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1933 Words
    Eran las cuatro de la tarde cuando decidimos ir al pueblo con Isabella a comprarnos un helado. Tomamos un camino ya olvidado que atravesaba el bosque para no tener que lidiar con el sol que aún ardía en lo alto.      Nos gustaba caminar al pueblo, especialmente por ese camino. Nos tomaba un poco más de tiempo llegar, ya que debíamos esquivar los arroyos y grandes árboles que habían pulverizado el camino, pero habíamos andado tanto años por allí que lo conocíamos como la palma de nuestras manos.      Nos tomó veinte minutos llegar al local donde siempre comprábamos nuestras golosinas. Se encontraba en la calle principal del pueblo, la única pavimentada, así que no era fácil perderse, pues las otras calles eran de tierra y sin ninguna intención de cambiar     —¡Hola, Leo! —dijimos al unísono.     Era el dueño del pequeño local, ha visto nuestro crecimiento desde que teníamos diez años o menos, y cada verano nos vio estirarnos un poco más.     —¿Qué les puedo ofrecer chicas? —preguntó sonriendo debajo de su gorro que siempre llevaba puesto.     —Dos helados de cono, por favor —respondí.     Leo se movió por su mesa y sacó dos barquillos. Le pasó uno a Isabella y otro a mí. Le pasé el dinero correspondiente, pero su rostro cambió.     —Subieron el precio de los helados —dijo casi lamentándose.     —Me estás dejando en la banca rota, Leo. —Sonreí y relajó el rostro.     —Te espero afuera, Caro —escuché a mi prima decir con su helado ya en la boca. Revisé mis bolsillos en busca de más dinero, pero no encontré nada. Volví a mi monedero, a mi bolsillo, pero nada.     —Oh, no.     —No te preocupes, cariño, págame cuando puedas —me dijo alzando la mano como si espantara una mosca imaginaria.     —Te irás al cielo, Leito —le dije con una gran sonrisa—. Te pagaré apenas venga de nuevo, mañana en la tarde lo más probable —mi voz sonaba más alto mientras retrocedía y salía del local. Giré rápidamente y no pude ver con qué impacté—. ¡Por la mierda!     Me tapé el rostro y sentí como mi helado caía al suelo. Levanté la vista y vi a un hombre parado justo al frente, muy cerca de mí. Aún me tambaleaba por el golpe pero parecía que él no le había afectado en lo absoluto.     —Deberías tener más cuidado por donde andas —me dijo serio, con una voz ronca hasta el infierno.     Noté sus ojos azul profundo, su ceño fruncido y su cuerpo rígido.     —Fue un accidente, lo lamen... —alcancé a mascullar, pero él ya había mi cuerpo rodeado para acercarse a la caja del local. Tomé mi helado del suelo y ajusté mi cartera.     —Pedazo de idiota —dije despacio, apenas moviendo mis labios.     Salí del local y me acerqué a Isabella que ya se encontraba sentada en una banca.     —¿Por qué te demoraste tanto? —preguntó mi prima con el helado hasta la mitad.     —Leo nos tuvo que fiar. —Me detuve unos segundos—. Y choqué con un idiota —dije con el ceño fruncido acordándome del suceso de apenas unos segundos atrás.     —No entiendo.     —Me di vuelta muy rápido y choqué con un extraño, ni siquiera me ayudó cuando botó mi helado y no quiso escuchar mis disculpas —le expliqué un poco más enfadada de lo que hubiese querido—. Se molestó demasiado por un accidente común y corriente.     —Bueno. Técnicamente debería estarlo, es decir, tú lo chocaste. —Pero sus ojos ya no estaban en mí.     —Intenté...     —¡Santa mierda! —dijo rápidamente sin dejar que terminara la frase —¡Mira eso!      Tenía los ojos abiertos como plato mirando sobre mi hombro.     —¿De dónde salió ese pedazo de hombre? Giré para saber de qué estaba hablando. Lo reconocí en seguida y moví la cabeza en negación.     —Pedazo de idiota querrás decir. —Isabella armó el puzzle rápidamente y dejó caer la mandíbula.     —¿Él es el tipo con quién chocaste? —Aún no le quitaba el ojo de encima. Asentí sin darle importancia—. Carolina, míralo. Dios, seguramente a mí no me importaría chocar con él —dijo con su voz de otras intenciones.     —Es un idiota.     —¡Por favor! Míralo bien, vamos.     Giré para mirarlo nuevamente, caminaba hacia su auto.      A decir verdad no era un tipo poco apuesto, de hecho, todo lo contrario. Usaba una camisa blanca que dejaba en evidencia su espalda ancha y sus brazos elegantemente tonificados. Su cabello castaño claro relucía por el sol, y ya conocía el color de sus ojos. Me estremecí al recordar lo frío que eran.     —Es un idiota —repliqué molesta.     —Tienes problemas a la vista, Carolina —respondió mi prima al darse por vencido—. Deberías hacerte ver; el pack de oftalmólogo y psicólogo sería perfecto para ti. —Ambas reímos.     Terminamos nuestros helados y visitamos a unos amigos del pueblo que conocemos desde que tenemos uso de razón, casi todos de nuestra edad y después de eso comenzamos a caminar a eso de las ocho de la noche, con un poco más de dificultad por las excesivas sombras que provocaban los árboles, ya que el sol estaba escondiéndose.      Mientras caminábamos en silencio me dejé pensar en el idiota del local, tratando de poner mis pies en sus zapatos. Estaba bien, había sido mi culpa por ser tan despistada, pero su actitud había pasado de lo pesado a lo insoportable, siendo que no lo conocía. Cualquier persona hubiese escuchado mis disculpas, aceptarlas, entender que fue un accidente, o al menos preguntar si estaba bien.     Pero no, él no.     Ugh.     Estúpidos turistas que se creen dueños de todo.     Me calmó los ánimos pensar que nunca más lo vería, y por más que intentaba empatizar con el idiota, mis esfuerzos fueron nulos, así que decidí cambiar el rumbo de mis pensamientos. Comencé a pensar en las familias amigas de mis padres, recordé lo feliz que estaba mi papá al contarnos que vendrían, esa alegría que no suele irradiar por los poros como mi madre, pero se le notaba si lo conocías bien, y sonreí, con el alma. Me gustaba mucho verlos felices.     Intentaré opacar la rabia que siento con estos tipos por haberme quitado mi pieza y los reemplazaré con la felicidad que siento por mis padres.     Me constó un montón concentrarme en ello.     Estoy acumulando mucho odio estos días.      Me estremecí.      Debo cambiar eso.     Le sonreí al camino oscuro como primer intento de olvidar el odio y dejar entrar la alegría.     Llegamos al fundo, y para mi sorpresa no estábamos solos, había dos autos en la entrada de la casa.     —Que raro. Quizás se adelantaron —habló mi prima levantando los hombros sin mirarme, respondiendo mi pregunta mental.     Caminamos hasta la casa y nos encontramos con mis padres hablando frenéticamente con una pareja y una señora.     —Carito, Isabella, que bueno que llegaron, vengan a saludar —dijo mi madre feliz—. Ella es Serena, madre de Chace, y ella es Amanda y Antonio, padres de Ignacio. Los padres de Ignacio se quedarán en su pieza y los varones en el dormitorio de tus hermanos.     Nos presentamos cordialmente con un beso en la mejilla a cada uno.     —¡Tan grande que estás, Carolina, y cada vez más hermosa! —Serena me guiñó el ojo mientras me hablaba—. Los niños están afuera para que vayan a presentarse.     Apenas terminó de hablar Isabella se puso en movimiento, pero la frené del codo.     —¿Me acompañas al baño? —dije con una sonrisa falsa por lo bajo, pero su rostro de; No me hagas esperar más, me pegó de frente, la solté del codo para salir dando saltitos. La maldije para mis adentros. Necesitaba chequear lo que sentía, apoyo moral. Me había resultado desconcertante lo amable que eran todos, no sé por qué. Quizás me los imaginaba más tacaños y pesados, quizás en mi búsqueda por encontrar una forma de odiarlos por haberme quitado mi habitación.      Caminé hasta el baño, hundida en mis pensamientos mirando mis zapatos, una manía que solía tener desde pequeña, el movimiento me relajaba, y me era más fácil conversar conmigo misma. Estaba casi en la entrada del baño cuando oí a mi padre llamar mi nombre desde el living. Al mirar hacia atrás oí la puerta del baño abrirse, pero ya estaba en movimiento y todo sucedió muy rápido.     Algo duro, alto, me detuvo en seco golpeando mi rostro y cuerpo entero, tanto que perdí el equilibrio cayendo sobre mi trasero. Era bastante torpe, pero dos veces en un día ya era demasiado, incluso para mí. Alcé la vista y vi la camisa blanca, los brazos tonificados, los ojos y sus labios.     —¡¿Tú?! —pude apenas decir cuando subí mi vista, dejando salir mi sorpresa.     —Veo que no tomaste mi consejo —bufó el hombre serio, con su voz ronca, mirando hacia abajo donde  me encontraba, indefensa y pequeña contra su cuerpo alto y fornido.     —Caro, Chace está en el baño, ¿qué haces en el suelo? —preguntó mi padre al final del pasillo, confundido al verme frente a Chace en esa posición.         —Quería darme una cordial bienvenida haciendo una reverencia, pero creo que exageró —respondió el tipo egocéntrico, y mi padre soltó una risa sonora, que casi nunca hacía, y volvió a lo que estaba haciendo.  Mi rostro ardía, pero no podía descifrar el por qué. Me paré con dificultad sin dejar que Chace me ayudara, aunque ni tampoco vi si tuvo la cordialidad de hacerlo, su rostro con una sonrisa burlona me sacó de mis casillas, nuevamente. Le di la espalda y caminé hacia la salida de la casa con el rostro aún en llamas para encontrarme con mi prima. La encontré sentada en una reposera mirando hacia la piscina con una gran sonrisa, se paró al verme.     —No vas a creer lo... —empecé a decir pero me interrumpió.     —Mira y paga, Carolina —me dijo sin quitar la vista de las escaleras de la piscina. Giré la cabeza para ver de qué se trataba, y vi a un hombre quitándose la polera; alto, rubio y bien formado. Ya sabía quién era.     —Supongo que es Ignacio —dije un poco más sorprendida de lo guapo que era.     —¿Cómo sabes quién es? —preguntó un poco confundida—. Si él es Ignacio, ¿dónde está Chace? No lo he visto aún, pero creo que no estará a la altura de ese bombón.     Te equivocas.      Espera.     ¿Qué mierda?     Escuché como alguien venía desde la casa.     —Sí, lo viste —le dije mientras giraba la cabeza hacia los pasos que se acercaban a Ignacio. Miré la reacción de mi prima, abrió los ojos y dejó caer su mandíbula teatralmente.     —No te lo creo. ¿El idiota es Chace?     —Así parece —respondí algo avergonzada.     —Suéltala ya —mi prima entrecerró los ojos al ver que escondía algo más.     —Volví a chocar con él, en el pasillo. —Apreté la mandíbula para esconder mi rabia.     —Se te está volviendo un hábito eso, ¿a qué no?     —Sigue siendo un idiota.     Escuchamos como Ignacio se acercaba a nosotras.     —Un idiota muy sexy —me dijo Isabella rápido por lo bajo para que el chico rubio alto y guapo no la escuchara.     —¡Hola! —habló al llegar a nuestro lado—. Ustedes deben ser Carolina e Isabella. —Tenía una radiante sonrisa en los labios—. Yo soy Ignacio. —Un gusto, Ignacio —respondió mi prima coqueta hasta la mierda.       Escuché como Chace se zambullía en la piscina, y tuve que luchar para no mirar.      Idiota, idiota, idiota.     No sabía si era dirigido hacia él o hacia mí.     —Él es Chace. —Nos señaló apuntando hacia sus espaldas.     —Lo conocimos antes, en el pueblo, tuvo un encuentro algo violento con mi prima. —Sonrió y yo golpeé disimuladamente sus costillas y bajé un poco la cabeza para ocultar lo rojo que estaba mi rostro.     —Me lo mencionó. —Ignacio sonrió y vi como mi prima le devolvía la sonrisa coqueta—. Me daré un chapuzón, está bastante caluroso, y el atardecer está como sacado de una fotografía, ¿por qué no nos acompañan? —Nos invitó cordialmente. Pero era obvio que era dirigida a mi prima, pues su mirada no se cruzó con la mía en ningún momento, solo cuando se presentó.     —Por supuesto. —Saltó Isabella apenas terminó de hablar—. Iremos a buscar unas toallas.
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