Capítulo 9

2767 Words
Marco Antonio tenía cara de tragedia, cuando Mariana dió la noticia, de quién había llemado, nada más y nada menos, que si hermano, él papá de Francisco. Se imaginaba la reacción de María Elena, cuando se enteré y los peor, si llega a verlo —Mariana, ¿qué te dijo? —Preguntó Julio César ya que a Marco Antonio se quedó sin palabras ante la noticia. —Llega mañana a Lima. Susurró nerviosa —Por lo visto estuvo todos estos años en la cárcel, en Venezuela… Estaba con el hermano de María Elena. Dijo sin poder calmarse. Con la llegada de Rolando las cosas podrían complicarse. Era su hermano, sí, pero también era una mala persona, o, al menos así lo recordaba ella. Marco Antonio no dejaba de pensar en lo que María Elena, que dirá cuando enteré. Siempre quiso olvidar lo que tuvo con él, aunque a veces era complicado, pues de esa relación nació Frank — ¡No, puede ser!. Gritó Marco Antonio levantándose. —No le digáis nada a María Elena, por favor. No sé con qué intenciones viene, pero me preguntó por ella y… Por su hijo. Dijo llorando y apenada. Ella siempre se sintió culpable con María Elena, el hecho de que su hermano le hiciera aquello, no se lo perdonaba y era por eso que, nunca la abandonó y esta no sería la excepción. —Está bien, ninguno le diremos nada, pero pobre de él si viene a hacerle daño. Mariana, me va a importar muy poco que sea tu hermano —Te entiendo. Ella asintió comprensiva —Tranquilízate Mariana, no haré nada que no deba. La abrazó y le dio un beso en la mejilla a modo de despedida—. Bueno, ya me voy. A ver si quedamos para cenar y vengo con mi “amiga” María Elena. Hizo un comentario sarcástico y Julio César soltó una carcajada. Salió de casa de Julio César y Mariana, se montó en su Volvo XC 90, para volver al hotel. Por el camino, recordó lo que María Elena le dijo: Puedes venir siempre que quieras. Y le tomaría la palabra. Además, quería ver a Frank, pues aún no lo había visto. Con esa excusa, se desvió y condujo hasta la casa de su amada. Estaba nervioso, ya que verla de nuevo y, saber, que solo eran amigos, lo mataba, pero mejor eso que nada. ¿No?. Cuando llegó, suspiró mirando hacia la puerta. Los peores momentos de su vida, se plasmaron en su mente, haciéndole recordar aquel día en que casi la pierde por culpa del desgraciado de Rolando. Un Recuerdo — ¡Mari abre la maldita puerta!. Gritó descontrolado. Ese desgraciado la estaba maltratando, lo iba a matar con sus propias manos. — ¡María Elena!. Gritó Mariana. En ese momento escuchó las sirenas de la policía, al parecer Mariana había llamado antes de que Marco Antonio llegara. La policía se bajó del coche y abrieron la puerta de un golpe, entraron tipo película y se bajaron como seis policías y uno de ellos salió para llamar a una ambulancia. —¿Ambulancia? ¿Por qué?. Le preguntó al policía. —Esa muchacha está muy mal, el hombre le ha dado una paliza brutal. En cuanto escuchó esas palabras salió corriendo para entrar en la casa, iba a matar a ese desgraciado, pero el policía lo agarró. —Lo siento, no puede entrar ahora mismo, están arrestando al desgraciado. ¿Usted la conoce?. Interrogó el policía. —Sí, es mi novia. Acto seguido, la madre de María Elena llegó. —Mi hija por Dios. ¿Dónde está? —Está dentro Marta, estamos esperando a que llegue la ambulancia. Respondió Marco Antonio intentando tranquilizarla. —¿Qué le ha hecho ese desgraciado a mi hija Marco Antonio? Ahora que por fin la veía feliz y dispuesta a separarse de él. Se abrazaron y en ese momento se escucharon sirenas, era de la ambulancia, por fin había llegado. Posteriormente, sacaron a ese mal nacido de la casa esposado y tres policías tuvieron que sujetar a Marco Antonio para que no fuera tras él. — ¡Desgraciado, maldito! ¡Como le pase algo, me vas a conocer!. Gritó y lo miró con odio. —Nunca será tuya. ¿Me oyes? Antes la mato. Replicó ese hombre, Marco Antonio se abalanzó sobre él y le pegó un puñetazo. Los policías le advirtieron que o se calmaba o le arrestaban, en ese momento salió la camilla con María Elena. Se acercó y cuando la vió su vida se paralizó, estaba totalmente destrozada, ese desgraciado por poco la mata. Se acercó a ella y le susurró al oído llorando: "Tienes que ponerte bien amor, por favor no me dejes, no ahora, no puedo vivir sin ti... te amo". Jamás había llorado por una mujer, pero es que jamás se había enamorado de ninguna que valiera la pena y de ella estaba enamorado, hasta el punto de dar su vida por ella. Le tenía la mano agarrada y ella se la apreto haciendo que él diera un salto. En el Presente Esos recuerdos lo perturban. Pudo haber muerto de no ser por ellos que llamaron a la policía. Una lágrima rodó sin darse cuenta por su mejilla. Se la secó, soltó el aire que retenía y después de estacionarse, se bajó del auto. Caminó decidido, como si se le fuera la vida en ello, como si ella estuviera en peligro y solo verla, le calmaría. Llegó hasta la puerta y tocó el timbre. Su corazón estaba acelerado y le costaba respirar. Jamás un recuerdo, le había dolido tanto como ese. Le abrieron la puerta y cuál fue su sorpresa. Frank estaba frente a él. —¿Frank?. Dijo sorprendido. —Estás enorme —¿Toño?. Preguntó Frank sabiendo por fin quién era él. —Claro campeón. Francisco lo dejó pasar y, diciéndole que no sabía que había llegado, caminaron hasta la cocina. De verdad que Frank estaba muy grande, casi igual de alto que Marco Antonio. Bueno, no tanto, pero para Marco Antonio, era un niño muy especial y lo adoraba, como si fuera su hijo. Llegaron a la puerta de la cocina, donde, por cierto, olía de maravilla. Primero entró Frank, diciendo: —Mami. ¿Mira quien llegó ?. Sofía le miró y sonrió. —Hola Marco Antonio. ¡Qué sorpresa !. Le saludó ella. —Es que, pasaba por aquí y como no había visto a Frank, decidí venir a visitarlo. Espero que no te moleste… Además, echaba de menos a mi hija. Dijo con un tono nervioso, reteniendo el aire en los pulmones. Aún ella le ponía así. Es que María Elena era una mujer con mucho temperamento y Marco Antonio sabía, que, si había algo que no le gustaba, te soltaba algún comentario de los suyos y se quedaba tan ancha. —Claro que no me molesta. Aseguro Maria Elena, haciendo que él se relajara —Estábamos a punto de almorzar. ¿Te quedas?. —Por supuesto, será un placer. Dijo con una enorme sonrisa, de esas que hacía que ella se derritiera por completo. María Elena se quedó sorprendida mirándolo, pues Marco Antonio, cargo la niña en brazos y comenzó a hablarle con tanto cariño, que, si ella fuera la niña, ya se habría enamorado de él. Susana era una niña muy risueña y desde que María Elena había llegado, diciendo que era su padre, ella lo recordó, ya que María Elena siempre le mostró quién era su padre, aunque la niña fuera pequeña, ella supo quién era. A Marco Antonio lo tenía completamente idiotizado esa sonrisa tan parecida a la de su madre. Cuando María, añadiendo un plato más a su mesa, un plato que siempre soñó que estuviera ahí, sonrió al mirar a su alrededor, viendo lo que ella tanto añoraba, lo que anhelaba estar así con el hombre que amaba y sus hijos. Sirvió la comida ají de caiguas, albóndigas de lentejas y arroz blanco. Se sentaron y Marco Antonio comenzó a hablar con Frank, interesándose por sus estudios y todo lo relacionado con él. Él siempre quiso a Francisco como a un hijo y eso es algo que María Elena siempre le iba agradecer. —Estudio mucho porque Ashley me dijo que cuando seamos grandes nos casaríamos, pero que tenía que estudiar mucho para tener un buen trabajo. Dijo Frank, María Elena y Marco Antonio se miraron y soltaron una carcajada. —¿En serio te dijo eso mi sobrina?. Dijo avergonzado—. Es de lo que no hay. Marco Antonio se quedó callado, pensativo y ella, ella no podía dejar de contemplar su perfecto perfil: Mandíbula cuadrada, labios carnosos, nariz perfilada, ojazos azules y una sonrisa de infarto. ¿Cómo no se iba a enamorar de él? Marco Antonio la sorprendió mirándolo y le guiñó un ojo provocando que se sonrojase. Adoraba verla así, con sus mejillas rojas y los labios entreabiertos, demandando besos de sus labios. Tony despertó del trance, Frank le había tocado el brazo. —Disculpame, por favor. Se disculpó mirándola. Volvió a poner toda su atención en el niño — ¿Qué te parece si le digo a Aslhy que venga aquí unos días cuando les den las vacaciones de navidad? . Frank entrecerró los ojos, haciéndose el interesante. — ¡Pero si tú no vives aquí! . Exclamó. —Por supuesto que vivo aquí campeón. Compré una casa con piscina, aunque aún no te puedas bañar por el frío. Respondió provocando la ilusión del niño. —Si tu madre quiere, pueden venir los tres unos días, o unos meses, o toda…. Se apresuró a decir lo último, como si estuviera metiendo la pata, pero en realidad, notaba a María Elena extraña. No paraba de mirarle y sonreírle. — ¡Siiiii! ¿Iremos mamá?. Preguntó emocionado. —Claro, hijo que iremos. Cenaron en armonía, una perfecta armonía. Hablando de mil cosas, mirándose con ese amor que sentían y María Elena, sintiéndose culpable por sentirlo, estando a punto de casarse con otro. Cuando terminaron de cenar, Frank se fue a su habitación a terminar las tareas, mientras que María Elena y él fueron a acostar a su hija, que era muy dormilona. Una vez vieron que se quedaba tranquila, volvieron a la cocina para recoger entre los dos. Mientras recogían los platos, ella se sentía nerviosa, aunque lo escondía muy bien, pero Marco Antonio no se quedaba atrás. Parecían dos adolescentes. —¿Mari, te pasa algo? Estás muy rara hoy. Preguntó Marco Antonio de pronto. —No es nada. Es solo que me gusta verte con Susy, se parecen tanto . Declaró con un nudo en el estómago y él asintió. —Pensé que estabas así por mí. Dijo aterrado por lo que pudiera pasar. Y cuando pensó que ella lo negaría, o, en su defecto le dijera mil y una cosas por las que no podían estar juntos, le dice: —¿Y cómo se supone que estoy?. Coqueteó y Marco Antonio abrió los ojos sorprendido. —Muy hermosa cuando me sonríes. La tomo y la besó. Y como siempre, sus besos le hacían olvidarlo todo a su alrededor. Ese beso desesperado, hacía que ella se derritiera, rompiendo esa gran coraza convertido en hielo, que se puso en su corazón, derritiendo todo a su paso. En la mente de María Elena solo cabía él y sus labios. Cuando lo vio entrar en la cocina junto con Frank, se dio cuenta de que así quería estar, con los tres en familia, pero… No podía ser, ella no podía dejar a Alberto. Y pensar en eso, la obligó a separarse de él, como si sus labios ahora le quemaran. Marco Antonio la miró con el ceño fruncido e intentando ver qué hizo mal esta vez, pero no hizo nada más que besarla, no hizo más que hacer lo que deseaban. —No vuelvas a besarme, por favor. Sollozó con la mirada puesta en el suelo. —¿ Que pasa? No llores… Lo siento, pero es que te amo Mari. Deslizó sus dedos por su mejilla, secando esas lágrimas que, tanto odiaba que derramara. —Yo, yo también te amo … Es que… Me voy a casar con Alberto —No me digas eso, porque me partes el alma. No voy a dejar que te cases. Sentenció tensando los puños a cada lado de su cuerpo. —¿Y qué piensas hacer? ¿Secuestrarme? —Me acabas de dar una gran idea… Como que me llamo Marco Antonio Rodríguez que tú no te casas. Dijo y volvió a besarla y esta vez, María Elena no lo apartó, sino que, lo apretó más contra ella. Era tal la necesidad que tenían de estar juntos, sentirse piel con piel, alma con alma, unidos, encajando el puzle que, ahora se encontraba destrozado. Marco Antonio la alzó, obligándola a enroscar las piernas alrededor de su cintura, caminó apresurado hasta su habitación, deseoso de hacerla suya de una vez por todas, amarla como ella merecía. Con un empujón, abrió la puerta, entraron y volvió a cerrar. Todo eso, sin dejar de besarla. Ya, cerca de la cama, Marco Antonio la dejó ahí y él, contemplando sus labios rosados por sus besos, comenzó a desnudarla. Primero le quitó la camisa blanca, botón por botón, deslizando sus dedos por cada parte de piel que iba apareciendo, depositando un beso ahí, donde antes había acariciado. La tenía en ropa interior, después de haberle quitado el pantalón. Marco Antonio tragó saliva, ansioso. Hacía tanto que, no la tenía así, ante él, desnuda y a punto de hacerle el amor. María Elena lo miraba, contemplado ese rostro que, tanto amaba, con el que tanto había soñado. Sin apartar la mirada de sus ojos, él fue quitándose la ropa, quedándose desnudo completamente, dejándole ver a María Elena, cuanto la deseada, pues ya estaba duro como una piedra. Ahora era ella la que tragaba saliva y estaba ansiosa por sentirlo de una vez, porque entrara en ella de una buena vez. Marco Antonio se agachó, justo delante de su intimidad aún tapada con la fina tela del bikini de algodón que, ella llevaba puesto. Pasó sus dedos por encima de la tela, provocando un gemido lastimero en ella. Su intención era volverla loca, hacerle recordar lo que era hacer el amor con él, haciéndole olvidar la tontería de casarse con otro que no fuese él. —Toño, por favor. Gimió —¿Qué quieres Mari?. Preguntó delante de su sexo. María Elena se estaba esforzando demasiado por no tener el orgasmo que, estaba creciendo en su interior con solo tenerle ahí debajo. —Hazme el amor… Ya, por favor. Suplicó con la voz entrecortada. —Tus deseos son órdenes para mí, cariño. Marco Antonio, le quitó el bikini de un tirón, importándole muy poco haberlo rasgado. Acercó su boca a la rosita necesitado de beberse su deseo, de saborearla como hacía tiempo. María Elena se arqueó, buscando más, pidiendo más y cuando pensó que se correría, Marco Antonio paró y subió a su altura. De una vez dejar entrar su espada mientras besaba sus labios. Así quería tenerla, entre sus brazos. Y así quería estar ella, entre sus brazos. Tanto que lo habían deseado, que lo habían soñado. Ahora lo iban a disfrutar plenamente. Sus movimientos eran dulces, como si no quisiera que jamás, ese momento, terminase. Hacer el amor con ella, para Marco Antonio era lo más bonito que podría pasarle. La adoraba tanto, la amaba tanto que, a veces, le dolía. Ahora que la tenía así con él, se encargaría de que esa boda no se celebrase. Antes muerto que volver a perderla. María Elena deliraba, subió las piernas hasta su espalda, enroscada. Marco Antonio la besó en el cuello, bajando hasta sus preciosos pechos que, aún seguían tapados con el sujetador, pero le importó muy poco, porque, aun así, los besó y mordisqueó, endureciendo sus puntitas. —Toño... —exclamó delirando. Estaba a punto de alcanzar el cielo —Amor, no te corras todavía, termina conmigo. Los dos juntos, siempre juntos cielo. Pidió besando su cuello. Los dos estaban delirantes, ansiosos de llegar al cielo y Marco Antonio, la besó más fuerte, más duro, llenándola aún más si podía. La desesperación y la llegada al cielo que crecía y crecía a pasos agigantados en su interior, con un último movimiento y un gruñido que, salió, desde lo más hondo de su garganta, provocó que ambos terminaran en un gran satisfacción. Marco Antonio se desplomó encima de ella, abrasándola. No quería que se escapara.
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