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955 Words
    Caminamos hacia nuestra carpa y sacamos nuestras toallas de piscina. Isabella tenía su traje de baño que solía usar para atraer al sexo opuesto. No era una persona muy delgada, pero sus curvas llamaban la atención de cualquiera. Me imaginé que se lo había puesto esa mañana sabiendo lo que se vendría. Salimos de la carpa con nuestras toallas y rogué para que Chace no estuviera bañándose aún, pero al llegar vimos a los dos jugando con un balón, como un tipo de water polo, y maldije para mis adentros.     —¡Chicas! —gritó Ignacio alzando los brazos.     Miré a Isabella y vi como su sonrisa se agrandaba hasta más no poder.     —Acuérdame de agradecerle eternamente a tus padres —me dijo por lo bajo mientras nos acercábamos a las reposeras.     Dejamos las toallas y nos tiramos de piquero, nadamos hasta encontrarnos con Ignacio y vi como automáticamente se acercaba a mi prima. Sonreí cordialmente y seguí de largo hasta sentarme en las escaleras de la parte menos profunda para dejarlos solos, sé que mi prima me lo agradecería después.      No vi a Chace por ningún lado hasta que salió unos metros frente a mí, automáticamente miré en dirección opuesta. Sentí como se sentaba al lado contrario de donde me encontraba mirando, mis ojos estaban clavados en las reposeras y no se escuchaba sonido alguno que no fueran las risas de Ignacio e Isabella provenientes de la parte más profunda de la piscina.     —¿Sueles hacer eso a menudo? —escuché. Me sorprendió que rompiera el silencio. Su voz no sonaba molesta, sino que irradiaba real incertidumbre.      —¿Hacer qué? —lo miré, intrigada por la pregunta.     —Chocar con la gente —Me miraba con una comisura de su labio arriba. Maldita sonrisa burlona—. ¿O solo lo haces conmigo?     Miré hacia el frente tratando de esconder mi rabia. Por un momento pensé que estaba hablando en serio, en cambio solo quería molestarme.     Que idiota.     —Fue un accidente —dije tajante, tratando de mantener mi enojo bajo control.     —¿Dos en un mismo día? Podría jurar que intentas llamar mi atención.     Cuenta hasta diez.     O cien.     Volví a mirarlo con los ojos hirviendo. Estaba serio y todo rastro de esa sonrisa burlona había desaparecido, sus ojos azules habían bajado un tono desde esa vez en el pueblo y su rostro tenso con las pequeñas gotas de agua hacían que dos sentimientos en mí lucharan sin cesar, no me di la oportunidad de distinguir cuáles eran. Así que solo respondí enojada.     —No te conozco —le dije ahora despreocupada por demostrar mi desprecio hacia él.     Sostuvimos la mirada por unos segundos más, sus ojos fríos y petulantes me penetraban, sus ojos más oscuros hicieron que mi cuello soltara un pequeño escalofrío.     —Bien —dijo al fin apretando su mandíbula, haciendo que el músculo en ella saltara de repente—. No lo hagas. —¿Qué?     Bajó unos centímetros su rostro y su ceño fruncido, pero sin dejar de mirarme.     —No me conozcas, Carolina —repitió.     Se paró salpicándome agua y salió de la piscina.     —¡No pretendo hacerlo! —grité para que me escuchara.      ¿No pretendo hacerlo?      Tenía mejores respuestas en mi cabeza para aplastar a ese engreído, ¿y lo único que me salió es; No pretendo hacerlo?      Me quedé clavada en las escaleras tratando de digerir lo que acababa de ocurrir. Maldito engreído pensaba que quería llamar su atención. No llamaría su atención aunque fuera el último hombre sobre tierra, no con esa actitud tan arrogante, ni esos ojos azules fríos como el hielo, ni esos brazos tonificados, o esa espalda, o su pelo perfectamente despeinado.      ¿Qué carajos estoy pensando?     Carolina Soledad, basta.     Moví mi cabeza bruscamente para espantar la imagen de su cuerpo de mi cabeza.     ¿Y por qué no quería que lo conociera?     Lucía como una advertencia, ¿o una amenaza?     No es que quisiera conocerlo, pero al menos yo soy la persona que debería tomar esa decisión.     ¿Y no debería ser más educado?     Es un invitado. Ignacio lo es, es educado y simpático.     ¿Por qué no podía ser más como él?      ¡Ugh!     Este tipo no me ayudará a mantener mi odio a un lado. Al contrario, tendré que esforzarme el doble. No quiero que el odio opaque estas vacaciones.      Suspiré alto al sentir como la rabia volvía a mí por culpa de ese idiota.     —Que tipo más idiota —dije bajo las estrellas que ya se asomaban.      La brisa helada hizo que decidiéramos salir de la piscina y abrigarnos.     Mientras estábamos en la carpa Isabella me contaba fascinada todo lo que había hablado con Ignacio.     —Estudia Kine, apuesto que es bueno con las manos —asumió—. Me contó que prefiere que le digan Nacho, tiene veintitrés años y es Tauro. No tiene novia porque la universidad le quita demasiado tiempo, ahora que está de vacaciones podemos cambiar eso. —Me miró con su típica sonrisa picarona. Yo la escuchaba a medias, no podía concentrarme después de aquella conversación con el idiota ese. Le sonreía y asentía cuando era necesario—. ¿Y tú hablaste con Chace? —me preguntó mientras se amarraba el pelo húmedo.     —Sí, fue breve —respondí secamente.     —¿Y? —Sonrió intrigada.     —Es un idiota. —Levanté los hombros. Mi prima puso los ojos en blanco y soltó un suspiro sonoro.     —¿Pero de qué hablaron? —Insistió, dudé un momento en contarle.     —Se burló de mí. Y me dijo que no quería que lo conociera —dije al fin.     —¿Y por qué no?     —No tengo idea, y honestamente no me importa, yo tampoco tengo ganas de conocerlo.     —Es raro —afirmó.     —Es un…     —… Un idiota —dijo mi prima al unísono—. Eso no quita que sea ridículamente apuesto.     Ahora era yo la que ponía los ojos en blanco.     —Pensé que te gustaba Nacho —la acusé.     —Nacho es diferente, es…     Y siguió hablando de lo maravilloso que era, y sentí por un milisegundo como su apresurada amistad e inevitable conexión produjo en mí una especie de celos. La pisoteé como a una hormiga deshaciéndome de ella.
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