo. —Si te corrías antes que Claudio, acordamos que él te follaría para que aprendieras la técnica de primera mano.
—¡No!— Diego gritó, amortiguado por el coño de su hija. Estaba asustado, aterrorizado... y sin embargo, pocas veces se había sentido tan excitado en su vida. A pesar de que acababa de correrse, su polla se agitó de nuevo, queriendo endurecerse aunque todavía no podía.
—Lo siento—, gimió Claudio. Su polla empujó con más fuerza contra Diego. —Verte lamerla es demasiado sexy. Iré despacio contigo, ¿vale?
Antes de que Diego pudiera protestar de nuevo, Claudio empujó la cabeza de su polla más allá del primer anillo de su agujero, y pronto se deslizó hasta mas las pelotas. La boca de Diego soltó un grito silencioso, pero no le dolió tanto como pensó que le dolería: la herramienta de Claudio estaba completamente lubricada con sus jugos y los de Carla, y aunque era virgen analmente, aunque estaba asustado, aunque apenas podía admitirlo, el culo de Diego se relajó para dejar entrar al hombre más joven. Quería ser follado. Quería que se lo follaran mientras su hija miraba.
Poco a poco, Claudio empezó a moverse. Saltos superficiales, al principio, que rápidamente se transformaron en embestidas completas que hacían que su enorme polla retrocediera casi hasta el final, hasta que sólo su cabeza estaba dentro, y luego volvía a embestir para estirarlo. Se sentía bien. ¿Por qué se sentía tan bien?
Carla le tiró del pelo.
—No te dije que te detuvieras.
Así que, en medio de una bruma de confusión y placer perverso, Diego se esforzó por seguir lamiendo el coño de su única hija. Era casi como si fuera un conducto, una extensión de la polla de Claudio destinada a dar placer a Carla, una funda de polla. Claudio gimió y empujó con más fuerza, golpeando el culo de Diego con las caderas.
—Mierda, tu padre está apretado—, gimió.
—¿Más apretado que yo?—, preguntó Carla.
Claudio hizo un ruido afirmativo y Carla se rio. Ignorado entre ellos, un mero objeto, Diego estaba perdiendo la cabeza por lo que su cuerpo estaba sufriendo en ambos extremos. El taladro de Claudio en su culo era intenso, absurdo. Había vivido casi hasta los cincuenta vislumbrando a otros hombres en las duchas del gimnasio, fantaseando en voz baja con ser violado en el aparcamiento del estudio, pero nunca lo había mencionado. Nunca actuó en consecuencia. Y ahora, un hombre más joven y mucho más viril lo estaba follando hasta dejarlo en un estado aún más patético. Su culo era tan sensible como un coño, y pensó que si nunca se le permitía volver a meter la polla en una mujer, aceptaría de buen grado su papel de puta anal.
Al mismo tiempo, su hábil boca trabajaba en el hermoso coño de su hija. ¿Cómo había pasado tantos meses viéndola masturbarse sin ofrecerse a ayudar? Ella era su orgullo, su tesoro. La había dejado cuidarse sola todo este tiempo, cuando sabía que podía llevarla al clímax agarrándose a ella y lamiéndola, chupándola con la lengua hasta el orgasmo. Es lo menos que un padre puede hacer, ¿no? ¿Cuidar de las necesidades de su pequeña?
Carla lo mantuvo contra su coño, jadeando de placer. Nunca solía gritar tanto, pero ver cómo el pene superior de Claudio ponía a su padre en su sitio la excitaba enormemente. Sintió crecer el orgasmo, esa bola de placer que parecía empezar en las tripas y migrar hacia su clítoris, hasta que se puso rígida y empujó la boca de Diego hacia sus labios para beberse su clímax.
—Mierda— Diego oyó decir a Claudio. —¿Te acabas de correr? Eso es tan caliente, Carla. Voy a reventar. Voy a reventar a tu padre.
Y como había prometido, agarró con fuerza el culo de Diego, y se introdujo brutalmente para bombear a marchas forzadas dentro del padre de Carla. Diego sintió el torrente de líquido caliente que lo llenaba, el estiramiento imposible de aquella polla enorme, y su propio pene patético goteó una cucharadita de semen para celebrar la ocasión.
Claudio sacó la polla gastada de Diego y vio cómo la lefa salía a borbotones del culo del padre de Carla. El culo de Diego —parpadeó—, como si tratara de retener el semen dentro, y su cuerpo se estremeció entero por aquella sensación desconocida y asombrosa.
—Maldita sea—, dijo Claudio. Tienen que volver a invitarme. Ha sido increíble.
Diego se aferraba a duras penas a la consciencia, de repente cansado hasta los huesos y perdido en placeres desconocidos, pero sintió que las manos de Carla le acariciaban las mejillas y levantó la vista de entre las piernas de su hija hacia su rostro. Carla sonrió, pero no era su habitual sonrisa cínica. Parecía real.
—Papi—, dijo. —Te dije que nos divertiríamos.