Hermes terminó su tarea, secando suavemente a Hariella con una toalla suave. Sus movimientos eran lentos y amorosos, cada toque una reafirmación de su compromiso y devoción. Hariella lo miró con ojos llenos de amor y gratitud, sabiendo que en él había encontrado no solo a un amante, sino a un compañero de vida, alguien que la cuidaría en cada aspecto.
Después, volvieron al lecho matrimonial. Hermes, cargando a Hariella envuelta en una bata blanca, la dejó caer de manera lenta sobre la cama. El ambiente estaba impregnado de la mezcla de sus fragancias, el sudor y el amor que habían compartido.
Hermes se puso sobre ella. Besó a Hariella en la boca, uniendo sus labios con una pasión renovada. Sus besos descendieron hasta su cuello, donde la piel suave y sensible de Hariella lo recibió con escalofríos de placer. Llegó gasta al torso de ella. Con manos firmes. pero cuidadosas, abrió la bata blanca que envolvía su cuerpo, revelando su belleza plena ante sus ojos deseosos.
Hariella se mostró en toda su gloria, su tamaño modesto, pero encantador, un pecho afable que Hermes acarició con reverencia. Sus manos recorrieron cada seno, apreciando la textura y la forma. Pronto, su deseo lo llevó a inclinarse hacia adelante, besando y devorando con su boca aquellos atributos que lo llamaban con fuerza.
Su lengua trazó caminos de placer sobre la piel de Hariella, saboreando y explorando cada rincón de su pecho. Los suaves gemidos de ella eran música para sus oídos, un incentivo para continuar su viaje de descubrimiento y deleite. Hermes alternaba entre suaves besos y lamidas, mordiscos ligeros y succiones profundas, disfrutando de la manera en que el cuerpo de Hariella respondía a cada estímulo.
El fervor de Hermes crecía con cada movimiento, cada suspiro de Hariella lo llenaba de una necesidad insaciable de darle más placer. Sus manos se unieron a su boca en esta devoción, acariciando y masajeando, mientras sus labios y lengua continuaban su trabajo apasionado. Hariella se arqueaba bajo su toque, sus dedos enredándose en el cabello de Hermes, atrayéndolo más cerca, pidiendo más con cada suspiro.
Hermes levantó la mirada, encontrándose con los ojos de Hariella llenos de susceptibilidad y deseo. En ese instante, supo que había alcanzado una nueva profundidad en relación, un nivel de intimidad y entrega que solo se lograba con un amor verdadero y profundo. Se inclinó una vez más, con sus labios encontrando con los de Hariella en un beso lleno de interminable de pasión.
En el silencio de la habitación, sus corazones latían al unísono, marcando el ritmo de una danza eterna de amor y deseo. Mientras el mundo exterior seguía su curso, ellos se refugiaron en su propio universo, un lugar donde cada caricia, cada beso, era una reafirmación de su vínculo inquebrantable y su pasión sin fin.
Hermes descendió por completo a la intimidad de ella. Avanzó, con su rostro acercándose a las piernas de Hariella. Recorrió sus muslos, abriéndolos con ternura. Ante él, se desplegaba el paraíso, una visión que había ansiado contemplar. Era una zona carnosa, en medio de la cual florecía una rosa, rosada y bella, que parecía palpitar con vida propia. Con una mezcla de adoración y deseo, unió su boca a aquel manjar. Sus labios se encontraron con la delicadeza de su flor, degustando cada rincón con una devoción casi sagrada. Su lengua se movía con precisión, explorando y acariciando, dibujando círculos suaves que arrancaban suspiros y gemidos de su esposa.
Hariella, con los ojos cerrados y la espalda arqueada, se entregaba por completo a las sensaciones que Hermes le brindaba. Sus manos se aferraban a las sábanas, sus dedos crispándose con cada ola de placer que la recorría. Cada movimiento de la lengua de Hermes era una sinfonía de deleite, una danza de pasión que la llevaba cada vez más cerca del abismo.
Hermes continuó su labor, su boca trabajando con una mezcla de firmeza y ternura, su lengua dibujando patrones de placer sobre la delicada piel de Hariella. Sentía cada estremecimiento, cada temblor de su cuerpo, y sabía que estaba llevándola al borde del éxtasis. Su propio deseo se intensificaba con cada gemido que escapaba de sus labios.
Minutos después, Hariella alcanzó el clímax con un grito de placer, su cuerpo convulsionando bajo el toque experto de Hermes. Él la sostuvo, sus labios todavía unidos a su flor, bebiendo de su éxtasis como si fuera el néctar más dulce. Lentamente, la ayudó a descender del pico de placer. Sus besos convirtiéndose en caricias suaves que la tranquilizaban y la llenaban de una paz profunda.
Hermes se incorporó, contemplando a Hariella con una mezcla de satisfacción y amor. Ella, con los ojos todavía brillando por el placer reciente, le sonrió con ternura. En ese momento, sabían que su conexión era más fuerte que nunca, una unión de cuerpo y alma que trascendía cualquier barrera.
Se abrazaron bajo las sábanas, sus cuerpos entrelazados en un lazo indestructible. Mientras el mundo dormía, ellos se sumergieron en su propio universo, un lugar donde el amor y la pasión reinaban supremos, y donde cada momento compartido era una celebración de su unión eterna.
Hermes, fatigado pero impulsado por un deseo insaciable, volvió a entrar en la suave y compacta intimidad de Hariella. Sus cuerpos ya habían experimentado el éxtasis varias veces, pero esa noche, los dos solo anhelaban consumar su noche de bodas hasta agotar su última fuerza.
La habitación estaba llena del aroma de su amor, el aire denso con el calor de sus cuerpos entrelazados. Hermes, con una mezcla de determinación y ternura, comenzó a embestirla de nuevo, cada movimiento calculado para maximizar el placer.
Hariella, con sus ojos cerrados y labios entreabiertos, lo recibía con gemidos que llenaban el silencio de la noche. Sus cuerpos se movían en perfecta sincronía, una danza de pasión y devoción. Hermes, sintiendo la fatiga en sus músculos, encontró nueva energía en el deseo ardiente que los envolvía. Cada embestida era un acto de amor puro, una entrega total a la mujer que había elegido como su compañera de vida. Con sus manos aferradas a los hombros de Hermes, se entregaba por completo a las sensaciones que la inundaban. Sentía cada movimiento de Hermes como una ola de placer que la llevaba más y más alto. Sus suspiros y gemidos eran una melodía de pasión, un testimonio de la intensidad de su conexión.
Hermes, con cada vez mayor fervor, aceleraba el ritmo, sus movimientos volviéndose más intensos. La estrechez y la calidez de Hariella lo envolvían, llevándolo al borde del éxtasis. La habitación resonaba con los sonidos de su unión, en una fantástica velada que marcaba el desarrollo de la velada de la consumación de su noche de bodas.