Luna 2
Podía jurar que alguien lo había llamado aquella noche.
Luego de un maratón de masturbación, Anael cayó exhausto, aún así, algo le decía que estaba siendo necesitado en alguna parte. Algo raro, sin embargo, al despertar intentó buscar servicio con el teléfono para llamar a su empresa y preguntar que tal iba todo. Al hacerlo por fin se sintió tranquilo. Debió ser sólo el cansancio.
Se estaba acercando a la cascada para buscar a Anabis, ya tenía horas de haber amanecido y ella aún no había aparecido. Le resultaba tonto el echar de menos su presencia, aunque una especie de morbo se instaló en él al pensar en que tendría que despertarle.
Pero no hizo falta pues, al abrir las alas para emprender el vuelo, se encontró con la fémina acercándose preciosa como siempre, con su cabello recogido en alto en su cabeza, y un sencillo vestido de color amarillo hasta las rodillas. Sinceramente, se pondría cachondo viéndola hasta con una bolsa negra encima.
—Buenos días bella durmiente—dijo irónico.
—Buenos días, ogro.—Respondió ella en el mismo tono.
Ese día le tenía preparado un paseo por el pueblo y no tardó en hacérselo saber. Anael deseaba pasar el día a solas con ella, como la vez anterior, pero comprendía que no podía descuidar sus tareas por su presencia.
Desayunaron a solas, eso sí, cómo el día antes, una ensalada de muchas frutas tropicales y unos vasos de jugo de naranja, unos cuantos comentarios de doble sentido de parte de Anael y unos cuantos gestos de enojo de parte de Anabis a sus palabras, fueron el comienzo para un gran día.
Volaron juntos, algo totalmente nuevo para ambos y que, descubrieron con alegría, les fascino. Por supuesto que por sus caracteres tan parecidos y orgullosos, ninguno se lo haría saber al otro pero eso sólo hacía más especial el momento.
—¡Miren, llegó Anabis!—La gente del pueblo no tardó en amontonarse frente a ella cuando los vieron acercándose, lo miraban curioso a él y algunos de los mayores hasta con miedo, pero después de que Anabis rompiera el hielo con unas hermosas sonrisas de esas suyas, todo se volvió más cómodo.
Llevaron hasta los pueblerinos unas cestas llenas de frutas que habían hecho aparecer cerca del aterrizaje. Anael apareció unos balones de fútbol para que los chicos jugaran y eso pareció alegrar más aún la ocasión, además de aparecer ropa para todos, cosa que hizo que fuera aun más querido en el lugar. Un ser como él, al que las únicas criaturas que le mostraban cierto aprecio eran sus hijos, los habitantes del Inferno, su casa. Creciendo con el temor de todos los humanos, ángeles y demás criaturas, además de los condenados del Infiernus, era raro para él sentirse querido y apreciado.
Al mediodía se sentaron junto a aquella gente humilde y comieron entre todos un banquete digno de un reino. Pasó la tarde reunido con los más viejos que contaban historias de su tribu y de la zona, además de como la hermosa protectora los había salvado de tanta maldad, pero Anael solo podía pensar en lo hermosa que se veía Anabis riendo mientras dos chiquillas bailaban junto a ella.
¿Que le pasaba? Sabía que no estaba bien para él desarrollar sentimientos hacía esa ángel, no le traería más que un aumento de dolor a su vida. Porque sí, le dolía ser despreciado por su padre, aunque nunca lo admitiera le dolía que aquel ser que él tanto veneró lo despreciase a tal grado de denigrarlo con aquel trabajo, le diera el "honor" de ser El Oscuro, El Demonio, Lucifer, de entre tantos apodos, mounstros acudían y él, siendo tan puro y casto como la mismísima Anabis en sus primeros siglos, fue consumido por aquellos pecados terrenales de los que nunca se le advirtió, temió por su vida cuando las Vedictas se desnudaron y brincaron encima de él, aquellas incubo que abundan en el Inferno -con el fin de satisfacerle pero que, realmente, se llevaron de a poco de la pureza de aquel exángel-, el cual es realmente el lugar parcial, donde se llevaban acabo los Juicios y los tratos con almas, además de donde él recidía, rodeado de estas entre otras criaturas que le servían y que, con el pasar del tiempo, se volvieron lo más cercano a una familia que pudo tener en el lugar.
No podía sentir amor. No podía sentir nada. O eso pensaba Anael ya que desde que conoció a aquella divinidad no sabía realmente qué era lo que sucedía con él. Deseaba poseerla, hacerla suya, quizás hasta que se enamorase de él, ¿Pero corresponderle? Nunca pensó en sus sentimientos ni en lo que acarrearía conquistar al ángel más puro. Sólo fue pura codicia y deseo lo que lo empujó hasta ese momento, pero ahora, con solo mirarla, vestida completamente y a una distancia prudente, podía darse cuenta que Anael, El Oscuro, El Rey de los Caídos, estaba enamorándose de la pureza y el limpio corazón de la Consentida de los Cielos.
Ella sería su talón de Aquiles, lo tenía muy claro.
Anocheció y los pueblerinos se adentraron en sus hogares para prepararse y descansar, luego de bailar y reír alrededor de una fogata y empujar hasta el cansancio a Anael para que se dejara peinar por las chiquillas quiénes habían desarrollado una fascinación por el pelinegro de ojos verdes, Anabis se encontraba gratamente cansada, había sido uno de los mejores días de su vida terrestre y nunca olvidaría la sonrisa verdadera que por fin vio de la mano de aquel demonio. Sabía que él aún conservaba algo bueno en su corazón, su trabajo, su vocación aun era salvar vidas, aunque estuviera encadenado a pertenecer al bajo mundo, él no era como todos los demonios.
Él era especial.
Anael la escoltó hasta la cascada, era gracioso pensar en que lo hacía para protegerla porque siendo un ser tan poderoso, ella no parpadearía dos veces para destruir lo que fuera que se acercara con intención de hacerle mal, pero el detalle era encantador.
Su oscuro cabello estaba revuelto de una manera que lo hacía ver más júvenil, y sensual, si se requería toda honestidad, las manos en los bolsillos y aquella mirada perdida casi hacían que pensara que era sólo un hombre sexy caminando por el Amazonas. Hasta que llegabas a sus imponentes alas.
Caminaron en un cómodo silencio seguidos de un búho que no hacía más que ulular, hasta que se encontraron a orillas de la laguna que daba a la cascada.
—Fue un día realmente hermoso, nunca me lo había pasado tan bien—dijo él murmurando con confusión, realmente lo había pasado bien. A lo que la fémina respondió con una brillante sonrisa que hizo que su corazón de piedra bombeara velozmente
—Pues me alegra que hayas tenido un buen día. Por eso me siento cómoda aquí, no me temen, me respetan y les agrado. No se que pasaría si en Londrés o París, tal vez, quisiera abrir mis alas y dar un plácido vuelo por los cielos, creo que miles de reporteros me perseguirían, incluyendo helicópteros y demás
—Sí, y no olvides los hombres de ciencia, los militares, Oprah, y Ellen—dijo Anael haciéndola reír
—Oh, claro, lo había olvidado, ellos también
Anael, que estaba parado frente a ella, se acercó un paso y agarró sus manos con suavidad pero rápidamente antes que el impulso de valentía lo abandonara.
—Anabis, quiero que realmente conozcas más de mi, sepás quién soy, no sólo lo que te han repetido, sino, lo que hay... aquí- Con las manos aún tomadas de ambos se apuntó el pecho, ella solo observaba callada-No soy perfecto como tú, no soy puro ya, una vez lo fui, pero ya no.
Ella se sintió alentada, tal vez le diría todo por fin sin tener que entregarse a él de forma carnal.
—Cuéntame, Anael, ¿Qué pasó? Quiero saberlo todo, por favor. Necesito saber si todo en lo que siempre he creído, es falso...—La decepción en su voz hizo juego con la desesperación en sus ojos. Anael se acercó un paso más.
—Sólo te dire que...
—Si?—Él bajó sus labios hasta la oreja de ella como quién cuenta un secreto, y el corazón de Anabis se aceleró un poco más de los 1000km/h.
—Aún faltan 5 lunas, mi amore—depositó un beso en el cuello de esta que la hizo estremecer y se alejó riendo rápidamente pues sabía que la había enojado en gran cantidad.
—¡Eres un desgraciado! ¡Bastardo, como te atreves a jugar así conmigo! Maldito demonio, vete, fuera de aquí—Roja de la ira y de la vergüenza voló a su cueva mientras resoplaba insultos y escuchaba la risa de Anael a todo pulmón.
Sabía que haría caso omiso a su petición de que se marchara y eso la hacía enfurecer más, odiaba que jugara con ella. Lo odiaba a él en todas sus formas.
Con la frente fruncida aún, se fue a dormir, rememoró aquel magnífico día y soltó una palabrota al recordar cómo el diabólico imbécil lo había arruinado. Y así, pensando en él de una u otra forma, se durmió.