Hariella iba caminando por un callejón hacia el sitio donde se encontraba con Hermes; ella salía por la parte trasera del edificio y para evitar encontrarse con alguien que trabajara en Industrias Hansen, debía realizar un recorrido más largo. Pero giró su cuello y bajó su cabeza para ocultar su rostro con ayuda del sombrero y los lentes de sol, al ver a Mónica y a Jarrer, acompañados de varios más de sus empleados; ellos en pocas ocasiones la habían visto, quizás no la reconocerían, pero el sentimiento del romance con Hermes la hizo cubrirse por instinto y no quería correr riesgo que la descubrieran; no debía dejar que la vieran o su mentira podría llegar a su final sin que hubiera saciado lo que quería experimentar. Caminó con lentitud y precavida para verificar que nadie más estuviera cerca y miró hacia donde estaba Hermes; Mónica se acercó por la espalda y le cubrió los ojos, entonces Hermes se dio media vuelta y la agarró por la cintura. Apretó los puños e inclinó su cabeza hacia atrás con la mandíbula apretada, acompañado de un semblante seco y furioso, y un aura negra y asesina la cubrió. Sabía que Hermes no simpatizaba con Mónica, así que ese abrazo era para ella, pero Mónica le había quitado algo que era suyo. Vio que Hermes retrocedió y sus miradas se encontraron a través de los lentes de sus gafas, pero no debía dejar que los demás vieran, así que un acto reflejo, se volvió a esconder en el callejón.
Hermes miró extrañado lo que había hecho Hela, no había razón para que se ocultara, pero si no quería que sus compañeros la descubrieran, ayudaría a que ellos se fueran. Además, cabía la posibilidad de que ella hubiera visto el abrazo que le había dado a Mónica, pero eso solo había sido una equivocación. Después de algunos minutos de plática, Hermes logró deshacerse de ellos sin ningún problema. Esperó a que sus compañeros estuvieran lejos, guardó sus lentes y se dirigió al callejón. Ahí estaba Hariella esperándolo y él se acercó a ella, le quitó las gafas, la envolvió por la cintura con sus brazos y pegó sus labios a las de ella como si fueran piezas de rompecabezas que encajaban a la perfección.
—¿Viste lo que pasó con Mónica? —preguntó Hermes, aun redondeándola con sus extremidades—. Pensé que eras tú y por eso le abracé, no tengo nada con…
Hariella puso su dedo índice en la boca de Hermes para impedir que siguiera hablando.
—No necesitas darme una explicación —comentó Hariella con una bella sonrisa—. Entendí lo que sucedía, pero la próxima vez, asegúrate de que sea a mí a quien abraces y no a otra mujer, si no, me enojaré.
Hermes volvió a darle un apasionado beso.
—Así será, puedes estar segura de eso. ¿Pero por qué te ocultaste? Tampoco es que seamos culpables de algo —dijo Hermes con humor.
—Es algo sin importancia y creo que fue por instinto —dijo Hariella, evadiendo el tema; no quería darle tanta relevancia y que Hermes empezara a sospechar de algo—. Mejor vayamos caminemos, esta vez yo seré quien invite el paseo. —Se pegó al brazo de Hermes, pero cuando intentó caminar, él se mantuvo quieto como una pesada estatua humana.
—Sí, quiero —dijo, mirando a los lindos ojos azules de Hariella y se la quedó viendo con firmeza y con solidez. Ya había tomado la decisión y estaba seguro de que le gustaría compartir matrimonio con esa preciosa mujer y no debía esperar más tiempo para decírselo—. Sí, quiero casarme contigo. —Sus bocas se encontraron de nuevo y sus respiraciones se agitaron—. Pero la próxima yo seré quien te lo proponga, Hela.
—Está bien, no podría quejarme por eso.
Iniciaron su caminata, entrelazando los dedos de sus manos y sonriendo el uno con el otro.
—¿Y cuándo lo haríamos? —preguntó Hermes, mirando a Hariella—. ¿Espero que no sea mañana? —Hariella se le quedó viendo con cara de inocencia al tiempo que asentía con su cabeza para indicarle que la ceremonia sí se haría al día siguiente—. Lo sospechaba, pero que sea en la tarde, para que pueda prepararme.
—Claro, entonces vayamos, te daré algo.
Llegaron a una mediana tienda de ropa y se dirigieron a la sección de trajes de etiqueta. Había maniquíes vistiéndolos y otros estaban bien arreglados en diferentes estanterías y mostradores.
—¿Buscan algo en especial? —preguntó con amabilidad la vendedora que bestia de manera informal ala verlos caminar por las instalaciones de la tienda.
—Busco tres pares de trajes de etiqueta para mi prometido —comentó Hariella con entusiasmo—. Uno que sea para la ceremonia de bodas y los demás que se puedan usar para eventos múltiples.
—Entiendo lo que busca, señora, sígame —contestó la vendedora y ambas se marcharon hablando entre ellas como si fueran amigas de toda la vida.
Hermes la pareció exagerado el número de trajes, pero Hariella no lo escuchaba y se probó uno por uno los trajes, mientras Hariella se había sentado en circular sillón suave y blando. Hablaba con la vendedora como si fueran los jurados de una pasarela, pero en la que Hermes era el único modelo.
Hermes respiró cansado, quitarse y ponerse tantos trajes era algo que resultaba más agotador de lo que pensaba y mientras Hariella estaba distraída, hablando con la vendedora, comenzó a recorrer la tienda y quedó maravillado con un montón de atuendos hermosos de mujer. Pero sus ojos azules oscuros quedaron fijados en el vestido n***o que era semitransparente y tenía detalles de flores en la parte superior y que en la parte baja la tela era diferente. Imaginó a Hariella con ese traje puesto y la sola idea lo hacía delirar de lo hermosa que se vería. Lo sostuvo con cuidado en sus manos y en su hombro percibió al tacto de una delgada y pequeña mano.
—¿Qué haces? ¿Vas a regalarme un vestido? —preguntó Hariella al ver a Hermes admirando la sección femenina.
—De hecho —dijo Hermes dándose la vuelta—, sí. —Le extendió la prenda que había escogido y Hariella lo recibió—. Quisiera obsequiarte este.
—Me lo llevaré —dijo Hariella dichosa y emocionada.
—¿No te lo vas a probar?
—No debes vérmelo puesto hoy —dijo Hariella y luego se acercó hasta la cara de Hermes y acercó su boca a la oreja de Hermes—. Solo hasta mañana.
Hermes la apresó con sus brazos e inclinaron sus rostros hacia lados contrarios para darse un caluroso beso; cada vez que lo hacían la sensación era mejor y más placentera que las ocasiones pasadas y a los dos les encantaba sentir el peso de los labios del otro sobre los suyos. Salieron con bolsas grandes; cada uno había pagado sus regalos, pero el evento de compras todavía no había terminado. Hariella lo condujo hasta una joyería, donde una variedad de lujosos pendientes, anillos, aretes y varios más, que relucían como hechizantes piedras preciosas. Se acercaron al mostrador de cristal y una vendedora que vestía una camisa blanca de mangas largas, un chaleco y una falda negra, los atendió.
—Quisiera dos anillos de matrimonio —comentó Hariella. Ya le había regalado el de compromiso, pero la medida había sido por ensayo y error. Estos debían ser perfectos—. Es para mi prometido y para mí, que sean los más bellos que tengas en esta tienda.
—Por supuesto. ¿Me permiten sus dedos anulares de la mano izquierda? —preguntó la vendedora, tomando una pequeña cinta negra que estaba asegurada para que formara una figura circular.
Al saber el tamaño adecuado, la vendedora sacó muchos estuches en los que estaba los que eran adecuados para ellos. Hariella y Hermes, miraban a detalle los artículos.
—Nos quedaremos con estos —dijo Hariella, luego de varios minutos de analizarlos; los que había escogido eran plateados y tenían un fino y pequeño diamante en la parte superior.
—¿Lo pagamos los dos? —interrogó Hermes con amabilidad.
—Si así lo quieres, pero no me molestaría pagarlo.
—No —dijo Hermes, negando con la cabeza—. Ahora en adelante será mitad y mitad. Los dos nos volveremos uno.
Las blancas mejillas de Hariella se sonrojaron, entendió el mensaje que Hermes le quería dar, pero también llegaron otras imágenes en la que los hombres y las mujeres se hacían uno.
—Claro —dijo Hariella, desviando la mirada y Hermes notó el cambio de color en el rostro de su ángel de cabello dorado.
Hermes meditó sus palabras y él también se ruborizó, había hecho un comentario con las mejores intenciones, pero guardaba un doble sentido erótico.
—Me refiero a que… —Hariella extendió su brazo y le colocó dos dedos en la boca.
—Lo sé. —Hariella giró su cuello hacia Hermes y le dedicó una sonrisa de aprobación—. Pero lo otro también es correcto.
Los ojos cerúleos de ambos se quedaron viendo como si fueran imanes de cargas opuestas, que provocaban que se acercaran para acortar la distancia que los separaba.
Hariella entró al despacho de su mansión, ya habían terminado las compras y se había despedido de Hermes. Sacó de la bolsa el vestido n***o y se le puso en su regazo. El matrimonio era un evento importante para cualquier mujer y ella no era la excepción. Agarró su celular y le marcó a Lena.
—Señora Hariella, ¿en qué puedo ayudarla? —preguntó Lena de inmediato.
—Lena, necesitó comprar un apartamento —comentó Hariella—. Que sea de tamaño mediano, que quede cerca del edificio de Industrias Hansen y lo bastante cómodo para que yo pueda vivir.
—Ya me pondré a buscarlo, señora. ¿Alguna otra petición?
Hariella se quedó pensando y sonrió con satisfacción ante la idea que acechaba su cabeza.
—Sí, haré un viaje, ten todo preparado para cuando yo confirmé cuando será.
—Avisaré al piloto de su jet privado, mañana a primera hora, para que esté al pendiente.
—No —dijo Hariella en desacuerdo—. No será en mi avión privado; viajaré en uno público y que sean dos boletos.
—¿Primera clase?
—Sí —respondió Hariella luego de dudarlo por pocos segundos—. Esas son mis solicitudes. Encárgate.
—Como usted ordene, señora Hariella.
Hariella finalizó la llamada y respiró hondo. En un abrir y cerrar de ojos ya se iba a casar con el hombre que despertaba nuevas emociones en ella y estaba complacida en hacerlo. Mañana sería el día en que contraería matrimonio con el joven que le había conquistado el corazón y que había destruido el duro acero que lo cubría. Ahora los dos; Hermes y ella, se volverían uno.