Los sonidos de su unión llenaban la habitación: el crujido de la cama, los jadeos y gemidos, el húmedo y rítmico contacto de sus cuerpos. Hariella se sentía completamente entregada a Hermes, su mente y cuerpo envueltos en la tormenta de sensaciones que él provocaba.
El placer crecía, una marea que subía con cada embestida, llevándolos a ambos hacia un nuevo clímax. Hermes inclinó su cabeza hacia abajo, susurrando palabras de aliento y deseo al oído de Hariella, su voz grave y entrecortada por el esfuerzo.
—Eres mía, Hela. Solo mía.
Las palabras de Hermes resonaban en la mente de Hariella, intensificando su placer. Con un último y poderoso embate, ambos se tensaron, sus cuerpos alcanzando el punto máximo de placer en un estallido simultáneo. Sus gritos se mezclaron, creando una melodía de éxtasis puro.
Hermes soltó las piernas de Hariella con suavidad, dejándolas caer a los lados mientras se derrumbaba sobre ella, sus cuerpos cubiertos de sudor y su respiración descontrolada. Hariella lo rodeó con sus brazos, acariciando su espalda, ambos inmersos en la satisfacción conjunta que habían logrado. Pero, ese no era el fin. Eran jóvenes y tenían energía de sobra.
Hermes guio a Hariella a nuevas posiciones, cada movimiento una exploración más profunda de su conexión. Se consumían en su matrimonio, sus cuerpos entrelazados como dos almas que ansiaban desbordarse de placer y alcanzar la máxima extenuación.
Hariella se entregaba a Hermes con una mezcla de pasión y vulnerabilidad. Sus suspiros y gemidos sincronizados con cada cambio de posición. Cada toque, cada caricia, cada embestida los acercaba más a ese punto de liberación total, donde el mundo exterior desaparecía y solo existía el éxtasis compartido.
Hermes la tomó con fuerza, sosteniéndola contra su cuerpo mientras sus movimientos se volvían más intensos. En otra, Hariella lo montaba con un ritmo lento y sensual, disfrutando del poder de controlar el ritmo de su unión. La comunicación entre ellos era casi telepática, anticipando los deseos del otro con una precisión asombrosa. Cada nueva postura ofrecía sensaciones distintas, llevándolos a nuevas alturas de placer. Las caricias de Hermes se volvían más audaces, explorando cada rincón del cuerpo de Hariella con un fervor incansable. Sus dedos trazaban líneas de fuego sobre su piel, encendiendo cada nervio con una pasión desenfrenada.
A medida que el tiempo pasaba, sus cuerpos empezaron a mostrar señales de agotamiento, pero ninguno quería detenerse. La necesidad de consumarse completamente, de entregarse sin reservas, los impulsaba a seguir adelante. Sus movimientos se volvían más desesperados, más urgentes, hasta que finalmente, con un grito ahogado de placer, alcanzaron los clímax juntos.
Quedaron tumbados, agotados pero satisfechos, sus cuerpos brillando con una fina capa de sudor. Hermes envolvió a Hariella en sus brazos, sus respiraciones entrecortadas y sus corazones latiendo al unísono. En ese momento, se sentían completamente unidos, como si sus almas se hubieran fusionado en una sola.
La intensidad de su encuentro dejó una marca indeleble en sus corazones. Mientras descansaban, disfrutando de la cercanía y la intimidad, supieron que habían alcanzado un nuevo nivel en su relación, uno donde la entrega total e incondicional eran la norma.
La habitación, ahora en calma, conservaba el eco de su pasión, un testimonio silencioso de su conexión. En ese momento, no existía nada más que ellos dos, unidos en cuerpo y alma. Hermes la tomó en sus brazos con ternura y la cargó hacia el baño, sus movimientos cuidadosos y llenos de amor.
La luz suave del baño creó un ambiente íntimo y sereno, perfecto para la continuación de su noche nupcial. Hermes, con una delicadeza infinita, usó la manguera para limpiar la intimidad de Hariella. El agua tibia caía suavemente sobre sus muslos, lavando las manchas de rojo que testimoniaban su reciente unión. Hariella cerró los ojos, disfrutando de la sensación del agua y las atentas manos de Hermes. Cada caricia era una declaración de cuidado y devoción, sus movimientos precisos y gentiles. Hermes se aseguró de que cada rincón estuviera limpio, su atributo también siendo purificado bajo el chorro de agua. Sus manos, siempre firmes y seguras, transmitían una mezcla de ternura y pasión mientras continuaba.
Hariella, relajada y confiada en las manos de su amado, dejó escapar un suspiro de satisfacción. En esos momentos de limpieza y cuidado, se sentían más conectados que nunca. No había palabras necesarias, solo la presencia del otro, el toque reconfortante que hablaba de su amor profundo y eterno.
Allí, luego de borrar las manchas y con sus cuerpos sudados siendo bañados por el agua, volvieron a besarse, sucumbiendo de nuevo a la pasión que los invadía. El calor del agua mezclado con el ardor de sus besos creaba un ambiente cargado de deseo.
Hariella, con una mirada llena de fuego, se giró de espaldas, apoyándose en la pared fría del baño. La sensación del agua corriendo por su piel combinada con el toque de Hermes era casi abrumadora.
Hermes se acercó, colocando sus manos con fuerza sobre sus caderas, sus dedos acariciando la curva de su cintura. Con una delicadeza que contrastaba con la intensidad de su deseo, la guio a una nueva exploración de placer.
Los movimientos de Hermes eran calculados y llenos de fervor. La embestida era una mezcla de fuerza y ternura.
Hariella se arqueaba hacia él, con sus gemidos resonando en la pequeña habitación, eco de su entrega total. El agua, ahora un testigo silencioso, se deslizaba por sus cuerpos entrelazados, creando una sinfonía de sensaciones que los embarcaba.
En un momento de pasión pura, Hermes la giró de nuevo, queriendo ver su rostro, esos ojos celestes tan hipnóticos que lo enloquecían. Hariella se encontró de frente a él, su mirada fija en la suya, mientras sus cuerpos se unían una vez más. Con sus manos en el cuello de Hermes, lo atrajo hacia sus labios, encontrándose en un beso feroz y ardiente.
La posición les permitió una conexión más íntima, cada movimiento sincronizado, cada respiración compartida. Hermes levantó una de las piernas de Hariella, apoyándola contra su cadera, permitiendo un acceso más profundo y haciendo que cada embestida fuera aún más intensa. Sus cuerpos se movían al unísono, creando un baile de fervor que los llevaba al borde de la locura.
Minutos después, llegaron al frenesí como una ola arrolladora, sus cuerpos temblando en una sinfonía de placer. Sus gritos se mezclaron con el sonido del agua, creando una melodía que resonaba en la pequeña habitación. Exhaustos, pero satisfechos, se quedaron abrazados bajo el chorro de agua, sus corazones latiendo al unísono, sus respiraciones entrecortadas.
La pasión que habían compartido en la ducha era un testimonio de su amor profundo y ardiente. En ese momento, mientras el agua seguía cayendo sobre ellos, Hariella y Hermes supieron que su conexión era más fuerte que nunca, una unión de cuerpo y alma que nada podría romper.