Capítulo 1

2407 Words
Era miércoles, tenía que asistir a la clase del señor Victor Estellar, me levanté temprano, me alisté con un jean azul oscuro, remera color rojo y zapatillas converse rojas. Salí hacia la universidad, en mi cabeza no salían las palabras que me había dicho mi padre, ¿cómo iba a seguir este próximo tiempo? Pensé en hablarlo con Máximo, quizás él podía ayudarme o darme algún consejo. Entré a la UBA y me dirigí a mi salón de clase, me senté a esperar, estaba revisando mis r************* en mi celular. —Hola —escuché una voz, levanté mi vista, sonreí—, has llegado temprano. —Hola —me acomodé en el asiento—, quería ocupar un banco para sentarnos juntos. Se sentó a mi lado y comenzamos a platicar hasta que los demás compañeros llegaron y se acomodaron en dónde encontraban lugares libres. Llegó el profesor y saqué mis cuadernos para tomar apuntes de esa clase. —Luego quiero hablar contigo —le susurré, me miró y asintió. La clase transcurrió tranquila, la verdad que el señor Estellar no era nada activo, a veces era un poco aburrido todo o quizás era porque apenas comenzábamos. Luego de dos horas terminamos la clase y comencé a juntar mis cosas. —¿De qué querías hablar conmigo? —Oh, casi lo olvidé —reí, estaba tan concentrada en la clase que ni me acordé de mi nuevo amigo. —Tienes poca memoria —rió—, ¿qué sucede? Terminé de guardar todo en mi mochila y lo miré. —¿Te parece si vamos a tomar unos mates y charlamos? —¿Me estás invitando a una cita? —reí a carcajadas. —No te atrevas. Salimos de la universidad y comenzamos a caminar, me dirigía hacia mi departamento, pues allí lo invité a charlar y tomar mates. Saqué las llaves de la mochila para abrir, entramos adentro y miró hacia cada rincón de mi pequeña casa. —Toma asiento —le dije. —Gracias —se sentó en una de las sillas. Me cambié de ropa por algo más cómodo para estar en casa, me gustaba vestir ropa deportiva en esos casos. Regresé a la cocina con Máximo, seguía estando en el mismo lugar sentado. Me sentía un poco incómoda porque sentía que estaba mirando todo mi humilde departamento. —¿Preparo el mate? —lo miré. —Sí, dale. Comencé a preparar todo, calenté el agua y puse yerba en mi mate de chapa pequeño. Era mediodía, supuse que quizás podíamos almorzar algo, pero no tenía que ofrecerle. —Estoy pasando por una situación económica mala —comencé a hablar. —¿Cómo? —Digamos… Mi madre se quedó sin trabajo, mi padre está bancándome todo aquí y me ha dicho que se pone cuesta arriba. —¿Y qué piensas de todo eso? —Quería conseguir algún trabajo y tú conoces más aquí… —Mmm —se puso en modo pensativo—, ¿en qué te va bien? Me senté en la mesa y comencé a cebar mate. —La verdad que no sé, pero aprendo lo que sea. —Averiguaré un poco y te avisaré. Asentí, esperaba que él me ayude porque en verdad quería poder trabajar para tener un ingreso para mí misma. —Al menos quiero poder lograr recibirme de lo que comencé a estudiar —volví a decir. —Quédate tranquila, te ayudaré. —Gracias —sonreí. Tomamos mate mientras charlábamos de cualquier otra cosa, nos reímos. Máximo me caía bien, al menos a tanta distancia y en un lugar nuevo y tan grande, tenía a alguien en quien confiar y hasta refugiarme quizás. Tomé mi celular y miré la hora, eran las 2:30 pm, no podía creer que me estaba perdiendo la siesta por estar conversando con alguien que apenas conocía. —Creo que me iré a casa —habló Máximo—, ya es tarde y debo ir a trabajar hoy —lo miré confundida. —¿En dónde trabajas? —En un quiosco. Me levanté de la silla para acompañar al chico hasta la puerta. Decidió irse así que quedamos de acuerdo en volver a encontrarnos pronto, me quedé sola y los pensamientos volvieron. Fui a mi cama y me recosté sobre ella para poder descansar un rato. —¿Qué voy a hacer? —susurré. Me acomodé y me quedé dormida de inmediato. No sé cuánto rato habré dormido pero me desperté por el sonido de mi celular, era mi padre. Tenía miedo porque cada vez que me llamaba algo malo se aproximaba y tenía miedo a lo peor, que apenas estaba por cumplir un mes en Buenos Aires y me diga que debía regresar a mi pueblo por no poder bancarme. —Hola, papá —hablé con la voz ronca. —Hola, hija —carraspeé—, ¿te desperté? —No te preocupes… —Mile… —mi corazón se aceleró—, esta semana te enviaré algo de dinero. —Papá… Intentaré conseguir algún trabajo. —No, ni se te ocurra con el peligro que hay allí estar trabajando. —Pero papá… —Pero nada. Hablamos un rato más, ¿qué iba a hacer ahora si me prohibía trabajar? ¿Y si lo hacía ocultándoselo? Esa era una opción… Ya me desperté, decidí levantarme y busqué mi ordenador, quería ponerme a escribir un poco para distraerme. El día pasó de lo más tranquilo, entré a mi mail y vi que tenía una oferta para publicar en Dreame, una plataforma que me pagaba por mis historias, ¡era mi oportunidad! Entré a ver de qué se trataba y accedí de inmediato, no quería desaprovecharlo, en este momento era cuando más necesitaba tener algún ingreso. Miré el horario de la universidad y esta semana no tenía clase hasta la próxima semana, que ya comenzaban las clases intensivas de todos los días y con carga horaria. —Tengo que aprovechar —susurré para mí misma. Me preparé un café y me senté de nuevo en mi sillón pequeño con mi ordenador. Abrí un Word y comencé a escribir una historia, me la pensé muy bien porque quería que fuera interesante. La inspiración llegó rápidamente a mi cabeza, cómo siempre me pasaba, los dedos no paraban de teclear y, sin darme cuenta, tenía cinco capítulos escritos. Ya estaba oscureciendo, dejé el ordenador para tomarme un descanso y fui a ducharme. Pensé en qué preparar de cenar y no se me ocurría nada. Tenía milanesas guardadas en la heladera por lo que esa iba a ser mi cena. Mi madre me estaba llamando, así que mientras comía me puse a hablar con ella, no les dije nada de lo que estaba por hacer por el sólo hecho de que me iban a decir que estaba cometiendo un error. Casi siempre me pasaba eso, no confiaban en mí ni mucho menos en mis habilidades. Media hora después se le ocurrió cortar, por fin. Eran las 10:12 pm, lavé todo para dejar limpia la cocina y volví a mi sillón, me acomodé y encendí de nuevo el ordenador, seguí mi escritura desde dónde la había dejado. No quería quedarme hasta muy tarde, pero me tenía ansiosa poder terminar de escribir esa historia para recibir algo de dinero. Sin pensarlo, en un abrir y cerrar de ojos, ya era lunes, comenzó la semana intensiva, un mes viviendo en Buenos Aires, ya de a poco me iba acostumbrando a estar sola, a mis horarios y mis costumbres. Me levanté temprano para alistarme, tenía clases a las 9:00 am. Fui al baño a hacer mis necesidades, cepillé mi cabello y lo até en una coleta alta. Me lavé la cara y los dientes. Me miré en el espejo por una última vez y suspiré. —Qué asquerosidad —susurré para mí misma. Fui a la cocina a prepararme una taza de café con leche para desayunar, mientras el agua se calentaba guardé las cosas necesarias en la mochila para llevar a la universidad. Me senté a desayunar y luego fui a cambiarme de ropa, me puse un jean, cómo siempre solía vestir, con una remera sencilla en color gris y zapatillas básicas de todos los días, no me gustaba aparentar algo que no era, iba cómoda. Terminé todo, me puse un poco de perfume, busqué las llaves y salí de mi casa camino a la UBA. Llegué justo a tiempo, faltaban cinco minutos de la hora de ingreso. Entré y fui directo a mi salón, busqué un asiento libre porque llegué tarde para elegir libremente. —Hola —dijo Máximo al verme, me regaló una sonrisa. —Hola, ¿cómo estás? —Bien, ¿nos juntamos luego de la uni? Asentí, vi cómo se alejó de mí buscando un asiento libre también. —Buenos días, alumnos —entró una profesora de unos cincuenta y pico, ¿acaso eran todos viejos aquí? —Buenos días —respondimos todos al unísono. —Soy la profesora de gramática, mi nombre es Leonides Roldán. La clase comenzó tranquila pero nos dio una guía de preguntas con un libro para responder, el cual también debíamos memorizar para la clase próxima porque nos iba a hacer preguntas orales, 120 minutos de clase, ya se tornaba un poco fastidiosa. Eran las 11:00 am, la clase siguiente era de sociología, pero para mí suerte sólo teníamos 80 minutos de clase nada más. —Buenos días, mi nombre es Gustavo Capello —saludó el profesor, un poco pelado y aparentaba unos cuarenta años. —Buenos días —dijimos todos. La clase comenzó, fue un poco más divertida o por lo menos eso sentí yo, el profesor hacía bromas y hablaba bastante, lo principal ese día era la presentación de la materia y cómo iba a transcurrir en el resto del año, además de tomar apuntes siempre. El día escolar finalizó, era momento de juntar mis cosas e irme a mi casa. Eran las 12:20 pm, moría de hambre. Acomodé todo dentro de mi mochila y salí del salón camino a la salida de la universidad. —¿Acaso no nos íbamos juntos? —escuché una voz detrás de mí, me giré. —Perdón —reí—, salí apurada y lo olvidé. —¿Qué harás ahora? —Iré a almorzar y luego, supongo que dormir mi siesta, ¿tú? —Lo mismo, aunque quería ir al shopping, ¿quieres venir conmigo? —Em… —estaba pensativa, si mis padres se enteraban…—, sí, claro, me gustaría salir un poco. A la mierda lo que pensaban mis padres, estaban lejos, no tenían por qué enterarse, ni tampoco pensaba ser una monja encerrada en un departamento. —Pasaré a buscarte luego del almuerzo —sonrió. —Está bien —lo despedí y seguí mi camino. Llegué a mi departamento, preparé algo rápido para comer, herví fideos con mucho queso rallado, me encantaba. Terminé de comer alrededor de las 1:30 pm, limpié todo y dejé ordenada mi casa, fui a darme una rápida ducha porque hacía mucho calor aún para ser abril, parecía un día primaveral en la ciudad. Cepillé mi cabello y lo dejé suelto para que se seque al aire libre. Me puse un jean blanco, una camisa de broderie en color crudo y unas sandalias del mismo tono a juego. Me puse un poco de maquillaje, sencilla pero al menos quería verme un poco más linda que en la mañana. Escuché el timbre sonar, miré la hora pero faltaba media hora para que Máximo llegue a por mí. Me fijé de quién se trataba y era él, llegó más temprano de lo acordado, le abrí la puerta. —Hola —sonreí—, has llegado temprano. —Wow… —me miró de pies a cabeza—, que linda estás. Me ruboricé. —¿Vamos? —lo miré. —Vamos —asintió sin dejar de mirarme. Salimos de mi departamento, para mi sorpresa había venido en un auto, era el de su madre. Me subí con un poco de miedo, emprendimos camino hasta el shopping. Íbamos escuchando música, la ciudad a esa hora parecía un poco más tranquila. Aproveché para admirar cada centímetro de ella ya que aún, después de un mes, no la conocía en profundidad más que las cinco cuadras que recorría desde la universidad a mi departamento, o de mi departamento al supermercado. Llegamos a nuestro destino, estacionó el auto y entramos al inmenso edificio, ¡quedé impactada! Caminamos por el lugar, quería entrar a ver cada local a mirar, ya sea ropa, maquillaje, accesorios, calzados, lo que sea. —Qué precioso lugar —le sonreí al chico. —Sabía que te gustaría —me acerqué a él y lo abracé, se tensó un poco. —Gracias —murmuré, respondió a mi abrazo. Nos alejamos un poco, me sentí un poco avergonzada luego de abrazarlo, creía que le había molestado. Las horas pasaban rápidamente, ni cuenta me había dado, estaba tan asombrada por todo lo que veía que ni me percaté del tiempo. —¿Vamos a merendar? —preguntó él. —Bueno… No estaba muy segura de haber traído gran cantidad de dinero cómo para ir a tomar una merienda. Buscamos una cafetería y nos sentamos allí, pedí un licuado que era de lo más barato para elegir y que podía pagarlo. Él pidió lo mismo pero también encargó tostados. Esperamos nuestro pedido mientras charlábamos de cosas triviales. —¿Aún sigues buscando empleo? Asentí, en verdad lo necesitaba, quería poder trabajar y tener mi dinero para ayudar a mi padre, además, para poder lograr mi propósito de recibirme de la licenciatura en letras. —¿Sabes de algo? —Creo que sí, dame un tiempo más… Asentí, nerviosa porque no sabía de qué se trataba el empleo que me estaba por conseguir. Pasó el rato, decidimos irnos de allí antes de que se hiciera de noche. Me llevó hasta mi casa y me bajé del auto, despedí a mi amigo y entré a mi casa, estaba cansada, se notaba bastante cuando me faltaba dormir la siesta. Abrí mi ordenador de inmediato para ver si tenía algún email de Dreame, estaba entusiasmada con eso. Nada. Apagué todo y preparé algo para cenar mientras miré una película en Netflix. Me parecía extraño que mis padres no me hayan llamado en todo el día, decidí hacerlo yo pero tampoco obtuve respuesta. Comencé a preocuparme, la verdad.
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