Llegó mi momento, con dieciocho años me estaba yendo de mi entorno feliz y tranquilo, dónde crecí rodeada de amor y humildad.
El auto de mi padre estaba cargado hasta no entrar nada más, llevaban mis bolsos con ropa, artículos necesarios para el hogar que me había regalado mi abuela.
Nos esperaba un viaje largo, muy largo de 800 km aproximadamente a la gran ciudad de Buenos Aires.
Este año comenzaba la universidad, para mi suerte ya tenía alquilado un departamento que era un mono ambiente, era lo más económico que podíamos conseguir.
Mi madre preparó el mate, era infaltable eso en nuestros viajes. Esta vez iba sola con mis padres por el tema del espacio, mis hermanos se quedaron en el pueblo.
Iba a extrañar mucho mi vida tranquila, ver a mi familia, pero bueno, era mi futuro e iba a estudiar algo que amaba hacer desde muy pequeña, LITERATURA Y ESCRITURA.
Llegamos casi de noche porque teníamos que ir despacio ya que íbamos muy cargados. Fuimos hacia la dirección del departamento y nos recibió la dueña para entregarnos la llave.
—Muchas gracias —dijo mi padre amablemente.
Entramos al lugar y fuimos a ver mi nueva casa. Era hermosa y acogedora para mi sola. Mis padres comenzaron a bajar las cosas y yo me quedé allí esperando para ir acomodando enseguida. Esa noche iba a dormir en el suelo junto a mis padres, no tenía cama aún.
—Pediremos comida a la rotisería de la esquina —dijo mi madre—, no tengo ganas de cocinar —asentimos.
Era cierto, estábamos cansados del viaje y el calor, pedimos unas hamburguesas para cada uno y con eso nos conformábamos. Nos duchamos y nos recostamos en el suelo sobre una frazada.
—Mañana vamos a ir a comprarte una cama —dijo mi padre, estuve de acuerdo.
Asentí, no quería causarles muchos gastos pero era necesario tener una cama al menos.
Desperté muy temprano porque ya me dolía la espalda, estaba muy duro el suelo. Me levanté y fui al baño en silencio para no despertar a mis padres. Cepillé mis dientes y me lavé la cara, salí del baño y para mi sorpresa ya se habían levantado.
—Buenos días —los saludé, sonreí.
—Buen día, hija —me saludó mi padre—, vamos a comprar lo que te falta y luego del mediodía nos iremos.
Asentí, me daba un poco de pena, la verdad. Me sentía extraña estar tan lejos de mi lugar y sola.
Nos preparamos y salimos, aprovechamos que era muy temprano así terminábamos rápido.
Fuimos a un lugar dónde vendían muebles y me compré un somier, un juego de mesa y sillas, y un sillón pequeño. Aproveché a comprar también algo de mercadería porque iba a ser muy necesario para estos primeros días, por lo menos hasta que me organizaba y me acomodaba.
Mi padre iba a enviarme dinero todos los meses y con eso debía sostenerme, ¡qué lucha!
Regresamos al departamento y acomodamos todo, el somier, la mesa con las sillas y mi sillón amado.
—Bueno, cariño —habló mi madre al borde de las lágrimas por la emoción.
—Los voy a extrañar mucho —dije sin evitar llorar.
Ambos me abrazaron, no quería soltarlos pero era lo que debía hacer, debía afrontar mi nueva vida y buscar mi futuro.
Mis padres se marcharon y yo me dispuse a acomodar mi departamento a mi gusto para distraerme, obvio, escuchando música, cómo siempre.
El día se me hizo un poco largo pero al fin la noche llegó, quería comer algo y acostarme a dormir para tener energías para el día siguiente, quería preparar varias cosas y acicalarme para la Universidad.
Llegó el día, el gran día que tanto estaba esperando, luego de una semana ya viviendo en Buenos Aires comenzaba la universidad, tenía que asistir a mi primera clase.
Me levanté muy temprano ese día para tener tiempo para prepararme, me di una ducha y desayuné té con galletitas saladas. Eran alrededor de las 9:30 am, decidí ir a cambiarme de ropa, me busqué un jean azul oscuro, una remera color roja y zapatillas rojas, me maquillé un poco, sencilla pero para estar arreglada. Me puse mi perfume favorito y cepillé mi cabello. Busqué mi típica mochila que usaba en el secundario pero la amaba, iba a seguir usando la misma. Guardé algunas pertenencias y decidí salir caminando hacia la universidad, tenía clases a las 10:30 am, pero debía ir caminando y no quería llegar tarde.
Miré todo a mi alrededor, era increíble, los edificios, la arquitectura, los diseños, amaba cada centímetro de la ciudad.
Llegué a mi destino, estaba impresionada por la inmensidad del lugar. Entré, tímidamente, vi a muchos chicos caminando de acá para allá, no sabía hacia dónde ir por lo que me detuve para observar todo a un lado.
—Hola —escuché una voz, me asusté—, tranquila —rió—, mi nombre es Máximo.
Extendió su mano en modo de saludó, sonreí y también estiré mi mano para tomar la suya.
—Hola, me llamo Milena —sonreí amable—, soy nueva, no sé a dónde ir.
—Estoy igual, no sé cuál será el salón —miró el panorama—, ¿qué estudiarás?
—Letras —sonreí triunfante.
—¡Yo igual!
Me sorprendí por las similitudes y la simpatía del chico, al menos ahora no me sentía tan sola.
Un profesor se nos acercó, al parecer era muy notorio que estábamos perdidos.
—Buenos días, ¿a qué clase van?
—Estudiaremos letras pero no sabemos cuál es nuestra clase —habló Máximo, sin timidez alguna.
—Sector C, sala 1.
—No parece muy simpático —susurré al ver que el profesor se alejaba, reímos.
Comenzamos a caminar hacia nuestra clase ahora que sí sabíamos dónde era, aunque parecía un laberinto la universidad, sin dudas.
Entramos al salón, estaba lleno, aproximadamente unas ochenta personas habían, parecían hormigas. Busqué un lugar libre dónde sentarme, para mi mala suerte no conseguí uno doble para poder estar cerca de Máximo. Me caía bien, me sentía cómoda con él.
—Nos vemos luego —me sonrió y fue a sentarse en la otra punta del salón.
Asentí, me acomodé en mi lugar y saludé a mi compañera de banco que, para mi mala suerte, era de las más repugnantes. Entró un profesor, ni joven ni viejo, estaba en la mitad, aparentaba unos cincuenta y pico de años. Se presentó, su nombre era Victor Estellar, profesor de historia de la literatura. Comenzábamos bien la mañana, por lo menos, para mí.
Tomé apuntes, quería estar atenta a todo, aunque la compañera que tenía a mi lado me lo impedía un poco por su forma de masticar el chicle, ¿tanto ruido podía hacer?
Saqué mi celular disimuladamente para ver la hora, eran las 12:00 pm, ya casi terminaba la clase y podía irme a mi departamento, moría de hambre.
—Nos vemos el miércoles a la misma hora —dijo el profesor.
Guardé mis cosas en la mochila, sentí que alguien se me acercó, levanté mi vista y era Máximo.
—Hola —sonrió.
—Hola —sonreí.
—¿Qué harás al salir de aquí?
—Me iré a mi casa —me limité a responder, tampoco lo conocía tanto.
—Está bien, yo haré lo mismo —rió.
—¿Vives lejos?
—Un par de cuadras, no tanto.
—Nos vemos el miércoles —lo despedí, comencé a caminar.
—¡Espera!
—¿Qué sucede?
—Podríamos juntarnos algún día, ¿qué dices?
—Em, sí, claro —no me convencía la idea.
Nos despedimos y cada cual salió por su camino, quería llegar rápido a mi casa para preparar algo de almorzar y dormir mi tan amada siesta.
Mi celular comenzó a sonar, lo saqué de la mochila y vi que era mi madre.
—Hola, mami —respondí.
—Hola, hija —sonreí—, ¿cómo te ha ido?
—Bien, má, me ha gustado —seguí caminando y llegué a mi departamento, entré y cerré la puerta—, acabo de llegar a la casa.
Dejé mi mochila en el sillón y seguí escuchando los sermones de mi madre, todos los días me repetía que debía tener mucho cuidado, que era peligrosa la ciudad, que coma a diario, y entre muchas otras cosas más.
Corté la llamada con ella y me preparé rápidamente un poco de polenta con queso.
Terminé de cocinar y me senté a comer mientras miraba algunos vídeos en mi celular para entretenerme, no tenía televisión.
Terminé de almorzar y limpié todo, fui a darme una ducha y me puse mi pijama para dormir mi amada siesta.
Esa tarde, luego de la siesta, quería ir a comprar algunas cosas que necesitaba al supermercado, no quería gastar mucho dinero porque me iba a quedar sin nada antes de que mi padre pudiera volver a enviarme otra cantidad de dinero.
—Debería conseguir algún trabajo —dije para mí misma.
Pero a la vez me atemorizaba esa idea por el simple hecho de que no conocía a nadie ni mucho menos Buenos Aires, apenas hacía una semana y media que vivía acá.
Desperté de mi siesta, me alisté y salí, quería aprovechar la luz del día para no regresar tan tarde a mi casa.
Iba caminando por la calle, el supermercado me quedaba a cuatro cuadras. En una librería dónde me quedaba de pasada había un cartel que decía “se busca empleado/a”.
—Esta es mi oportunidad —susurré.
Entré al local para preguntar pero salí sin éxito alguno, buscaban a alguien experimentado en el ámbito y yo no era una de esas. Apenas tenía dieciocho años, ¿qué experiencias de trabajo podía tener?
Salí de allí y seguí mi camino a hacer la compra.
¿Cómo iba a poder bancarme todo con ese poco dinero?
Apenas comenzaba esto pero, sin dudas, era algo que iba a atormentarme a diario.
Compré algo de fruta, paquetes de fideos y arroz y, alguna que otra cosa más que faltaba para mis comidas. Con poco me conformaba.
Regresé a mi departamento y me dispuse a acomodar toda la compra. Mi celular comenzó a sonar, era mi padre.
—Hola, papá.
—Hola hijita —saludó él—, ¿cómo estás?
—Bien pá —terminé de guardar el último paquete de fideos—, ordenando una compra que acabo de hacer.
—Milena… Debo hablar contigo —hablaba seriamente, me preocupé.
—¿Qué sucede?
—Tu madre se ha quedado sin empleo, se nos hace cuesta arriba los gastos del departamento y enviarte más dinero.
No podía ser, ¡no podía ser cierto!
—Em… Tranquilo, papá —no sabía que decir—, no se preocupen, yo intentaré arreglármelas aquí.
—Perdón, hija —comenzó a llorar, no aguanté mis lágrimas—, te estamos fallando.
Cortamos la llamada, me sentía triste, quería cumplir mi sueño de estudiar letras, siempre lo soñé, iba a hacer lo posible por lograrlo cueste lo que cueste.