Capítulo 7

2340 Words
Caminaron hasta la puerta de la casa y Marco Antonio la esperó para que ella pasara primero. Pasó por su lado, y, lo pasó realmente mal al sentir su mano en su espalda, Marco Antonio sonrió y ahí perdió el sentido común, porque eso era lo que le pasaba cuando él ponía su sonrisa matadora, esa que vio la primera vez que lo vio. Tantos recuerdos inundaron la mente de ella. Tantos momentos en tan poco tiempo. Tanto amor que se había dado y prometido. Y todo se fue a la basura por una mentira. Cuando por fin entraron, Sofía miró a su alrededor y la casa estaba tal y como la recordada, preciosa. Ella estaba enamorada de esa casa desde que la vio por primera vez. Salieron al jardín y recordó que tenía que avisar a su madre que pasaría más tarde por su hijo Frank. —Tengo que hacer una llamada. Se excusó y caminó hasta la esquina del jardín, dejando a su hija con él. Tomó su teléfono móvil y marcó el número de su madre. Esperó y a los tres tonos, su madre contestó. —Hija, estaba muy preocupada, por tí. Pensé que vendrías a dormir anoche aquí. Olvidó por completo avisar a su madre de que no dormiría en su casa, la escuchó muy preocupada e intentó calmarla para que no se alterase más de la cuenta. —Me fuí para mi casa, disculpa que no te avise. Respondió—. ¿Y Frank cómo está ? —Está dormido. —Más tarde voy por él, dile que haga los deberes y dale un beso. —Está bien, hija. Cuando colgó, suspiró y observó como Marco Antonio jugaba con la niña. Una sonrisa se escapó sin darse cuenta, pero intentó taparla rápidamente, pues Marco Antonio ya la estaba mirando. Caminó hasta él y se sentó frente a él. Estaba maravillada con todo a su alrededor. Desayunar mirando al mar, siempre fue un sueño, un sueño del que no quería despertar, pero los sueños no existen y eso ella lo sabía muy bien. Marco Antonio dejó a la niña en el suelo para que siguiera jugando mientras él le servía el desayuno, en la mesa había pan de chicharrón, butifarra, zumo de frutas tropicales, café y maté de coca —Yo pense ¿ Qué ya no tomabas maté de coca ? —Extrañaba mucho mi comída. Así desayunaban y hablaban. No dejaba de mirar a la mujer que tenía frente a él, a la mujer que amaba más que a nada en este mundo, a su mujer. Porque sí, ella era suya y de nadie más y no iba a dejar que se la quitaran. —¿Qué miras tanto? . Le preguntó María Elena ruborizada. —A ti, es que… Estás tan hermosa. Tosió nerviosa y él volvió a sonreírle.," ¿Por qué está tan guapo? No podría haberse puesto gordo y feo no… Dios, esto es una tortura ", pensó sin dejar de mirarle. —Y Frank ¿cómo está?. Ahora la que sonreía era ella. Se puso nervioso al verla sonreír, ya que desde que la vio ayer, solo fue miradas llenas de odio, gritos, peleas… Desde ayer todo era un caos y ahora que, la tenía en frente, hablando tranquilamente, donde podía utilizar sus armas para hacer que le perdonase, ella sonreía y le desarmaba por completo. —Muy alto para su edad. Y guapo e inteligente. —Tengo ganas de verlo. Afirmó tomando un vaso de zumo. —Él también tienes muchas ganas de verte. Aclaró ella y Marco Antonio abrió los ojos sorprendido. —Espera. ¿No le contaste nada de lo qué pasó?. Pensé que no querría verme, que me odiaría. María Elena movió la cabeza en forma negativa. Jamás le dijo nada a su hijo de lo que pasó con Marco Antonio. Él no podía creerlo, pensó que Frank lo sabía y que no podría volver a verlo. En el tiempo que pasaron juntos, le tomó mucho cariño y lo quería como a un hijo. Le confesó que siempre le habló a Frank de él y que siempre le decía que lo volverían a ver. Es cierto que su hijo no era tonto, pero nunca dijo nada, ni a su madre, que era con quien hablaba a diario. —Gracias por no dejar que me odie. Marco Antonio estaba emocionado. María Elena se levantó, movió su silla para ponerla a su lado y volvió a sentarse. Ahora estaba muy cerca de él y le dolía verle así. ¿Cómo podía haber pensado que ella le diría algo malo a su hijo sobre él? Ella sería incapaz, ni siquiera le hablaba mal de Rolando o de su verdadero padre. Sofía no era así, no caía tan bajo. —Ni siquiera yo he podido. Susurró —¿No me odias?. Negó y él cogió sus manos, haciendo que se pusiera muy nerviosa. —No, no lo he conseguido. —Maria Elena yo... No puedo vivir sin ti. Lo siento, pero no puedo. —Ella se separó de él y se levantó. Comenzó a dar vueltas de un lado al otro, intentando tranquilizarse, pero no podía. Las lágrimas se asomaban en sus ojos y no quería llorar. Todo se complicaba y ya no tenía fuerzas para seguir luchando contra el pasado, porque siempre vuelve. —¿Por qué no te diste cuenta antes? —Preguntó encarándole—. ¿Por qué ?. ¿Dejaste que me fuera?. ¿Por qué no me buscaste? —Estaba fuera de sí—. ¡¿Por qué no me creíste maldita sea?! —Gritó desolada. —Perdóname… Yo también fui una víctima del odio de mi padre. ¡Qué imbécil fui!—Respondió y se levantó para ponerse frente a ella. —Dejaste, que te engañaran, pero tú me conoces y si me hubieras buscado, no tendría que haberte… —Se calló de pronto. Miró a su hija y luego a él—. Hay algo que tienes que saber —expresó mirando al suelo. Marco Antonio la abrazó sin que ella se diera cuenta, solo por sentirla y hacerle ver que él sabía todo y que no hacía falta ninguna explicación. No hacía falta que le dijera que Susana era su hija, él sabía que era suya, solo había que ver a la niña, era muy parecida a él. Sofía se encerró entre sus brazos, sintiendo esa protección que, hacía tiempo no tenía. Cuánto le había echado de menos. Por un momento se permitió soñar, pensando que estaban juntos y felices, viviendo en esa maravillosa casa, donde él le hacía el amor, donde la hacía la mujer más dichosa… Pero todo era eso, un sueño. Levantó la mirada y sus ojos se encontraron. —Es mi hija ¿Verdad? —Ella asintió y volvió a mirar al suelo—. No te preocupes… Es cierto que me duele saberlo ahora, pero te conozco y seguro que hay una explicación para todo. —¿Cómo te iba a decir que eres su padre si me gritaste que no querías saber nada de mí? No podía hacerlo, no hubiera soportado que no me creyeras y pensaras que era de otro y que solo quería tu dinero —explicó al mismo tiempo en que, ese sueño que ella quería que se hiciera realidad, la hizo despertar de golpe enseñándole la realidad. Se separó de él, con todo el dolor de su corazón, porque no había sitio mejor donde cobijarse de todo. Entonces, se dio cuenta de una cosa, Marco Antonio estaba llorando. Se sentía culpable y estaba segura de que él tampoco lo pasó nada bien. Era complicado tener un padre como el que él tenía. Es muy doloroso, darse cuenta de que, por culpa de su padre, perdió lo que él más amaba. Ahora podría estar con ella, con su hija y el Señor Rodríguez se encargó de que eso no pasara. —Tengo una hija y por culpa de mi padre, me he perdido parte de su vida. Sollozó—. María Elena, vuelve conmigo por favor. Quiero ver crecer a mi hija, quiero que me llame papá. Suplicó secándose las lágrimas que rodaban por sus mejillas —Yo… Ahora mismo solo te puedo ofrecer una amistad. Dijo suspirando —Por tu hija no te preocupes, podrás verla siempre que quieras y solo te llamará papá a ti —Bueno, me conformo con estar cerca de ustedes tres, aunque sea como amigo. Estuvieron hablando un rato más, donde todo se basó en explicarle a su hija, que él era su padre. Susana, siempre vio fotos de Marco Antonio, pero era una niña y tenía que ganarse su confianza para así conseguir que le dijera papá, aunque ellos le dijeran que él lo era, ella tendría que verla siempre, tenerla cerca. —Gracias María Elena. Habló de pronto. Habían estado callados, mirando como la niña jugaba, contemplando todo a su alrededor. Estaban tranquilos y María Elena se había quitado un gran peso de encima, aunque ahora en lo único que pensaba era en Alberto y la boda. No estaba segura de querer casarse con él, no después de haber hablado con Marco Antonio y aclarado varias cosas que se quedaron en el aire. —¿Porqué?. Preguntó extrañada. —Por darme esta gran bendición que es mi hija… No sabes lo feliz que me has hecho y espero ser el mejor padre para ella. Declaró abrazándola. Así, abrazados, sintiendo sus corazones tan cerca, latiendo al mismo tiempo, reconociéndose al instante, estuvieron por unos minutos. Marco Antonio estaba feliz, al menos algo salía bien. No le gustaba eso de ser solo su amigo, pero mejor eso que nada y así tendría tiempo para conquistarla de nuevo. Se separaron y María Elena quedó miró la hora en su móvil, dándose cuenta de que ya tenía que irse. Se levantó y le miró de nuevo para despedirse. —Nos tenemos que ir ya. —¿Volverás?. Ella se encogió de hombros con una sonrisa. —No sé, pero tú puedes venir a ver a tu hija cuando quieras. —Le dio un beso en la mejilla y se fue. Cuando estaba en el auto a punto de el motor en marcha, él salió corriendo gritando su nombre. María Elena se bajó del coche y corrió también en su encuentro. Nada bueno saldrá de todo esto, ambos lo sabían. Llegaron sin aliento y sin previo aviso, se besaron. ¿Qué significaba ese beso? Ninguno podría responder a eso, después de que quedaron como amigos, pero los amigos no se besan ¿No? Al separarse, pegaron sus frentes, mirándose a los ojos. Estaban agitados. Marco Antonio secó las lágrimas que María Elena derramaba y la apretó contra su cuerpo con fuerza, para no dejarla escapar. —Tengo que irme. Surró ella. —Vuelve, por favor. Suplicó él. Y así, sin responderle, se marchó. Se quedó allí parado, viendo cómo se alejaba de él. Se preguntó "¿Qué fue eso" ?. Sin saber la respuesta. Lo mejor que podía hacer, era no agobiarse, que le dé el tiempo que necesite y si quería que solo fueran amigos, pues será su amigo, aunque se muera por volver a besarla y retenerla entre sus brazos. Después de todo, estaba feliz, no se creía que tenía una hija con María Elena, una pequeña, fruto de su amor. Tenía que recuperar a su familia, tenía que hacer lo que fuese y no iba a permitir que se casará con Alberto. Volvió a entrar y se sentó en el sofá. Estaba exhausto por todo lo que había pasado en tan pocas horas. Estaba tranquilo, reposando en el respaldar del mismo, cuando le sonó su teléfono móvil, que hizo que sobresaltara. Lo descolgó sin mirar la pantalla para ver quién lo llamaba. —Hola, mi amor. Saludó Jannet con una voz muy sensual. —¿Qué quieres Jannet?. No estoy para tus tonterías, así que habla rápido o cuelgo. Respondió con pesadez. Odiaba que lo llamara mi amor, ya que ella sabía que él nunca sería nada suyo, pero insistía y estaba harto de repetírselo. —¿Dónde estás? Te echo de menos, amorcito. —No es tu problema. Creí dejártelo claro la última vez que nos vimos. —Estás con ella ¿Verdad?. Preguntó hecha una furia — Este desprecio no se quedará así, ya me conoces Marco Antonio y sabes de lo que soy capaz. Se levantó del sofá con ganas de matar a alguien y odió no tenerle frente a él para cumplir su deseo. Janet tenía el descaro, después de todo lo que hizo, de amenazarlo. Ella sí que no sabía quién era Marco Antonio Rodríguez, pero lo sabrá. —Vete para el carajo y no vuelvas a llamarme en tu vida, olvídate de que existo, dibuja un bosque y piérdete en él. ¡¿Te ha quedado claro?!. Gritó fuera de sí —Tengo pruebas para que tú y tu madre vayan a la cárcel, así que no me trates mal. Dicho eso, le colgó y tiró el móvil contra el sofá exasperado. Entonces recordó que tenía que llamar a su hermana para contarle todo, pero lo haría más tarde. Ahora necesitaba dar un paseo, necesitaba relajarse y que mejor sitio que la playa que tenía ante él. Salió de la casa, se quitó los zapatos y pisó la arena. Estaba tibia pues había un sol hermoso y un atardecer encantador. Comenzó a caminar y miró al cielo soleado. El tiempo aún era bueno, de hecho, muchas personas seguían disfrutando de un día de playa. Se sentía privilegiado de tener su hogar en tan buen sitio y soñaba con ver a su hija corretear por esta arena, mientras que él y María Elena, preparaban la barbacoa. Entonces llegaban Julio César y Mariana, junto con su hijo y ahí disfrutarían todos, felices, unidos como una gran familia. Cuando se quiso dar cuenta, se había alejado demasiado de casa y caminó de vuelta..
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