Capítulo 27 Noche de bodas

1641 Words
Hermes la besó en los labios y luego pasó al cuello de ella. Disfrutaba del sabor de la piel de la preciosa mujer que amaba y fue bajando con delicadeza hasta los pechos de Hariella, en tanto ella lo seguía con el centelleante azul de su mirada. Se afirmó con sus rodillas en la cama mientras aplastaba con ligereza las blandas masas con sus manos. Luego abrió su boca y los comía como el más delicioso de los manjares, primero el izquierdo y luego el derecho. Hariella se aferraba en las sábanas y el placer la confortaba como el más excitante de los ropajes. Cada roce y cada emoción que le generaba Hermes eran incontrolable y quería seguir sintiéndolo sin el menor de los pudores. Ese muchacho la devoraba con tanto anhelo, que solo de verlo despertaba en ella sus lujuriosos instintos. Hermes se quitó los pantalones y el bóxer y ni supo cómo lo hizo con tanta rapidez. Le fue dejando cortos besos por el vientre de Hariella y le alzó las piernas para quitarle las sensuales bragas de encaje n***o, que era la última prenda que todavía tenía puesta. Se puso de nuevo encima de ella, mirándose de frente, rostro con rostro. Vio el sudor en la frente de ella y que la piel de las mejillas la tenía sonrojada. Hariella separó sus piernas para darle paso a Hermes. Los ojos azules de él la veían y percibió el suave movimiento de la cadera de Hermes. Abrió su boca y se le escapó un corto gemido. Se aferró con apuro en la espalda y le dejó arañazos. Era doloroso, como si le hubieran roto algo por dentro. Hermes sintió el calor abrazador del interior Hariella; lo quemaba de una manera tan indescriptible que, por poco, y, perdió la consciencia. Deliraba ante la sensación que ahora experimentaba. Se había quedado quieto, pues vio la cara de sufrimiento que hizo su amada y lo menos que quería era dañarla. La humedad de Hariella lo bañaba con pequeñas gotas, cuál rocío de la mañana en hojas rojizas del amanecer. Volvió a disfrutar de los labios de Hariella y esperó a que ella pudiera seguir. El dolor fue desapareciendo de la entrepierna de Hariella y le avisó a Hermes para que continuara. Recibía los lentos movimientos de Hermes que cada vez se transformaban en un gozo sin precedentes. Era lo que tanto anhelaba y ahora la llenaba de un placer que cada segundo la hacía más sensible y que le permitía disfrutar más de lo que ya lo hacía. Los dos eran inexpertos, pero solo el deseo de querer estar juntos, los hacía que sintieran el agradable amor del otro. Los gemidos de Hariella se fueron haciendo más sonoros. Por cada tramo de su cuerpo, era como si descargas eléctricas la recorrieran por dentro, haciéndola estremecer de la mejor de las sensaciones. Hermes empezó a moverse con firmeza y suavidad. La estrechez de su esposa era abrumadora y compacta, dificultándole aumentar el ritmo. Ella era delgada y esbelta. La sensación inmaculada, ardiente y suave, que los quemaba y apretaba de una manera delirante. Cada movimiento era un desafío de autocontrol, obligándolo a mantenerse lento para prolongar la intensidad del momento y no acabar demasiado rápido. Sus cuerpos se movían en sincronía, cada embestida profunda y medida, prolongando el placer y la conexión entre ellos. Hermes sentía la calidez envolvente y la presión exquisita de Hariella, intensificando cada sensación. Sus respiraciones se mezclaban en el aire, creando una sinfonía de susurros y gemidos que llenaban la habitación. La paciencia y el control eran esenciales en esos momentos, y Hermes se esforzaba por mantener la compostura, saboreando cada instante de intimidad con su esposa. A pesar de la intensidad, la suavidad y la firmeza de sus movimientos reflejaban su deseo de prolongar el placer, creando una experiencia inolvidable para ambos. Con cada minuto que pasaba, el sentimiento entre ellos se hacía más profunda, más intensa, y Hermes sabía que este momento quedaría grabado en sus memorias, un testimonio de su amor y pasión compartidos. Minutos después, Hariella empezó a temblar y su fuerza se le iba de los brazos, se sentía débil, pero al mismo tiempo relajada. El calor la abrazaba más que antes, como si una ferviente llama la quemara dentro del vientre, y después, como si se hubiera convertido en una ola ardiente, que se le extendía por el interior. Unas intensas ganas de ir al baño despertaron en ella, como un incontrolable impulso que le nacía en el abdomen. Amplió su boca, sus párpados le pesaban y se contraía. Su respiración se volvió irregular, no podía concentrarse en nada, perdió la conciencia de sí misma. Dejó de moverse, y, lo único que quería, era aferrarse contra Hermes para disfrutar de la explosión que estaba a punto de llenarle el cuerpo. Quedó desarmada. Sus ojos se cerraron y solo hubo una calmada oscuridad, parecía que estaba en otro mundo; en uno tranquilo y sereno. Jamás se había sentido de esa manera, como si por varios segundos hubiera alcanzado un estado de trance y se hubiera transportado al cielo. La sensación la abrumó y la impresionó a la vez, pues al mismo instante en que se desbordaba de placer, también era llenada de ese mismo deleite por parte de Hermes. Hermes percibió los ligeros apretones de Hariella, los que también lo habían hecho llegar al frenético éxtasis. Los pechos de ambos saltaban y el sudor los cubría como un gustoso baño. Se quedó encima de Hariella, mientas los blandos senos de ella se aplastaban en su torso. Buscó los labios de su amada para sellar su memorable velada con un largo y fogoso beso. Era su primera vez y con eso habían consumido el matrimonio. Era increíble, pese a ser un poco atlético y, a pesar, sus rutinas de ejercicio, se sentía cansado y somnoliento. Sus ojos se abrían y se cerraban de forma involuntaria, pero luchó para no dormirse, no podía caer solo con uno, aún podía responderle a su hermoso ángel. Si ella quisiera proseguir con la maravillosa celebración marital, bajo el abrigo de sus acogedoras pieles. Aunque su ánimo no desapareció. Hariella descansó y logró recuperar su compostura durante los minutos siguientes. Al estar tranquila, le comenzó a acariciar el cabello castaño a Hermes. Había leído lo que a la mayoría de los hombres le pasaba después de llegar al orgasmo y que necesitaba un proceso de recuperación; el cuerpo de los dos era distinto y reaccionaban de maneras diferentes. Charlaron mientras esperaban y al final Hermes recobró sus energías; luego de diez minutos de descanso. Hermes se tumbó boca arriba y Hariella colocó a horcadas sobre su abdomen, manifestando sus abultados senos sin pena y en total confianza; la vergüenza ya no cabía entre ellos. Hariella se recogió las hebras de su cabello despeinado y se lo echó hacia atrás. Le tocó el pecho a Hermes de manera provocativa y le dedicó una maliciosa sonrisa. Al haber probado el delirante arte del erotismo, una sola vez no sería suficiente para ellos, ahora en adelante los dos sucumbirían ante la fascinante complacencia del amor. Eso era lo que ella quería experimentar al propiciar toda esta situación. La noche se había envuelto en un manto de misterio y pasión, y el aire estaba cargado con una promesa de amor eterno. Hermes, con ansias renovadas, sostuvo a Hariella por la cintura, sus ojos brillando con deseo y devoción. —¿Quieres continuar? —susurró él, su voz cargada de anhelo. Hariella, con una sonrisa seductora y una hechizante expresión en su rostro, respondió: —Por supuesto. Apenas estamos empezando nuestra noche de bodas. El deseo entre ellos era palpable, una chispa que encendía el aire a su alrededor. Hermes la levantó con facilidad, sus manos firmes y protectoras, mientras la llevaba hacia la cama adornada con pétalos de rosas rojas. Los pétalos, suaves como el terciopelo, acariciaban su piel mientras se acomodaban en el lecho matrimonial. Hermes comenzó a explorar cada rincón del cuerpo de Hariella con una devoción casi reverente. Sus labios trazaban caminos de fuego sobre su piel, deteniéndose en cada lugar, para grabarlo en su memoria. Cada punto que la hacía temblar de placer. Ella se arqueaba hacia él, respondiendo a sus caricias con gemidos suaves que llenaban la habitación como una sinfonía de amor. Con un movimiento fluido, la giró, inclinándola hacia él, sus cuerpos encontrándose en una danza apasionada. La luna, testigo silenciosa de su unión, derramaba su luz sobre ellos, creando un juego de sombras y luces que realzaba la belleza de sus cuerpos entrelazados. En una postura íntima, Hermes la sostuvo contra su pecho, permitiendo que sus manos recorrieran su espalda, explorando la curva de su columna vertebral. Hariella, con una mezcla de fuerza y ternura, se aferraba a él, sintiendo la conexión profunda que los unía. Sus movimientos eran lentos, sensuales, cada embestida una declaración de amor eterno. Se movieron juntos, cambiando de posición en una sinfonía de placer. Era un nuevo descubrimiento, un nuevo territorio de éxtasis. Luego, Hermes la levantó, sosteniéndola en el aire mientras ella rodeaba su cintura con las piernas, con sus cuerpos fusionándose en una danza vertical que los hacía sentir como si flotaran en un mar de sensaciones. Más tarde, volvieron a encontrarse cara a cara, sus respiraciones entrecortadas, sus corazones latiendo al unísono. Hermes acarició el rostro de Hariella, sus dedos trazando líneas suaves sobre su piel. Sus labios se encontraron una vez más, en un beso lleno de ansias compartidas. El clímax llegó como una ola, llevándolos a una cima de placer puro y abrumador. Quedaron tendidos, sus cuerpos entrelazados, respirando en la quietud de la noche. La luna continuaba su viaje, pero para ellos, el tiempo se había detenido, permitiéndoles saborear la perfección de su unión.
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