Hermes caminaba distraído por los pasillos del edificio de Industrias Hansen, la propuesta de Hela se le repetía una y otra vez en su cabeza: ¿quieres casarte conmigo? Si las noches anteriores no había podido dormir por estar pensando en cómo declarársele, ahora su insomnio era provocado por la respuesta que debía darle al precioso ángel que tanto le gustaba. Sostuvo bien el tubo metálico de su carrito de repartos de tres pisos y llegó hasta donde estaba un hombre con traje de etiqueta similar al de él, pero de distinto color. Agarró una carpeta marrón y la puso sobre el escritorio de aquel hombre en el que, este último mes, se había vuelto su amigo de trabajo: Jarrer Miller; era un agraciado muchacho de veintiocho años. Tenía el cabello n***o, ojos marrones. Era de personalidad alegre y divertida; ambos se llevaron bien desde el día en que se conocieron.
—Hermes —susurró Jarrer a Hermes, después de haber revisado el cartapacio y al percatarse que no eran los que él había pedido—. Hermes —dijo un poco más alto para que lo escuchara.
Hermes estaba inmerso en su mundo, pero escuchó los susurros de su amigo, se detuvo y volvió hasta él.
—¿Me llamabas? —preguntó Hermes, arqueando una ceja de confusión.
—Sí, esto no es para mí; mira bien. —Jarrer vio a Hermes con ojeras negras que le rodeaban los ojos que, a pesar de los lentes, se le notaban bastante y que su expresión era algo cansada y preocupada, como si hubiera trasnochado—. ¿Estás bien, Hermes? Te ves mal, pareces un zombi andante —bromeó Jarrer, tratando de divertirlo.
—Tengo que tomar una decisión difícil y quiero aceptarla, de hecho, no sé por qué lo pienso tanto.
—¿Qué? —preguntó Jarrer, arrugando el entrecejo; no había entendido nada de lo que Hermes le había dicho.
—Si te gustara mucho una persona y ella te dice que se vayan a vivir juntos, ¿qué harías, Jarrer? Y tú estás enamorado y lo que más quieres es estar con ella —explicó Hermes y Jarrer entendió un poco más por la situación que estaba pasando su amigo.
—Te diría que fueras con esa persona y que no te lo pensaras tanto —dijo Jarrer, motivado, con una ensanchada sonrisa en su boca—. La vida es corta y es mejor lamentarse por lo que hiciste y no funcionó, que arrepentirse por no haberlas hecho y vivir con el pensamiento de que hubiera pasado si yo hubiera hecho esto o aquello. Yo me arrepiento de no haber hecho muchas cosas, pero que sean algo que te conduzcan a la felicidad y te hagan sentirte vivo; no de actos dañinos que te lleven a la destrucción.
Hermes escuchó atento a las palabras de su amigo y fue como si unas pesadas cadenas le hubieran sido quitadas de los hombros. Él quería estar con Hela y si las cosas no funcionaban, al menos lo intentó y no se quedaría con las ganas de la que podría ser su aventura romántica con la que él podría construir su hogar y su familia de toda la vida porque el naciente sentimiento que despertaba Hela en él; era amor y él se entregaría a ella sin que nada se lo impidiera.
—Gracias, Jarrer. —Hermes lo abrazó y su rostro se iluminó con el brillo de un hombre enamorado y determinado—. Ya no dudaré más en mis decisiones.
Hermes agarró el carro y comenzó a caminar emocionado.
—Espera —dijo Jarrer, alzando la carpeta que le había dado—. No te olvides de esto, mensajero —bromeó y Hermes le dio la que le correspondía.
Hariella sonrió al haber escuchado y después de lo que había pasado con la conversación de Hermes y Jarrer. Mandó a llamar a Lena y cuando ella hizo presencia dentro de su oficina le dijo:
—El sueldo a Jarre Miller se le aumentará un cinco por ciento… no, mejor un diez por ciento; encárgate de eso en los siguientes pagos y si pide alguna explicación, dile que fue por su buen desempeño en la empresa. —Miró a Lena con expresión seria y con rostro inexpresivo.
—¿Algo más, señora Hariella? —preguntó Lena.
Hariella iba a dar una respuesta negativa, pero lo que vio en la pantalla de su computadora, captó su atención.
Hermes, luego de haber entregado varios documentos, llegó hasta donde estaba una hermosa y seductora mujer que lo esperaba. Tenía el cabello oscuro al igual que los ojos y recibió a Hermes con una sonrisa pícara, ella era Mónica Brown.
—Hermes, siempre es un placer que pases por mi puesto. ¿Tienes lo que he solicitado? —dio aquella mujer, sin apartar la vista de Hermes; lo observaba como una cazadora a su presa.
Hermes sintió la mirada de su compañera de trabajo y tragó saliva mientras buscaba la carpeta que ella le había pedido.
—Aquí tienes, Mónica —dijo Hermes, extendiendo su brazo y ella fingió que se había equivocado y le agarró la mano a él.
Mónica revelaba una cara coqueta y al fin decidió tomar el portafolio, que Hermes que le había traído. Hermes estaba incómodo con la situación, pero era claro que ella lo estaba tratando de seducir y quizás, su no hubiera a su precioso ángel de cabello dorado; él no hubiera dudado en aceptar las insinuaciones de la hermosa Mónica.
Hermes recogió el brazo, le dedicó una forzada sonrisa a Mónica y continúo repartiendo lo demás que debía entregar.
Hariella levantó el rostro hacia Lena y un aura negra la cubría, su semblante era de enojo y avivado en rabia. Cruzó sus piernas y reposó los codos de sus brazos en el cristal de su mesa y entrecruzó los dedos de las manos, adquiriendo una postura más cómoda para ella.
—Mónica Brown ya no recibirá los servicios de mensajería de Hermes Darner y su sueldo será reducido un cinco por ciento… no, mejor un diez por ciento; encárgate de eso por las tres consignaciones siguientes y si se queja, despídela de inmediato sin ninguna explicación —dijo Hariella, tajante e imperativo; se podía apreciar la molestia en el seco tono de su voz.
Lena supo que hace unos instantes estaba feliz, pues le había aumentado el salario a uno de los trabajadores, pero luego de que se quedó viendo el computador, su buen humor se había ido como humo por el aire. No objetó nada y salió del despacho de su señora.
Hariella se puso de pie y caminó hasta la enorme ventana transparente que estaba detrás de su asiento. En sus ojos azules se reflejó el panorama de la bella ciudad; los enormes rascacielos, la alargada carretera, los pequeños autos y los diminutos peatones que caminaban a las afueras del edificio, y en lo alto, la anaranjada, hechizante y casi mágica, puesta del sol. Muchas veces en el pasado se había puesto a admirar el paisaje, pero en cada ocasión un sentimiento de soledad emergía en sus adentros; era inteligente, exitosa, preciosa, adinerada, de una distinguida familia y siempre había tenido todo lo que había querido, nunca le faltó nada y su vida era el sueño de millones de personas en todo el mundo. Pero, los ricos y poderosos también tenían problemas, que quizás para los demás no representaba un inconveniente. Aunque a ellos les podía causar molestias diferentes; cada vez que observaba a través del cristal, se sentía en soledad, como un vacío que se había vuelto, poco a poco, más grande con el paso de los años. Sin embargo, un despistado muchacho le había puesto fin cuando la confundió con una simple aspirante al puesto de finanzas y le había robado una sonrisa, o, tal vez, le había robado algo más que un simple gesto de sus blandos labios rosados. Trazó una sonrisa en su boca al percibir y escuchar la vibración y el sonido de notificación de los mensajes de su celular. Ya era hora de salir del trabajo y desde antes de formalizar su noviazgo con Hermes, siempre se mandaban textos para planear citas y paseos.
Hermes.
¿Ya estás libre? Tenemos un asunto pendiente.
Hela.
Creo que hoy no podré. Estaré ocupada.
Apenas vio el mensaje, Hermes se desanimó; habían quedado que hoy él la daría una respuesta a su propuesta y no quería dejar pasar otro día para hacerlo.
Hermes.
¿En serio?
Hela.
Es broma. Yo siempre estaré libre para ti.
Hariella envió el mensaje, en tanto se divertía con la conversación, como si fuera una niña contenta y emocionada por hablar con su novio.
Hermes.
Eres malvada.
Hela.
Soy muy mala, más de lo que crees.
Hermes.
Está bien, señora malvada. Te espero en el mismo lugar.
Hela.
Ahí estaré.
Hermes.
Espero por ti.
(Visto por Hela).
Hariella suspendió el móvil y se preparó para ir al encuentro con Hermes, el muchacho que había despertado emociones que pensaba, jamás podría sentir, pues los asuntos del amor solo era una pérdida de tiempo, aunque envidiaba ver a aquellas parejas felices compartiendo con alegría y ahora ella era lo experimentaba en carne propia y era una sensación de nerviosismo mezclada con deseo y pasión; nunca se había sentido tan viva y dichosa porque alguien la esperara y estuviera tan al pendiente de ella; era diferente al cariño que le generaba Amelia, y era mucho más caluroso e impetuoso, que le aceleraba el corazón solo con la idea de volver a verlo.
Hermes estaba esperando en el mismo punto, cuando unas delicadas manos le cubrieron los ojos. Sonrió y con los ojos cerrados se dio la vuelta y la aprisionó con fuerza por la cintura y la pegó a su cuerpo. Pero ocurrió algo extraño, además que el olor del perfume era distinto, Hermes siempre olía el dulce aroma de flores con la que se bañaba Hela; era inconfundible, pero este era distinto y no pertenecía al de su precioso ángel. Abrió sus párpados y la imagen de la mujer de la que estaba enamorada no era la que veía. Ella tenía el cabello y los ojos negros como la noche, y era una conocida para él, la mujer que ahora abraza no era a su novia Hela Hart, sino a su compañera de trabajo: Mónica Brown.
A Mónica se le habían enrojecido las mejillas por el inesperado abrazo que Hermes le había dado. La había sujetado por sorpresa con mucha fuerza y sintió el abdomen tonificado de Hermes, debido a sus rutinas de ejercicio.
Hermes la soltó enseguida y dio un paso hacia atrás al notar que no estaba sola, también estaba Jarrer, junto con otros compañeros del trabajo, que veían la escena con asombro.
—¿Qué hacen aquí? —preguntó Hermes, sorprendido.
—Te vimos y te quisimos saludar para invitarte a que nos acompañaras pasar el rato —respondió Mónica, nerviosa por la situación.
La atención de Hermes fue captada por la figura de la mujer que estaba esperando y que estaba detrás de sus colegas. Muchos de los que estaban presentes habían visto en más de una ocasión a Hariella y la conocían en físico y silueta, y era que todos temblaban con la sola presencia de su inalcanzable directora y presidenta; de la distinguida y multimillonaria Hariella Hansen; ella era alguien a la que le debían el mayor de los respetos, e incluso, debían hacerle reverencia como si fuera una reina. Ellos lo notaron y todos miraron hacia atrás para ver quién o qué, estaba a su espalda.