Cómo era de esperarse, mi madre me regañó por cortarle la llamada, me di una reprimenda terrible.
Estaba hablando con ella por teléfono en la noche, estaba agobiada por el día largo y no poder dormir siesta, mi sagrada siesta.
—Es que mamá, estaba ocupada haciendo… —no podía decirle que estaba trabajando—, haciendo trabajos prácticos.
—No me importa, debes responderme igual y no hacer eso, es una falta de respeto —podía notar su gran enfado en su voz.
Hablamos un rato más, intenté convencerla de que estaba bien y de que estaba haciendo trabajos prácticos. Creo que me había creído.
Máximo se había ido a su casa a media tarde, luego de tomar unos mates conmigo para la merienda. Me dejó toda la tarea y apuntes que habían hecho en la mañana en la Universidad. Tenía que copiar todo, no quería atrasarme con los estudios.
Eran las 7:40 pm, me busqué el pijama y ropa interior a la habitación, estaba dispuesta a darme una ducha caliente.
Mi celular sonó, era un mensaje, pero no le di importancia en ese momento. Entré al baño y abrí el grifo. Me quité mi ropa y me metí al agua, que placentero se sentía.
Escuchaba mi celular sonando, esta vez me llamaban, que extraño, ¿quién insistía tanto?
Salí de la ducha y me cambié con mi pijama de ositos, sí, a pesar de mi edad amaba las cosas infantiles.
Cepillé mi cabello y me puse mis pantuflas. Salí hacia la cocina en busca de mi celular que estaba ahí conectado al cargador.
Era un número desconocido, que extraño… Guardé el contacto para verificar de quién se trataba.
No le di importancia. Miré el mensaje que tenía y, para mi sorpresa, era de ese mismo número.
“Te espero mañana a las 6:00 am, tenemos mucho trabajo que hacer”
¿¡Qué carajos!? Si era Castillo, se estaba aprovechando de mí. Decidí llamarlo.
—¿Ruíz?
—¿Castillo?
—Sí, soy yo —esa voz ronca me podía.
—Disculpe que no he respondido su llamada, estaba duchándome.
—Era para avisarle que mañana debe estar a las 6:00 am en la editorial.
—¿Por qué yo? —mi segundo día de trabajo y comenzaba a abusar.
—Porque eres mi asistente y soy tu jefe.
Ya no me gustaba su forma de ser, sobre todo por querer aprovecharse de mí en mi segundo día laboral, y además, cuando también había más empleados con mucha más experiencia que yo.
—Creo que… —ya quería renunciar.
—¿Qué? —desafió.
—Que nos vemos mañana a las 6:00, señor Castillo —dije entre dientes lo último.
—Así me gusta —podía imaginar su sonrisa triunfadora—, que obedezca, señorita Ruiz.
Tenía muchas ganas de decirle algunas cosas, pero me reservé, no quería comenzar a discutir con mi jefe tan pronto, y mucho menos quería perder el empleo.
—Hasta mañana.
Corté la llamada, no le di tiempo a responder. ¿Para qué tenía que ir tan temprano?
Le maldije en todos los idiomas.
Mi celular volvió a sonar, estaba demasiado alterada ya. Era Máximo. No tenía ánimos para responderle pero lo hice de igual modo.
—Hola, amor —intentaba sonar lo más enamorada posible.
—Hola, hermosa.
No hablaba, quedó en silencio, ¿para qué carajos me llamaba?
—Em, ¿necesitabas algo?
—Sólo quería escucharte y decirte que te extraño.
Rodeé los ojos, su romanticismo me caía tan pesado.
—Yo también te extraño —intenté sonar tierna pero no podía—, estoy por cenar e irme a la cama, mañana tengo que entrar a las 6:00 am.
—¿Por qué tan temprano? —dijo casi en un grito, alejé el celular de mi oreja.
—Así dispuso Castillo, me necesita para el papeleo.
—Creo que ese idiota se está aprovechando de ti —y seguía con ese mismo tono.
—Tranquilo… Dudo que sea eso —intenté calmarlo porque no quería escucharlo más, en realidad.
—No dejes que se aprovechen de ti.
—No lo haré…
—Te dejo descansar, entonces —su tono de voz cambió, se notaba muy molesto ahora.
—Hasta mañana.
Corté la llamada, bufé, tenía que aguantar a mi “novio” que era súper intenso y también a mi nuevo jefe, que me podía hasta el sonido de su respirar pero era un poco insoportable.
Preparé una tarta de jamón y queso, mi favorita, pero con mucho queso. La dejé en el horno para que se vaya cocinando. Eran las 9:00 pm, temprano y a la vez tarde ya.
Me senté a cenar con mi ordenador, quería entrar a Dreame después de tantos días, la verdad que era una pena pero estaba abandonando mi escritura ahora.
Tenía varios comentarios en mi última actualización, mis lectores fanáticos estaban pidiendo nuevo capítulo.
—Debo escribir… —susurré para mí misma.
Intenté leer un poco lo último que escribí para poder inspirarme y que me nazca algo bueno para el próximo capítulo.
Mi fuerte eran las historias de amor y apasionadas, el erotismo sobre todo.
Escribí esas escenas llenas de sexo, pasión y lujuria que tanto me gustaba, podía notar mis bragas húmedas, y sí, no era de fierro.
Sin buscarlo, también me excitaba escribiendo.
Mi cena estaba lista, decidí tomar una pausa para poder comer tranquilamente. En mi cabeza rondaba el señor Castillo, era demasiado guapo.
Busqué mi celular, investigué un poco más sobre él, miré las fotos de sus r************* , y… ¡Vaya sorpresa! Me encontré con una foto de él con poca ropa, se podía dejar ver su piel, era… ¡Uf!
Dejé todo a un lado porque estaba calentándome por demás, y mi novio no estaba aquí, aunque tampoco era con él con quién quería satisfacerme.
Terminé de cenar y limpié la mesa, junté todo y dejé todo organizado. Busqué mi ordenador de nuevo, ya eran las 10:40 pm, era demasiado tarde y quería ir a dormir pero debía terminar mi capítulo caliente.
Mi celular sonó, que extrañó un mensaje a estas horas, me apuré a mirar de qué se trataba. ¿Otra vez?
“Me ofrezco a buscarla si no tiene medio de movilidad, hay mucha tormenta”
¿No era mejor que me diera el día libre?
“No me he dado cuenta de que hay tormenta. Por favor, si es tan amable”
Le respondí enseguida, de nuevo se vino a mi cabeza esa foto de Javier Castillo semidesnudo.
“Buenas noches, señorita Ruíz”
“Espero sean buenas, señor Castillo. Hasta mañana”
No podía creerlo.
¿Qué insinuaba Castillo conmigo? Si Máximo se llegaba a enterar de todo eso, podía asegurar de que iba a buscarlo de los pelos.
Terminé de publicar mi nuevo capítulo y apagué el ordenador, me levanté de la silla y me encaminé a mi habitación, necesitaba dormir y descansar porque tenía que madrugar, demasiado para mi gusto.
Apagué todas las luces y me acosté en la cama, me tapé hasta la cabeza. Puse la alarma en mi celular y lo dejé en la mesa de noche. Comencé a escuchar algún que otro trueno. A veces me daban miedo las tormentas, sobre todo si eran muy peligrosas. Intenté dormirme, pero la tormenta y la calentura que tenía encima, no acompañaban demasiado.
No sé qué hora era cuando me quedé dormida pero de seguro era tarde.
Estábamos en el ascensor camino a la oficina, su ascensor personal. Llevaba puesta una pollera corta de gabardina en color n***o. Ajustada a mi cuerpo, dándole forma a mis piernas y trasero. Acompañada por una camisa blanca, también al cuerpo, dejando al descubierto mis notables pechos.
Apreté el botón que indicaba el piso de la oficina y sentí por detrás de mí cierto calor, era su cuerpo contra el mío.
—Es muy adicta, señorita Ruíz —su tono de voz jadeante en mi oreja.
Pulsó sobre el botón para pausar el ascensor, quedó congelado. Me giré sobre mis pies y el poco espacio que quedaba entre nosotros, lo miré fijamente a los ojos.
—Me excita mucho, señor Castillo —susurré sobre sus labios, sin quitarle la vista de encima.
La punta de sus dedos rozaba mi mejilla, bajando lentamente por mi cuello, mis pechos, mi vientre y llegando a mis caderas. Mi cuerpo se estremecía ante su contacto. Se apoyó más contra mí y podía notar su erección a través del pantalón n***o de vestir que tenía.
—Te deseo —susurré jadeante. Sus labios chocaron rápidamente los míos y eran un vaivén de besos.
Desperté exaltada, transpirada, mojada. Vaya sueño había tenido. Miré la hora, eran las 4:47 am, por trece minutos más o menos, me digné a levantarme para darme una ducha fría, necesitaba aliviar la temperatura que traía encima.
Afuera caía un diluvio, tronaba mucho. Me cambié por ropa formal para trabajar, un jean n***o, camisa blanca y botas en tono marrón. Me elegí de abrigo un saco de paño n***o. Me gustaba ir sencilla pero tenía que estar presentable.
Cepillé mi cabello y mis dientes, me maquillé un poco, dignamente.
—Lista —dije para mí misma viéndome al espejo.
No dejaba de pensar en el sueño que había tenido. Me preparé un café con leche, acompañado de pepas de membrillo, mis favoritas.
Terminé de desayunar, miré la hora y faltaban quince minutos para las 6:00 am.
Supuse que ya estaba por llegar mi jefe. Busqué mi mejor perfume y lo esparcí sobre mi cuerpo, cabello y mi cuello.
Escuché mi celular sonar, corrí a responder creyendo que era Castillo, pero no… Era Máximo.
—¿Bueno?
—¿Quieres que te busque para ir al trabajo? Está lloviendo mucho.
—Eh… No, tranquilo —no sabía que decirle—, he quedado con una compañera que vendría por mí.
—¿Segura? —se notaba molesto aun.
—Sí, amor —intenté sonar tranquila—, gracias.
Corté la llamada porque sabía que ya llegaba mi jefe.
Mi celular volvió a sonar pero esta vez en la pantalla figuraba ese intimidante nombre: Javier Castillo.
—¿Hola? —respondí de inmediato.
—Estoy llegando.
—Ya salgo —dije, corté la llamada y tomé mis cosas, las llaves y salí.
Bajé rápido por las escaleras para no demorarme. No quería hacerlo esperar. No se veía casi nada de la tormenta y además que estaba de noche aún. Vi un auto blanco aparcarse frente a mi departamento. Se bajó con un paraguas, corriendo.
—No quiero que te mojes —dijo al acercase a mi lado.
—Si supieras… —murmuré, creyendo que no había oído pero sí.
—¿Cómo?
—¿Vamos? —intenté cambiar de tema.
Corrimos hacia el coche, me subí del lado del acompañante y él subió de nuevo en su puesto del conductor.
—Gracias —hablé una vez que arrancó el coche.
—Descuida…
—¿Por qué me hace ir tan temprano? —me atreví a preguntar.
—Necesito que me ayudes con unos papeles, son muy importantes.
Rodeé los ojos, era una novata, segundo día de trabajo, lo primero que creí era que quería aprovecharse de mí en el ámbito laboral, explotarme para que decida renunciar.
Llegamos a la editorial, unos minutos más tarde de lo acordado debido a la lluvia, era imposible transitar.
6:13 am, entramos. No había nadie aún en la empresa.
—Qué raro se siente venir aquí con tanto silencio —dije, mientras él se encargaba de encender las luces.
—Deberías acostumbrarte… —fruncí el ceño.
—¿Qué?
—Me gusta trabajar de noche y eres mi asistente, por lo que deberás seguir mi ritmo.
—Pe… Pero…
—¿Pero? —arqueó una ceja.
Menuda jornada laboral me esperaba.