Otro día más y otro almuerzo en su escritorio, pero no podía quejarse, no realmente. La mañana había sido bastante tranquila, no hubo reuniones ni visitas inesperadas y sabía, mejor dicho, intuía, que gracias a esto, su jefe estaba de buen ánimo. Sin embargo, esporádicamente, tanto ella como su jefe, debían trabajar en horario de almuerzo y sí, terminaba ordenando comida por teléfono de uno de los tantos lugares en los cuales su jefe acostumbraba almorzar. En cuanto a ella, se conformaba con la vianda¹ que traía de casa y con algunos bocadillos que guardaba en la alacena de la salita de descanso. Y eso era exactamente lo que sucedió hoy. Ella ordenando un menú completo de tres comidas saludable para su jefe y un postre extra.
Por otra parte, no podría decir con certeza qué fue lo que ocurrió para que su jefe estuviese con un humor bastante azucarado. Esta mañana lo había visto llegar pulcramente vestido y peinado, como siempre, pero notó de inmediato el brillo inusual, casi delatando picardía, en los ojos color azul cielo del hombre. Lo cual, a su vez, provocó que su tranquilo corazón latiese con brío dentro de su pecho al verlo más guapo que de costumbre. Aun así, optó por centrarse en sus labores y dejar de lado cualquier pensamiento indecoroso respecto a su jefe.
Y ahí estaba, delante de la pantalla de su computadora mientras llevaba, por ratos, el tenedor cargado con ensalada a su boca. Incluso con su carga de trabajo más baja de lo habitual, todavía había asuntos que requerían organización. A pesar de que no había nada en su lista de tareas pendientes que exigiese atención inmediata, le gustaba estar al tanto de todo lo que pudiese surgir. Siempre había alguien que buscaba concertar una cita para ver a su jefe o hacer un seguimiento de un mensaje enviado por él. Las tareas tendían a acumularse rápidamente y a ella le gustaba tenerlas organizadas y preparadas para que se estableciesen en un horario apropiado lo más rápido posible. No era como si fuese una maniaca del orden, pero lo cierto era que optaba por ser preventiva con algunas cosas.
Y eso sin incluir todos los cambios de último momento, las cancelaciones de reuniones y las visitas improvisadas. A veces tenía que hacer malabarismos con cada uno de ellos para que funcionase lo mejor posible para todos. Ella había aprendido que nunca haría feliz a todo el mundo, pero se conformaba con hacer feliz a su jefe.
Sus reflexiones frenaron cuando oyó abrirse la puerta de la oficina y su jefe asomó la cabeza. Entrecerrando los ojos, observó como su jefe miraba todo el entorno como si de pronto alguien aparecería mágicamente, pero antes de que ella pudiese indagar sobre el asunto, su jefe volvió a encerrarse. Quedó con la mirada fija en la puerta y consideró marcar el intercomunicador para averiguar si había algo que necesitaba, pero antes de hacer cualquier cosa, su jefe apareció nuevamente en la puerta, esta vez con una de las viandas en las manos.
Arqueó una ceja mientras su mirada iba desde el recipiente con comida a los ojos de su jefe.
—Señor, ¿ocurre algo con su almuerzo? —preguntó, después de unos buenos segundos deliberando en su mente si atreverse a cuestionar o no.
Su jefe frunció un poco el ceño, negó con la cabeza y caminó hasta su escritorio.
—No, en lo absoluto —Ladeó un poco la cabeza cuando el hombre dejó el recipiente sobre su escritorio—. No puedo quejarme porque sabes perfectamente mis gustos y consigues buena comida.
—Oh, bueno, pero recuerde aquella vez que, por equivocación, pedí comida en ese nuevo restaurante tailandés. El resultado fue una intoxicación para los dos —rememoró ella, con un toque de humor en la voz.
—¿Tenías que recordar eso, cierto? —Y fue inevitable no soltar una risita ante la cara de póker de su jefe—. Lo cierto es que hasta hace poco recibí correos electrónicos de disculpas, por no mencionar los cupones gratis válidos para algún aperitivo o postre.
—De hecho, debo decirle que usé algunos de esos cupones para el famoso pudín de mango. Es realmente una delicia —confesó, llevándose un bocado de su ensalada a la boca.
—¿Lo has hecho? —Asintió, ahogando otra risita—. No lo puedo creer. No sé si llamarte valiente o considerar tu osadía como traición.
—Es difícil negarse al pudín de mango, señor —replicó, dejando de lado su tenedor y descartando su ensalada.
Su jefe apoyó un brazo sobre su escritorio, mirándola con una ceja arqueada. Ella suspiró, mentalmente, como una colegiala enamorada. Tener al hombre tan cerca era demasiada tentación, pero logró controlarse y mantener su semblante tranquilo.
—No creo haberte dicho esto, pero, ¿por qué no me sorprende que alguien tan delicada, pequeña e inocente como tú se haya convertido en una persona aficionada a los postres?
Contuvo una especie de bufido sin quitar la mirada de la de su jefe. Negó tenue con la cabeza y frunció el ceño.
—¿Delicada, pequeña e inocente? —repitió, viendo las comisuras de los labios del hombre curvarse hacia arriba, en una diminuta sonrisa—. Con todo el respeto, señor, pero no soy ni delicada ni pequeña, si por pequeña se refiere a mi estatura, por supuesto. No es como si fuese una jirafa, pero estoy muy bien con mi metro setenta de estatura. No estoy muy segura sobre inocente. El significado de inocente puede aplicarse a un cierto número de posibilidades para describir a una persona.
—Posiblemente tengas razón, Johari.
—¿La tengo? —cuestionó, entrecerrando los ojos—. No quiero pensar que también me describa o me considere una chiquilla cuando no estoy cerca.
Y fue justo después de pronunciar la palabra “chiquilla” que notó cierto resplandor en los ojos color azul cielo de su jefe. Sin embargo, tan rápido como apareció ese resplandor, se esfumó.
—En lo absoluto, Johari. Nunca pensé en ti como una chiquilla —imperó su jefe, la voz más adusta de lo normal.
Al escuchar esto, ella tuvo que sonreír genuinamente. Lo cierto era que su jefe nunca la trató como otra cosa que no fuese lo que realmente era ella: una persona adulta, capaz, eficiente, organizada y respetuosa. Lo cual era más de lo que podría decirse de algunas de las otras personas con las cuales hubo trabajado en el pasado. No le dolió, en lo absoluto, que no ser vista como una chiquilla hiciese mucho más cómodo para ella disfrutar comiéndose con los ojos al hombre mayor cuando tenía la oportunidad. Ella podría saber muy bien que definitivamente tenía que mantenerse al margen y respetarlo, pero eso no significaba que no pudiese disfrutar de la vista de vez en cuando. Y que su jefe no la viese como una chiquilla, o una especie de figura de hija, entonces mucho mejor para las muchas fantasías que ella disfrutaba y gozaba en su mente.
—Bien. Debo decir que eso es bueno —refutó, volviendo en sí de sus reflexiones—. Entonces puedo estar tranquila y seguir conversando con Kitty.
—¿Conversas con ese muñeco que tienes ahí? —preguntó su jefe, apuntando al peluche de felpa con forma de gato.
—Cada mañana, cuando llego aquí, es lo primero que hago —profesó, echando un rápido vistazo al peluche—. Es buena compañía, sobre todo porque fue un regalo de mi madre.
Su jefe soltó una risita y negó con la cabeza. Y, Dios, el sonido de la risa del hombre la hizo estremecer. Rogó porque su jefe no se diese cuenta de que, detrás de su rostro sereno, se ocultaba una reacción de completo deleite.
—Vaya, no quiero saber lo que le cuentas a Kitty.
—Ciertamente no, señor.
—Lo importante es que tengas con quien conversar, aunque tu interlocutor sea un muñeco de felpa y no pueda responder.
No había burla en la voz de su jefe, tampoco algo que delatase otra cosa que interés en los ojos del hombre.
—Sí, supongo que es bueno —Ella se encogió de hombros—. Al menos ayuda a soportar los momentos estresantes, sobre todo porque también se siente como un desahogo cuando las cosas están por salir de control.
—Lo relevante es que tengas algo con lo cual entretenerte y no terminar colapsando —Asintió, admirando las facciones tan varoniles de su jefe—. Los dos sabemos que trabajar en esta empresa como mi asistente no es exactamente el trabajo más laxo y se requiere que hagas mucho y luego vas y haces el doble. Es bueno saber que tengas algo con lo cual pasar pequeños instantes de ocio, así sea hablar con un muñeco de felpa. Es, de alguna manera, algo tierno, si me lo preguntas.
Se permitió mirar fijo los ojos de su jefe y perderse en el mar azul cielo por unos segundos mientras procesaba las últimas palabras en su mente. No creía que hablar con un muñeco de peluche fuese tierno, en todo caso y analizándolo desde otro punto de vista, lo catalogaría como algo hilarante y descabellado. Pese a esto, no le importó que su jefe pensase en la acción como algo tierno.
—Está bien. Que a usted le parezca tierno que su asistente hable con un muñeco de felpa… —Hizo un gesto con la mano al aire, viendo la pequeña sonrisa en los labios del hombre. Labios con los cuales fantaseaba poder besar algún día—. Entonces, ¿qué pasa con su comida? —preguntó, señalando el recipiente sobre su escritorio.
Necesitaba cambiar de tema porque no quería reflexionar sobre las sensaciones que comenzaron a frotar dentro de sí al estar cerca de su jefe. Bastante tenía con las fantasías que revoloteaban por su mente.
—Ah, sí. No, no hay nada malo con la comida —Frunció la nariz y negó con la cabeza, bajo la atenta mirada de su jefe—. Lo cierto es que quise hacerte compañía, pero veo que continúas trabajando a pesar de tener una hora libre para el almuerzo.
—¿Sí? ¿Y me lo dice usted precisamente? —Sin reprimirse, apuntó con un dedo acusatorio al guapo hombre—. Señor, no puede venir y decirme que me tome esa hora libre cuando usted también ha estado trabajando.
—Culpable, pero ahora no estoy en la oficina. Estoy aquí, contigo, haciéndote compañía en horario de almuerzo —Arqueó una ceja y su jefe le señaló la ensalada olvidada—. Solo has comido algunos bocados, Johari.
—¿Y quiere que deje de verificar y filtrar los correos electrónico para terminar de comer la ensalada? —cuestionó.
—En efecto —Exhaló un suspiro por lo bajo, mirando de la comida de su jefe a su ensalada—. Además, no creo que afecte tu desempeño y rapidez el hecho de que te tomes una hora, que es lo que corresponde, para almorzar como es debido.
—¿Qué hay de usted? ¿También se tomará su hora de almuerzo?
—Estoy aquí, ¿verdad? —Reaccionando por impulso, se mordió el labio inferior para no delatar su sonrisa satisfecha por tener al guapo hombre haciéndole compañía—. Pero conociéndote, no lo harás por más que sepas que es lo correcto.
—Señor, en serio, no es…
—Muy bien. No me dejas otra alternativa —Incrédula, vio al hombre arrastrar una silla, acercarla al escritorio y sentarse—. Perfecto. Ahora tendrás que almorzar conmigo.
—No estoy segura de que decir a esto, señor —Sutilmente, apuntó al hombre y, luego, se apuntó a sí misma—. Sin embargo, esta vez lo dejaré pasar.
—Punto para mi, entonces —imperó su jefe, sonriendo y señalándole la ensalada—. Ahora, sigamos comiendo.
Le tomó algunos segundos en darse cuenta de lo que estaba sucediendo. Nunca antes su jefe había hecho lo que ahora y, realmente, no estaba ayudando a sacarlo de su mente. Todo lo contrario, esto era material exclusivo para usarlo en algunas fantasías… Dios, no. No podía permitirse pensar de más.
Sacudió apenas la cabeza, dejando atrás los pensamientos que no venía a cuento ahora mismo y miró al hombre sentado frente a ella, usando el escritorio como mesa. Por la diminuta sonrisa en los labios del hombre haciendo juego con el brillo inusual en los ojos color azul cielo, ella estaba segura de una cosa…
—Parece muy satisfecho consigo mismo, señor —profesó.
—Oh, lo estoy.
Y se rindió al encanto que emanaba el hombre, pero ocultó cualquier emoción que la condujese a una falta de respeto. No quería, por ningún motivo, que su jefe se diese cuenta de que su corazón estaba latiendo frenético, que su sangre corría como lava por sus venas y que todo lo que tenía en mente era la fantasía de sentarse sobre las piernas del hombre, rodear su cuello con los brazos y besarlo apasionadamente…
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¹La idea de vianda suele utilizarse para nombrar al recipiente o la bandeja que incluye una ración de alimentos. Las viandas, en este sentido, pueden trasladarse desde el hogar hacia otro lugar para comer fuera de casa (en un parque, en un intervalo de descanso en la oficina, etc.) o ser entregadas a la hora del almuerzo o de la cena en un lugar determinado (una escuela, una empresa etc.).