No quería darle mucha importancia al caso de Luisa, pero no pudo evitar sentir una presión en el pecho debido a su hermana Sara. Así que decidió irse, darle una visita sorpresa a su hermana.
Llevó su leche de chocolate y se encaminó al Manicomio.
Sara también conocía a Luisa, eran mejores amigas, fue lo último bueno que tuvo antes de ser encerrada en ese lugar.
—¿Tiene cita?
—Dígale al Doctor Henrry que Dante Murdock quiere ver a su hermana, por favor.
En el fondo agradece que Henry fuera amigo de la familia, él les ayudó psicológicamente cuando su madre se suicidó. Qué mejores manos que las de él para confiarle a su hermana.
Después de unos minutos una enfermera lo guió a donde estaba su hermana, por suerte parecía ser uno de los buenos días, ella estaba sentada leyendo un libro al parecer. Nada que ver con la chica que vio la noche pasada…
—Sara – dijo cuando se acercó a ella, su hermana levantó la vista – Hola Sara ¿sabes quién soy? – algunas veces donde la visitaba, ella no tenía ni idea de quién era él.
—Claro que lo sé bobo – puso los ojos en blanco y se levantó para abrazar a su hermano mayor – Hola Dan.
—¿Cómo estás Sara? ¿Cómo te sientes? – le sonrió mientras se sentaba a su lado.
—Todo está mejor, estoy tranquila – lo miró - ¿Y tú cómo estás? Y no me digas que bien porque las manchas negras que se marcan bajo tus ojos me indican que estas mal – Dante sonrió bajando la mirada - ¿Qué pasa Dante?
—Te traje esto – saco la leche de chocolate – Tu favorita.
—No puedo creer que sigan trayendo de estas aquí.
—Pues créelo, cuando la vi dije, debo llevarle una a Sara – sonrió mirándola, como sus ojos brillaron y sus dedos ansiosos sacaban el popote para comenzar a beber esa deliciosa leche.
—Sigue siendo magnífica – soltó un suspiro y sonrió – Es el sabor de casa.
—Si – acaricio la mejilla de su hermana.
—Me sobornaste para no hablar Dante – retiró su mano de su mejilla - ¿Qué pasa?
Dante sonrió al ver como su hermana aún podía reconocer cuando estaba mal a pesar de todo…
—Mucho trabajo Sara, tengo que revisar informes y todo eso. Pero suelo dormir en mis horas libres – suspiro – Tú no te preocupes.
—El tiempo es mi enemigo – a Dante se le borró de inmediato su sonrisa – Y también es tu enemigo, mientras yo la paso aquí encerrada, tú pasas tu tiempo concentrado en otras cosas y no debería ser así.
Su corazón dejó de latir unos segundos al escuchar esas palabras salir de la boca de su hermana.
—Supongo – susurro - ¿Por qué dices que nuestro enemigo es el tiempo? – entrecerró los ojos y la miro. No le daba buena espina que su propia hermana dijera eso.
—Porque así es. Solo piensa, el ser humano sigue su ciclo natural de vida, pero al final lo único que jamás alcanza y que nunca podrá vencer es el tiempo. El tiempo es el enemigo de todos y lo sabes – señalo con su dedo, segura de lo que decía.
Dante pasó sus dedos por su largo cabello, tratando de saber el porqué de eso. Pero no quiso darle tantas vueltas, estaba con Sara y era lo único importante.
Ya tendría tiempo de pensar en ello en casa.
—¿Sabes lo que de verdad extraño? – dijo Sara, atrayendo su atención.
—¿Qué? – preguntó su hermano mirándola con una sonrisa.
—Esos tacos que vendían los sábados por la mañana afuera de la iglesia.
—Divinos tacos – los dos rieron – Pero ya no está el señor – suspiro, pensando en que él fue uno de los primeros que desaparecieron al salir después del toque de queda – Al menos supimos lo que eran esos tacos.
—Si, supongo.
Quería decirle de Luisa, pero el hecho de decirle que una de sus amigas, por no decir la única amiga que tenía, había desaparecido, le dolía. Sara parecía estar mejorando y no podía verla caer de nuevo.
—Oye ¿Aún sigue el toque de queda? – preguntó curiosa.
La imagen de Luisa en su mente hizo que se le revolviera el estómago.
—Si el toque de queda aún esta – comenzó a mover sus dedos por la mesa, algo nervioso.
—¿Y sigue sin aparecer zombies? – dijo divertida.
—Créeme Sara en cuanto aparezcan lo sabrás – sonrió divertido.
Cuando el golpe de estado llegó a su región, ellos decían que el toque de queda era por zombies o aliens que se escaparon de una base militar. Aún mantiene la teoría de experimentos del gobierno, o en este caso, experimentos militares, por algo rigen el lugar y por algo desaparece gente. Pero claro, es solo ficción que pasa en películas, él como psicólogo sabe que nada de eso es real y solo es obra de la mente.
—Tienes que sacarme de aquí en cuanto eso pase Dan – lo miró con una sonrisa.
—No Sara, tú tendrás que salir y buscarme. Sabes que seré el primer infectado, soy muy tonto para esas cosas.
—Está bien, yo te buscaré y te salvaré.
Los dos rieron divertidos, eran esos momentos que atesoraba en su corazón y guardaba muy bien en su mente.
Sara era su mejor amiga, desde que nació fue más que su hermana, a pesar de que tenía ciertos problemas ella era su mejor amiga y no dejaría de serlo. Amaba a su hermana con todo el corazón, era lo único que lo mantenía cuerdo en ese mundo, sin ella, seguramente se lanzará al vació.
El toque de queda era muy pronto así que debía irse antes de que él fuera el siguiente en desaparecer. Se despidió de su hermana, prometiendo que volvería en un par de días y se fue.
Salió del manicomio con una sonrisa, fue un buen día.
Pero esa sonrisa se borró en cuanto llegó a casa, la realidad volvió a golpearle en la cara.
En la puerta de su casa estaban tres hombres con traje militar, pensó en pasar de largo e irse a su consultorio, podía pasar la noche ahí, pero si estaban en su casa seguramente estarían en su consultorio. Bajo la velocidad y dejó su moto en la entrada, por si tenía que escapar subiría rápido, aunque sabe que no lo haría.
— Buenas noches caballeros – saludo Dante con voz firme.
— Buenas noches señor Murdock – dijo un cuarto hombre que estaba sentado en su balcón– Lo estamos buscando.
— Dígame señor ¿en qué puedo servirle? – aunque sonaba firme, su estómago se revolvía de los nervios.
— Me gustaría entrar en su casa y poder hablar mejor.
Dante estaba seguro de que si los dejaba entrar algo muy malo pasaría, pero no podía hacer otra cosa. Abrió la puerta de su casa y entró. Solo entró el hombre que habló con él, el resto se quedó en su entrada, vigilando.
— Linda casa – dijo tras reparar la casa con la mirada.
— Gracias señor – los nervios estaban a flor de piel, podía escuchar el latir de su corazón junto con las fuertes pisadas de las botas del hombre - ¿Gusta tomar algo? – su voz tembló un poco al final, lo oculto bien con una pequeña tos.
— ¿Qué tiene?
— Whisky, tequila y un poco de vino – dijo después de ver su alacena.
— Un whisky está bien.
Dante le dio la espalda, calmando sus nervios y tratando de ver qué usar para su defensa personal. No serviría de mucho un jodido cuchillo, además jamás fue bueno peleando.
Fue hasta la mesa, poniendo el vaso del hombre y quedándose el suyo en sus manos.
— Investigando un poco, descubrimos que usted le dio un par de sesiones a Luisa Fernández – comenzó a decir el hombre después de analizar su casa. Tomó asiento y le dio el primer trago a su whisky, por su reacción quedó satisfecho, era un buen whisky. – Me gustaría saber que problemas mentales tenía la chica.
Jamás le ha gustado que usen esa palabra, ir a un psicólogo no te considera estar loco o mal de la cabeza. Pero no era momento de ponerse a defender lo que creía con alguien que puede matarlo con una sola orden.
— Como sabrá señor no puedo discutir nada de mis pacientes con alguien más – lo miró – Usted sabe muy bien que es la palabra confidencial. Así que no puedo decirle nada.
Estaba claro que el alcohol le estaba dando valor.
Porque desde que la milicia rige el lugar, toda privacidad quedó abolida. Nadie tenía derecho a nada.
— Y usted sabe que ya no vive en un país libre, usted ya no puede masturbarse sin que nosotros lo sepamos – le dio una sonrisa cínica – Así que mejor dígame que tenía Luisa Fernández y acabemos con esto, para que pueda dormir a gusto.
Y por más que le enojara, sabe que tiene razón. Ya no hay ley, ya no hay libertad, ya no tiene derechos. Ya no tiene nada.
— Luisa Fernández tuvo un accidente de pequeña, lo cual le comenzó a afectar en su adolescencia y vino conmigo para hablarlo, sus pesadillas y sus problemas para conciliar el sueño. Le recete medicamento para que pudiera dormir, solo fue eso.
— Vaya tanto la madre como la hija han necesitado droga para dormir, que familia – soltó una risa divertida, se terminó el contenido de su whisky – Voy a necesitar su expediente médico y espero lo tenga listo mañana temprano – miro el reloj que tenía en la pared, la hora marcaba el toque de queda.
— Por supuesto que sí señor.
— Excelente, fue un placer estar aquí con usted – le sonrió y ambos se acercaron a la puerta – Linda motocicleta, acaso es una ¿Chief Dark?
Dante sonrió con orgullo mirando su motocicleta.
— Si es una Indian – dijo muy orgulloso.
— Cuídela, ya no hay muchas como esas – le sonrió – Puede dejarla ahí, mis hombres no se la quitaran.
— Gracias señor.
— Que pase una bonita noche Doctor Murdock.
Dante asintió con la cabeza y cerró la puerta en cuanto ellos se fueron. Se recargó en su pared y terminó su whisky.
¿Qué demonios acaba de pasar?
¿Por qué quieren un expediente que solo dice las pesadillas de la chica?
¿Cómo supieron que fue atendida por él?
Posiblemente sus padres le dijeron que fue con un psicólogo.
Pero si ellos quieren un expediente médico, significa que ella está con vida, Luisa posiblemente está encerrada y quieran hacerle algo malo.
¿Y si ella aún sigue en el pueblo?
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Tanto tiempo queriendo pasar como una sombra ante ellos y ahora lo tienen en el punto de mira.
En cuanto el toque de queda terminó, que fue a las 6:00 de la mañana, se fue a su consultorio, dejó su motocicleta para no llamar tanto la atención.
Busco el expediente de Luisa y al encontrarlo comenzó a hojearlo, sabe lo que puso ahí, pero quiere saber si no hay algo más que haya olvidado decir para así quitarlo.
No había nada, Luisa solo tenía pesadillas de cuando casi se ahoga en el río, pero no había nada más. Esa pobre chica está sola y sin que nadie la ayude.
Quiere hacer algo para ayudarla, pero ¿qué puede hacer? Una nota sería algo muy estúpido, no tiene alguna fotografía de ella más que la que le pidió para su expediente. No sabe cómo ayudarla.
Y el tiempo que tenía para poder ayudarla se agotó cuando escucho que alguien tocó el timbre. Se asomó por la ventana del segundo piso y vio que eran ellos.
“Lo siento Luisa, traté de ayudarte, pero no pude.” Pensó mientras bajaba las escaleras, abrió la puerta y vio al mismo hombre.
— Buenos días Doctor – saludo.
— Buenos días señor – suspiro.
— Supongo que ya tiene lo que le he pedido ayer ¿verdad?
Dante apretó los dientes y asintió, tomó el expediente de Luisa y justo antes de dárselo, algo se le ocurrió.
—Me gustaría darle el medicamento para que usted pueda dárselo.
—¿Perdón?
—Si, su medicamento para poder dormir – se excuso, esa era una oportunidad de saber dónde estaba Luisa.
—El expediente lo dice ¿no? De aquí podemos sacar el medicamento que ella necesita – eso quiere decir que sigue con vida.
—Pero el medicamento que yo le doy es uno sumamente especial – quería hacer tiempo y sacarle algo de beneficio.
El hombre se acercó peligrosamente, tanto que hizo que Dante aguantara la respiración.
—Mire Doctor no se pase de listo conmigo, la niña estúpida no volverá, aunque quiera hacer algo por ella. Y usted no se meta en mi camino o le costará muy caro, sabemos que tiene una hermana en el manicomio, sería una lástima que a ella le dieran el alta después del toque de queda.
—Métase con mi hermana…
—Usted métase conmigo y verá las consecuencias. Pase un bonito día Doctor.
Dante maldijo entre dientes, querer hacerse el héroe le va a salir caro. Pero fuera lo que fuera tenía que caer en él y no en Sara.
Volvió a su oficina donde tenía muchos expedientes fuera, comenzó a guardar uno por uno, pero se detuvo al ver el de Andrea fuera.
Si no pudo resolver el misterio de Luisa, resolverá el misterio de “Mi enemigo es el tiempo” que ahora su hermana tiene también.
Han sido solo 7 sesiones, se sorprende pues él cree que ya han pasado más de 10.
Andrea Conway, 24 años, tuvo una relación en la cual salió lastimada tanto física como mentalmente. Problemas emocionales, traumas, pero nada más.
No sabe nada más sobre ella.
Eso le inquieta, sabe que vive sola, llegó a Castlebrook en cuanto terminó su relación y… Vagamente solo sabe eso.
Tiene mucho trabajo que hacer con ella.
En cuanto escucha que su asistente llega, baja las escaleras y la encuentra arreglando su zona de trabajo.
—Beth buenos días – saludo al verla.
—Doctor Murdock buenos días – saludo, con una cálida sonrisa - ¿En qué le puedo ayudar?
—¿Alguna cita con Andrea Conway para hoy o esta semana?
—Déjeme ver – comenzó a revisar su agenda, pudo ver el nombre de Andrea, así que espero a que su asistente le dijera – Tiene cita con ella para mañana a las 12:00 ¿quiere que llame para confirmar?
—Si, me harías un gran favor – suspiro – Y tengo que ponerte al tanto de lo que pasó.
—¿Sobre Luisa Fernández? – pregunto un poco dudosa.
—Si, ayer los militares fueron a mi casa – eso generó una gran sorpresa en Beth – Querían su expediente y saber más de porque ella fue a un psicólogo, me rehusé a entregárselos, pero al final tuve que dárselo – la miró – Así que es posible que estemos vigilados, solo que no se metan contigo y si lo hacen solo llámame y me haré cargo.
Pudo ver como Beth se puso nerviosa, pero asintió con la cabeza.
—Está bien.
—Tranquila, si no obstruimos su camino no se meterán con nosotros – le sonrió cálidamente para que se tranquilizara.
—Lo sé – le sonrió – Le llamare a la señorita Conway para confirmar su cita.
—Gracias – suspiro – Estaré en mi oficina, avísame cuando llegue el primer paciente.
El rumor de que los militares entraron a casa de Dante y a su consultorio corrió rápido en el pueblo, que volvió a sentirse como de 18 años cuando su madre se cortó el cuello.
Sus citas fueron canceladas, pero algunas no y eso le daban en qué ocuparse para sobrellevar el día.
Sentía ojos en la espalda, no quería ponerse paranoico, pero sospechaba que hasta en su querida motocicleta habían puesto algo para espiarlo.
Al volver a casa ese día, sacó la botella de tequila y comenzó a beberla sin siquiera servirse en un vaso. La paranoia le comenzaba a afectar y no podía permitírselo.
¿Cuántas veces les dijo a sus pacientes que el alcohol no resolvía nada? Perdería la cuenta después de tener una sesión con el señor Carson. Pero nadie sabe de qué habla hasta que uno mismo está en su mismo lugar.
Si antes conciliar el sueño le resultaba difícil, ahora sería imposible no dormir sin sentir que entrarían a su casa a media noche para matarlo.
Su resaca del día siguiente fue increíble, le hizo jurar no volver a beber así. Un par de aspirinas y un café, estaba listo para comenzar su día en el consultorio.
Salió de casa, se puso lentes oscuros y pudo ver a sus vecinos barriendo la acera de sus casas, a ser sincero jamás les ha agradado, pero por respeto levanta la mano y los saluda con una cálida y falsa sonrisa, su gesto es devuelto por ambos hombres que estaban hablando con las escobas en sus manos.
Miró su motocicleta, aún creía que tenía un chip o algo en ella, así que decidió caminar y que así la resaca también se le quitará.
Pudo ver que había más y nuevos militares en la zona, era como si quisieran tener más control de la ciudad y que nadie quisiera indagar más sobre Luisa.
Se detuvo justo frente a la comisaría, lleva cerrada 6 años, no sabe que paso con los oficiales, es como si también hubieran desaparecido. Escucho una camioneta estacionarse del otro lado de la acera, no quiso voltear, sabía quiénes eran. Mejor siguió su camino.
—Buenos días Dante – saludo la amable señora Roger.
—Buen día señora Roger – se acercó a ella, estaba regando sus plantas - ¿Cómo está? – pregunto amable.
La señora Roger era una mujer mayor, podría decir que tenía 67 años o incluso más, ella quería mucho a Sara incluso cuando ella comenzó a tener algunos problemas.
—Muy bien Dante, no hay necesidad de quejarse – hizo una divertida cara que lo hizo sonreír.
—Tiene mucha razón señora Roger.
—¿Y tú como estas? ¿Cómo llevas lo de Luisa? – se acercó a él – Sé que ella y tu hermana eran amigas.
—Trate de no darle importancia, pero Luisa era la única chica de la edad de Sara que aún seguía aquí.
—Lo entiendo Dante y más aún con esos hombres haciendo preguntas.
—¿Interrogaron al pueblo? – arrugó la frente, mirándola.
—Si, a todos. Incluso a mí, pero no dije nada, no tenía nada que decir más que era una buena chica – lo miro - ¿No lo sabías?
—Creí que solo fue a mí por haber sido su psicólogo – susurro confundido.
—Fue a todo el Pueblo, escuche que recogieron hasta expedientes dentales de la pobre Luisa.
—¿Qué mierda? – ahora estaba más confundido - ¿Por qué harían algo así? – pensó en voz alta.
—No me hagas caso – susurro – Pero creo que es para hacerla desaparecer de raíz. Fingir que ella jamás estuvo aquí y hacer el trabajo fácil.
Dante miró a la señora Roger, era como si le hubiera dado la respuesta a una duda existencial que había tenido hace años.
—Señora Roger usted tiene la sabiduría de los ancestros.
—¿Qué te pasa? – dijo divertida – Te dije que no me hagas caso, solo es una loca teoría.
—Le aseguro que no es una loca teoría, sino una loca verdad.
Se acercó a darle un beso en la mejilla y se fue caminando rápido a su consultorio.
Eso explica muchas cosas...