Iba la mitad de la película, para mi suerte él había elegido una película de terror, las que menos me gustaban. Ya no sabía en qué pensar para distraer mi mente.
—¡Mierda! —me quejé por lo bajo.
—¿Qué sucede?
—Me olvidé la ropa para ir mañana al trabajo —moría de vergüenza.
—No te preocupes, mañana tendrás día libre —abrí mis ojos grandes.
—¿Por qué?
—Hoy has trabajo doble turno, te debo recompensar —sonrió.
—Gracias, jefe —sonreí.
—Oh, no me digas así ahora —reí.
—¿Le molesta, jefe? —arqueé una ceja, sonriendo.
—¿Tienes miedo? —creo que era notorio, estaba casi escondida abajo del sofá.
—Em, sí, un poco —estiró su brazo.
—Ven conmigo —murmuró.
Me acomodé contra su cuerpo, sentí su perfume, su olor, mi mundo se movía.
—Espero no dormirme —susurré.
—Si te duermes, pierdes —lo miré por un momento sin entender.
—¿A qué quiere jugar, Castillo? —me incorporé para verlo.
—Contigo —murmuró y tomó con sus manos mi rostro.
Sus labios se unieron a los míos en un apasionado beso. Al principio me tensé, pero lo deseaba, lo deseaba tanto. Sus labios calientes, su lengua jugaba con la mía. Sus manos bajaron a mi cintura y me acomodó sobre su cuerpo, me senté a horcajadas sobre sus piernas.
—Espera —murmuró jadeante Javier.
—¿Qué sucede?
—No quiero confundirte.
—Eres un idiota —no me importó en absoluto que sea mi jefe—, buscaré mis cosas y me voy de aquí.
Me levanté del sofá y me encaminé a la habitación.
—¡Mile, espera!
—¿Qué es lo que quieres? —estaba fastidiada por todo lo que me estaba tocando vivir, sobre todo por tener que mentirle a mis padres.
—Perdóname —me sujetó del brazo y me apretó contra la pared. Me besó apasionadamente, me dejé llevar.
Nos dejamos llevar, sus besos húmedos hacían que llegue a las estrellas, mi cuerpo pedía más y más de él.
—No juegues conmigo —susurré entre sus brazos.
—No quiero hacerlo —apoyó su frente contra la mía—, te deseo, Milena.
Impedí que siga hablando, volví a buscarlo con mis labios sujetándolo con mis manos en su cuello, me levantó en sus brazos, rodeé
con mis piernas su cintura.
—Mm —se escapó un gemido de mi boca, estaba excitada, muy excitada.
Se encaminó a la habitación conmigo en sus brazos, a su habitación. Me recostó suavemente sobre su cama, se posicionó sobre mí, no dejaba de besarme. Sus besos bajaron a mi cuello. Se sentía tan bien.
Bajó sus manos a mi cintura para desabrochar el botón del jean. Comenzó a bajarlo hasta dejarme solo en ropa interior en la parte de abajo. Intenté desabrocharle los botones de su camisa pero me lo impidió. Arqueé una ceja mirándolo.
—Espera… —susurró, besó mis labios y bajó sus besos por mi cuello de nuevo.
Fue bajando lentamente hasta llegar a mis caderas, sus besos húmedos hacían que mi piel se erizara.
Me quitó mis bragas, me avergonzaba un poco que mi jefe me viera desnuda pero era tal la excitación que tenía que no me importó.
Javier se dirigió a mi feminidad, comenzó a tocar con su pulgar mi clítoris. Su tacto suave y caliente hacía que mi cuerpo temblara.
Introdujo su índice dentro de mí, se sentía tan bien, tan placentero. Se acercó con su boca, comenzó a jugar con su lengua también. Arqueé mi espalda, sentía mucho placer.
—¡Ah! —gemí, lo deseaba tanto.
Luego de unos segundos haciéndome morir de placer, se incorporó para quitarse su camisa y su pantalón. Me incorporé porque yo también quería jugar con él pero no me dejó, de nuevo. Me quité mi camiseta, su mirada recorrió cada centímetro de mi cuerpo.
Podía notar una notable erección a través de su bóxer, que era lo único que traía puesto. Me paré rápidamente y lo besé apasionadamente, sin dudas, deseaba tenerlo dentro de mí en ese preciso instante.
—Me toca —susurré jadeante en sus labios.
Acaricié todo su cuerpo hasta llegar al borde del bóxer, comencé a bajarlo y me arrodillé frente a él. Comencé a masturbarlo entre mis manos y luego lo introduje en mi boca, se sentía bien, se sentía exquisito, tal así como lo había vivido en mis sueños.
Jugué durante un buen rato con su compañero, él se quejaba, estaba excitado también. Me paré de nuevo y quedé frente a él. Me besó apasionadamente, desabrochó mi sostén y lo tiró a un lado. Me recostó en la cama y él vino encima de mí cuerpo, me acomodé y, sin previo aviso, me penetró.
—¡Ah! —gemí en lo alto al sentirlo dentro de mí.
Sus embestidas eran sin anestesia, sus movimientos rítmicos podían decirme que estaba en su punto más alto de placer, y yo no me quedaba atrás, quería más, quería sentirlo.
Sentía que en cualquier momento llegaría a mi orgasmo y quería hacerlo junto a él.
—Te voy a acabar —dijo entre gemidos.
—¡Mm! —gemí, llegué a mi orgasmo y él no tardó en llegar también.
Se recostó sobre mi cuerpo hasta que nuestras respiraciones se regularon. Levantó un poco su cabeza para mirarme, le regalé una sonrisa. Se incorporó un poco y besó mis labios tiernamente.
—¿Puedo ducharme de nuevo? —le pregunté, quería higienizarme.
—Sólo si me dejas ir contigo —susurró sobre mis labios.
Asentí. No podía creer que estaba con mi jefe, que iba a ducharme con mi jefe y que me encamé con mi jefe.
Nos levantamos de la cama y nos encaminamos al baño, Javier abrió el grifo y entramos a la ducha. Él acariciaba mi espalda, volvió a besar mi cuello.
—Eres hermosa —susurró sin dejar de mirarme.
Como respuesta le regalé una sonrisa. Nos duchamos y al terminar, salimos. Busqué de nuevo mi ropa que traía puesta para cambiarme. Ya era muy tarde, demasiado para lo que estábamos acostumbrados. Eran alrededor de las 2:30 am.
—Creo que será mejor que duermas, mañana serás un zombie en la oficina —bromeé.
—¿Duermes conmigo?
—Em… —por un momento lo dudé, no sabía que hacer—, está bien.
Nos encaminamos a la habitación y él sólo se puso un bóxer y se acostó, me quedó mirando esperando que haga lo mismo.
—¿Acaso crees que voy a dormir en ropa interior contigo? —le pregunté, largó una carcajada.
—Creo que ahora eso es lo de menos, te conozco desnuda, Milena.
Mi rostro se ruborizó, tenía razón, pero en momentos de calentura eso no me había importado tanto.
Me quité la ropa quedándome sólo en ropa interior, me recosté en la cama y él se acomodó contra mi cuerpo. Me quedé dormida enseguida, la verdad moría de sueño.
Escuché la alarma de Castillo, abrí mis ojos y estaba a mi lado acurrucado, abrazándome por la cintura. Parecía que estaba viviendo en un sueño.
—Buenos días —susurró, besó mi mejilla y se sentó en la cama.
—Buen día, jefe —se giró para verme, sonriendo.
Sabía que lo decía a propósito para jugar. Me incorporé en la cama para levantarme también, aunque moría de ganas por seguir durmiendo.
—Vuelve a dormir, hoy no vas a la oficina —lo miré por un momento mientras estaba vistiéndose con su traje n***o.
—Pero que dirá el resto…
—Nada, te di el día libre yo, ¿o acaso olvidas que soy el jefe?
—Ya… Pero me alistaré y me voy a mi departamento.
—¿Y si me esperas aquí con algo rico de comer? —se acercó a mí, me sujetó de la cintura.
Comencé a reír, ¿en verdad lo decía?
—Javier… Yo… No estoy a tu altura… —estaba muy avergonzada.
—No, ya veo que no, pero con unos tacones se arregla.
Reía burlándose de mí. Castillo medía 1,92 y yo sólo llegaba al metro sesenta.
—No te burles.
—Ya debo irme, cariño —¿¡me dijo cariño!?—, quédate aquí y descansa para más tarde —me guiñó un ojo, besó mi frente y se marchó.
Estaba anonadada, ¿qué estaba pasándome? ¿Qué estaba pasando con Castillo? Todo era muy confuso, no entendía nada, ¿acaso era un sueño?
Él se fue de la casa y regresé a la cama, no sabía qué hacer.
Tomé mi celular, era muy temprano, las 6:15 am. Revisé un poco mis r************* . Entró un mensaje, era Máximo. Mi corazón se aceleró.
“Espero que hayas pasado bien tu noche con Castillo.
Esto no quedará así, Milena. No me conoces”
¿Estaba amenazándome? ¿Quién carajo era Máximo? No era el chico lindo que había conocido, ese chico que me acompañaba, me protegía, me quería…
No le respondí, no quería seguirle el juego, lo único que quería era tenerlo lejos, muy lejos de mí.
Me quedé dormida de nuevo. Desperté por el sonido de mi celular, Javier Castillo, me estaba llamando mi jefe.
—Hola —dije con voz de dormida.
—Perdona si te he despertado.
—No te preocupes… —me incorporé en la cama.
—Te necesito en la oficina en media hora —abrí mis ojos grandes.
—¿Qué?
—Pasarán a buscarte, te espero aquí.
No entendía que pasaba, estaba molesta porque me dijo una cosa primero y ahora me salía con eso, y para colmo, no tenía ropa presentable para ir a la oficina.
Se iban a reír de mí, sin dudas.
Me cambié rápido con lo único que tenía, arreglé un poco mi cabello y salí de la casa, para eso ya estaba el auto esperándome fuera, ni siquiera sabía quién era.
—Hola —dije al subirme en el asiento trasero del vehículo.
—Hola, buenos días, señorita.
El auto arrancó y emprendimos camino hacía la editorial. Me sentía muy nerviosa, no sabía que era lo que pasaba y porqué Javier Castillo actuaba así.
Llegamos al lugar y me bajé del auto, entré a la editorial y todos me miraban con una mirada amenazadora, algunas empleadas de la mesa principal se reían, ¿qué estaba pasando?
—¿A dónde vas? —se acercó a recibirme una de ellas, su nombre era Leonor.
—A mi oficina con Castillo.
—No podrá ser, el señor Castillo está ocupado ahora.
—Pero…
—Pero nada.
Me quedé allí parada con un nudo en la garganta. No entendía nada, minutos antes Castillo me había citado allí y ahora tenía prohibida la entrada a mi lugar de trabajo.
Saqué mi celular del bolsillo y le envié un mensaje de texto a mi jefe.
“Estoy en mesa de entrada, no me dejan subir a la oficina”
No obtuve respuesta, pero a los pocos minutos lo vi salir por el ascensor principal que sólo él utilizaba, acompañado de… ¡MÁXIMO!
—Buenos días, señorita Ruíz.
—Bu… Buen día —estaba nerviosa, lo miraba buscando una respuesta en su mirada pero no la encontraba.
—Acaso… ¿Estas son horas de llegar al trabajo y con esas pintas? —dijo mirando el reloj de su muñeca y mirándome de pies a cabeza.
Me ruboricé, tenía muchas ganas de llorar, me estaba haciendo pasar vergüenza y quedar mal frente a todos.
—Pero… —murmuré, mis ojos se aguaron.
—A mi oficina, ¡ahora! —se giró sobre sus pies y se encaminó de nuevo al ascensor—, tenemos que hablar.
Asentí, caminé siguiéndolo pero me negó entrar a su ascensor, subí por las escaleras. Las empleadas de mesa de entrada se reían, burlándose de mí por lo que pasaba, aunque… Él me había autorizado a faltar, ¿por qué se comportaba así?
Llegué al piso de Castillo y golpeé su puerta.
—¡Adelante!
Entré a la oficina, cerré la puerta detrás de mí. Me acerqué tímidamente a la silla que estaba frente a su escritorio. Se levantó de la silla y se dirigió a la puerta, puso el seguro. Podía sentir sus pasos hacia mí, me quedé quita allí sin mirarlo, no podía porque iba a llorar.
—Milena… —me giré para mirarlo, mis ojos seguían aguados, tenía un nudo en la garganta.
—Señor Castillo —apenas mi voz era audible.
—Debemos hablar —sus manos se posaron sobre mis hombros.
—¿Qué… Qué pasó?
—Necesito proponerte algo, tengo que viajar a Estados Unidos, ¿serías capaz de acompañarme?
Me giré para mirarlo, no entendía porque hizo todo ese circo para decirme eso.
—¿Para qué?
—Es por trabajo y eres mi asistente personal, si no estás dispuesta a viajar conmigo, no eres capaz para este puesto de trabajo.
Mi cuerpo temblaba, un escalofrío se apoderó de mí. ¿Qué diablos le pasaba?
—Es… Está bien —una lágrima cayó por mi mejilla.
—Así me gusta… Así me gusta —apretó mis hombros y se sentó delante de mí.
Se notaba distinto, era completamente otra persona.
—¿A qué quieres jugar? —susurré con lágrimas en mis ojos.
No dijo ninguna palabra, pero la sonrisa que se le dibujó en su rostro me demostró mucho más.