Capítulo 3

2153 Words
Su teléfono vibró y sonó sobre la superficie del escritorio, causando que se sobresaltase y frunciese el ceño. Era el tono reservado únicamente para mensajes y llamadas de Johari. No estaba seguro de cómo lo había organizado su muy eficiente asistente, pero cuando se trataba de los entresijos del sistema que él se había asegurado de que se hubiesen instalado en toda la empresa (incluyendo en la telefonía móvil), Johari sabía y entendía la mayor parte. Sin dudas, él tenía que pensar muy bien en regalarle algo muy bonito para esta navidad. «Cambios de planes. El señor Delclaux está aquí y entrará a su oficina», decía el mensaje. Gruñó por lo bajo e hizo una mueca de completo disgusto, sabiendo que le tocaría desayunarse esta inesperada reunión con Luciano. Justo cuando iba a responder el mensaje, la puerta de su oficina se abrió, revelando la imponente presencia de Delclaux. —Buenos días, Andrew —enunció el hombre, ingresando como dueño y señor a su oficina. Con el profesionalismo que lo caracterizaba, se irguió de su cómoda silla y esbozó una sonrisa que esperaba fuese lo bastante normal como para disimular su desagrado. —Buenos días, Luciano —replicó, dándole un saludo de apretón de manos al hombre que rápidamente se sentó en la silla frente a su escritorio—. ¿A qué debo el honor de esta grata visita a tan temprana hora del día? Si bien no requería una formalidad exacta con las personas cercanas a él, de por sí sabía que era mejor tratar a Luciano con todo el decoro necesario si deseaba que las cosas saliesen a su favor. Sin embargo, que el hombre se presentase a un horario diferente al que estaba programada la reunión, le hizo saber que podía pasar de su manera ortodoxa para con el tipo. Por razones evidentes, nunca le terminó de agradar el hombre que había sido de completa confianza de su padre. Si tuviese que hacer comparaciones, y él detestaba hacerlas, fácilmente se daba cuenta de que nunca podría llevarse del todo bien con Luciano. Demasiados pensamientos y actitudes diferentes. Eran polos opuestos, sin dudas. —Por los mismos motivos por el cuales vendría más tarde —respondió el hombre—. Existe esta gran posibilidad de incrementar las ganancias si optamos por aceptar a un nuevo socio capitalista. Esta persona se asegurará de que se cumplan las expectativas de producción de materias primas, lo que hará del trabajo más rápido y rentable. Además, cuenta con un diseño de organización laboral que implementa tecnología digital. ¿No es eso lo que estamos buscando hoy día? No, no era eso exactamente lo que Chrome Machine necesita hoy día. Tampoco necesitaban de otro socio capitalista. Las finanzas estaban bien y los empleados gozaban de todos los beneficios (un buen sueldo, seguro médico, incentivos, premios, entre otros similares). A todo eso debía de sumarle el hecho de que él no estaba dispuesto a despedir a personas para reemplazarlas con tecnología digital. Él era de la vieja escuela y prefería hacerlo con sus propias manos, gracias. —Ya hablamos sobre este asunto, Luciano —profesó, manteniendo el rostro sereno—. No necesitamos un socio capitalista. —Estoy en desacuerdo, Andrew, y deberías de pensar muy bien, sobre todo si tienes en cuenta todo lo que tu padre hizo por mantener el nivel de excelencia de calidad de la empresa —No, no iba a caer en el mismo truco dos veces—. Te daré una semana para que pienses y te enviaré los documentos de presentación de la propuesta. —Mi respuesta seguirá siendo negativa —refutó, su tono de voz adusta. —Realmente me estás dejando sin opciones, Andrew —Frunció el ceño al ver la sonrisa casi siniestra dibujarse en el rostro de Luciano—. Por si lo olvidas, tengo el 49 por ciento de las acciones y si decido vender o simplemente retirarme con el capital invertido, Chrome Machine pasará a ser una empresa de segunda mano y tú no quieres eso, ¿verdad? —¿Estás amenazándome? —preguntó, sin delatar el estupor que esto le causó. —No, no es una amenaza, por amor a Dios, Andrew —imperó el vicepresidente, con tono calmado—. Solo piensa en todo lo que lograremos si aceptamos un nuevo socio capitalista. Las partes de automóviles que podrían salir al mercado tendrían una mejor calidad. Ya contratamos a más personal capacitado en mecánica y, ciertamente, los nuevos empleados han estado haciendo un buen trabajo. —Una cosa es haber contratado más personal para laborar en la sección de mecánica y otra muy distinta aceptar tener un socio capitalista —replicó, inclinándose hacia delante hasta apoyar los codos sobre el escritorio—. No veo una razón realmente válida para aceptar lo que propones. —Está bien, pero piénsalo, ¿de acuerdo? —insistió el hombre. —Lo tendré en cuenta —profirió. Luego de unos segundos, preguntó—: Entonces, ¿qué hay de ese segundo motivo? Delclaux se inclinó hacia atrás, apoyando completamente la espalda sobre el respaldar de la silla, en una posición bastante relajada, mientras esbozaba una sonrisa un tanto ladina, en su opinión. —Supongo que ya sabes que me he quedado sin asistente —Asintió, aunque no sabía muy bien por qué no le estaba agradando el giro de la conversación—. El asunto, mi querido Andrew, es que necesito que me prestes a tu asistente por unos días. —No es posible —respondió, sin titubear—. No puedo prescindir de Johari. Ella es la única persona que tiene la capacidad para organizar todos los asuntos importantes del día a día. Además, puedes publicar avisos en periódicos y en sitios de bolsas de empleos. También puedo recomendarte a algunas personas que… —Ya solicité la publicación en los periódicos —interrumpió el hombre—. Sin embargo, realmente necesito que me permitas tener a Johari por unos días. Como lo acabas de decir, ella está muy bien capacitada para organizar asuntos importantes y es lo que necesito ahora mismo y con urgencia. Te la devolveré. —Johari no es un objeto —imperó—. Es, hasta el momento, la mejor asistente que he tenido y mi día sería un completo caos sin su ayuda. Lo lamento, Luciano, pero no es posible. —De acuerdo, pero necesito ayuda y, si estoy recurriendo a tales medidas, es porque realmente me urge tener una asistente —Hice un mohín con los labios—. Las entrevistas no son lo mío y creo que perderé la cabeza si no… —Está bien, veré que puedo hacer por ti —inquirió, ansiando que el hombre terminase de hablar y se fuese de su oficina—. Ya que esta reunión se adelantó, tendré un par de horas libres. Puedes mandar un correo electrónico a Johari con los asuntos que consideres más relevantes y partiremos desde allí —La sonrisa del tipo creció y eso, en algún punto, le molestó—. Sin embargo, es solo por hoy. En cuanto a las entrevista, puedo encargarme personalmente de hacerlas. —Gracias, Andrew, sabía que lo entenderías. Por fin el vicepresidente se irguió, le dio un apretón de manos como despedida y salió de la oficina. Esperó el tiempo suficiente, sabiendo que Luciano se detendría en la recepción para saludar a Johari, y marcó el interno de su asistente. —No pude hacer nada, señor —Fue lo primero que dijo su asistente—. Ya sabe cómo es el señor Delclaux. —No estoy llamándote por eso y ciertamente no es tu culpa —profesó, masajeando su sien izquierda con la mano libre—. Escucha, Joharí, Luciano te enviará un correo electrónico con parte de su agenda. Tu trabajo será organizar esas tareas pendientes y se lo enviaras a su correo privado. —¿Señor? —Sé que esto no es parte de tu trabajo, pero por hoy lo harás —explicó—. Él está sin asistente y estoy tratando de ver cómo minimizar las entrevistas con las posibles candidatas. Tengo una lista de personas con la capacidad y temple suficiente como para laborar al lado de Luciano. —Como ordene, señor —Esbozó una sonrisa, una real—. Recuerde que a las doce y media tiene reservación en el Seven Park Place. —No era necesario el recordatorio —Creyó oír cierto bufido por parte de su muy eficaz asistente—. Eso era todo, Johari. Finalizó la comunicación, sin esperar una réplica. No era necesario porque podía ver, en su mente, cómo Johari entrecerraba los ojos al intercomunicador y eso le sacó una risita. Por amor a Dios, debía y tenía que tratar de no pensar demasiado en su asistente. (…) Tenía que admitir que tanto el almuerzo como la reunión con un viejo colega, el CEO Bianchi, había sido como un bálsamo para su pésimo comienzo del día. Cuando salió del ascensor, vio a su bellísima asistente sentada detrás de su escritorio, como de costumbre, metiéndose algo de una pequeña bolsa de plástico en su boca. Al acercarse lo suficiente, se dio cuenta de que los bocadillos eran, de hecho, chocolates y no pudo evitar esbozar una sonrisa satisfecha. —Así que has decidido seguir mi consejo —profesó, provocando que Johari se sobresaltase. Por lo general, ella se percataba de inmediato de su presencia, pero echando un vistazo más de cerca, él logró ver lo que la tenía tan concentrada. En el monitor se mostraba varias ventanas con los correos electrónicos y distinguió uno sobre los demás: Delclaux Luciano. —Sí, lo hice porque después de los muchos recordatorios no muy sutiles de su parte, opté por comer más cosas dulces —replicó ella, tan tranquila como siempre. —Mhm, me hace pensar que no estás muy conforme con mi sabio consejo —comentó. —Señor, yo jamás me atrevería a decir que usted no da buenos y sabios consejos —refutó, manteniendo su voz sosegada y sus pestañas danzaron como si fuesen las alas de un pequeño colibrí. Ciertamente él no esperaba ese gesto y tampoco estaba destinado a ser tomado en serio. Pese a ello, él no pudo evitar notar el pequeño tirón en su estómago. Aparte de encontrar la personalidad de Johari absolutamente adorable, también había algo que decir sobre todo lo que ella era en sí. Hubiese sido un vil mentiroso si hubiese tratado de decirse a sí mismo que en varias ocasiones, como ahora, no se sentía tontamente atraído por ella y, realmente, él no quería saltar sobre esa línea que separaba su profesionalismo. —No, supongo que no lo harías —imperó, haciendo lo imposible por no sonreír, otra vez. —Entonces, ¿cómo le fue en la reunión con el CEO Bianchi? —Como aire fresco, realmente —La vio entrecerrar los ojos, otra costumbre adorable, propio de ella—. Posiblemente concordemos en unos asuntos de importación. El mercado extranjero está siendo una gran posibilidad de inversiones. Todos ganan. —Entonces la empresa podrá subir de nivel —Sonrió mentalmente, ella era muy intuitiva y eso le gustaba más de lo que quería reconocer—. Y si eso sucede, usted se convertirá en un hombre con mucho más prestigio del que tiene ahora. —Es una posibilidad, sí —concordó, echando un vistazo a su reloj de pulsera—. No me pases llamadas por lo que queda de la tarde. Estaré muy ocupado. —Recuerde que debe llamar a su hermano —Ella no lo estaba mirando, seguía concentrada en la pantalla de la computadora—. Oh y confirmé la reservación en el restaurante. —No llamaré a Francis —Eso causó que ella lo mirase y entrecerrase los ojos. Dios mío, sintió ese tirón en su estómago, otra vez—. Y no me pases llamadas. —Su hermano ha llamado hace una hora y le dije que usted lo llamaría cuando regresase de su almuerzo —Descaradamente, ella lo apuntó con un dedo, un gesto que le encantó—. Y ya está aquí. Debe llamarlo, señor, no le tomará más que algunos minutos. —Johari —enfatizó, girando sobre sí para encerrarse en su oficina, lejos de la tentación de mirarla más de lo necesario. —No se preocupe, señor, ya mismo marcaré por usted y le pasaré la llamada. Negó con la cabeza y se dirigió hacia su oficina. Quería estar lejos de su asistente porque algo comenzó a despertar y sería completamente engorroso que ella se diese cuenta de que, de pronto, sus pantalones le apretaban en la entrepierna. «Dios, necesito compañía urgentemente. Temo algún día cometer un error si esto que siento por Johari sigue aflorando», se regañó mentalmente mientras inhalaba profundamente y se sentaba en su cómoda silla detrás de su escritorio. 
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