Capitulo 1

886 Words
Padre Gael Moya —Y fue así como Jesús hizo que ese hombre pudiera volver a caminar —termino mi relato mirando todos los ojitos expectantes por los que estoy rodeado. —Pero Padre Gael, ¿Volvieron a reparar el techo? —dice una vocecita en el fondo que me hace sonreír al instante. —¡Claro que sí, Sofía! —contesto caminando hacia ella y tomándola en brazos. —¿Qué crees que pasaría si llueve? —hago muecas que hace reír al resto de los niños. Una explosión de risillas se desata de pronto por mi respuesta Desde que pedí ser trasladado a este Orfanato mi día consiste la mayor parte en compartir historias con estos niños que tuvieron la desdicha de nacer en un hogar donde fueron rechazados y excluidos, y otros que, por desgracias de la vida, quedaron huérfanos a causa de la muerte de sus padres. Eso me hace recordar que tengo la dicha de tener una familia unida y que a pesar de que mi padre falleció cuando aún éramos pequeños, mi madre se encargó de darnos a Elián y a mí la mejor enseñanza posible, poniendo mayor énfasis en que siempre debíamos estar unidos y apoyarnos en todo. «Hace mucho que no los veo» pienso mirando por la ventana del viejo lugar. «No los extrañarías tanto si fueras de vez en cuando a casa» me reclama mí conciencia, como cada vez que los recuerdo. «Estarán bien» me consuelo a mí mismo suspirando. Hace dos años que estoy cumpliendo misión en este lugar y durante los siete años en el seminario tampoco fui a casa, lo que me hace dar cuenta que hace más de nueve años que no voy allí. Si mi madre y mi hermano no me visitaran cada año o no me llamaran cada semana, ni siquiera sabría cómo están. Sin mencionar que aún no conozco a la esposa de mi hermano y ya tienen casi cuatro años de casados. Suspiro nostálgico pensando en ellos. Las fiestas navideñas ya están llegando y esa época me hace recordarlos aún más. Pero mi misión en la vida es ésta, ayudar a estos niños a quiénes tanto amo y que a la vez necesitan tanto de mí. Por el momento solo me queda resignarme a lo que el destino preparó para mí. —Padre Gael, el Vicario Viggo lo llama a su despacho —exclama la hermana Lucy, sacándome de mi ensoñación desde la puerta del salón. —Voy para allá ¡Gracias hermana! —contesto poniendo a Sofía en el corral de juegos. Los demás niños al darse cuenta de mí intención, me toman de ambas piernas, lo que me indica que la tarea de llegar hasta la oficina del Vicario será complicada. Tras varios minutos de fingidas peleas con los ellos y muchas cosquillas de por medio, me dejan acudir dónde me llaman. —Padre Gael, pase por favor. Tengo algo importante que comunicarle —me anuncia el Vicario Viggo indicándome con la mano que tome asiento. —Dígame, ¿en qué le puedo ayudarlo? —demando curioso. —Su madre llamó y pidió que se comunique urgentemente con ella —responde y su tono me da a entender que algo no está bien. —¿Sucedió algo de lo que deba preocuparme? —trago saliva para desanudar mi garganta. —¿No le mencionó de que trata? — Si, pero será mejor que ella misma se lo diga —responde y mi corazón se siente oprimido por su respuesta. —Lo dejaré solo para que puedan hablar en privado —indica levantándose y saliendo del despacho. Asiento. Esto me ha tomado por sorpresa. Rápidamente marco el número de casa y tras varios pitidos por fin atienden. —Hola —la voz de mí madre contesta del otro lado. —Madre soy yo ¿Qué sucede? —digo nervioso y ni siquiera yo sé por qué, pero tengo un mal presentimiento respecto a esto. —Hijo, ¡qué bueno que llamas mi vida —contesta con voz entre cortada. —¿Qué pasa madre? —insisto. –¿Elián, está bien? — No hijo, él no está bien —su respuesta llega entre sollozos. — Debes venir, tú hermano te necesita —completa tristemente. — Pero... —intento terminar mi frase cuando mi madre habla nuevamente. — Debes venir hijo. Es urgente, tú hermano te necesita —repite nuevamente ahora entre llantos que me llenan de angustia. —Está semana estaré ahí madre —la tranquilizo. – Sólo dame unos días para dejar todo en orden y ahí estaré. Te lo prometo. —Gracias, amor —es lo único que me responde. Corto la llamada con un sabor amargo. Pienso en mil posibilidades a la vez, pero lo que menos quiero es que sea su enfermedad cardíaca nuevamente. Mi madre se oía muy desesperada y eso no es buena señal. Doy unas cuantas aspiraciones para normalizar mi respiración antes de volver al salón. Una vez allí varios bracitos me jalan para todos lados y un bullicio inmenso inunda mis oídos. «Tendré que dejarlos por unos días» pienso mientras ayudo a los más pequeños a subirse a sus cunas. «Lo que sea que me espere allí, que sea tu voluntad Señor» ruego mentalmente mirando el crucifijo en mi pecho.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD