Capítulo 8

2440 Words
Entramos a su ascensor personal y no pude evitar recordar mi fogoso sueño. Lo miré de reojo, vi sus pantalones, eran idénticos a cómo lo soñé. Un escalofrío recorrió mi cuerpo. Cerré los ojos por un segundo. —Dele al botón —dijo Castillo, lo miré de inmediato. Hice lo que me pidió, me acerqué a los botones del ascensor y apreté el número tres. Me giré sobre mis pies para regresar a mi sitio, mis piernas temblaban. Llegamos al piso indicado y las puertas del ascensor se abrieron. Salí primero caminando de allí hacia el pasillo, lo esperé y nos encaminamos a su oficina. Abrió con sus llaves, nadie más tenía ingreso allí si él no estaba. —Adelante —abrió la puerta, entré primero y me encaminé a mi escritorio. Tenía sueño, por lo que bostezaba a cada rato y Castillo lo podía notar. —¿No has dormido bien? —Lamentablemente, no. —¿Tomamos un café? —sugirió. A veces me perdía, solía ser amable y otras tan arrogante. —Está bien, pero necesito litros de café para despertarme —dije mientras me quitaba mi abrigo, pude notar su sonrisa apenas demostrable. —Descuida, te ayudaré a despertarte —murmuró pero pude oírlo perfectamente. —¿Cómo dice? Lo miré, estaba de espalda, frente a la cafetera. Divisé todo su cuerpo, le tomé una radiografía completa, literalmente. Me encaminé a su lado y lo miré. —¿Puedo ayudarle? —clavé mi vista en sus ojos. Volteó su cara para verme también, sus ojos tan profundos de color miel me dejaron atónita. Sus labios gruesos que buscaban sonreír pero sin mostrar sus dientes. —Claro —al fin habló. Busqué dos tazas y las coloqué en la mesa, él se encargó de cargarlas con café. Sus manos, tan masculinas pero delicadas, firmes pero suaves. La humedad se podía notar, y no era precisamente por el día lluvioso. —Gracias —le regalé una sonrisa. —A trabajar —me guiñó un ojo. Quedé atónita ante su reacción. Tomé mi taza entre mis manos y me encaminé a mi escritorio. Miré la hora, 6:30 am. Me acomodé en la silla y encendí el ordenador. Lo miré de reojo y estaba seleccionando algunos papeles. Se encaminó hacia mí. —De estos deberás encargarte —lo miré sin comprender, era una pila de hojas inmensa. —¿Qué debo hacer? —Son algunos escritos de personas que publican con nosotros hace mucho tiempo, quieren escuchar nuestra oferta nuevamente —escuchaba atentamente lo que me decía—, debes leerlos y clasificarlos para luego organizar las entrevistas con dichos escritores. Asentí. Él regresó a su gran escritorio y también comenzó a trabajar. Los minutos pasaban y yo estaba muy entretenida leyendo y organizando las cosas. Podía notar cómo las personas tenían gran talento y comencé a hacerme la idea de que yo no lo tenía porque de ninguna manera escribía semejantes cosas. —Ruíz —me sacó de mis pensamientos, lo miré. —¿Si? —Ven un momento, por favor. Me levanté de mi silla y me encaminé a su escritorio que estaba a pocos metros del mío. Me paré a su lado, volví a sentir su aroma a perfume. —Dígame. —Acaba de llegarme un mail dónde tengo que asistir en un evento en Estados Unidos por mis libros. Lo miré sin entender, qué tenía que ver yo y, además, porqué me daba esa información a mí. —¿Felicidades? Soltó una risa, la primera vez que lo veía sonreír así. —Me refiero a que debo ir yo, cómo representante de la editorial y escritor —hizo un suspenso que no lo entendía—. ¿Serías mi compañera? Comencé a toser, me ahogué con mi propia saliva, ¿qué era lo que estaba diciendo? —Yo… Yo… Creo… —Puedes pensarlo tranquila, es en un mes —me quedó mirando fijamente—, pero me gustaría que seas tú quién me acompañe. Mi cuerpo temblaba por completo, no podía creerlo. Regresé a mi escritorio, estaba en una nube. Seguí revisando los escritos pendientes que me quedaban, estaba por terminar ya. La hora se pasaba volando, ya casi era mediodía y mi estómago lo sabía, moría de hambre. —Saldré a almorzar, ¿quieres venir? —¿me estaba invitando? —Señor Castillo, creo que… —moría de vergüenza. —Es una invitación a mi asistente personal —guiñó un ojo. No tenía dinero para pagar un almuerzo y podía asegurar que este señor iba a los mejores restaurantes de Buenos Aires. 12:25 pm, estaba de camino a algún restaurante junto a Javier Castillo, mi jefe. No podía creerlo. Segundo día de trabajo y teníamos esa afinidad que no la comprendía, ¿qué estaba buscando este hombre? Si Máximo se enteraba de esto, se enfadaría demasiado. Pero… Qué más da, es mi trabajo y es de lo que voy a vivir, si todo marchaba bien, durante el resto de mi vida. —¿Te gusta aquí? Señaló un restaurante italiano, muy famoso de Puerto Madero. —Creo que es demasiado caro —susurré avergonzada. —Te he dicho que es invitación mía. Estacionó en un lugar libre y se bajó del auto, fue hasta mi puerta y la abrió, me tendió su mano. —Gracias —me ruboricé. Me bajé del auto. Todo era demasiado extraño, su comportamiento, sin conocerme. Entramos al restaurante y quedé maravillada por semejante lujo. Miré cada rincón y todo era perfecto. Jamás imaginé estar en un sitio así. Nos asignaron una mesa y él me acomodó la silla, era demasiado caballero, me fascinaba. Se sentó frente a mí. Miré cada movimiento que realizaba, sin dudas, él venía por estos lugares muy seguido. —¿Por qué hace esto? —me atreví a preguntarle. —Me gusta hacer este tipo de detalles. Su reacción de indiferencia me hizo sentir que hacía lo mismo con cualquier chica. Mi autoestima bajó de inmediato y podía notarse. Llegó el mesero a tomar nuestro pedido, Castillo pidió un vino de los mejores y e comida pidió ojo de bife. Decidí pedir lo mismo, no me atrevía a pedir nada raro, moría de vergüenza. El chico se marchó directo a la cocina para entregar el nuevo pedido que ingresó. Busqué mi celular en mi cartera y tenía mensajes de Máximo. Decidí responderle, intentaba poner mi esfuerzo por no angustiarme frente a Javier pero me era algo imposible. Guardé de nuevo mi celular, sabía que a mi jefe no le gustaba que lo utilice en exceso. Levanté mi vista y sus ojos miel estaban sobre mí. —Perdón —me ruboricé. —Descuida… —sus ojos decían más que mis palabras pero no las podía descifrar. Le mantuve la mirada también, quería demostrar fortaleza y no debilidad. —Mile… —pocas veces me decía así—, necesito que pienses bien la propuesta de viajar a Estados Unidos. —Si tienes muchas empleadas con más experiencia, ¿por qué yo? —Ya entenderás por qué —era demasiado misterioso, me ponía los pelos de punta—, sólo te diré que eres la indicada. —Lo dudo —suspiré mirándolo—, me conoces poco, nada diría yo. —¿Me dejas conocerte entonces? Abrí grandes mis ojos, ¿qué estaba diciendo, Castillo? Intenté cambiar de tema a algo normal, fuera del ámbito laboral. Me encantaba la idea de conocer otro país, sobre todo porque sabía que de mi parte jamás iba a poder hacerlo, pero también sentía que lo hacía por lástima hacia mí y no porque yo era la indicada. Los minutos pasaron y el mesero llegó con nuestro plato. ¡Era tremendo! Nos dispusimos a comer, mi estómago rugía. —Provecho —dije, terminando el último bocado de mi plato—, ha estado delicioso —le regalé una sonrisa a mi jefe. —Provecho —sonrió pícaramente—, me alegra que lo hayas disfrutado pero aún falta lo mejor. Fruncí el ceño, ¿qué decía? —Por favor, no quiero que gaste más en mí. —No digas eso. Estaba apenada, no podía darle nada de dinero para pagar el almuerzo, no quería que note que era una mantenida. Llegó el mesero nuevamente con la cuenta, Javier pagó todo, casi me caí al suelo al escuchar el monto final. Salimos del restaurante y nos dirigimos nuevamente al auto de Castillo. —¿Vamos a la oficina? —pregunté, viendo la hora aún faltaba para las 2:00 pm. —Ya no regresaremos hoy —me abrió la puerta del acompañante para que me suba, no entendía. Se subió del lado del conductor y puso en marcha el auto. Se acomodó y comenzó a conducir, lo miré de reojo y no podía evitar recordar el sueño que había tenido. —¿A dónde vamos, entonces? —me digné a preguntar. —Si gustas, puedo llevarte a tu casa —paró en un semáforo, me miró detenidamente—, tengo que ir a una feria de libros en La Plata, ¿gustarías venir? —¿Ahora? —Sí, para la noche regresamos. —Eh… —me estaba poniendo nerviosa, pensaba en mis padres y en Máximo, se enfadarían demasiado—. Sí, me gustaría. ¿Por qué siempre tenía que pensar en el resto y no en mí? Quería aprovechar mi nuevo empleo, quería conocer y aprender mucho más lo que tanto me apasionaba: ESCRIBIR. —Pasaré por mi casa a buscar unas cosas y vamos, ¿te parece? —Sí, no hay problema… Luego de unos minutos llegamos a un barrio bastante lujoso por lo que se podía ver, allí era dónde Castillo vivía. Se estacionó frente a una casa de dos pisos, enorme, ¿no era que vivía sólo? —¿Quieres bajar? —Eh… Sí, claro —estaba tímida, no podía creer que iba a entrar a la casa de mi jefe. Nos bajamos del auto y caminamos hasta la gran puerta de entrada. Abrió con sus llaves e ingresamos dentro. Quedé atónita con semejante arquitectura. Javier soltó una risa. Lo miré de inmediato, pude notar que se había dado cuenta. —Lo siento —me ruboricé—, pero me encanta tu casa. —Gracias —sonrió, su hermosa sonrisa, sus blancos dientes—, enseguida regreso, ponte cómoda —señaló al sofá. Asentí, caminé hasta el sofá y me senté, era demasiado cómodo. Los minutos pasaban y él no regresaba, me estaba dando sueño, había dormido muy poco en la noche, mis ojos se cerraron por un momento. —¿Vamos, bella durmiente? —me desperté asustada, él rió. —¡Ay, perdón! —estaba demasiado avergonzada, me levanté del sofá de inmediato. —Tranquila… —se acercó a mí, acarició mi brazo—, es mi culpa —me guiñó un ojo. ¿Qué quería decir? Salimos de la casa y regresamos al auto, emprendimos viaje hacia La Plata. Quedaba cerca, a pocos kilómetros. —Duerme si quieres —me miró de reojo—, te necesito despierta allí. Moría de vergüenza, la verdad. Pero tenía mucho sueño, me acomodé en el asiento y cerré mis ojos, no sabía si iba a dormirme o no, pero al menos descansaba. Íbamos en su auto, era imposible no mirarlo. Era tan hermoso, tan perfecto. Extendí mi mano delicadamente hacia la suya que estaba en la palanca de cambios. Acaricié sus dedos, su brazo. Él me miró de reojo y tomó mi mano, creí que la quitaría con molestia pero no, la llevo hacia su entrepierna. —Esto me produces —su erección era demasiado notable—, y si sigues, no te salvarás. —Me gustaría seguir —susurré jadeante. Estaba caliente, él me excitaba con sólo pensarlo. Buscó un sitio donde aparcarse a un costado en la ruta, tiró su asiento hacia atrás y me invitó a subirme sobre él. Desabrochó su pantalón y bajó el cierre, pude notar su gran compañero, mi debilidad. Lo besé apasionadamente en sus labios, mi lengua se introducía en su boca, al igual que la suya. Estaba demasiado húmeda. Me acomodé sobre él, era fácil porque traía un vestido. Corrí mi ropa interior a un lado y me penetró, sin perdón. —Mm —se me escapó un gemido, estaba un poco inquieta en el asiento. Podía sentir cada centímetro de su pene dentro de mí, me hacía explotar de placer. —Mile… —tocó mi brazo—, Mile… Me asusté, abrí mis ojos, miré a mi alrededor. —Hemos llegado —divisé que estábamos en el centro de La Plata, frente a una gran catedral. —Me he dormido —me reincorporé en el asiento, acomodé mi cabello. —Pude notarlo —estaba avergonzada, sobre todo por el sueño que tuve. Nos bajamos del auto y nos encaminamos hacia la feria que estaba a unas pocas cuadras. Llegamos al lugar, era un gran salón. Entramos, todas las personas allí saludaban a Castillo, era una persona demasiado reconocida, yo era un cero a la izquierda. Las horas pasaban, escuchamos una presentación de un escritor que estaba trabajando con la editorial Dunken. Estaba maravillada. Me alejé un poco de la multitud y saqué mi celular de la cartera. Tenía siete llamadas perdidas de Máximo, veinte de mi madre, y mensajes incontables. Sí, me esperaba un sermón de parte de todos en mi familia, sobre todo de Máximo, que al parecer, le molestaba demasiado que sea la secretaria de Castillo. Respondí los mensajes para dejarlos tranquilos. No les di muchas explicaciones de dónde me encontraba. —¿Todo bien? —me asusté al oír su voz, era mi jefe. Estaba parado detrás de mí. —Sí, sólo respondía unos mensajes… —lo miré, asintió. —Ya está por finalizar y nos vamos —me encaminé junto a él de nuevo hacia el público. Diez minutos más y la presentación terminó. Salimos del lugar luego de que todos se acercaran a despedirlo. Había alguna que otra mujer que lo tocaba demás, y no sé el motivo, pero me molestaba. Íbamos caminando hacia el auto y él por fin habló. —¿Me dirás con quién estabas soñando en el viaje? Abrí grandes mis ojos, no podía ser, cómo sabía. Me puse muy nerviosa, me daba vergüenza. Llegamos al auto y me quedé parada a un lado esperando a que abra la puerta. —¿O puedo comprobarlo yo mismo? —murmuró tomándome del brazo y apegándome hacia él. —Mm —se me escapó un gemido de sólo tenerlo tan cerca, quería más, quería más de Castillo.
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