Luna 1
La lluvia dio paso a la calma, a los arcoiris y al canto de las aves, Anabis luego de quizás horas arrodillada en el piso, optó por usar la poca fuerza que le quedaba y volar hasta quedar sobre la cama, allí pasó horas en la misma posición y pasado el mediodía se sentía agotada de dormir, el sufrimiento la tenía cansada. Los ángeles cómo ella no encuentran reposo en ese estado, pero su mente se pone un poco en blanco y eso les funcionaba. En el estado en el que se encontraba, el silencio de su cabeza sólo la aturdía.
Empezó a desenredar su cabello mientras el vestido sucio que usó la noche anterior desapareció de su cuerpo, en su lugar fue colocado un short corte alto de encajes color rosa pálido, regalo de una inglesa que viajo un día cerca a la cueva, un top sencillo blanco sin sostenes debajo y unas sandalias romanas, su cabello lo dejo suelto luego de peinarlo y se vio en el espejo -regalo de la misma inglesa, muy buena amiga por cierto, su nombre era Isabelle-y notó, por primera vez en tantos siglos de "vida", bolsas moradas debajo de sus ojos, ojeras, creyó haberle escuchado alguna vez a Isabelle decirles, por lo demás, su rostro era lo mismo, excepto tal vez una falta de brillo en sus ojos que solo ella podía notar. Con un suspiro, abrió las alas y salió de la cueva.
Al acercarse a los árboles de mangos, sintió algo diferente en el ambiente, mirando a todos lados se encontró con una escena algo peculiar para ella, incrédula, miró a Anael debajo de un árbol con algo parecido a un picnic a sus pies, sus alas abiertas, una camiseta de cuello V en color gris adornaba su bien formado pecho, de pronto Anabis recordó la herida que tenía la noche anterior pero no se sentía de humor para preguntarle a el cómo había amanecido ni si había dormido bien o siquiera saber si la lluvia lo habrá afectado.
Con el gesto fruncido más aún, quiso caminar como si no lo hubiera visto pero una llamada hacía ella la hizo girar
—Oh vamos, angelucha, no te hagas de rogar. He preparado un picnic, quiero charlar contigo, ¿Y tú solo me vas a ignorar?
Ahora Anael tenía mal carácter, no se había levantado temprano y arremetido contra tanta fruta para adornar la mesa sustituta en vano, además, de haber hecho aparecer ciertas delicias para ella, ¿Y pensaba que iba a aceptar ser ignorado así sin más?
Anabis sabía que era muy grosero de su parte dejarlo así, después de todo, había tenido un lindo gesto para con ella, y si tenía que soportarlo unos días más, prefería no estar preparando una guerra en su mente cada vez que lo viera.
En silencio, caminó junto a un Anael aún de pie y se dirigió a sentarse bajo la sombra del gran árbol frutal, frente a ella se encontraban diversa cantidad de frutas que tenía a su disposición diaria como mangos, manzanas, peras, duraznos, pero también otras que no veía mucho sino las pocas veces que llegó a salir del Amazonas: fresas, moras, uvas. Además, unos discos de color crema y con apariencia de ser esponjosos se encontraban junto a un tarro de miel, botellas de jugo de naranja y té frío estaban cerradas junto a dos vasos de vidrio, dejó de mirar aquel banquete y su vista subió hasta encontrar a un Anael observándola con mucha concentración.
—¿Por qué me miras de ese modo?— Preguntó cortante y molesta con la evaluación que parecía estar recibiendo, pero se arrepintió de inmediato de aquellas palabras cuando la sonrisa morbosa de Anael apareció. Quiso que la Tierra la tragara enseguida.
—Por más cosas de las que te gustaría saber—Ella tragó grueso, él río al mirar el gesto—Simplemente estoy sorprendido de que uses... shorts.
Eso la hizo sonreír sin pensárselo dos veces. Era algo tan absurdo.
—¿Crees que por estar encargada de esta zona olvidada por el hombre soy algo así como inculta?—Su ceja levantada y el tono brusco que uso sorprendía al demonio y lo excitaba como el infierno—Dulzura...—el adjetivo usado en tono despectivo de la mano de ella fue como una caricia en el rostro de él—Sé ocho idiomas, estudié sobre física, ingeniería, artes, medicina y un tanto de otras cosas. Toco piano y guitarra, Uso ropa interior de Victoria Secret y me depilo—Esta parte la quiso borrar de su boca luego de escucharse ella misma decirlo. Pero lo dicho dicho estaba y no quería aparentar debilidad o timidez en su monólogo, quería que supiera que él no era nada junto a ella—Escucho Ed Sheeran, Adele, Nicki Minaj y toda la onda Occidental. El fútbol me gusta y creo que Messi es el número 1. Amo viajar y leer. Sobretodo leer. Leo de todo, ¿Aun así, piensas que soy una cavernicola que vive simplemente un una cueva? No me hagas reír.
Él la miraba absorto, con un tanto de orgullo amarrado a su pecho que no lo dejaba respirar. Quería saber más de ella, sólo esos simples datos que llegaron a ser dichos de aquella dama lo hacían desear más y más, sobre todo: Deseaba hacerla enfurecer.
—Pues... eso aún está en duda
—¿El qué?—contestó rabiosa
—El que leas de todo. ¿Te gusta Grey? ¿Los Cullen? o prefieres lo romántico, ¿Quizás sea Yo antes de ti? o ¿Cumbres Borrascosas? Tal vez el anime sea lo tuyo pero no sé...
Su sonrisa irónica le corto el rollo de inmediato
—Oh, de todo lo que dijiste solo escuche lo de Grey. Pero te daré un dato: Nunca te atrevas a dejarte amarrar por mi...
—O que?— preguntó Anael siguiéndole el tono sensual al juego
—Por que te corto las bolas, grandisimo idiota!—El aprendizaje de groserías debía de lucir también en su curriculum, eso venía de parte de la agraciada Isabelle.
Anael sólo rió, rió cómo no reía desde hace ya tanto tiempo. Rió hasta que las lágrimas ocuparon su rostro y el ver el rostro enojado de Anabis mirando hacia sus pies fue lo único que lo hizo calmar, aunque no con facilidad.
—Ya, ya... ¿Te despiertas de mal humor, eh? Come, ha de ser la falta de azúcar que te tiene así.
Anabis volteó los ojos en blanco, pero obedeció. Él le explicó como a una niña pequeña que aquella ruedita esponjosa era un hot cake y se comía con un tanto de miel, Anael además le agregó para gusto de ella unas cuantas fresas y trozos de banana, que el ángel comió como si fuera la primera vez que se alimentaba en décadas. Se encontraba realmente hambrienta y no se había dado cuenta hasta ese momento. Comió de todo de lo que había en la improvisada mesa y sólo cuando no aguanto más nada en su estómago, se detuvo. Anael comió casi con el mismo ritmo de ella, aun así, se encontraba feliz de alimentarla, le hacía levantar el pecho lleno de orgullo el llevarle alimento a su mujer. Suya.
Charlaron de temas al azar como música, libros, y una que otra película que ella había visto en sus pocas visitas a Inglaterra a ver a su amiga.
Anael le contó que él manejaba una empresa llamada BioMaterials donde se fabricaban desde medicamentos con plantas naturales, hasta parches biogenéticos que, luego de aplicarlos en seres humanos con algunas enfermedades terminales, descubrieron que curaría y regeneraría las células buenas del ADN haciendo una similitud con la fotosíntesis de las plantas.
Anabis lo miraba maravillada. No esperaba que un ser que era conocido por manejar el mal en el mundo fuera a crear vida, porque, para ella, eso es lo que hacía Anael con su empresa.
Parecía que realmente, no todo era como ella pensaba y sí, ella lo quería pensar, el ser frente a ella no era tan malo como siempre había creído, tal vez no seria un error garrafal entregarsele por descubrir lo que para ella estaba tan guardado.
El atardecer llegó, Anabis llevó a Anael con los vecinos cercanos, ellos conocieron al "otro ángel"-llamaron unos-, al "ángel oscuro"-dijeron otros-, al "Amigo de Anabis" fue el apodo otorgado por los más jóvenes de la zona, quiénes no dudaron el pedirle al desconocido que les diera un paseo volando, cosa que Anabis hacía de vez en cuando y que tomó al demonio por sorpresa, pero que aceptó enseguida al ver la sonrisa de felicidad en el rostro del ángel.
La noche se hacía presente y cada quién regresó a su hogar, Anabis se encaminó a la laguna para asearse plácidamente y luego descansar, mientras Anael se dirigía a la cueva en la que habitaba, pero, tomando curiosamente la misma decisión del ángel sin maldad alguna, sobrevoló el corto camino hasta la laguna para lavarse, sorprendiéndose al encontrar a la divina mujer alada dentro del agua, completamente desnuda y mojada por el agua de la laguna, decidió esconderse detrás de un alto árbol, sintiéndose un poco como un mirón pero sin culpa alguna, miró con descaro las curvas peligrosas de aquella piel lechosa que brillaba por el agua y el reflejo de la luna, su cabello oscuro hacía un divino contraste con esta y la hacía ver tanto inocente como diabólicamente perfecta, observó los delicados dedos de la mujer, tocando el cuerpo femenino por todos lados con suavidad, encontrándose inocente de saber que aquel demonio la miraba con lujuria impregnada y, sin darse cuenta, empezó a masturbarse, cuando la fémina lavó su parte íntima, él llegó al clímax, mordiéndose la lengua hasta sangrar pues el orgasmo llegó con tanta fuerza que casi suelta un grito y se descubre de su escondite. Cosa que no lo haría quedar bien con esa obstinada que comenzaba a dar muestras de ceder.
Esperó que ella saliera tranquilamente del agua, hasta que abrió las alas y se encaminó, desnuda aún, hasta la cascada donde, seguidamente, entraría a su cueva y descansaría sin turbaciones.
Anael se dedicó a masturbarse dentro del agua donde hace poco estaba ella, sintiéndose insatisfecho solo se murmuraba que faltaba poco, muy poco.
Pero la noche de Anabis no fue tranquila, al contrario, fue todo lo opuesto.
Anael se encontraba en la misma cama que ella, justo a su lado, vistiendo solo unos jeans desgastados y con el botón abierto que dejaba a la vista su falta de ropa interior, su cabello goteaba como si acabara de asearse, y se encontraba mirándola seductoramente, haciendo que ella sintiera unos calores que ni al caso venían.
—¿Qué haces aquí?— preguntó ella confusa, pero sin levantarse de su lado, se encontraba sentada en la cama con el libro que había tomado para hojear antes de dormir, vestía un cómodo camisón satinado de color ocre y su cabello olía a jazmín, aún estaba húmedo.
—Sabes muy bien lo que hago aquí—Él murmuró con tono ronco y se acercó a ella extendiendo un brazo para jalarla.
Le dio unos besos en el cuello que la hicieron gemir, a esto respondió mordisqueando la misma zona, recibiendo a cambio mas gemidos de su parte. De pronto, la mano tosca del hombre se introdujo en el camisón y tomó un seno, acercándolo a la boca lo acarició con la lengua y lo mordisqueó sin compasión por los gemidos de ella. Sus ojos eran rojos manzana al levantar la mirada cuando tomaba el otro seno en su boca y realizaba la misma tortura que con el anterior, los pezones rígidos pedían más y él se encargó de dárselo. Ella introdujo sus manos en el cabello del hombre sintiendo la humedad de la ducha en él y no dudo en jalarlo cuando éste levantó la parte inferior del camisón y sin dudar se acercó hasta su ropa interior de encaje rosa, la cual estaba completamente mojada.
—Anael...—Empezó ella, pero él la cortó en seco dándole un rápido mordisco en los labios y rompiendo con los dedos aquella prenda íntima, meneó los dedos buscando su clítoris y ahí fue cuando el concierto de gemidos empezó.
Un dedo daba círculos en aquel nudo de nervios mientras otro sólo acariciaba por fuera, arqueándose al cuerpo de Anael, Anabis se encontraba más que sonrojada y sin timidez en su cuerpo que fuera más fuerte que aquel calentón que cargaba, tomó su mano y con fuerza empujó la de él más abajo, el demonio sólo rió, pero hizo lo que ella le pidió sin hablar.
Empezó introduciendo un dedo causando un sinfín de gemidos femeninos, sin saber cómo ella colapsó hasta terminar con tres adentro y acabando en un explosivo orgasmo que retumbó en toda el Amazonas sin exageración alguna.
Y despertó.
Anabis se encontraba agitada y pegajosa, el sudor cubría cada espacio de su cuerpo y tenía sus dedos tocándola donde se suponía que estaban los de él. Se asustó. Nunca se había masturbado, pero mentiría si no dijera que fue la sensación más emocionante que había sentido nunca y, luego de meditarlo un poco y mirar hacía la cascada tontamente como si alguien fuera a verla en aquella oscuridad de la madrugada, cerró los ojos y siguió haciendo por su cuenta lo que Anael le estaba haciendo en aquella fantasía suya.
Sin parar, una y otra vez, acabando en fuegos artificiales cada vez y sorprendiéndose cuando, al llegar al clímax, se encontraba gritando su nombre. El de aquel demonio que una vez fue ángel. Anael.