6:00 am, mi alarma comenzó a sonar, mis ojos se abrieron pero mi cerebro deseaba seguir durmiendo un rato más.
Suspiré, me levanté de la cama y con mucho pesar caminé hasta el baño, hice mis necesidades y luego me di una ducha rápida.
Sequé mi cuerpo y mi cabello, me encaminé de nuevo a la habitación para buscar la ropa que había elegido y Máximo no estaba. Me cambié rápidamente y regresé al baño para cepillar mi cabello.
Dejé mi cabello suelto para que se seque al natural, fui a la cocina para preparar algo de desayunar y para mi sorpresa, allí estaba él con el mate listo, esperándome. Sonreí.
—Buenos días —me acerqué a besarlo.
—Buenos días, hermosa.
Me senté en el sofá, no dejaba de mirarme.
—¿Qué pasa?
—Te ves increíble, la verdad —estaba embobado.
—No digas tonterías —reí.
—A ver si Castillo quiere robarme la novia —murmuró, casi me ahogué al escucharlo.
—Ya estás inventando —si supiera mis pensamientos de anoche.
Estábamos tomando mate tranquilamente, miré la hora y eran las 6:50 am, decidí terminar de arreglarme para marcharme, no quería llegar tarde mi primer día.
Me maquillé decentemente, pero quería dar buena impresión.
Perfumé mi cabello y mi cuello, estaba lista, la verdad me gustaba cómo me veía.
—¿Qué te parece? —le pregunté a mi nuevo novio.
—¡Estás preciosa! —sonrió, se acercó a mí para besarme, se sentía extraño—, de seguro serás la mejor editora de Dunken —susurró sobre mis labios.
Busqué mi cartera de mano y guardé mi celular y las llaves, decidí marcharme caminando pero Máximo insistió en llevarme.
Salimos, me subí al auto y nos marchamos. Estaba muy nerviosa, quería aparentar lo contrario pero era imposible. Mis manos estaban sudorosas y mojadas.
—Suerte en clases —le dije a mi chico.
—Suerte en el trabajo, espero tu mensaje.
Llegamos a destino, estacionó en frente de la Editorial, besé sus labios y me bajé. Tomé una bocanada de aire, 7:23 am, entré al gran lugar.
—Buenos días, Milena —me saludó una de las empleadas que estaba en mesa de entrada.
—Buenos días —sonreí.
Aún no sabía bien cuál iba a ser mi puesto definitivo, tenía que esperar a Javier Castillo para que me oriente.
Estaba charlando con las chicas de la mesa de entrada que también acababan de llegar y estaban acomodándose cada una a su labor correspondiente.
—Buenos días, señorita Ruíz —esa voz que me estremecía cada vez que la oía.
Me giré sobre mis pies y allí lo vi, vistiendo una camisa blanca, traje n***o y una corbata a lunares en tono azul y blanco.
—Buenos días, señor Castillo.
—Eres puntual —asintió sin dejar de mirarme—, punto a favor —comenzó a caminar—, sígame.
Los nervios cada vez eran más notorios, lo seguí por dónde él iba, suponía que era a su despacho.
Sus pasos eran cautelosos, no se giraba para verme pero yo lo seguía a paso lento, admirando cada parte de su cuerpo, sobre todo su prolijo cabello.
Llegamos al ascensor de él, ingresó.
—Iré por el otro de empleados —le dije, pero negó con la cabeza.
—Ven conmigo aquí.
Entramos al ascensor y él seleccionó el piso de su oficina. Se colocó a un lado y me quedé petrificada a su lado, apenas me animaba a respirar siquiera.
Me daba cierta vergüenza porque nadie ingresaba en ese ascensor más que él, era de su uso personal.
—Puedes respirar —lo miré de reojo—, no te comeré —murmuró, mirándome por el rabillo de su ojo.
Me ruboricé, miré hacia el suelo. Por suerte llegamos pronto al piso, el ascensor se detuvo y él se encargó de abrir la puerta.
Salió caminando, muy caballeroso de su parte. Salí detrás de él. Ingresamos a su oficina, de nuevo, él entró primero.
Entré tímidamente al lugar y cerré la puerta.
—Pasa, te invitaré un café —me extrañó eso, pero acepté.
—Gracias —me senté en frente de su escritorio.
—Bien —hizo una pausa mientras buscaba unas tazas, sí, tenía su propia cafetera—. Esta semana quiero que trabajes conmigo aquí en mi oficina —abrí mis ojos grandes—, tengo que organizar un par de cosas y sé que puedes ayudarme.
—Yo… Pero… —arqueó una ceja.
—¿Ya hay peros? —creo que se molestó.
—Lo siento —me ruboricé—, no quise decir eso.
En cierto punto me daba miedo y vergüenza. Me preparó un café, que estaba demasiado amargo a mi gusto pero me lo tomé igual.
Él me explicó lo que debía de hacer, era puro papeleo, así que me puse en ello. Me asignó un escritorio que tenía a un lado en su oficina, pues, ese sería mi lugar de trabajo durante esa semana.
Pasó alrededor de una hora, estaba un poco agobiada de tener que leer tantos archivos, y lo peor es que él me apuraba y yo me ponía demasiado nerviosa.
Estaba muy concentrada, ni me percaté de lo que Javier Castillo hacía a mi alrededor, estaba embobada con un escrito que le habían enviado.
—¿Qué te parece? —apoyó de golpe sus manos sobre mi escritorio, me asusté, lo miré con mis ojos grandes. Comenzó a reír.
—Perdón —me ruboricé—, estaba muy concentrada.
—Lo he notado, por eso vine a molestarte —arqueó una ceja sonriendo sin mostrar sus blancos dientes.
Lo miré confundida, ¿acaso era bipolar? De un momento a otro cambiaba de humor un cien por cien, era raro.
Mi celular comenzó a sonar, no podía responder pero al parecer era necesario porque insistían e insistían con el llamado.
—Perdón —sabía que me regañaría.
—Responde —me miraba desafiante en frente de mi escritorio.
—No es necesario —era mi madre, quizás sí lo era, o también me regañaría luego ella por no responder.
—Responde.
Con mucho miedo, lo hice, ¿qué iba a decirle? No podía decirle que estaba trabajando a mi madre, si ellos no me permitían hacerlo.
—¿Bueno?
—Al fin respondes, ¿estás bien?
—Sí, estoy bien.
Me limitaba a hablar demasiado, estaba frente a mi jefe y me daba mucha vergüenza.
—Milena, ¿dónde estás? ¿Por qué no respondías?
—Mamá, estoy ocupada, ¿puedo llamarte luego?
—¿Ocupada en qué? Si hoy no has ido a la Universidad.
—Mamá… —hablé entre dientes.
A veces me molestaba, demasiado. Quería estar encima de mí todo el tiempo, entendía su preocupación por que yo estaba sola a tantos kilómetros y en una ciudad con tanto peligro, pero me cansaba.
Corté la llamada y apagué mi celular, no quería que siga insistiéndome en mi horario laboral. Suspiré.
—¿Por qué haces eso con tu madre? —esa voz me hizo salir de mis pensamientos.
—A veces… —arqueó una ceja, ¿por qué hacía siempre eso?—, a veces suele interponerse mucho en mis decisiones y mis acciones.
—Milena… —su voz cambió de tono, esta vez era más dulce—, ella quiere protegerte, todo padre o madre hace eso.
—¿Tienes hijos? —maldije para mis adentros, ¿qué carajos me importaba?
—No —soltó una risa—, pero lo deseo algún día —me guiñó un ojo.
Me ruboricé, bajé la mirada.
—A seguir trabajando que tenemos mucho por hacer —se alejó hacía su escritorio.
—Sí, mejor —murmuré, casi muriendo de un infarto.
Sin dudas, Castillo era demasiado seductor con sus miradas, pero en mi cabeza estaba Máximo e intentaba confiarme de que me producía lo mismo.
El primer día de jornada laboral pasó rápido, me entretuve leyendo varios textos esa mañana, vaya creatividad tenían algunas personas, me sorprendía. Tenían mucho talento, incluso estaba segura de que serían grandes escritores si se lo proponían.
Varias veces durante la mañana he tenido que bajar hasta recepción para buscar nuevos archivos, podía notar a las demás empleadas hablar en voz baja y mirarme. No entendía el porqué, yo no buscaba estar en la oficina del jefe, él me obligó.
Encendí mi celular, ya eran las 13:20 pm, esperaba tener varias llamadas perdidas de mi madre, de mi padre, mensajes, sobre todo regañándome.
—¿Todo bien? —habló Castillo, me sorprendí.
—Perdón —dejé mi celular en mi bolso.
—Tranquila, puedes utilizar tu teléfono, pero no en exceso.
Ya quedaba poco más de media hora para terminar mi turno de trabajo, mi primer día había sido superado, al menos era eso lo que yo pensaba.
—¿Qué te ha parecido tu primer día? —preguntó él, acercándose de nuevo a mi escritorio, mis manos sudaban de nervios.
—Me ha fascinado, leer esos escritos, son maravillosos —sonrió, pude ver sus dientes brillantes.
—Mañana será peor —murmuró sonriendo malvadamente.
—¿Cómo?
—Sólo espero que te sientas cómoda y te guste este empleo —clavó su mirada en la mía—, porque espero tenerte por mucho tiempo aquí —susurró esto último.
Me ruboricé. Javier Castillo, ese nombre retumbaba a cada segundo en mi cabeza.
14:00 pm, era momento de irme ya, salimos todos juntos porque la compañía cerraba hasta el día siguiente, y cómo era de esperarse, afuera de Dunken estaba Máximo, mi… Novio.
—¡Hola, hermosa!
—Hola, amor —sonreí, me acerqué a abrazarlo y por detrás vi pasar a Castillo.
Esto me estaba traumando, me estaba atormentando.
Nos marchamos a mi casa, la verdad le agradecía a Máximo por buscarme porque mis pies dolían demasiado con esos zapatos, no estaba acostumbrada a usar eso.
Llegamos, derecho a quitarme todo y ponerme ropa cómoda, quería sentarme en mi sofá pequeño.
—¿Agotador día? —Máximo reía.
—Demasiado, sobre todo… El jefe.
—¿Qué sucede?
—Nada, me encanta trabajar ahí —sonreí, le regalé un beso en sus labios.
Me trajo el almuerzo, había comprado unas empanadas en el carrito de la esquina antes de buscarme al trabajo, él era muy detallista, siempre estaba presente en todo, me cuidaba y temía no poder brindarle lo mismo de mi parte, sólo por el simple hecho de que yo no sentía amor.