Capítulo 3

1686 Words
Dante estaba sumido leyendo artículos sobre el golpe cibernético que azotó el país, en cómo llegaron hasta ese punto. Los reportes de personas desaparecidas, con el paso de meses y años incrementó a más de 50 mil personas desaparecidas y sólo en su región. La política se vino abajo, el poder del ejército tomó su lugar poniendo un dictamen. No más democracia, no más leyes, no más libertad, todo lo que una vez conocieron se fue a la mierda total. Pero algo encajaba en todo lo que había visto. Cada persona desaparecida, fue eliminada de raíz, no hay registro alguno de que dicha persona haya existido más que las personas que convivieron con esa persona. Incluso se atrevía a decir que ciudades habían desaparecido por completo. Agradece ser un profesional que sigue sirviendo de algo y pueda tener acceso al poco internet que les ofrece la milicia, aunque todo es monitoreado, pero no está haciendo nada malo. Solo se informa de lo que ha pasado esos años. Tenía que ocupar su mente en algo, la frase que su hermana le dijo seguía repitiendo una y otra vez en su cabeza y Andrea era cómplice de eso, aunque él se la imaginaba de un modo carnal y no era propio al ser su médico. — ¿Doctor? – su asistente entró a su oficina. — Beth ¿Qué ocurre? Beth al verlo con su cabello amarrado en una coleta, con sus lentes y totalmente serio. Le hacía creer que no quería ser molestado. — No quiero molestarlo, pero la señorita Conway canceló su cita de hoy. — ¿Cómo? – eso atrajo su atención - ¿Cómo que canceló la cita? — Si, llamo hace como 10 minutos diciendo que no podía venir hoy, que posponía la cita para este jueves a la misma hora. Ya la he agendado. — Está bien – masajeo su frente, en verdad quería verla, ella además de Luisa son su misterio sin resolver – Gracias por avisar ¿hay alguna otra cita para hoy? — Ninguna más Doctor. — Está bien, puedes tomarte el día – le sonrió – Nos vemos mañana temprano. — Está bien Doctor, pase una linda tarde. — Igualmente, Beth. Tenía que indagar más sobre Andrea Conway, no podía quedarse así. Tomó su expediente y revisó la cantidad de veces que había dicho “mi enemigo es el tiempo” al principio le parecía algo peculiar de ella, todos siempre repetían algo. Pero en cuanto su hermana lo dijo, fue de vital importancia para él. En cierto sentido, tenía mucha lógica, el enemigo del hombre era el tiempo. El tiempo es lo que acaba a todos en esta vida. Podía verlo en su hermana, podía verlo en él mismo, en el pueblo, en la tumba abandonada de sus padres. Si lo comparamos a un juego, el tiempo jamás va a jugar limpio contigo. Te acaba fácilmente y te quedas sin nada. Pero el problema no era la frase en sí, era quien lo decía y por qué lo decía. Podía buscar a Andrea en la base de datos, pero estaba claro que no accedería a ella fácilmente como en el pasado, con el simple hecho de querer acceder a ella una alerta seria enviada y tendría a los militares sobre él. Ya tiene suficiente con que lo vigilen, no quiere más problemas. El internet se volvió privado, excepto para Doctores o alguno que de verdad lo necesitara, pero era muy limitada su red. Revisa las notas de citas anteriores con Andrea, en todas ella siempre dice que el tiempo es su enemigo. Pero si piensa y recuerda un poco, lo dice como si en verdad ella tuviera una relación personal con el tiempo. Como cuando llevas años de conocer a alguien y siempre ha habido una enemistad entre ambos. Ahora que, si piensa un poco, el apellido Conway no lo había escuchado en años. Si no mal recordaba, era el apellido de un senador muy importante, incluso salía en la tele. Puede ser una gran coincidencia, en la cual él no cree, o en verdad es de ese linaje Conway. Frota sus ojos y suelta un gran suspiro. Está cansado, está desesperado y no ha podido dormir bien por su paranoia. Guarda todo en su lugar y se va de su consultorio, cerrándolo bien para que nadie entre. — Doctor Dante ¿ya se va? — Señora Fernández – la miró muy sorprendido, no esperaba verla en su consultorio y mucho menos después de haber entregado el expediente de su hija a los militares - ¿En qué puedo ayudarla? — ¿Podríamos hablar adentro? Abrió la puerta y la dejó pasar, estaba claro que estaba nerviosa y angustiada, sin mencionar que tenía más militares cerca de su consultorio. Tal vez sea su paranoia hablando, pero cree que quieren silenciarla. — Oh por ahí no señora Fernández – la tomó del brazo y la llevó a la parte trasera, donde tenía una habitación vacía, pensaba hacerla una sala de recuperación interactiva cuando todo se vino abajo. Trajo un par de sillas, cerró la puerta y encendió la luz – Señora Fernández lo siento mucho de verdad, trate de ayudar a Luisa quería saber dónde la tenían o al menos ayudarla de alguna manera remota. — ¿También te acorralaron? – pregunto en un susurro. — Supieron que fui su psicólogo en algún momento. — Yo se los dije, me obligaron a decirles todo sobre ella. No quería involucrarte, porque fuiste el único que fue buena con ella y además porque ella y Sara tuvieron una bonita amistad – Dante le sonrió a manera de que ella se tranquilizara, se acercó un poco y tomó su mano. — No es su culpa, si no hubiera sido usted, ellos lo hubieran descubierto después – suspiro. — ¿Cómo trataste de ayudarla? — Cuando me pidieron su expediente, pensé en decirle que debía tomar medicamento especial que solo yo podía darle, podía poner algo en las pastillas para que ella supiera que no estaba sola y que hacíamos lo posible por recuperarla. Pero no funcionó, me descubrió. — No te hubieras arriesgado así, fue estúpido. — Fue estúpido, pero ella era la única amiga que Sara aún tenía y no quería verla caer de nuevo – carraspeo y bajo la mirada – Lo siento. — No fue tu culpa y aunque no lo acepte, tampoco fue culpa mía. No entiendo qué pudo haber pasado por su cabeza, ella era una chica buena, sabes que ella no hacía esas cosas y eso de que iba a verse con amigos es mentira – lo miro – Dime ¿cuándo has visto a más chicos de su edad? — Algo debió orillarla a hacer esto – Dante se cruzó de brazos pensando - ¿Cambio algo en los últimos días? ¿Su forma de vestir, de caminar, de hablar, de comer o incluso de hacer cosas? — Nada, todo estaba normal. Incluso las pesadillas habían parado, dormía bien – sus ojos se llenaron de lágrimas – No entiendo qué le pasó. — ¿Hablo con alguien más? Tal vez se hizo amiga de alguien más y la obligó a hacer eso. — No, ella era amable con todos y todo el mundo la conoce. Por Dios Dante estamos en un jodido pueblo. — Ya lo se señora Fernández, pero ella no era así de eso estoy seguro. — Ahora que lo pienso, ella siempre hablaba, aunque sea poco con la nueva chica – Dante la miró de inmediato – La morena, alta que tiene un acento raro. — Esa chica puede ser ¿Andrea Conway? — Creo que sí, no recuerdo bien su nombre – lo miro - ¿Por qué? ¿Ella está involucrada en esto? — No para nada – negó de inmediato – Pero por su descripción ella me vino a la mente – apretó los labios - ¿Y esa chica como era con Luisa? — Era buena, a veces las escuchaba reír a las dos, pero nada más. Ella también me parece buena chica – suspiro – Luisa no escaparía solo porque sí. — Yo se eso señora Fernández – carraspeo - ¿Qué le dijeron los militares cuando fueron con usted? — Se llevaron todo, su habitación se quedó vacía. Se llevaron su ropa, sus zapatos, sus libros, se llevaron hasta la basura – una lágrima descendió por su mejilla – Lo único que me dejaron fueron sus fotos – susurro. — Demonios – susurro – No puedo ni imaginar lo que usted siente, me llena de frustración no poder hacer algo por ella. — Lo hiciste en su momento – le sonrió triste – Ya no podemos hacer nada más. — ¿Le gustaría que le diera algo para poder sobrellevar esto? — ¿No es ilegal? — Por favor soy Doctor, le puedo recetar algo para que esto sea un poco más llevadero – le sonrió - ¿Qué dice? — Está bien. — Acompáñeme la llevaré a mi oficina y le daré su receta – salieron de la habitación y fueron a la oficina - ¿Han estado vigilando su casa? — Si, no sé, tal vez creen que nos vamos a saltar el toque de queda para estar con ella. Y créeme que lo he pensado, pero al momento de querer hacerlo siento la casa rodeada y me da miedo que al salir me den un tiro y no pueda ver a mi hija. Pues parece que no está tan loco como creía. Redacta rápido la receta y le prepara su medicamento, analgésicos junto con tranquilizantes. Le dará droga para que no cometa una estupidez. — Cuídese mucho, señora Fernández, cualquier cosa estaré aquí y sino vaya a mi casa – le sonrió. — Gracias Dante. Dante le sonrió y la despidió en la salida de su consultorio, cerró la puerta en cuanto ella se fue. Sus ideas comenzaban a encajar, pero la única que aún no encaja es Andrea. ¿Qué hacía ella con Luisa? ¿Qué hacía ella con su hermana?
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