Desperté a las 6:20 am, no podía dormir de los nervios que llevaba por la entrevista en Dunken.
Menuda noche hemos tenido, Máximo se quedó a dormir conmigo, y sí, hemos tenido intimidad. Quería morirme por lo que había sucedido, aún no podía creerlo.
Me levanté cuidadosamente de la cama para ir a darme una ducha refrescante.
Busqué una máquina de afeitar que tenía guardada y entré a la ducha, el agua estaba caliente, cómo a mí me gustaba. Rasuré mis piernas y mis partes íntimas. Lavé mi cabello y luego me hice un baño de crema rápido, me dejaba el cabello suave y brilloso.
Terminé de darme mi larga ducha y salí del baño a buscar la ropa que me pondría a la habitación, para mi sorpresa Máximo había despertado.
—Buen día —me regaló una sonrisa.
—Buen día —me avergonzaba estar envuelta en la toalla.
Encontré la ropa y regresé al baño, busqué en el pequeño mueble un pote de crema que tenía para hidratar mi cuerpo, fue lo primero que hice y luego me vestí.
Golpearon la puerta del baño.
—¿Sí?
—¿Puedo pasar?
—Ya salgo…
No me gustaba nada esto, me sentía incómoda, no sabía por qué accedí a tener relaciones sexuales con mi amigo.
Miré la hora en mi celular y eran las 7:30 am, una hora había pasado ya, quería ir a desayunar así podía terminar de prepararme para ir a la Editorial.
Estaba preparándome un café en la cocina a las apuradas, incluso me había olvidado de Máximo en la habitación.
—Creo que me iré… —dijo él, lo miré de inmediato, ya estaba cambiado y con sus cosas en la mano.
—¿Quieres tomar un café?
—No, Mile… —suspiró—, es mejor que me vaya.
Algo me sonaba extraño, algo dentro de mí me decía que la habíamos cagado.
La puerta se cerró, Máximo se marchó y sin siquiera despedirse. Mi mundo se vino abajo sin dudas, no quería perder a mi mejor amigo por una calentura de momento.
Tomé mi café y fui de nuevo al baño a maquillarme y arreglar mi cabello, sólo me puse unos broches sujetándolo en media cola. Perfumé mi ropa, mi cuello y mi cabello.
Terminé de arreglarme, preparé mi cartera con mis cosas esenciales y ya estaba lista para salir, estaba nerviosa, muy nerviosa.
Tomé mi celular y no tenía ningún mensaje de Máximo, sentía pena y un nudo en la garganta.
Salí de mi departamento camino a la Editorial, no me quedaba muy cerca y pensaba ir caminando. Eran alrededor de las 8:15 am cuando salí, tenía tiempo para llegar de sobra.
Iba pensando en todo, en mi familia, recordando a mi abuela, pensaba en lo sucedido con Máximo, ¿cómo iba a volver a verlo a la cara ahora?
Luego de cuarenta minutos caminando, sí, la editorial me quedaba a veinte cuadras de mi departamento, llegué por fin a mi destino.
Tomé una bocanada de aire profundo y me digné a entrar. Esperé en las sillas que había en recepción hasta que alguien venga a atenderme, sin dudas, mis manos temblaban y estaban mojadas en transpiración. Mi corazón latía a dos mil por hora.
—Buenos días, señorita Ruíz —escuché la voz de la misma chica que me había atendido la vez anterior.
—Buenos días —sonreí.
—El señor Castillo la está esperando en su oficina.
Asentí y caminé hasta el ascensor, ya sabía cuál era el camino, un camino que quizás y un poco de suerte, lo iba a recorrer a diario.
Subí y llegué al tercer piso de Javier Castillo, el piso más importante. Vi esa gran puerta frente a mí y los nervios se hacían cada vez más notorios. Tomé otra bocanada de aire y golpeé la puerta.
—Adelante —escuché su ronca voz. Era una debilidad.
Abrí la puerta y di un paso para entrar a la gran y lujosa oficina.
—Buenos días —saludé, cerré la puerta detrás de mí.
—Señorita Ruíz… —se levantó de su sillón—, es un placer volver a verla.
Me ruboricé. El señor Castillo se acercó a mí y tomó mi mano para encaminarme a las sillas que estaban frente a su escritorio, me senté y él regresó de nuevo a su sillón.
—La he citado el día de hoy para poder llenar un formulario de nuestra empresa —comenzó a explicar—, será contratada en Dunken por dos meses de prueba, su escrito me ha dejado fascinado pero aún no tiene un título legal para poder ejercer.
—Lo sé, amo esta profesión desde que tengo uso de razón y pondré todo mi esfuerzo por gustarle.
Arqueó una ceja y su sonrisa juguetona apareció en su rostro, me puse más nerviosa.
—Por hacer bien mi trabajo —intenté reformar lo que dije pero la estaba empeorando cada vez más.
—Tranquila —se levantó de la silla y comenzó a caminar por la sala—, aquí tienes el formulario para que lo completes con tus datos —se acercó a mí lado para dejarme un papel tamaño oficio.
Vaya que quería que escriba mucho el señor Castillo. Tomé una lapicera que tenía cerca y comencé a escribir.
¿Situación sentimental? ¿Eso era algo necesario para el trabajo?
—Necesito hacerlo bien —susurré despacio para mí misma pero al parecer el señor tiene orejas de elefante.
—Lo harás —susurró también, aún seguía con su mirada intimidante y su sonrisa juguetona.
¿Qué pretende, señor Castillo?
Luego de varios minutos terminé de completar el formulario. Volví a releerlo dos veces por si fallé en algún punto, quería y necesitaba estar segura, necesitaba el trabajo.
—Terminé —levanté la vista de la hoja para entregársela al hombre pero no lo vi delante de mí.
—Estoy aquí —su voz me asustó, estaba detrás de mí y ni siquiera me percaté de ello, que raro era este personaje.
—Aquí tiene, señor —clavé mi vista en sus ojos, intentaba descubrirlo, pero era imposible.
—Gracias —lo tomó en sus manos y regresó a su asiento.
Comenzó a leer detenidamente todo lo que escribí, de a momentos sus cejas se fruncían, ¡mierda!
—Em… —los nervios se me estaban subiendo a la cabeza y sentía que me iba a desmayar—, ¿hay algo mal?
—Para nada, al contrario, tus respuestas me dejan sin palabras.
Volví a ruborizarme y la respiración parecía cortarse.
—¿Así que eres muy apasionada? —su cara juguetona no desaparecía, vaya hombre.
—Eso… Creo.
—Me agradará ir conociéndote en tu período de prueba.
—Gracias —murmuré.
—Comienzas mañana, 7:30 a 14:00 hs, tendrás tus pagos semanales, por ahora en estos dos meses —me miró de pies a cabeza—, atuendos elegantes.
Asentí, sonriendo, me acerqué a él sin pensarlo y lo abracé, al parecer, no se lo esperaba, no respondió.
—Lo siento —susurré avergonzada, intenté mirarlo—, muchas gracias.
Abrí mis ojos grandes, no sabía cómo iba a hacer con la Universidad y el trabajo pero no me importaba, ni siquiera sabía cuál sería mi salario pero tampoco me importaba, sea poco o mucho, yo estaba feliz, demasiado feliz.
Me marché de la editorial directo a algún sitio a comprarme algo de ropa indicada para estar allí, pero no sabía cómo pagarlo. Tenía una compañera de la carrera que su madre tenía una tienda, la llamé pidiéndole un préstamo hasta que gane mi salario, por suerte no tuvieron drama y pude comprarme varias cosas, jeans, un saco, camisas y dos pares de zapatos, necesitaba estar presentable y caerle bien al jefe.
Regresé a mi departamento y por fin pude respirar aire puro, los nervios se calmaron pero ahora todo era ansiedad por lo que se aproximaba.
Dejé mi bolso sobre la mesa y me senté un momento en el sofá, quería descansar, miré la hora en el celular y eran las 1:00 pm, era hora de comer. Perdí la mañana y ahora no sé cómo iba a organizarme con las clases porque prácticamente eran todas de mañana.
—Máximo… —susurré para mí misma.
No dejaba de pensar en él, de pensar en lo que había sucedido, ¿y ahora? Estaba confusa, ¿acaso sentía algo por él que jamás quise admitir? Me dolía estar distanciada, me dolía haberlo lastimado, me dolía lo que pasó.
Busqué su contacto y no me aparecía con una foto de perfil en w******p, me había bloqueado quizás, no lo sé.
Intenté llamarlo, sonaba y sonaba pero él no respondía, era en vano. Pero necesitaba hablar con él, contarle lo que sucedió en Dunken, escucharlo…
Intenté por quinta vez, por fin respondió.
—Milena… —su voz se notaba cansada.
—Max… Al fin respondes —mi voz parecía quebrarse.
—¿Qué quieres?
—Necesito verte… —susurré.
Se notaba molesto, se notaba distante, no cómo otras veces.
—Milena, no quiero hablar… —mis ojos se aguaron.
—Ven, por favor —dije con la voz entrecortada.
—¿Para qué? ¿Para qué te rías de mí?
—Jamás haría eso, por favor, ven a comer conmigo —hice una pausa—, debemos hablar.
Aceptó pero sin ganas, necesitaba hablar con él, necesitábamos arreglar las cosas y llegar a un acuerdo. No quería lastimarlo, pero no estaba segura de sentir amor por él.
Fui rápido hasta el almacén de la esquina y busqué una tarta, paleta y queso, para acompañar compré una gaseosa, sabía que le gustaban a Máximo.
Regresé a mi departamento y cociné, mi comida favorita.
Todo listo y en el horno, busqué mi ordenador para revisar mi correo. Tenía mensajes de Dreame. Suspiré, no sabía cómo iba a organizarme con la Universidad, los trabajos prácticos, los finales, el trabajo en Dunken y Dreame. Quería hacer todo pero iba a explotar.
Escuché la puerta, era él, me apuré a atender, su cara parecía la misma de Casper, un zombie.
—Pasa…
Me acerqué para saludarlo pero me evitó.
—Preparé una tarta de paleta y queso —dije satisfecha—, espero que te guste…
—Descuida.
Dejó su campera en una silla y se giró para verme.
—¿De qué querías hablar?
—Sobre lo de anoche… —bajé la mirada.
—Primera y última vez —lo miré de inmediato.
—Pero… —no me dejó seguir.
—Pero nada, seguiremos en contacto por la Universidad y por los trabajos que tenemos que entregar, pero ya nada más, Milena.
—Máximo… —susurré, mis ojos se aguaron—, no quiero perderte.
—Ya no me lastimes más, por favor —suplicó.
Me acerqué a él rápidamente y tomé su cara entre mis manos, lo besé. Al principio no respondió pero al pasar unos segundos me siguió el beso, puso sus manos en mi cintura para apretarme a su cuerpo.
—¿A qué quieres jugar?
—Intentémoslo —susurré sobre sus labios.
Me miró sorprendido, volvió a besarme.
No tenía dudas de que él pudiera lastimarme ni nada al respecto, pero tenía miedo de yo lastimarlo a él.
Fui a revisar el horno, la tarta estaba lista para comer. Preparé la mesa y nos sentamos.
—¿Cómo te fue en Dunken?
—Muy bien —sonreí—, comienzo mañana.
—¿En serio? —levantó sus cejas.
—Sí, hablé con Castillo y eso me dijo, de 7:30 a 14:00.
—¿Y las clases?
—Eso veré cómo hago, pero voy a seguir aunque sea desde mi casa.
—Prometo ayudarte —le regalé una sonrisa.
Comenzamos a comer, era tarde ya y moría de hambre.
Terminamos de almorzar y él me ayudó a limpiar todo, mi casa quedó limpia y ordenada.
—¿Terminamos el trabajo?
—No creo que lo terminemos, pero podemos avanzar —reí.
—Bueno, eso —Máximo se acercó a mí—, pero primero quiero un beso —susurró, me acerqué a él y lo besé.
—¿Así te gusta?
—Me encanta —murmuró, me abrazó.
La verdad no quería perderlo, lo apreciaba mucho a mí… Amigo. ¿O ahora debía decir novio?
—¿Le has dicho a tus padres del trabajo?
—No, por el momento no pienso decirle a nadie.
—Mile… Espero no descuides el estudio con eso.
—No lo haré, me costará pero haré todo a la vez, además, pierdo la mañana nada más en el trabajo, tengo toda la tarde libre prácticamente.
Asintió. Acomodé el ordenador y los libros sobre la mesa para seguir con el trabajo de lengua. Quería avanzar lo más que pudiéramos porque sólo nos quedaba esta semana para entregar.
—¿Y si te quedas a dormir esta noche aquí y avanzamos con el trabajo?
—Me gusta la idea —sonrió.
Las horas pasaban y ya me dolía la cabeza de tanto pensar, leer y escribir. Quería descansar. Hicimos una pausa para distraernos un poco.
Busqué mi celular y entré a mis r************* , ¡wow!
Me apareció de sugerencia Javier Castillo, no pude evitar entrar y mirar su perfil, vaya hombre, te removía hasta las tripas. Miré a Máximo disimuladamente y miré de nuevo la foto de Castillo. No había comparación, en absoluto.
Lo busqué en i********: y comencé a seguirlo, quería saber si era tan popular el señor Castillo cómo todos decían.
—¿Cenamos panchitos? —habló Máximo, me sacó de mis pensamientos.
—Me encantaría.
—¿En qué pensabas?
—Nada, sólo en el trabajo de mañana.
Le regalé una sonrisa, mentí, ya comenzábamos así la relación, con mentiras…