Capítulo 8

2216 Words
Llegó a su casa y fue directo a darse una ducha, ya que caminar en el sol había sudado bastante. Estando bajo el agua, recordó el beso, recordó cuando le hizo el amor en esa misma habitación. Dormir en esa cama, donde había compartido ese momento con ella era un suplicio, porque lo que quería, era tenerla a su lado y abrazarla en la noche y amanecer debajo de su sonrisa. Besarla en las mañanas y discutir por robarle ese beso sin dejar que se lavara primero los dientes. Sonrió al recordar ese momento. Había sido tan feliz con ella, que se sentía un gran dolor por haberla dejado escapar . Conociendo a su padre, como lo conocía, tenía que haber escuchado la versión de ella, pero no lo hizo y ahora, se veía así, solo. Salió de la ducha y después de vestirse, salió de la habitación para coger el teléfono móvil y llamar a su hermana Elizabeth. Marcó y no se hizo esperar que, al primer tono, lo cogió. Elizabeth había estado muy preocupada por él, sabiendo que el reencuentro con María Elena iba a ser duro. —Hola hermanito. ¿Hablaste con María Elena? Fue lo primero que preguntó y Marco Antonio sonrió. —Hola. Sí, pero no está siendo fácil. Mari tiene un novio y piensa casarse con él. —No te creo, hermano y ¿ Qué piensas hacer ?. Preguntó preocupada. Elizabeth era tan buena, siempre preocupada por su familia y lo único que quería, era que su hermano por fin fuera feliz. Ella tuvo el mismo problema con su difunto marido. Su padre intentó separarles, pero ellos fueron más inteligentes y antes de que si quiera lo intentara, se casaron. Por eso, siempre le decía a Marco Antonio que tenía que creer en Mari. —¿Cómo esta la empresa?. Preguntó con la intención de confesarle a su hermana sus planes. Compre una casa, porque me quedaré aquí, así que, si tú no puedes llevar la empresa, la vendemos o buscamos a alguien cualificado. ¿Tú qué dices? —No, yo llevaré la grande. Además, estando tú en Lima, no tendré que viajar y la pequeña, pues la vendes o contratas a alguien. Ya lo vamos viendo. Se pusieron de acuerdo en el tema de la empresa, cosa rara en ellos, pues casi nunca lo hacían. Estuvieron hablando por mucho rato y no era para menos, si Marco Antonio le confesó que tenía una hija llamada Susana y lo hermosa que es, cosa que le sorprendió que María Elena no le dijera nada a Elizabeth, pero ella comprendía el por qué. Su hermana estaba feliz de saber que tenía una sobrina y aunque al principio se enfadó por no haberlo sabido antes, no podía culpar a María Elena de tomar esa decisión después de haber sufrido tanto. Marco Antonio le pidió a su hermana que contratara a un detective privado que tuviera controlada a Jannet, ya que no confiaba en ella. Lo amenazó y sí, la creía capaz de cualquier cosa. Mejor saber todos sus pasos, antes de que ella, hiciera algo en contra de su familia. Después colgó, sintiendo un dolor de cabeza grandísimo. Cuando su hermana se ponía a hablar, no había quien la pare. Ya estaba todo claro con su hermana, ahora solo faltaba encontrar a alguien que se hiciera cargo de la empresa que llevaba él antes de la muerte de su padre. Pensó en Julio César, pues era el mejor en ese trabajo, pero no estaba seguro de que aceptara, así que iría a su casa para hacerle la propuesta. Tomo las llaves de su Volvo XC 90, puso en marcha el auto y arranco. Y tenía la fe que su amigo aceptará la propuesta que le iba a plantear sus cosas y salió de su casa, se metió en el auto y arrancó. Quince minutos después, llegó a casa de su amigo, se estacionó al frente a su casa y salió del mismo. Julio César vivía cerca del hotel, en un chalet adosado completamente blanco. Cruzó la carretera y llegó a la puerta, lo pensó unos instantes, hasta que tocó el timbre. Solo quería que su amigo aceptara, aunque tuviera que pagarle un suelo descomunal. Escuchó unos pasos acercarse y la puerta se abrió, dejando ver a un Julio César despeinado. "¿Estaba dormido? "Pensó. —Hola ¿Qué tal? No sabía que venías. Saludó Julio sorprendido. —Ya, porque no te avisé que venía. Soltaron una carcajada y le dejó entrar. —¿Y qué tal con María Elena?. Preguntó Julio César. Llegaron al salón y Mariana estaba dándole de comer a Anthony, Marco Antonio la saludó y luego le dio un beso en la cabeza a su sobrino. Julio César lo miró encogiéndose de hombros, esperando a que le respondiera a la pregunta que le había hecho sobre María Elena —Espera a que salude a mi cuñada. Exclamó provocando la curiosidad de Mariana —¿Qué pasa? —Intervino ella mirando a los dos con las cejas alzadas. Julio César se sentó al lado de su mujer y le dio un beso en los labios. Le encantaba cuando su mujer se ponía en plan mujer mandona, cosa que no le pegaba nada. Mariana miró a Julio César y con esa típica cara de “habla de una vez o te quedas sin sexo durante un mes”, no pudo más que sonreír y decirle lo que le había preguntado a Marco Antonio Entonces ella puso toda su atención, el tema le interesaba bastante —Marco Antonio habla… —¡Esa es mi mujer !. Marco Antonio negó sin parar de reír. Esos dos eran tal para cual. — No hagas esperar a mi mujer. ¿O quieres que te lo saque a su manera? —… Tranquilos, les contaré todo, aunque no hay mucho que decir. Recalcó haciéndose el interesante. —Por favor Marco Antonio, habla de una vez si no quieres que te arranque la lengua . Dijo Mariana a punto de levantarse y cumplir con lo que decía. Marco Antonio no paraba de reír, y es que sus amigos eran un caso y Mariana era la peor. Es verdad que tenía que decirle varias cosas, pero de María Elena poco. Se sentó, ya que aún no lo había hecho y los miró poniéndose serio de una vez. —Tranquila, ya capte el mensaje cuñada. Mariana formó una o exagerada con la boca y la cerró de inmediato. — Hoy vi a María Elena y me confesó la verdad sobre Susana —Marco Antonio. Yo siento mucho no haberte dicho lo de tu hija. Se disculpó Julio César y Marco Antonio negó. No podía culpar a Julio César por ocultarle lo de su hija, ya que él solo intentaba ayudar a María Elena y de paso era María Elena a quien le correspondía decirle, sobre la niña, eso era mucho más de lo que esperaba. Julio César y Mariana pusieron toda su atención en Marco Antonio, esperando que le contara todo lo que había pasado con María Elena y lo que habían hablado. Sí, sus amigos eran muy buenos pero además de eso, los quería demasiado y solo necesitaba verlos felices, para por fin vivir en paz. Marco Antonio comenzó a narrar las horas que había pasado en su nueva casa con María Elena. Ninguno sabía que ella iba a ese lugar en los momentos de tensión. El momento en el que Marco Antonio salió en su busca y ella salía del auto, encontrándose y pegando sus labios en un beso lleno de amor, fue lo que más le gustó a Mariana, pero todo se fue a la basura cuando Marco Antonio le aclaró que María Elena solo quería una amistad y que su boda seguía adelante. —No puedes dejar que se case Marco Antonio. Replicó Mariana. —Lo sé, pero. ¿Qué hago? Ella solo quiere una amistad. Respondió apenado. No sabes lo culpable que me siento por todo. Si yo la hubiese escuchado, nada de esto hubiese pasado. Ahora estaría feliz con ella y no me hubiera perdido ningún momento de mi hija. —Espero que todo se arregle, porque es pensar en el error que cometerá casándose con Alberto. Exclamó Mariana levantando a su hijo en brazos. Se levantó y lo llevó a su habitación para que durmiera su siesta. Julio César y Marco Antonio se quedaron solos y su amigo, lo miró esperando a que le dijera el motivo por el que había ido. Lo conocía demasiado y sabía que Marco Antonio tenía algo que decirle. —Bueno ¿ Y para qué viniste?. Porque no creo que sea para hablar de Mari. Marco Antonio movió la cabeza en forma negativa —Tú tan observador como siempre. Soltó una carcajada. —He venido para proponerte un negocio. —¿Negocio? —Sí, bueno… Ya sabes que mis planes es quedarme a vivir aquí en Lima. Julio César asintió—. Pues necesito que alguien como tú, para llevar la empresa de Nueva York. Yo sé que tú no vas a querer, porque estás llevando el hotel, pero tenía que decírtelo a ti primero —explicó Marco Antonio apresurado, como si con eso se hubiera quitado un gran peso de encima. —Bueno, es algo que, en otro momento, te hubiera dicho que sí, pero tendría que hablarlo con Mariana. Respondió Julio César y él asintió comprendiendo. —¿ Elizabeth va a atender el hotel en Cusco ? —Si En ese momento, entra Mariana al salón y pregunta. —¿Qué tienes que hablar conmigo?. Ambos se quedaron callados, sobre todo Marco Antonio que, ahí no tenía nada que decir. Julio César miró a su mujer nervioso, esperando que se le olvidase la pregunta, porque estaba asustado a su reacción. No es que Mariana fuera un monstruo, pero puede que la idea de un trabajo fuera de su ciudad, no le hiciera mucha gracia. Tendrían que irse, mudarse a otro sitio, lejos de todos, lejos de María Elena. Era algo que tenían que pensar. —Julio, estoy esperando, ¿Qué tienes que preguntarme?. Insistió —Marco Antonio me acaba de hacer una propuesta de trabajo. Ella asintió mostrando una gran sonrisa—. Es en Nueva York — ¿En Nueva York?. Susurró mirando al suelo—. Oh, vaya. No me esperaba eso . Expresó demostrando tristeza. —Cariño, sabes que, si tú dices que no, esa será la respuesta. Lo sabes, ¿Verdad?. Recalcó Julio César levantándose para abrazarla. Marco Antonio los observaba con envidia, pero una envidia sana. Él quería estar así con María Elena, poder abrazarla en momentos de bajón, besarla. Todo eso que, se moría por hacer y que no podía y que veía en sus amigos. —No tienes que decidirlo ahora. Pronunció Marco Antonio —¿Tú quieres ir? —Preguntó Mariana ignorando la aclaración de su cuñadoamigo. Julio César se quedó callado, pensando la pregunta de su mujer, sin saber qué responder. ¿Y si decía que sí y ella se arrepentía?. No quería perderla por nada del mundo y una decisión así no era para tomarla a la ligera. Después de todo, había que mudarse de país, de casa. Aquí dejarían todo; su vida, sus amigos, su hogar. ¿Qué pasará si después de un tiempo, se daban cuenta de que no era lo que querían?. Muchas dudas había en ellos, pero… —Yo, mmm. Sí, me gustaría… Pero no te voy a obligar si no quieres. Afirmó dándose cuenta de lo que él quería de verdad. —Julio, amor. Yo te apoyo y todo lo que sea bueno para ti, es bueno para los tres, así que sí. Acepta el trabajo —sentenció dándole un beso. Julio César sonrió complacido y la abrazó con amor. Marco Antonio se sentía feliz por ellos, pero la envidia estaba ahí. Cuando los veía así felices, más culpable se sentía de no tener lo mismo que ellos. Hubiera preferido mil veces que su padre le quitase todo el dinero, ya que, la tendría a ella y eso no hay dinero que lo compre. La amaba y, saber que, por ella, lo tenía todo, porque se fue para que no se lo quitaran, la convertía en la mujer más especial y buena de todo el mundo y por eso, cada día la amaba más. —Ya, por favor no coman carne al frente del que no tiene dientes.Interrumpió Marco Antonio provocando la carcajada de ambos. —Perdona hermano, es que mi mujer es la mejor. Exclamó Julio César enamorado. —Ya veo que han elegido lo correcto. En ese momento, sonó el teléfono móvil a Mariana y cuando escuchó quién le llamaba, se puso blanca. Estuvo hablando por más de veinte minutos, en los que Julio César y Marco Antonio estaban expectantes a todos sus movimientos y gestos. Julio César se estaba preocupando, pues la cara de Mariana pasó de feliz, a molesta y de ahí a preocupada. No podían descifrar que pasaba por su cabeza, pero por sus movimientos de un lado al otro, no era nada bueno. Cuando colgó, Julio se acercó a ella para saber quién era. —Era....era mi hermano Rolando, el padre de Francisco.
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