Momentos incómodos

1385 Words
Durante toda la semana, fuimos tendencia en los reportes televisivos. Honestamente, sentí mucho miedo de que la innombrable regresara y le contara a Peter que le mentí para que no cancelara nuestra boda. Vamos, ¡era mi única oportunidad de estar casada con el gran amor de mi vida! Llegó la noche, y la abuela de Peter nos esperaba en el comedor para cenar junto a ella. —Los esperaba para cenar —dijo Elizabeth con una sonrisa cálida. —Gracias, Elizabeth, pero no era necesario. Ya es muy tarde y usted debe de tener hambre —respondí, intentando disuadirla. —No te preocupes, hija. Estoy acostumbrada porque siempre espero a Peter. Algunas veces me dejaba plantada hasta tarde, pero ya eso cambiará porque cenará todas las noches con su esposa —dijo, lanzándonos una mirada significativa. —Sí, abuela, pido perdón por aquellos momentos de desplante —dijo Peter, sinceramente. —Y, ¿cuándo piensan tener hijos? Seguro ya lo hablaron —preguntó Elizabeth, sin rodeos. —No lo hemos hablado, abuela, pero cuando lo hagamos tú serás la primera en saberlo —respondió Peter, con una sonrisa. Me quedé pensando en que eso jamás pasaría. Era una cláusula del contrato; además, para que eso suceda debe de haber un contacto físico que jamás pasará entre ambos. Solo serían unos años como su esposa. Después de cenar, Peter y yo nos fuimos a nuestra habitación. —Señorita, quiero que sepa que usted puede hacer su vida en privado, es decir, tener una pareja que desee estar con usted. Sé que, como mujer, tiene necesidades —dijo Peter, con una sinceridad que me sorprendió. —Gracias, señor, pero eso no lo estipula el contrato —respondí, confundida. —No importa, señorita. No quiero que sea infeliz por mi culpa. Esto solo durará poco más de cinco años. No quiero que pierda su tiempo —explicó Peter, mirándome con seriedad. —Entonces, ¿me dice esto porque tiene a alguien más? Es decir, ¿con quien pasar sus noches? —pregunté, un poco molesta. —Señorita, muchas mujeres desearían estar conmigo. Algunas porque les gusto y otras simplemente para aprovecharse de mí. Yo podría estar con alguien más si es lo que pregunta. No tendría cara para besar y tocar a mi secretaria porque detrás de esos lentes se esconde un bello rostro —dijo Peter, con franqueza. —Gracias, señor, pero prefiero no estar con nadie —respondí, tratando de mantener la compostura. —¿Acaso no tiene usted a alguien? —preguntó Peter, curioso. —Tengo mis pretendientes, pero ninguno de ellos me interesa —respondí, con firmeza. —¿Ah sí? ¿Y puedo saber quién le interesa? —preguntó Peter, intrigado. —Alguien inalcanzable. Estoy enamorada de mi jefe —confesé, sintiendo que mi corazón se aceleraba. —¿Señorita, está enamorada de mí? —preguntó Peter, sorprendido. —Así es, señor. Desde la primera vez que lo vi, fui cautivada por usted —admití, finalmente. —Señorita, no sabía eso. De haberlo sabido, no me hubiera casado con usted. Mi intención no es que sufra —dijo Peter, con un tono de arrepentimiento. —No se preocupe... lo sé. Me conformo con verlo y estar a su lado. Tenga por seguro que esta es la única vez que le diré que estoy enamorada de usted y que lo he amado mucho tiempo en silencio. Estar casada con usted es un regalo del cielo —dije, con una mezcla de tristeza y resignación. —Señorita, no sé qué decirle. Usted conoce las razones por las que me casé con usted, y aunque yo lo intentara, jamás me enamoraría de usted. Es decir, la respeto mucho, pero no la veo con otros ojos —dijo Peter, sinceramente. —No se preocupe, señor. No tendremos esta conversación jamás. Yo sé cómo lidiar con esta situación —respondí, con una leve sonrisa. Después de conversar, nos dormimos y nos levantamos a las 6:00 AM. Llegamos a la oficina sin mediar una palabra. El día estuvo pesado y cargado de trabajo. Ni siquiera tuve tiempo de pensar en la conversación de la noche anterior. Recordé que tenía que entregarle unos papeles a Peter para una firma, así que me paré de mi escritorio y abrí la puerta, pero no me esperaba lo que vi. —¡Peter! —exclamé, incrédula. Peter estaba teniendo sexo con una mujer en su escritorio. No podía creerlo. Es decir, sé que él había dicho que jamás me besaría o tocaría, pero hacer eso en mis narices... —Señorita, ¿qué hace aquí? —preguntó Peter, sorprendido y molesto. —Vengo a traerle estos documentos para que los firme —respondí, tratando de mantener la calma. —Por favor, démelo. Yo la llamo en unos minutos para entregárselo —dijo Peter, con frialdad. —De acuerdo —respondí, saliendo rápidamente de la oficina. Fui directo al baño y no pude aguantar las lágrimas. Sé que él no me va a querer, pero hacer eso frente a mis narices... No quiero sufrir por nada ni por nadie, pero era inevitable. Estuve durante unos minutos en el baño, limpiándome las lágrimas. Regresé a mi escritorio y, antes de sentarme, mi jefe me llamó al teléfono. Entré a la oficina muy seria, después de lo sucedido. —¿Ya tiene el documento listo? Debo escanearlo lo más pronto posible —dije, sin mirarlo a los ojos. —Señorita, respeto sobre lo que vio. Para la próxima, toque la puerta antes de entrar —dijo Peter, con tono severo. —Sí, señor. No se preocupe, no volverá a pasar —respondí, intentando mantener la compostura. —Gracias —dijo Peter, asintiendo. —Hoy no llegaré a casa temprano. Iré a visitar a mis padres —informé, deseando escapar de la situación. —De acuerdo, señorita. Yo la llevo a casa de sus padres. Luego puede regresar en un taxi —dijo Peter, con amabilidad. —Está bien. Gracias, señor. Con su permiso —respondí, saliendo de la oficina. Me sentí durante el día un poco triste por lo sucedido, además de humillada por su comentario sobre tocar la puerta. Después de tantas horas de trabajo, Peter me dejó en casa de mis padres. Sin decir nada, solo se fue. Entré a mi casa y mis padres me abrazaron. Lourdes, mi mejor amiga, ya me esperaba en casa. —¡Amiga, qué bueno que llegaste! Lucí está en su habitación. ¿Vamos? —dijo Lourdes, emocionada. —Padres, regreso en un momento —dije, subiendo rápidamente las escaleras. Rápidamente, las chicas empezaron a preguntarme sobre cómo me iba en mi nueva vida de casada. —Ustedes saben que todo es un contrato. No hay nada que decir —respondí, tratando de ser breve. —En serio, pero tírate a ese bombón, jaja —dijo Lucí, riendo. —¡Ay, Lucí! Jaja, le dije que estaba enamorada de él —confesé, sonrojándome. —¿Qué? ¿Y qué te dijo? —preguntó Lourdes, sorprendida. Les conté todo lo que sucedió. Ambas se mostraron sorprendidas, pero no indiferentes. De tanto hablar, se me fue la hora y me percaté de que casi era medianoche. Mis padres ya dormían. Iba a llamar un taxi, pero Lourdes se ofreció a llevarme. Aun así, no acepté, ya que era muy tarde también para ella. El taxi tardó unos 20 minutos en llegar. Tardamos otros 20 minutos en regresar a casa. Cuando entré, Peter estaba sentado en su silla de ruedas, con su mano puesta en su quijada. —Señorita, ¿ya vio usted la hora que es? —preguntó, con tono severo. —Sí, me entretuve conversando en mi casa y se me pasó la hora —respondí, tratando de no alterarme. —Que no vuelva a pasar. Usted no puede estar tan tarde fuera y subiéndose con desconocidos —dijo Peter, molesto. —Señor, para la próxima vaya por mí —respondí, sin pensar. —Si usted lo dice, está bien —dijo Peter, algo sorprendido por mi respuesta. Me dirigí a mi habitación, sintiéndome triste y humillada por lo sucedido. La situación con Peter se volvía cada vez más complicada, y aunque sabía que nuestro matrimonio era solo un contrato, no podía evitar desear que las cosas fueran diferentes.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD