Capítulo 3

3605 Words
Lunes, desperté temprano para organizarme para las clases, tenía la primera asignatura a las 9:30 am. Desayuné un té con galletitas saladas, cepillé mis dientes y mi cabello. Terminé de alistarme y salí rumbo a la universidad. De camino mi celular comenzó a sonar, cómo era de esperarse, era mi madre. —¿Hola? —Hola, hija —su voz era rara—, ¿cómo estás? —Bien, mamá —suspiré—, estoy de camino a la universidad. Hablamos durante unos pocos minutos más pero quería cortar ya la llamada, últimamente me llamaba para contarme sus penas, cómo si yo no tenía bastante con los estudios y esforzarme por no crear más gastos. Llegué por fin a mi destino, pensativa por las palabras hirientes de parte de mi madre, al parecer quería que regrese a mi pueblo cueste lo que cueste. Entré directamente a mi salón de clases, busqué algún asiento disponible y me encontré con Máximo. —¡Hola, preciosa! —vino de inmediato a saludarme. —¿Cómo estás? —sonreí, besé su mejilla. —Extrañándote, la verdad —reí, sus respuestas tan ocurrentes siempre hacían que sonriera. Me senté junto a él, amaba compartir banco con Máximo porque era una persona genial. El profesor entró y la clase comenzó, ni una palabra más hasta terminar su hora. Saqué mi cuaderno y mi lapicera, comencé a tomar apuntes de todo lo que hablaba aunque a veces no llegaba a todo. Suspiré. La clase terminó. —Nos vemos la próxima, no olviden de traer el texto escrito que les he pedido. Todos asentimos, este profesor era demasiado exigente. Teníamos un receso de cuarenta minutos hasta comenzar la próxima clase, con mi amigo fuimos al buffet de la universidad a tomar algo. —¿Y qué ha pasado con Dunken? —No me han llamado, la verdad que perdí las esperanzas ya. —No te apresures, ha pasado poco tiempo —suspiré—, además, tienen que elegir entre todas las vacantes. —Por eso mismo, perdí las esperanzas, deben de haber mejores que yo, además de tener un título que es lo más importante. —Shh, no quiero seguir escuchando tus negativas —reí. Tenía razón, me ponía en modo negativa casi siempre con cosas así, tenía esa creencia de que nunca podía lograr mis objetivos. Pedimos un café con leche cada uno, obvio, con medialunas porque esas no podían faltar nunca. —Y si no tendré que buscar de hacer algún trabajo desde casa —pensé. Máximo negaba con la cabeza, no dijo nada. La hora pasó, terminamos nuestro aperitivo y regresamos al salón de clase. —¿Qué harás esta noche? —me preguntó mientras caminábamos. —Tengo planes de quedarme escribiendo para Dreame. —¿Te sirve eso? —Algo sí, me da un poco de dinero y de paso me conocen. Pasamos la siguiente asignatura en sumo silencio, no quería hablar, además estaba sumida en mis pensamientos, necesitaba encontrar la forma de generar dinero más rápido. La clase de historia era interminable, quería poder irme ya a mi casa y descansar. El timbre de salida sonó, eran las 14:50 pm, pero al parecer yo estaba en otro mundo. —Mile… ¡Milena! —me asusté. —¿Qué… Qué sucede? —miré a Máximo. —Invítame a tu viaje —rió. —No me da gracia —lo fulminé con la mirada. La verdad que a veces quería parecer gracioso pero era lo más inaguantable que podía existir. Lo quería mucho y era un gran amigo, pero a veces necesitaba un poco de paz y soledad. Luego de media hora llegué a mi departamento, resignada, me preparé un plato de arroz blanco. Mi celular comenzó a sonar, era mi padre y la verdad que tenía pocos ánimos para hablar con mi familia, quería comer y acostarme a dormir un rato. Pero no pude evitarlo luego de que insistieron tres veces. —¿Hola? —respondí, tenía un mal presentimiento. —Mile, hola hija —dijo mi padre. —¿Ha pasado algo? —La abuela está internada —dijo, no pude aguantar y comencé a llorar desconsoladamente, mi abuela, mi todo. —¿Qué sucedió? —Aún no nos dicen nada, estamos en el hospital esperando. —Ya mismo saco un pasaje y voy para allá. —No te apresures, no gastes el dinero que tienes. —Pero papá… Me cortó la llamada, no podía creerlo, ¿acaso no entendía lo que provocaba en mí esto? No sabía qué hacer, necesitaba viajar a mi pueblo y ver a mi abuela, ¿qué le sucedió? Ella estaba tan bien siempre, era una persona feliz, inquieta, andariega. Le envié un mensaje de texto a Máximo para comentarle, en pocos minutos estaba fuera de mí departamento golpeando mi puerta. Abrí y lo vi. —Hola —dije, angustiada. Entró, me abrazó fuertemente. —Tranquila, Mile… —susurró en mi oído. —Necesito viajar a verla —susurré entre sollozos. —¿Quieres ir? —Sí, aunque mi padre me dijo lo contrario. —Mile, has lo que tu corazón te diga. —Quiero viajar a ver a mi abuela. —Me ofrezco a llevarte, si quieres. Lo miré impresionada, ¿en serio lo decía? ¿Y la universidad? —Max… No lo sé, no quiero comprometerte. —Por favor —me sujetó de los brazos tiernamente. —Gracias —murmuré dejando caer alguna que otra lágrima. Preparé mis cosas, una maleta pequeña con ropa como para un par de días, era suficiente. Máximo también fue a prepararse, él tenía coche propio, pasó a buscarme y viajamos de noche. ¡Era eterno el llegar hasta mi casa! ¿Por qué Máximo hacía tantas cosas por mí? A veces me daba pena, no sabía cómo agradecerle, cómo actuar frente a él porque yo lo quería cómo un amigo y nada más. Teníamos preparadas nuestras pertenencias y obvio, el equipo de mate que nos iba acompañar durante la noche, eso era infaltable en cualquier viaje. Salimos alrededor de las 10:00 pm, él había decidido viajar de noche para evitar el calor, aunque en pleno abril y en Argentina ya no era tan notorio el calor del verano. —Faltarás a clases por mí… —Lo hago con gusto, Milena —respondió mientras conducía. —No sé cómo agradecerte todo lo que me estás ayudando este tiempo. —No hace falta agradecer. Eran alrededor de las 6:00 am, estábamos a cuarenta kilómetros de mi pueblo natal. Estaba nerviosa y ansiosa por llegar, por ver a mi familia y obvio, ver a mi abuela. Llegamos alrededor de las 7:00 am, le dirigí hasta mi casa, era demasiado temprano pero sabía que mi padre pronto se levantaba para ir al trabajo. Estacionó el auto fuera y me bajé. Caminé hasta la puerta y toqué el timbre, era extraño porque al parecer no había nadie allí. Tomé mi celular y le marqué a mi padre, intenté tres veces hasta que me atendió. —¿Mile? ¿Qué sucede? —sonaba dormido. —Estoy afuera de casa. —¿¡Qué!? —Vine a ver a la abuela, ¿dónde estás? —En el hospital —corté la llamada y volví al auto de Máximo. —Vamos para el hospital. Le dirigí por donde quedaba, por suerte no quedaba muy lejos de mi casa. Llegamos a nuestro destino, mi padre estaba en la sala de espera en una de las sillas adormilado. Entré primero y Máximo venía detrás de mí. —Hola, papá —me acerqué apresuradamente para poder abrazarlo. —Hola, hija —respondió de igual forma. Ya habían pasado varios meses sin venir a mi pueblo, sin ver a mi familia y a mis amigos. En el momento que mi papá me llamó diciéndome lo de mi abuela se me partió el corazón en mil pedazos. Aurelia, mi abuela paterna, era ese tipo de persona amorosa, que te daba todo con tal de verte feliz, de sacarte una sonrisa. Siempre, desde muy pequeña, estaba junto a ella, mis padres trabajaban y ella era mi cuidadora. La adoraba, mucho. —Hola —habló Máximo. Pobre, me había olvidado de él. —Hola —mi padre extendió su mano para saludarlo. —Papá… Él es Máximo, un amigo de la Universidad —los miré a ambos—, le conté lo qué sucedió y sin pensarlo, me trajo. —Muchas gracias —dijo mi padre mirándolo a mi amigo. —¿Cómo está la abuela? —No hay muchas esperanzas —respondió con lágrimas en los ojos. —¿Pero qué sucedió? —dije de igual modo. No entendía, no podía creerlo, era una mujer de sesenta y siete años, llena de vida, de felicidad. —Mile… La abuela está enferma, le descubrieron un tumor hace un tiempo y está avanzando a pasos agigantados. —¿¡Qué!? —quería llorar. El celular de mi padre comenzó a sonar, era mi madre quien llamaba. —¿Bueno? —se levantó del asiento para hablar tranquilo. Máximo me abrazaba, la verdad me sentía rota, me sentía mal. Mi padre terminó de hablar por celular y regresó conmigo. —Le dije a tu madre que has venido —suspiró—, quiere verte… —Luego iré a casa, papá —me senté en una de las sillas—, quiero ver a la abuela primero. —Ve a casa, Mile —su voz se notaba cansada—, yo te llamaré cuando puedas entrar, pero ahora es imposible. ¿Tan mal estaba la situación? ¿Qué estaba pasando? Acepté para no crear problemas con mi padre, pero no quería irme, la verdad. Me marché a mi casa con mi amigo, mi madre estaba esperándonos allí. —Siento hacerte perder las clases y todo por estar aquí conmigo —dije al subirnos a su auto. —Tranquila, no te preocupes —tomó mi mano—, necesitabas venir y quiero acompañarte. —Muchas gracias —le regalé una sonrisa—, prometo recompensártelo. Arrancó el coche y nos fuimos, de nuevo le dirigí por dónde ir. Estacionó en frente y nos bajamos. Mi madre nos vio por la ventana y de inmediato abrió la puerta y salió afuera. —¡Hola! —me abrazó con fuerza, la que más me extrañaba era ella, al parecer. —¡Hola, mamá! Luego de un par de segundos, nos separamos y le presenté a mi amigo. —Mamá, él es Máximo, un amigo de la Universidad. Se acercó a saludarlo y, sin que él se diera cuenta, me guiñó un ojo. No, no era lo que pensaba. Entramos a mi casa, ese olor, esa sensación de estar en mi casa, dónde crecí, extrañaba tanto estar en mi pueblo. —He preparado café para esperarlos —sonreí. —Nos viene bien, hemos viajado toda la noche. Nos sentamos en la mesa, mi madre nos sirvió el desayuno. —¿Y Agustina? —pregunté por mi hermana. Agustina era mi hermana menor y la única. Hace diez años, mi hermano mayor, Jorge, falleció por una neumonía, fue un momento muy caótico para la familia, el único hijo varón, mi padre estaba destrozado. Agustina en ese entonces era muy pequeña, no lo recuerda. —Está en el colegio —dijo mi madre sentándose con nosotros en la mesa a desayunar. —¿Estudian lo mismo? —comenzó el interrogatorio. —Sí, estamos en la misma carrera —respondió amablemente Máximo, yo sólo me dispuse a tomar mi café porque ya conocía a mi madre. —¿Se hicieron buenos amigos, verdad? —Sí, mamá —respondí entre dientes—, ya deja las preguntas. Máximo reía, yo no tenía tanta paciencia para esas cosas de chusmeríos. —¿Qué ha pasado con la abuela? —le pregunté a mi madre. —Pues… Su enfermedad avanzó mucho y el viernes pasado se ha desvanecido, nos llamó el abuelo asustado. —¿Desde el viernes está internada? —Sí. —¿No pensaban avisarme nada? —ya me estaba enojando—, una semana después me dicen. —Mile… No sabíamos que sucedía, no queríamos tampoco preocuparte estando a tantos kilómetros. —Está bien… —No hay muchas esperanzas… —mis ojos se aguaron—, ¿has visto a tu padre? —Sí, estuve con él hoy temprano —bebí mi último sorbo de café—, ¿el abuelo cómo está? —Está muy triste —asentí apenada, entendía la situación. —Iré a verlo. Mi celular comenzó a sonar, era mi padre. Respondí de inmediato. —¿Papá? —lo escuché sollozar—, ¿estás bien? —Cariño… Tu abuela se ha ido. —¿¡Qué!? —grité, comencé a llorar. —Tranquila… Tranquila… —intentaba calmarme mi madre pero era en vano. Corté la llamada. —Necesito ir al hospital. —¿Qué pasó? —La abuela falleció. Nos preparamos y nos fuimos directo al hospital en el auto de Máximo, pobre de mi amigo lo que le tocaba vivir. Llegamos a nuestro destino y fui directo a mi padre, lo abracé con todas mis fuerzas. Para mi sorpresa, viendo por detrás de él, estaba mi abuelo, Arturo, sentado en una de las sillas sin dejar de llorar. Me acerqué a él y lo abracé. —Abuelo… —murmuré entre sollozos. —Milenita, has venido —intentó hablar pero no quería que se esfuerce, sentía su tristeza dentro de mí. Me quedé junto a mi familia todo el rato sin poder dejar de soltar lágrimas. No he podido despedirme cómo quería, no me imaginaba esto. Las horas pasaban, ya era momento de ir a la sala velatoria. —Max… ¿Quieres quedarte en casa? —sabía que estaba cansado del viaje, aún no habíamos dormido. —No, te acompañaré a ti —lo abracé, necesitaba su calor. Me encontré con mi hermana, con mis primos, tíos, todos los familiares. Fue un momento demasiado triste. Las horas pasaban, mis padres insistían en que fuera a darme una ducha y descansar, pero me negaba rotundamente, sentía que tenía que acompañar en todo momento a mi abuelo. —Por favor, ve a descansar, iré contigo —susurró Máximo a mi lado—, te harás daño. —Está bien. Al final acepté, hacía más de veinticuatro horas que no dormía. Nos fuimos a mi casa y lo primero que hice fue darme una ducha, lo mismo hizo mi amigo y nos recostamos un rato, en mi habitación había dos camas de una plaza, así que nos dividimos así. —Descansa —dijo él, tiernamente. —Espero poder —lágrimas seguían cayendo. Desperté, busqué mi celular y miré la hora, no podía creerlo, eran las 5:46 am, ¿en qué momento me quedé dormida? Me levanté, fui al baño y me alisté, busqué algo de ropa para ponerme, quería regresar de nuevo a la sala velatoria las últimas horas que quedaban antes del entierro. —Buen día —dijo con voz ronca mi amigo. —Buen día —le sonreí de lado—, perdón si te desperté. —No te preocupes —bostezó—, ¿qué hora es? Le dije, estaba igual que yo de impresionado. Se levantó para acompañarme aunque le dije que se quede durmiendo. Tomamos unos mates rápido antes de salir. —¿Vamos? —pregunté. Asintió, tomó las llaves del auto y nos fuimos. Me sentía tan extraña. Llegamos a nuestro destino y entramos. Para mi sorpresa había mucha más gente que el día anterior. Estaban sus amistades también y demás familiares. —Hola —saludé acercándome a Agustina. —Hola —me abrazó, respondí también apretándola junto a mi cuerpo. —¿Cómo está el abuelo? —le susurré. —Allá lo ves, está destrozado. Me daba tanta pena verlo, no paraba de llorar y estaba solo, no hablaba con nadie. Decidí acercarme y acompañarlo. Máximo se quedó con Agustina. —Hola, abuelo —susurré, sentándome a su lado. —Milenita —murmuró, tomó mis manos entre las suyas. —Te amo, abuelo —susurré de nuevo, recosté mi cabeza en su hombro. —Ella estaba feliz de ver todo lo que estabas logrando —lo miré emocionada—, te dejó algo en casa, quería entregártelo ella pero no llegó a tiempo. Lo abracé con fuerza viendo que su voz se iba quebrando cada vez más. —Gracias —besó mis manos. Vi hacia la puerta cuando se abrió, era el pastor que venía a dar la misa de despedida. Tan rápido iba todo, era la última vez que iba a ver a mi abuela, mi segunda madre. Nos pusimos de pie, no le solté en ningún momento la mano a mi abuelo. Escuchamos las palabras del pastor, todos en sumo silencio, el único ruido que se escuchaba eran los sollozos de las personas, sin dudas, Aurelia era una persona muy adorada por todos. Le dimos el último adiós, mi corazón de partía en mil pedazos. Me acerqué a ella y besé su frente, por última vez. —Descansa, abuela —le susurré aunque sabía que no me escuchaba—, te amo. Todos se despidieron y llegó el momento de cerrar el cajón y quedarme con esa imagen por última vez. Fuimos al cementerio para allí darle el último adiós. Luego de todo nos marchamos nuevamente a mi casa. Almorzamos algo juntos, mi abuelo fue invitado también. Me senté en el sofá junto a mi abuelo, estábamos a solas y quería aprovechar el momento. —Te amo, abuelo —le dije, lo abracé. —Milenita —me tomó de las manos—, gracias por estar aquí. —Apenas supe quise venir y Máximo me trajo. —¿Es tu noviecito? —No, nada de eso abuelo —reí por lo bajo—, sólo es un buen amigo de la Universidad. —Espero que estés bien y cumplas tus sueños. —En eso estoy, abue… Terminamos de hablar porque todos vinieron a la sala también. Mi madre preparó tallarines con tuco, algo rápido y sencillo para almorzar. En la tarde, junto a mi amigo, íbamos a ir a la casa de Arturo a compartir una merienda con él antes de irnos a la gran ciudad de nuevo, ambos teníamos que seguir con nuestras obligaciones: Universidad y trabajo. —Gracias, Máx —me acerqué a él y lo abracé. —No hay porqué, estoy feliz de haber podido cumplir tu deseo. A veces creía que él estaba enamorado de mí, intentaba ayudarme en todo, acompañarme en todo, hacerme reír. Me sentía mal por eso, porque yo no sentía nada por él, nada más que un cariño de amistad, y tampoco estaba en mi momento para andar enamorándome de alguien. Terminamos de comer y dormimos un rato la siesta para estar descansados para la noche, sobre todo Máximo que era él quién iba a conducir durante toda la noche. —¿Vamos a la casa de tu abuelo? —me despertó Máximo, me asusté, comenzó a reír. —Sí, me he quedado dormida. Me levanté y me cambié, acomodé un poco mi cabello y salimos, pobre de mi abuelo que nos estaba esperando y a él le gustaba la puntualidad. Nos subimos al coche y salimos rumbo a su casa, estaba en la otra punta del pueblo, pero de todos modos, era cerca. Eso era lo lindo de vivir en un pueblo. Estacionó y nos bajamos. —¡Hola, abuelo! —dije al verlo abrir la puerta. —Hola, querida —me abrazó. Entramos a la casa, Máximo me acompañaba a todos lados aunque estaba un poco vergonzoso y tímido. —¿Hasta cuándo se quedan? —preguntó mi abuelo, había preparado chocolate caliente, sabía que me encantaba. —Esta noche nos vamos, abue. —Qué rápido —bajó la mirada—, pero entiendo que tienen sus obligaciones. —Sí, además, él tiene que regresar al trabajo —le comenté refiriéndome a Máximo. Tomamos la merienda, estaba deliciosa, por cierto. Sin dudas, él sabía cómo consentirme siempre desde pequeña. Mi abuelo se levantó de la silla y salió camino a la habitación, me extrañó pero no intervine. —Toma, Milenita —traía una caja entre sus manos—, esto te ha dejado tu abuela. Tomé la caja entre mis manos, era un poco pesada, arriba decía mi nombre con corazones, no pude evitar emocionarme. Abrí la caja, primero vi un papel escrito a puño y letra por Aurelia. Comencé a leerlo en mi mente, las lágrimas comenzaron a caer. “A mi nieta, Milena: A mis ojos, no hay nadie que pueda igualar tu belleza. Ninguna palabra puede describir lo mucho que significas para mí. Nada que pueda disminuir mi amor por ti. Como lo tienes ahora y por toda la eternidad, no importa la edad que tengas, para mí, siempre serás mi niña. Nunca dejes de perseguir tus sueños y nunca dejes que nada ni nadie te diga lo que debes hacer, eres dueña de tu vida. Te regalo mis cosas más preciadas, porque sé que tú las vas a cuidar y te las mereces. Te amo mucho, tu abuela, Aurelia” Sequé mis lágrimas y miré lo que había debajo. Para mi sorpresa, era su libro favorito de siempre, su anillo de bodas y sus pendientes favoritos, que se los había regalado mi abuelo cuando tuvieron su primera cita. ¿Por qué me los regalaba a mí, teniendo a mi hermana y a mis primos? Mi abuelo me abrazó también, y obvio, comenzó a llorar desconsoladamente.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD