Capítulo 10

2575 Words
Aún seguían abrazados, recostados en la cama, cuando Maria Elena se dio cuenta de lo que había hecho, se sintió mal. Había engañado a Alberto, esto no podía seguir así. " ¿Qué hago si lo amo? ", pensó ella. Pero, aun así, aunque amase estar con él, aunque deseara tenerle así por siempre, no podía engañar a Alberto, no podía dejarle. Se separó de Marco Antonio un poco molesta, pero no con él, sino, con ella misma. Se sentía la peor mujer de todas. —Marco Antonio suéltame, por favor. Dijo y él se paralizó, no se esperaba esa reacción. —Disculpa. Se disculpó él, aunque no sabía por qué. —Esto no puede volver a pasar. Yo me voy a casar. Marco Antonio y acabo de hacer el amor contigo o sea lo acabo de engañar a mi novio. Yo, yo no soy así. Hablaba desesperada, sintiendo que la culpabilidad la ahogaba. ¿Ahora como miraría a Alberto? ¿Cómo le besaría sin pensar que es él, que es Marco Antonio? Se levantó de la cama, se puso una bata que, reposaba en el sillón que tenía en la habitación y Marco Antonio se levantó desesperado, lleno de temor. No quería perderla, no podía dejar que hiciera su vida con otro que no fuera él. —Mari, amor, por favor. No te cases. Pidió con el corazón encogido—. Yo te amo, no puedo vivir sin ti. Me moriría si veo que estas con otro, mientras que me amas a mí. No soporto esto y no lo voy a consentir —claudicó entre cabreado y desesperado. —Yo también te amo, pero quiero olvidarte. Yo no puedo volver a sufrir Marco Antonio, no estoy preparada para volver a pasar el infierno que pasé, por ti. Declaró entre sollozos. —No me hagas esto, no nos hagas esto. Y la abrazó—. Nos amamos y sé que seremos felices juntos. Dame otra oportunidad —pidió con lágrimas en los ojos y sin separarse de ella—. Sé que fui un imbécil que creyó a su padre y no me lo perdono. Desde que te fuiste he sido el hombre más infeliz de este mundo —decía todo llorando como un niño. María Elena jamás lo había visto así de desolado y le partía el alma. Tenía tanto miedo de pasar por lo mismo que, eso era lo que hacía que no quisiera esta con él. —Marco Antonio… Necesito tiempo, dame tiempo. ¿Sí? No quiero hacer daño a Alberto, él se a portado muy bien con nosotros. Declaró— Tampoco quiero que sufras tú. —Él asintió y sin dejar que ella volviera a hablar, la besó desmesurado. Cuando se separaron, ambos estaban destrozados, porque sabían que aún no era su momento, que solo serían amigos, al menos hasta que ella quisiera. Era verdad que Marco Antonio dijo que “mejor amigos que nada”. En realidad, eso lo mataba, él no quería ser su amigo, quería ser suyo, al igual que ella suya. María Elena acarició su mejilla, secando esas lágrimas que mojaron su hermoso rostro. Hasta con los ojos hinchados de llorar, lo veía perfecto. —¿Quieres quedarte a cenar?. Preguntó ella de pronto. —Gracias —susurró él. —¿Por qué?. Por ser así, porque eres la mujer más maravillosa que he conocido. Y no sé si es posible, pero te amo mucho más de lo permitido, tanto que duele. "¿Por qué tenía que decir estas cosas? De verdad que yo también lo amaba, pero me daba miedo que volviera a pasar algo que nos separase, porque si eso pasa, ahí sí que, ya no levantaría cabeza", pensaba asustada. Pasaron la tarde muy a gusto, después de toda la discusión, no volvieron a acercarse, aunque se morían de ganas de besarse. María Elena agradeció su distanciamiento, ya que se estaba volviendo loca, ya no sabía ni lo que quería, ni lo que decía, bueno sí. Lo quería a él. La noche llegó pronto y Marco Antonio no se separaba de su hija, se le veía muy feliz con ella. Le cantó, jugó con ella y su hija estaba loca con su padre. Mientras tanto, Frank la ayudó a preparar la cena. La verdad, habían pasado un día estupendo juntos, no se sentía tan bien desde hacía mucho y todo gracias a él. Y con eso, se dio cuenta de que lo amaba más de lo que admitía y le encantaría estar con él. Entonces pensó que no se lo pondría fácil, Marco Antonio tendría que luchar por ella y si de verdad la quería, este era el momento de demostrarlo. A las doce, los niños ya estaban dormidos, en cambio ellos dos, estaban en el salón hablando infinidad de cosas. Marco Antonio le contó lo que haría con las empresas, ya que él se quedaría en la ciudad de Lima. Ahora menos que nunca podía irse de esa ciudad que, le ha dado mucho más de lo que merecía. Entonces, sin percatarse, le contó que Julio César sería quien llevase la empresa de Nueva York. —¿Julio César? ¿Cómo que Julio César?. Preguntó inesperadamente. —Creo que he metido la pata. ¿No?. Refirió alzando las cejas. —Hasta el fondo, así que, si ya lo dijiste, termina de hablar. Ordenó con los ojos entrecerrados, como si estuviera averiguando qué pasaba por su mente. —Le ofrecí a Julio César llevar la empresa y aceptó. Eso es todo. Explicó quitándole la importancia que tenía para ella que su mejor amiga se fuese. —¡Eso quiere decir, que se van a Nueva York!. Afirmó y él asintió —Me hará mucha falta Mariana, es como una hermana para mí… —Tú también te fuiste. Replicó sin dejarla terminar. —No me lo recuerdes. Respondió molesta. —Siento mucho que te sientas así, pero es una buena oportunidad para ellos. Julio César tendrá un buen trabajo, tendrá el futuro asegurado para su familia. María Elena asintió reprimiendo las lágrimas que estaban por salir. —Me parece bien que se vayan. Tampoco quiero parecer egoísta, pero los echaré de menos. Sollozó con tristeza. Marco Antonio la atrajo hasta él para abrazarla y cada roce suyo hacía que se le erizara la piel y perdiera completamente el rumbo de sus pensamientos. Lo miró y él la estaba mirando a ella, se perdieron en sus ojos y, sin previo aviso, por un impulso emocionado, María Elena lo besó. Sí, esta vez lo besó ella, dejando de fingir al fin indiferencia, pues no era de piedra y él provocaba demasiadas sensaciones en ella cada vez que lo tenía cerca. No había nadie más, solo él, ella y ese beso apasionado, deseándose como locos y amándose como se amaban. El beso era intenso, apasionado y María Elena ya tenía ardiendo hasta el alma, todo su cuerpo irradiaba calor. Escuchaban los latidos de sus corazones, latiendo al mismo tono, como si fuera uno solo. Se separaron unos milímetros y Marco Antonio pegó su frente a la suya. —Te amo como no tienes idea… Y es muy difícil para mí tenerte tan cerca y no poder tocarte. Tocó su mejilla—. Besarte. —Besó sus labios—. Abrazarte y hacerte mía, porque eso es lo que eres, mía y siempre lo serás. Declaró haciendo que María Elena lo adorase aún más. María Elena se dio cuenta de que no podía seguir engañándose, que ella sentía lo mismo que él, que no podía tenerle cerca y tener que controlarse para no tocarle, besarle y hacerlo suyo, porque eso es lo que era, suyo y siempre lo sería. —Puedo engañarme a mí misma, pero engañaría a mi destino… Y, mi destino eres tú y siempre lo serás. Te amo Toño, con toda mi alma. La miró con los ojos aguados, a punto de llorar y acercó sus labios a los suyos, lentamente, obligándola a bloquear cualquier duda que tuviese. Como firmó anteriormente, ella era suya y esa noche volvió a serlo y si ella le dejaba, sería así por el resto de sus vidas. La mañana llegó rápido, Marco Antonio se despertó, ya que ya empezaban a entrar algunos rayos de sol por la ventana. Miró a su derecha y María Elena seguía dormida. Habían pasado la noche juntos y, aunque ella le pidió ser amigos, después de lo que pasó en la noche, él no podía seguir siéndolo. La amaba demasiado para verla en brazos de otro que no fuese él. De pronto escuchó a su hija llamando a su madre y él fue a su encuentro emocionado, pues lo que estaba viviendo este día, era lo que quería para siempre. —Buenos días princesa. La niña le echó los brazos para que él la cargara y le dio un beso en su moflete —Papi, lleta. Pronunció con su media lengua, provocando en Marco Antonio, una sonrisa llena de ternura. —¿Tienes hambre princesa? —Sí papi. Con ella en brazos, salió de la habitación y se dirigió a la cocina a prepararle su desayuno. Después de que su pequeña princesa desayunase, se puso a preparar algo para Frank y el amor de su vida. Mientras preparaba unas tostadas, se escuchó el timbre de la puerta, cargo a Susy y fue a abrir y al hacerlo, ahí estaba Alberto. Este lo miró con odio y no era para menos, pues Marco Antonio hubiera hecho exactamente lo mismo o más. —¿Qué haces tú aquí?. Dijo Alberto apretando los puños. —Con mi hija. ¿No lo ves?. Preguntó con sarcasmo. —Sí lo veo y también veo que estás recién levantado. ¿Has dormido aquí? . Marco Antonio le iba a responder, cuando escuchó la voz de María Elena que se dirigía hasta la puerta, ya que con el timbre se había despertado y algo le dijo que esa mañana no empezaría con el mejor pie. —Alberto, no es lo que parece… Bueno sí lo es, pero no estaba planeado, de verdad. ¿Podemos hablar?. Preguntó avergonzada. Marco Antonio no quería que ella se sintiera así, pero de igual forma fue un alivio que se enterase de todo de una buena vez, que Mari era suya y que vino a por ella. — ¡No! Ya escuché y vi más de la cuenta… Que seas muy feliz María Elena. Susurró y se dio la vuelta para marcharse, pero antes de hacerlo—. No vuelvas a llamarme. Ella iba a seguirle, pedirle perdón, era lo menos que se merecía, pero se quedó anclada al suelo. Después de haber visto sus ojos desilusionados llenos de rencor y… Tristeza, no se sentía bien, no era persona de partirle el corazón a nadie, más bien se lo partían a ella. —Justamente esto era lo que no quería que pasara, Marco Antonio. No quería engañarlo, no soy ese tipo de persona. Dijo con la voz entrecortada. —No te preocupes mi amor, con el tiempo lo entenderá y te dará las gracias. Exclamó él y ella abrió los ojos sorprendida. —¿Las gracias? ¿Por ponerle los cuernos? No me creo que estés diciendo eso Marco Antonio. Comentó indignada y él sonrió. —Te dará las gracias por no casarte y convertir tu matrimonio en una farsa, porque tú, óyeme bien, nunca llegarías a amarlo. Explicó y le echó un brazo por sus hombros para entrar en casa de nuevo. —Tienes razón, hubiéramos sido infelices, aun así, no quería que esto acabara así. Al menos, si me hubiera dejado explicarle, sería diferente ¿No?. Él negó y ella se encogió de hombros. Entraron y se dirigieron hasta la cocina, ya que Toño tenía preparado el desayuno. María Elena seguía sintiéndose mal y apenas probó bocado. —Siento que las cosas sucedieran así, pero no puedo evitar estar feliz. Refirió Toño, tocando su mano. Mari alzó la cabeza y no pudo evitar sonreír al saber que él estaba feliz, al igual que ella. Sonrió complacida y se levantó del taburete, se acercó a él y subió sus brazos a sus hombros, se apretó a él y Marco Antonio temblaba con cada roce de ella. —¿Estás feliz?. Preguntó María Elena enarcando una ceja de manera coqueta. —Si, muy feliz. Afirmó besando sus labios. —Tengo conmigo a la mujer más maravillosa y dos hijos preciosos conmigo. Y dirás que soy egoísta y sí, lo soy. —¿Por qué dices eso? —Porque no me arrepiento de cómo han sucedido las cosas. —Te amo, ¿Lo sabías? —No más que yo. Replicó Marco Antonio con una gran sonrisa. Pegó sus labios a los de ella, en un beso lleno de promesas, promesas que, ella deseaba que no se fallaran como las anteriores. Era cierto que lo amaba, que quería estar con él, pero no podía evitar tener miedo, miedo a sufrir de nuevo, a perderlo una vez más. Y si eso pasaba, ya no levantaría cabeza, nunca más. De pronto escucharon un “Aja” y se separaron de golpe. Miraron a Frank y soltaron una carcajada. Cuando terminaron de desayunar y después de recoger todo y arreglarse, decidieron visitar a Julio César y Mariana. Aunque, antes tenían que dejar a Frank en casa de su abuela, ya que tenía que hacer un trabajo para la escuela con el nieto de la vecina. Saliendo de su casa, había un muchacho a punto de pegar en la puerta. María Elena lo miró, intentado reconocerlo. —¿Hernán? ¿Eres tú?. Peguntó Sofía dudosa. —Hermanita, cuantos años sin verte. Se abrazaron y comenzaron a dar vueltas. —¿Qué haces aquí? ¿Cuándo has llegado? ¿Dónde has estado todos estos años? María Elena no paraba de hablar, estaba nerviosa, pues hacía mucho tiempo que no veía a su hermano, ni siquiera sabía dónde había estado y ahora se aparecía como si nada. —Hermana, para un poquito con las preguntas. Ella le sonrió tierna, con ese brillo en los ojos que la hace tan especial. Dejaron la visita a Mariana para más tarde, y entraron de nuevo a la casa. Tenían muchas cosas de las que hablar y no podía esperar ni un minuto más. Su hermano miraba a sus sobrinos, embelesado. —Por favor, cuéntame todo… Te he echado mucho de menos, pensé que estabas muerto. Dijo asustada. —Dios, no los permita. Dijo con una sonrisa. —Yo también los he echado de menos, a ti, a mamá. Su expresión cambió al recordar a su madre— —Por cierto, ¿No, nos presentas?. Preguntó señalando a los niños y a Marco Antonio —Sí, lo siento. Se disculpo. — Ellos son, Frank y Susana, tus sobrinos. Hernán sonrió y le dio un abrazo a cada uno emocionado —El es Marco Antonio, mi novio y padre de Susana. Marco Antonio le guiñó un ojo con una sonrisa. Al fin había decidido darle la oportunidad que le pedía, y, aunque Marco Antonio sabía que su relación había cambiado después de todo lo que pasó desde anoche, aún tenía la duda de si María Elena quería seguir siendo solo su amiga. Pero la afirmación que le hizo a su hermano hizo que Marco Antonio volviera a respirar con normalidad, haciéndole mucho más feliz de lo que ya era.
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