María Elena, tenía muchos sentimientos encontrados. Antes de que Marco Antonio volviera, sus planes eran casarse con Alberto, en unos meses, ya lo tenían todo planeado, pero ahora, ahora no sabía qué hacer.
Mariana seguía mirándola, esperando a que se calmara, pues el hecho de que le dijera que le diese una oportunidad a Marco Antonio, no le cayó del todo bien.
—¿En qué piensas? —Preguntó Mariana sacándola de sus pensamientos.
—En el beso y lo que me hizo sentir. Pense que lo había olvidado, pero me equivoqué, ahora siento que lo amo mucho más que antes. Declaró entre llorando
—Amiga. Marina hace que recueste si cabeza en su hombro—Pero ¿Qué hago? Yo me voy a casar con Alberto, no puedo hacerle daño, él no se lo merece Mariana… Es un buen hombre que estuvo conmigo en los malos momentos y no puedo hacer como si nada y botarlo cómo un objeto que ya no me sirve.
—Entonces, tienes un problema, amiga. Le dijo Mariana sobándole la espalda—
— Yo te diría que volvieras con Marco Antonio, después de todo es a él a quien amas.
— ¡Ni loca! No le perdono lo que me hizo . Alzó la voz levantándose de la cama—
— Me casaré con Alberto sí, eso haré y me olvidaré de Marco Antonio para siempre. Afirmó segura.
¿Pero lo estaba de verdad? Quería creerse su propia mentira, solo así pensaba que llegaría a ser feliz algún día, aunque supiera que esa no era la realidad de lo que sentía y quería. Era el rencor quien la tenía así, era el miedo de volverse a ver en la misma posición de años atrás la que hacía que se alejara de Marco Antonio, aun sabiendo que lo amaba incluso más que antes, no podía decirle sí, así sin más.
—No deberías casarte con un hombre al que no amas, por muy buen hombre que sea. Expresó Mariana.
—Claro que puedo.
—Pero no estás enamorada de él, Mari. Ese será el mayor error de tu vida. Refirió su amiga y ella se encogió de hombros
— ¿Sabes lo que me dijo Marco Antonio antes de que llegaras? —Ella negó poniendo toda su atención en su amiga favorita.
—Que se quedará aquí a vivir, que se quiere casar contigo. María Elena… Quiere dejarlo todo por ti.
Mariana cogió sus manos y María Elena estaba tan nerviosa que, le sudaban las manos. ¿Será verdad que él haría eso por ella? Esa pregunta rondó en su cabeza y sintió como su corazón latía
frenéticamente ¿Por qué era tan débil? Con solo saber eso, ya tenía a las estúpidas mariposas, esas que habían matado alguna vez y ahora estaban otra vez ahí revoloteando por todo su cuerpo. No quería hacerse ilusiones, no con él, no ahora. Estuvieron unos minutos más hablando, minutos que le sirvió a María Elena para tranquilizarse y salir de la habitación tal y como había llegado a la casa. No podía dejar que Alberto se diera cuenta de que algo le pasaba y que Marco Antonio tenía mucho que ver, bueno más bien, tenía que ver todo.
Aunque en realidad, Alberto no era tonto y seguro ya sospechaba que algo había pasado entre ellos en la cocina. Tal y como salió Marco Antonio de la misma antes de irse, le dio que pensar. Salieron de la habitación y caminaron por el pasillo para volver al salón, pero no sin antes comprobar que los niños estuvieran dormidos y tranquilos. Cuando cada una, le dio un beso a su bebé, siguieron su camino y entraron en el salón, donde un Alberto la miró nervioso y Julio César estaba como si nada. Ambas se sentaron, cada una al lado de su pareja, quedando frente a frente. Alberto se acercó a María Elena y la besó y con ese beso, no había sentido nada, en cambio con Tony, lo había sentido todo incluso más. ¿Por qué no podía amar a Alberto? —Que, lío tengo. Susurró para sí misma y los tres la miraron. Se puso pálida, ya que pensó que no la habían escuchado, pero sí que lo hicieron y el primero en sonreír fue Julio César, dándose cuenta de la situación en la que estaba metida su amiga.
—¿Te pasa algo? . Le preguntó Alberto en su oído.
—Nada, no me pasa nada. ¿Por qué?
—Porque desde que se fue Marco Antonio estás, ida…
—No digas tonterías. Es verdad que no me lo esperaba verlo aquí después de tanto tiempo, pero solo es eso.
Se apresuró a decir, antes de que él le dijera algo más y tuviera que darle más explicaciones de la necesaria.
— Ha visto a la niña y eso me tiene intranquila.
—Está bien, si tú lo dices. Le dijiste que era mía ¿No? —Sofía asintió con la cabeza gacha.
—Perdonan que me meta, pero creo que Marco Antonio debería saber que Susy es su hija, tiene derecho. Intervino Julio César y Alberto se puso tenso.
—Claro que tiene derecho, pero no creo que merezca saberlo. Respondió molesto
—Y según tú ¿Por qué no merece saberlo? Julio César ya estaba empezando a molestarse. ¿Cómo se atrevía a decir que Marco Antonio no se merecía saber que la niña era su hija, cuando ni siquiera sabía que existía?. No podía
soportar como María Elena seguía sin decirle la verdad. Marco Antonio era su mejor amigo, su hermano y sí, cometió el peor error de su vida: creerle a su padre, esa horrible mentira, pero eso no significa que no deba saberlo. ¿Acaso no se lo diría nunca?
— ¡Chicos ya basta! Julio César tienes razón hablaré con él y le contaré todo. Respondió sabiendo que su amigo tenía razón.
—Alberto, lo siento, pero Marco Antonio tiene derecho a saber la verdad. Es su padre y si nunca buscó a su hija, era porque no sabía que la tenía. Dijo María Elena tocando el tema sin importarle lo que Alberto pensara. Ella haría lo correcto y eso era decirle la verdad a Marco Antonio. Cenaron tranquilos y no volvieron a hablar de Marco Antonio, aunque ella no dejaba de pensar en él y sobre todo en lo que el beso había provocado en ella.
Después de cenar, se quedaron un poco más tomándose algo y charlando, eso hacían desde hacía tiempo, quedaban, cenaban y pasaban tiempo juntos. En realidad, para Julio César no era muy placentero tener a Alberto en su casa, no le gustaba, ya que, para él, era el enemigo de su mejor amigo, pero no podía echarlo a la calle, tendría problemas con su mujer. A las dos de la madrugada, María Elena se levantó para irse, pues ya era tarde y estaba cansada. Fue a buscar a su hija Susy y cuando lo tuvo todo preparado, caminó hasta la puerta.
—Mari. Ya sabes que puedes llamarme siempre que quieras. ¿Verdad?. Dijo Mariana despidiéndose de ella.
—Tranquila, amiga estoy bien. Le dio un beso en la mejilla para después salir de allí. Fueron hasta el auto de Alberto, colocando a Susy en respectiva silla y después cada uno se sentaron en su asiento. María Elena iba muy callada, Marco Antonio no salía de su mente y mucho menos saldría de su corazón. Eso era algo que ya lo había asumido. Quería olvidarlo, quería casarse con Alberto, sabiendo que, con él, podría ser feliz, pero ese podría era lo que hacía que pensara mejor las cosas. Además, Mariana le hizo entender y ella no amaba a Alberto y sería egoísta de su parte, utilizar a Alberto para olvidar a otro. ¿Cómo se iba a casar con un hombre al que no amaba?
En ese momento Alberto detuvo el auto, justo en la puerta de su casa, pero ella estaba tan concentrada en sus pensamientos, que no se dio cuenta que ya habia llegando a su casa. Alberto la miró y no le gustó lo que vio, se dio cuenta de que ella aún seguía amando al padre de su hija y que sería un rival muy fuerte de vencer.
—Sigues pensando en él, ¿verdad? . Preguntó Alberto exaltándola.
—Dios, me asustaste. Dijo sorprendida en un breve susurro.
—Perdona, no era mi intención.
Aún no le había respondido a la pregunta, pero es que no sabía qué decirle. Si le decía la verdad, probablemente también le perdería a él y no quería acabar así. Alberto no se lo merecía.
—Para ser muy sincera, no se que hacer. Declaró asustada, pendiente de su reacción.
—Lo sé. ¿Su llegada cambia algo entre nosotros?. Preguntó temeroso de perderla—. Sabes que te amo y nos vamos a casar, ¿verdad?
—Nada cambia entre nosotros. La boda sigue en pie, necesito que me ayudes a olvidar, pero…
—Pero tiene que saber que Susana es su hija. Lo entiendo, de verdad. Yo lo único que quiero es que seas feliz y que no vuelva a lastimarte. Tenía un nudo en el estómago—. Eres muy importante para mí, tú te mereces ser feliz y si me dejas yo seré ese hombre que te feliz.
—Gracias Alberto… Pondré todo de mi parte para que así sea. Respondió y él le sonrió con ternura.
—Esta bien. Entra que ya es tarde y hace frío para la niña.
Ella asintió y abrió la puerta para salir. Alberto también salió y la ayudó con todo. María Elena tenía a la niña entre sus manos y Alberto agarro la pañalera, donde estaba todo lo necesario para una niña de tres años. Caminaron hasta la puerta y María Elena la abrió, se dio la vuelta antes de entrar.
—Te quiero. Dijo Alberto
—Siento no poder responderte. Respondió apenada. Alberto la miró con ternura y negó restándole importancia, luego se acercó a ella y la besó, beso con el que María Elena no sintió nada. Ni un cosquilleo en su estómago, ni se le erizó la piel al sentirlo cerca, no sintió nada de nada. Al separarse, Alberto comenzó a caminar hasta su auto y antes de entrar en él, se dio la vuelta.
—Descansa y cualquier cosa que necesites me llamas. Ella asintió y entró en casa.
Dejó a la niña en su cuna y después se fue directa a la ducha, necesitaba relajarse. Tenía que pensar qué haría con Marco Antonio no iba a dejar que viniera ahora a fastidiarle la vida y ella estaba segura de que se quería casar con Alberto. " ¿De verdad estoy segura de ello? ", pensó. Negó metiéndose bajo la regadera de agua tibia, donde sabía que, al menos por un rato, pensaría en otra cosa.
—Porque rayos tuviste que volver Marco Antonio Rodríguez. Se dijo a sí misma. Unos minutos más tardes, en los que se dio cuenta que la ducha tampoco ayudaba, salió y después de secarse y ponerse el pijama, se metió en la cama. Con lo que no contaba, era con que no dormiría al menos, hasta después de un par de horas
en los que no paró de dar vueltas. Se despertó sobre las diez de la mañana, no había dormido apenas y tenía unas ojeras que confirmaban su insomnio. Fue al baño para asearse y se vistió. Tenía que preparar el desayuno para su hija, lo cual le preparo leche con cañihua, quinoa, miel y canela. Cuando lo tuvo preparado, fue a la habitación de Susy, la vistió y después de darle el desayuno, decidió que saldría a su lugar favorito desde hacía tres años. Salió de su casa, metió a la niña en el coche y cuando ya estuvo preparada, arrancó para ir a la playa.
La casa en la que estuvo por primera vez con Marco Antonio, ese era su lugar favorito, donde siempre iba para pensar y aclarar sus ideas. Lógicamente no podía entrar en ella, pero se quedaba fuera, además a su hija le hacía bien tomar un poquito de sol. Cuando llegó, estacionó, bajó del auto y fue a sacar a la niña para sentarla en su silla. Entonces caminó a unos de los bancos que habían delante de la casa y se sentó mirando al mar. Pasaron unos diez minutos, cuando escuchó como se abría la puerta de la casa, miró hacia atrás y cuando vio quien salía de ella, se sorprendió a la vez que, su corazón comenzaba a latir desbocado por verlo de nuevo. ¿Cómo era posible que su corazón reconociera a la persona que amaba? Ambos se miraron y Marco Antonio caminó hasta ella extrañado de verla allí, pero también feliz.
—¿Marco Antonio?. Dijo frunciendo el ceño.
—Maria Elena ¿Qué haces aquí?.Preguntó cuándo estuvo frente a ella.
—¿Podría preguntarte lo mismo?. Respondió alzando una ceja y él le sonrió.
—Yo pregunté primero. Se acercó a la niña
—Hola pequeña. Saludó a la niña embobado.
Sofía vio como miraba a su hija y una parte de ella, hizo que se sintiera culpable por haberle negado el derecho de saber sobre la existencia de su hija. Ella sabía que Marco Antonio se hubiese puesto feliz, aunque no estuvieran juntos. Esa simple aclaración, le dolió aún más y sintió un pellizco en el corazón.
—Vengo aquí desde hace tres años, es mi lugar de pensar. Me gusta la vista. Dijo mirando hacia el mar de nuevo. El sol iluminaba sus ojos y la hacía ver más hermosa. Marco Antonio tragó saliva y no podía dejar de contemplar su precioso perfil.
—Oh, okey tenía ni idea. Respondió con la boca seca
—Es preciosa tu hija.Ella asintió.
—Contesta a mi pregunta. ¿Qué haces aquí?. Pregunto nerviosa.
—Vivo aquí… Ayer compré la casa. Respondió mirándola a los ojos fijamente—. Es que me voy a quedar aquí permanente y tenía que vivir en
algún lado… Qué mejor lugar, que la casa donde te amé por primera vez.
Esas últimas palabras las dijo con el corazón a mil por hora, aunque María Elena no se quedaba atrás. Estaba muy nerviosa y saber que, compró esa casa por ella, por los recuerdos, por lo que vivieron y porque sabía que ella amaba este lugar, hizo que lo amara un poco más. Era muy complicado saber eso, meses antes de casarse con otro hombre. ¿Por qué no le creyó? ¿Por qué tuvo que volver para ponerle el mundo al revés? Estaba desesperada y esa desesperación acabaría con todo. Lo estaba viendo venir. Por un momento se quedaron mirando, sin decir una palabra más. A veces una mirada dice más que mil palabras ¿No? Entonces, ella se armó de valor, y, como pudo, volteó la cabeza para mirar hacia otro lado, porque hasta mirarle dolía.
—Pues me alegro por ti. Dijo secamente. Marco Antonio se dio cuenta de lo que había provocado en ella, sabía que, el hecho de saber que había comprado la casa por ella, le estaba dando mucha ventaja para conseguir su perdón y confianza, pero había algo que aún no le dejaba penetrar en su cabeza y mucho menos en su corazón.
María Elena se coloco una coraza, una fuerte que, nadie pudiera romper… Y eso, lo rompería él, estaba seguro de ello. Siempre pensó que el amor podía con todo y esta vez iba a ser más fuerte que la mentira.
—Estaba a punto de desayunar. ¿Quieres pasar? .Preguntó y ella frunció el ceño
—Prometo portarme bien. Es solo que, así hablamos y nos ponemos al día. ¿Te parece?
—Está bien, pero no prometas algo que no vayas a cumplir, Marco Antonio
—Porque no me dices cómo antes, antes me decias Toño
—Eso, era antes.
—Esta bien como tú quieras.
Se levantaron y él le sonrió haciendo que ella negara. Se conocían bien, muy bien y todo siempre tenía un porqué. Había llegado el momento de hablar de su hija y tenía miedo de su reacción, tenía miedo de que después de saberlo la odie y ya no, luche por ella. " Pero ¿qué estás diciendo? " se preguntó. Su cabeza era un caos, al igual que su corazón.