Me fui de la editorial luego de un par de minutos dentro de la oficina, tenía un nudo en mi estómago que no sabía cómo disimularlo.
Él se encargó de acompañarme hasta la sala principal, no sé por qué motivo, pero buscaba hacerme sentir mal cueste lo que cueste.
—¡No quiero verte en mi editorial con estas pintas! —elevó la voz, ¿quién carajos se creía que era?
—Lo siento —bajé mi cabeza mirando al suelo.
—¡Sal de aquí! —salí casi a patadas del lugar.
Comencé a caminar camino a mi departamento sin dejar de llorar. No podía creer lo que me estaba pasando, creía que era el trabajo de mis sueños y al final terminó siendo un desastre. Estaba perdiendo todo, mi estudio, que era para lo que realmente estaba ahí en Buenos Aires. Perdí mis amistades, por una tontería.
Llegué por fin, quería entrar y desaparecer por un rato, necesitaba recostarme en mi cama, taparme hasta la cabeza y dormir.
—¡Qué mierda estoy haciendo! —grité al cerrar la puerta detrás de mí. Me senté en el suelo, arrepentida por todo.
Me levanté y me encaminé a mi habitación, me tiré sobre la cama, no me importó en absoluto quitarme la ropa.
Mi celular comenzó a sonar, miré y era mi padre. No tenía ánimos para hablar con nadie, menos que me anden haciendo preguntas que no tenían respuesta, no para ellos.
Apagué mi celular e intenté dormirme.
El timbre sonando de mi departamento hizo que despierte. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, tenía miedo, ¿y si era Máximo?
Me levanté cuidadosamente sin hacer ruido para ver de quién se trataba. De nuevo el timbre sonó, ¿por qué insistían tanto?
Miré por la pantalla del recibidor y eran, ¿¡mis padres!? ¿¡Qué carajos hacían acá!?
Abrí la puerta y me llevé una gran sorpresa, no estaban solos, sino que Máximo estaba junto a ellos. Un escalofrío se apoderó de mí, tenía miedo y la mirada fija en mí de ese chico me daba miedo.
—¿Mamá? ¿Papá? —me quedé estática por un momento—, qué… ¿qué hacen acá?
—Creo que nos debes una explicación —habló mi padre, seriamente.
—Pasen, pasen —me hice a un lado, entraron y cerré la puerta, suspiré.
Comencé a preparar el mate, algo típico en nosotros, el mate no podía faltar nunca.
—No me avisaron que iban a venir.
—No, porque queríamos hablar contigo y de frente —me giré para verlos, sabía que me iban a regañar.
—¿Y de qué necesitan hablar? —ya podía imaginarme lo que sucedía, sobre todo viendo la cara de disfrute de Máximo.
—Pues… Nos ha llamado Máximo… —ya entendía, rodeé los ojos—, nos ha dicho que no estás yendo a la Universidad… —dijo mi madre.
—¿Y qué carajos tiene que meterse Máximo en mi vida?
—Es tu novio, está preocupado por ti, Milena —dijo mi madre, reí irónicamente.
—Este idiota no es mi novio, ni mucho menos quiero tenerlo cerca.
—¡Milena, ten más respeto! —elevó la voz mi padre.
—No, no lo tendré, porque él tampoco lo tuvo conmigo.
Sentía un nudo en mi garganta que quería explotar en cualquier momento, pero no, debía contenerme por mi bien.
Mi padre miró a Máximo por un momento y luego volteó a verme de nuevo. Tenía que creerme, después de todo, soy su hija, ¿no?
Terminé de preparar el mate y me senté en la mesa junto a ellos.
—Hablaré yo, porque sé que debo explicarles todo… —comencé a decir.
—Te escuchamos…
—A Máximo lo consideraba mi mejor amigo hasta que demostró ser totalmente lo contrario —clavé mi mirada en él—, quería conseguir un empleo para poder ayudarles a ustedes con el p**o y poder mantenerme aquí, entonces firmé un contrato de prueba en una Editorial, que es lo que más me apasiona —tomé un mate y seguí hablando—, por eso no he estado yendo a la Universidad presencial, pero si he estado enviando todo a los profesores, voy al día con eso.
—¿Y cuándo pensabas decirlo?
—No lo sé, perdón por mentirles, pero sabía que se molestarían demasiado por el peligro que hay aquí en la ciudad, pero quiero decirles que estoy bien, estoy feliz con mi nuevo empleo, amo dedicarme a eso…
Asintieron pero no quedaron conformes con todo lo que yo les dije, supuse que era porque Máximo les dijo su versión.
—¿Y tú jefe? —preguntó al fin mi madre, y ahí entendí todo.
—Mi jefe… Normal, cómo todos, es bueno conmigo —sabía que no era eso lo que quería escuchar.
—Claro, sí, el jefe perfecto —ironizó después de un rato, Máximo.
—Tú cállate, es más, ni deberías de estar pisando mi casa.
—¡Milena! —elevó la voz mi madre.
—Tú no sabes quién carajos es este chico, mamá —dije sin quitarle la vista de encima a Máximo.
—Ella tiene razón, disculpen… —se levantó de la silla—.Será mejor que me vaya, ustedes tienen que hablar.
Máximo se fue, cerré la puerta con llave apenas salió de allí. Sentía un nudo en mi estómago, quería llorar.
—¿Estás bien? —preguntó mi padre, él me conocía como a la palma de su mano.
—La verdad es que no —admití, mi madre se comenzó a preocupar.
—¿Qué sucede? ¿Qué está pasando?
Suspiré profundamente, merecían que les explicara lo que estaba pasando.
—Máximo aparentaba ser bueno hasta que comencé a trabajar y su forma de ser cambió totalmente, sobre todo con escenas de celos —tragué grueso recordando la noche que llegué a mi casa—, Javier es mi jefe y… Nos llevamos muy bien.
—¿Sales con tu jefe? —se exaltó mi madre.
—No, nada de eso, simplemente me llevo bien.
—¿Por qué nos mentiste? —dijo mi padre, lo miré de inmediato.
—No les mentí, sólo se los oculté porque sabía que me lo iban a prohibir y yo quería ayudarles con mis gastos aquí.
—Debes tener cuidado, solamente eso —dijo mi padre—, es una ciudad muy grande y es peligroso.
Asentí, tenía razón.
—Estoy bien, soy feliz trabajando y estudiando.
Sonreí sin mostrar los dientes, no sabía que estaba diciendo pero así lo sentí.
Mi celular comenzó a sonar, me fijé y era Castillo, no quería escucharlo. Dejé el celular a un lado y seguí conversando con mis padres.
—Iré a comprar algo en la panadería para tomar unos mates —les dije.
—No hace falta, hija —dijo mi madre.
No le hice caso, busqué mi billetera y salí a comprar a la panadería de la esquina, ellos se quedaron allí esperándome. Iba pensando en todo, mis padres cayeron de sorpresa en Buenos Aires, en mi casa, y sobre todo, con Máximo, ¿cómo lo habían contactado?
Compré unos pasteles que me encantaban, rellenos de membrillo y batata. Salí de allí y emprendí mi regreso a mi departamento.
Llegando vi el auto de Castillo estacionado allí.
—No puede ser —maldije para mis adentros.
Primero con Máximo, ahora con Javier, que escándalo se llevaban mis padres.
Entré y subí las escaleras, llegué a mi departamento y ahí estaba él parado en la puerta, se ve que mis padres no le abrieron.
—Al fin te encuentro —dijo con su voz ronca.
—Hola, señor Castillo —intenté ponerme firme para que no siga su juego—, ¿qué necesita?
—Tenemos que hablar —dijo firme, parecía molesto.
—Señor, estoy con mis padres en este momento, ¿puedo llamarlo más tarde?
Necesitaba que entendiera de que no quería que ellos escuchen nada, mucho menos que entre nosotros si había algo.
Abrió sus ojos grandes, supuse que no se esperaba esa respuesta.
—¿Quiere pasar? —me atreví a preguntarle.
—Descuida, luego llámame y hablamos.
Se dio media vuelta para irse, pero no sin antes acercarse a mis labios. Cerré mis ojos esperando su beso, pero sólo fue un simple roce.
Suspiré, él se fue y yo entré a mi casa.
—Hija, estaban golpeando —dijo mi madre, parecía asustada.
—Sí, tranquila —cerré la puerta—, era mi jefe.
—¿Tienes que ir a trabajar? ¿Pasó algo?
—No, nada, sólo quería hablar conmigo pero le dije que más tarde lo llamo.
Preparé el mate y en un plato acomodé los pastelitos, ya me estaba saboreando con sólo verlos.
—Me hace feliz que estén aquí —acomode todo sobre la mesa y me senté.
—Y a nosotros verte, hija —dijo mi padre—, se hace raro no tenerte allí en el pueblo.
Entre charla y charla, riéndonos, hablando de mi abuelo, de mi hermana, de todos los del pueblo, se hizo de noche y era hora de cenar. Mi madre cocinó y preparó su deliciosa especialidad de una polenta con mucho queso, cómo nos gustaba a mí y a mi padre.
Aproveché a ducharme rápido y recordé que tenía que hablar con Castillo, iba a matarme.
Me encerré en mi habitación para vestirme y ahí le marqué a mi jefe.
—¿Bueno? —su voz parecía de dormido.
—¿Ya estabas durmiendo? —reí.
—Claro, yo trabajo y madrugo, señorita.
—Perdón, sólo llamaba porque quedamos en hablar.
—Sí, era para decirte que tenemos viaje de trabajo y… eres mi secretaria, debes acompañarme.
—¿Qué? ¿Cuándo?
—La semana entrante, tienes tiempo para prepararte.
Cortó la llamada, no me dejó responderle, quedé boquiabierta, eso no me lo esperaba.
Salí de mi habitación para ir a cenar.
—¿Hasta cuándo se quedan aquí? —les pregunté a mis padres sin ánimo de ofenderlos.
—Ya te molestamos —dijo exageradamente mi madre.
—No seas tonta, mamá —bromeé—, sólo pregunto porque acabo de hablar con mi jefe.
—¿Pasó algo?
—No, sólo que tengo un viaje de trabajo la semana entrante… —mi madre abrió los ojos grandes.
—No te parece demasiado eso, Milena.
—Ella sabe cuidarse y sabe lo que está haciendo —se metió mi padre en el medio de la conversación—, sólo espero que no nos traiga alguna sorpresa —dijo en tono amenazante.
Tragué grueso, la verdad que me hacían desconfiar demasiado en todo pero era culpa de ellos, cada vez que estaban conmigo no me daban la libertad que necesitaba para aprender cosas nuevas.
—Estaré bien, ya les dije, soy feliz así —dije y comencé a comer.
No quería hablar más, no quería escucharlos más.
Terminamos de comer y me fui a la cama enseguida ya que al día siguiente debía madrugar para ir a trabajar a la oficina como todos los días. Ya había organizado con mis padres y se quedarían esperándome en mi casa, por suerte era viernes ya.
5:30 am, mi celular sonó con un mensaje, era mi jefe, ¿por qué tenía que j***r tan temprano el condenado?
“Recuerda que debes ir a trabajar hoy, puedes invitar a tus padres si quieres a conocer la Editorial, serán bienvenidos”
¿¡Qué carajos le pasaba!? Un día me atendía mal, me hacía quedar cómo una cualquiera y al día siguiente era todo amor.
“Estás loco, jefe”
Le respondí enseguida, ya que me había despertado no iba a quedarme callada.
“Por mi secretaria, sí”
Casi muero ahogada al leer ese mensaje, ¿qué diablos quería, Castillo?