Miércoles por la madrugada, alrededor de las 3:30 am, mi alarma sonó, era momento de levantarme para alistarme, a las 4:15 am había quedado con Castillo para emprender el viaje del trabajo. Por suerte íbamos a viajar en avión, teníamos que ir a otro país, a Estados Unidos, lo que más temía era que no sabía hablar en inglés.
Fui al baño primero, me cepillé los dientes, me lavé la cara y me maquillé un poco, sutilmente. Arreglé mi cabello sujetándolo en media cola con un broche.
Me puse un poco de perfume, mi favorito. Regresé a la habitación en busca de la ropa que ya había dejado preparada la noche anterior, un pantalón de vestir n***o, una camisa blanca dejando ver un poco mi escote, unos zapatos de taco fino en color n***o charol. A mi gusto, estaba perfecta. Busqué un blazer en tono ladrillo para desentonar un poco. Miré la hora y ya había pasado media hora, en quince minutos aproximadamente llegaba mi jefe con la limusina de la Editorial para ir al aeropuerto.
—Espero no olvidarme de nada —susurré para mí misma mirando a mi alrededor.
Escuché el timbre sonar, pobre de los vecinos. ¿Acaso mi jefe no pensaba en eso? Abrí la puerta de ingreso al departamento y subió por las escaleras para buscarme, aunque yo podía bajar sola.
—Hola, jefe —lo saludé al verlo parado en la puerta de mi departamento.
Sonrió de lado, mirándome de pies a cabeza. Un viaje interesante.
—Hola, señorita Ruíz —se acercó a mí para saludarme pero giré mi cabeza, arqueó una ceja—. Déjeme ayudarle con eso —se refería a mi maleta.
—Qué caballero de su parte —sonreí juguetona—, gracias.
Busqué las llaves de mi casa y me encaminé a la salida para dejar todo candado. Me encaminé junto a Castillo hasta llegar a la salida.
—Wow, ¿es nueva? —me refería al coche.
—Sí —rió, claro, él estaba acostumbrado a esos lujos.
Subí en la parte trasera del vehículo y él subió a mi lado también. Moría de hambre pero no había llegado a desayunar. No me daba el tiempo para todo.
Buscó algo en su bolso de mano, sacó una bolsa de adentro y me la extendió.
—Me adelanté porque sabía que ibas a tener hambre.
Largué la risa, ¿cómo carajos me conocía tanto?
—¿Es en serio?
—Claro, y te traje chocolates para el viaje.
—Por Dios, Castillo.
—Me amas, soy tu mejor jefe —dijo mientras subía y bajaba las cejas.
—Tampoco te agrandes tanto —arqueó una ceja divertido.
Llegamos a Ezeiza luego de unos cuarenta y cinco minutos, quedaba bastante retirado y además había tráfico, tan temprano era una
locura ver a tantas personas andando.
—Por fin llegamos —dije al momento de estacionar en el aparcamiento.
—Y lo que queda por estar sentados aún… —acotó Javier, lo miré de reojo.
Bajamos nuestras cosas dela baulera, él se traía una valija mucho más grande que la mía.
—Peor que una mujer eres —reí.
—Hay que estar precavido.
Caminamos hasta dentro del complejo. Ingresamos y él se encargó de entregar todos nuestros papeles y documentación, yo era novata en eso y no entendía mucho.
—Hola, señor Castillo, que sorpresa verlo por aquí —le dijo una de las recepcionistas.
—Ya vez… Trabajo —es lo único que se limitó a decir y siguió su camino.
¿Quién era esa? Segura una de sus tantas mujeres…
Le seguí el camino, el chofer venía con nosotros también.
—Ya vengo —dijo él y caminó solo, me quedé con Marcos.
—Vaya chico —comenté, Marcos sólo me miró de reojo.
Era la primera vez que hablaba con él. No lo conocía. Busqué un asiento y me acomodé ahí, eran las 6:00 am, moría de sueño. A lo lejos vi regresar a Castillo, su andar tan tranquilo y masculino, sus movimientos cálidos y sobre todo, cuando se acomodaba el copete de su cabello, hacía que mi estómago se revolviera.
—Ya está todo listo, podemos pasar el check-in y migraciones —me miró algo extrañado, creo que seguía con mi cara de embobada mirándolo—, Ruíz, ¿vamos?
—Eh, sí… —me puse nerviosa e incómoda—, lo siento —me levanté de la silla.
Pude notar a Marcos sonreír de lado, vaya intruso.
Despedimos al chofer y nos encaminamos a nuestro nuevo destino. El vuelo salía a las 7:15 am aproximadamente.
—Tengo que ir al baño… —me animé a decirle.
—Están allá, no tardes mucho que tenemos que irnos —dijo con su tono autoritario.
—Claro, jefe —le guiñé un ojo y me sonrió de lado.
Me apuré e hice mis necesidades, suspiré, me sentía nerviosa, era la primera vez que iba a viajar en avión y además, fuera del país. Salí de allí y busqué con mi mirada a Castillo. Estaba hablando con esa misma mujer de la entrada. Me acerqué cautelosamente hacia ellos, no quería interrumpir.
—Mile, ven —dijo él al verme—, tenemos que irnos.
La chica me miró de pies a cabeza, con cierto repudio. ¿Qué se creía? Lagarto.
—¿Quién es? —me atreví a preguntarle aunque sabía que no le gustaba que me meta en sus asuntos privados.
—No es nadie, Milena.
Apuró su camino y llegamos a migraciones. Hicimos todo y pasamos a la espera de nuestro vuelo. Ya quedaba muy poco.
Estaba todo perfecto, me senté en una de las sillas para esperar.
—¿Quieres algo de beber? —preguntó, luego de un incómodo silencio entre nosotros.
—No, gracias —respondí.
Había un quiosco cerca dónde vendían algunas chucherías, él se levantó de la silla y fue a comprar de todos modos.
Regresó con un jugo exprimido para cada uno.
—Te traje algo igual, sé que te gustará —me regaló una sonrisa.
—Gracias —suspiré, bebí un poco del jugo y era cierto, estaba delicioso y bien fresco.
Me levanté a caminar un poco por ahí, estaba lleno de personas esperando. Me encaminé al gran ventanal para ver afuera, estaba un poco nublado, un día gris cómo a mí me gustaban.
Mi celular no dejaba de sonar, eran mis padres que estaban demasiado insistentes en que corría peligro, que podía morirme en el vuelo, que era mala idea lo que estaba por hacer, exageraban, demasiado exageraban.
Ellos no entendían que estaba trabajando en lo que tanto deseé siempre, desde pequeña, amando la literatura y escritura, ellos vivían en una nube, siempre dejándose influenciar por los noticieros.
—¿En qué piensas? —una voz me hizo salir de mis pensamientos.
Javier Castillo estaba parado al lado de mío mirando por el gran vidrio… ¿Quién lo diría?
—Nada, sólo pensaba en el viaje.
—¿Tienes miedo?
—Un poco —murmuré avergonzada. Se acercó un poco a mí sonriendo de lado.
—Estaré aquí para cuidarte —susurró en mi oído.
Mi cuerpo se estremeció, su voz, su olor y su calor que podía sentirlo cuando estaba cerca hacía que sintiera un millón de mariposas revoloteando dentro de mi estómago.
Vi cómo caminaba nuevamente hacia el asiento, decidí ir con él y esperar a que el vuelo saliera.
—Vuelo 346 con destino a Nueva York, Estados Unidos —una voz resonó por el parlante, era nuestro vuelo.
—Vamos —dijo él y se paró.
Me levanté junto a él y tomé mi mochila en mis manos, no sabía que debía hacer y toda mi documentación la llevaba mi jefe.
Entregó todo y yo sólo caminé a su lado en silencio, parecía sospechoso.
—Tranquilízate, pareces un robot —dijo Castillo mirándome de reojo, lo fulminé con la mirada.
—Claro, cómo tú viajas todos los días en avión lo dices fácil.
—¿Tienes miedo en serio? —se estaba burlando.
—Sí —me molesté.
Iba riéndose para sus adentros, podía notarlo a la legua. Mi sangre hervía, odiaba que se burlen de mí.
Llegamos a destino y era momento de embarcar, caminamos por dentro de un tubo hasta llegar a la puerta del avión.
—Qué tengan buen viaje —dijo el azafata que estaba recibiendo a los pasajeros.
—Gracias —respondió Castillo.
Buscamos nuestro número de asiento y nos acomodamos. No quería verlo, no quería escucharlo pero para mi suerte me tocó asiento compartido con él. Al menos, sin decirle, me sentía un poco más segura.
—Cambia esa cara de amargada —seguía con sus idiotas bromas.
—Deja de molestarme.
—¿Cómo dices? —arqueó una ceja.
—No me importa que seas mi jefe, deja de burlarte de mí —lo miré amenazante, estaba molesta en verdad.
Pude notar cómo su mandíbula se tensaba, ¿acaso creía que no me iba a animar a responderle? ¿Acaso creía que yo no era capaz de defenderme?
Media hora de receso hasta que se acomodaba todo para salir, parecía interminable y no soportaba tener la presencia de Castillo a mi lado.
—El vuelo saldrá en cinco minutos —miré hacia el azafata que hablaba por el parlante—, por favor, abrochen sus cinturones.
Hice lo que acababa de ordenar sin prestarle atención a mi jefe.
—¿Lista? —preguntó él.
—Eso creo —suspiré.
La verdad que sentía que mi corazón explotaría en cualquier momento, estaba demasiado nerviosa y ansiosa a la vez por tener esa experiencia.
—¿A qué vamos a Estados Unidos?
Nunca le había preguntado, simplemente me preparé para ir porque él me lo ordenó y al jefe había que respetarlo.
—Tenemos una conferencia de prensa con otra editorial.
—¿¡Qué!?
Casi morí al oír eso, ¿cómo pretendía que iba a entender algo yo? No sabía hablar en inglés.
—No sé el idioma, Castillo.
—No te preocupes, cariño —casi me ahogué con mi propia saliva al oír eso, ¿¡cariño!?
—Que fastidio —murmuré para mí misma.
—Deja de ser tan odiosa, Milena —lo miré de reojo, ¿era en serio?—, esto apenas comienza —me guiñó un ojo.
Me quedaban once horas aproximadamente de viaje, y de seguro iban a ser interminables junto a él.
El vuelo comenzó, estaba en mi mundo mirando por la ventanilla. Lo consideraba una maravilla más en el mundo, era lo mejor que podía ver, el mar y la tierra, las nubes pasar. ¡Era magia!
—¿Te gusta? —habló mi jefe sin dejar de observarme.
—Sin dudas es lo más hermoso que estoy viviendo —dije emocionada, se podía apreciar en mis ojos brillosos.
—Eres hermosa —susurró Javier, rozando mi mano con sus dedos.
—Qu… Qué —mi respiración parecía entrecortarse.
Su mano se unió con la mía y ambos quedamos mirándonos fijamente, sin decir ni una sola palabra, la mirada lo decía todo.
¿Acaso estaba enamorándome de mi jefe? No lo sé, pero él estaba jugando conmigo y de eso estaba segura.