CAPÍTULO DIECISIETE Alrededor de Sebastián, los hombres morían, y él no podía hacer nada por pararlo. Morían cuando las balas de mosquete y las flechas los alcanzaban. Morían cuando los hombres del Nuevo Ejército les atacaban con espadas y picas. A su alrededor, la arena se convertía en un caos manchado de sangre y no había señal de que fuera a cesar. Sebastián vio caer a un hombre cuando una flecha le alcanzó el pecho y cómo derribaban a otro con el barrido de una espada y después no hubo tiempo para pensar, pues la avalancha de hombres lo alcanzó. Desenfundó su espada y apartó una pica de un empujón, se acercó para contraatacar a un rival y sintió cómo se hundía la espada. Tan de cerca, se necesitaba muy poca destreza, tan solo una puñalada frenética y la esperanza de que fuera sufici