– 2 –

847 Words
    Me acerqué a mi padre como si no fuera la gran cosa, como si pudiera sacar algún acuerdo en todo. Quizás sus amigos se podrían ir a un hotel cerca de la ciudad, no lo sé, algo, aunque sabía que cuando mi padre se proponía algo era imposible hacerlo cambiar de opinión, más si se trataba de sus amigos.     Entré a la habitación y lo vi arreglando sus miles de cámaras fotográficas que tenía     —Mamá me contó que vienen invitados —dije sentándome en la cama matrimonial.     —Sí, probablemente no te acuerdes de ellos, fuimos a su casa en Punta Arenas cuando tenías seis.     Me acordaba del viaje pero sus rostros aún eran desconocidos.     —¿Y cuándo llegan?     —Mañana en la noche.      ¿Un día?     ¿Un maldito día?     Tenía solo un día para disfrutar mi cama.     Intenté disimular mi rostro de pánico.     —Ya veo…     —Hay que ver dónde pondremos la carpa para que ustedes duerman —dijo despistado, sin sacar la vista de lo que hacía.     —Y la familia amiga, ¿de dónde viene?     —Somos todos amigos de la universidad, ellos vienen del sur también, Amanda la conocimos por Antonio pero sus raíces son de Estados Unidos. Ambos hijos deben tener la misma edad; Chace e Ignacio creo que se llaman.     No me importaba sus estúpidos nombres, no quería dormir en una carpa con todos los insectos enemigos que hay rondando por allí.     —Ya veo… —repetí. No sabía que más decir.     —¿Sabías que a Chace le gusta la fotografía? No es lo que estudia, pero le gusta bastante, ha tomado algunos cursos en la universidad de Punta Arenas, quizás formen lazos y tengan de que hablar —me miró sonriente, aún con sus manos metidas en sus cámaras.     Yo por mi parte estudiaba Cine en la capital del país y la fotografía era un ramo más de la carrera, siempre me ha gustado, igual que a mi padre.      Quizás no sea tan malo.      Pero el pensamiento duró solo unos segundos al recordar donde tenía que dormir.     —Quizás, no prometo nada —respondí testaruda al pensar que quizás, solo quizás, sería bueno compartir con alguien que supiera fotografía—. ¿Qué pasó con el marido de Serena?     —No viene —habló cortante, y levanté las cejas intrigada por su reacción, pero no le di más vueltas.     Volví a mi habitación con sentimientos mezclados.     No     ¿A quién engaño?     No quiero dormir en una estúpida carpa.     —Muy malas noticias —dije abriendo la puerta de mi querida pieza.     —¿Qué pasa? ¿Quién se ha muerto? —respondió mi prima quien se hallaba en su cama escribiendo.         —Llegan mañana en la noche. —Una mueca gigante apareció en mi rostro.     —¿Mañana? —Isabella dejó lo que estaba haciendo luciendo más entusiasmada de lo que esperaba.     —¡No sonrías! —mi ceño estaba fruncido y mis manos posaban en mis caderas como jarras—. Ellos son los enemigos, ¿recuerdas? ¿Carpa? ¿Frío? ¿Bichos?     —Sí, los viejos lo son, pero ¿los hijos? No, señor.     —¿Y qué te hace pensar que serán lindos, o incluso simpáticos? Que tengan nuestra edad no significa que lo sean.     —Me apego a mi hipótesis del apellido, Carolina —dijo levantando sus palmas al techo—. Y tenemos veintiuno querida, no me metas más años.     —Ridícula. Te queda poco para que cumplas un año más, y te apuesto que no son más guapos que los hombres que ya conocemos.     —Quizás tengas razón, pero déjame soñar, ¿sí? Últimamente mis sueños son lo mejor que tengo, considerando que en este pueblo no hay nadie que me mueva el piso ni me quite el sueño —habló con un puchero, puse los ojos en blanco divertida y me recosté en mi cama abrazándola.     —Te extrañaré, querida amiga —dije teatralmente.     —No seas tan melodramática, nadie ha muerto por dormir en una carpa.     —Eso no lo sabes, puede haber una araña venenosa allí afuera esperando clavar sus colmillos en mi piel.     —Como lo puede haber aquí mismo en tu pieza. —Supe que estaba sonriendo. La miré alarmada, pero ella soltó una risa sonora—. Tienes que verlo como una expedición, vamos —dijo al ver que enterraba mi cabeza en la almohada—. Será divertido.     —Divertido mi trasero.     —Aguafiestas.     —Hippie —le dije lanzándole un cojín que tenía a mano.       Nos levantamos temprano para armar la carpa en un lugar neutro, entre la casa de mis tíos y la nuestra, en una pseudo protesta silenciosa. Pues el otro lugar era directamente detrás de mi pieza, la pieza que los Hardin ocuparían.     No puedes estar tan cerca del enemigo.      Inflamos los colchones y armamos dos camas pequeñas, llevamos todas nuestras pertenencias a lo que sería nuestro hogar por las siguientes semanas. Mirando la carpa con detención, era mucha más grande de lo que había imaginado.     Ayudamos a mi madre a limpiar las piezas mientras yo reclamaba que nunca había tenido que limpiar mi pieza para otros invitados.     La paciencia de mi madre era traída del cielo.     —¿A qué hora se supone que llegan estos tipos? —pregunté a mi prima cuando al fin nos instalamos en la carpa.     —Tu madre dijo que a las once de la noche estarían llegando al cruce del pueblo y tu padre los iría a buscar para que no se pierdan —respondió ordenando su ropa sentada en su colchón con las piernas cruzadas—. También me contó que harán un asado por su bienvenida.     —¿Un asado? —Mi estómago rugió.      Algo bueno que saquemos de esta visita.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD