Padre Gael Moya Lentamente voy moviendo mis labios por encima de los suyos en un beso apasionado, lleno de emoción. Mientras ella me da acceso total a ella, permitiendo que nuestras lenguas se azoten mutuamente en una lucha feroz de poder, como si estuvieramos intercambiando algo más que saliva. La beso como si mí boca la reconociera de toda la vida, como si ella me perteneciera, como si fuera mía y solamente mía. Con mí brazo apoyado en su espalda baja, la voy atrayendo más contra mí cuerpo hasta que el pequeño espacio que quedaba entre nosotros desaparece para volverse nada. Todo se desvanece alrededor. No existe más nadie que ella y yo y nuestra boca unida en un beso que demuestra exactamente lo que siento: que estoy loco por ella. —Gael... – dice entre pequeños suspiros que se van e