—Samara, ¿estás bien? —indagó Laura.
Estábamos en la cafetería del colegio después de tener dos horas libres. Al parecer aún no encontraban a un profesor de matemáticas.
— ¿Por qué no lo estaría? —la miré confundida.
—Desde la clase de biología has estado un poco ausente —me miró con preocupación—. ¿Es por los chicos? O aún continúa las… pesadillas.
—Estoy bien —aclaré, no queriendo decir nada más.
No quería tocar ninguno de los dos temas. Pero la verdad era que Elemiah había estado en mi cabeza todas estas horas.
¿Qué clase de persona tenía ese tipo de reglas para hacer un trabajo?
¿Enamorarme del? ¿El tipo de chico que me atrae? Estaba loco.
—Tienes ojeras —afirmó—. ¿Tuviste una pesadilla?
—Anoche me acosté tarde terminando un libro —revelé, para que así dejara de preguntar e indagar un tema prohibido—. No he tenido pesadillas desde hace una semana. Estoy bien Laura.
Mentirosa.
—Solo me preocupo por ti —le di una de mis mejores sonrisas—. Deberías de contarle a tu madre sobre tus pesadillas.
— ¿Para qué preocuparla? Solo son pesadillas —me encogí de hombros despreocupada.
—Pesadillas que son constantes y que te causan insomnio —insistió, elevando un poco su tono de voz.
Fue un error contarle.
— ¿Cómo te fue en las vacaciones? —cambié de tema rápidamente.
Laura dio un pequeño grito de frustración y a pasos rápidos salió de la cafetería.
Siempre que evadía el tema de mis pesadillas se enojaba y para no explotar su enojo conmigo se iba. Sé que quería ayudarme, pero hablar de lo que me sucedía me dolía e incomoda a tal punto que lo odiaba.
Crucé mis brazos sobre de la mesa y enterré mi rostro en ellos.
— ¿Estás bien? —curioseó, una melodiosa voz minutos después.
Subí lentamente mi mirada para encontrarme con un hermoso rostro.
Sus ojos eran de un color azul claro, era como estar viendo el cielo en ellos, te atrapan desde el segundo uno en que los mirabas, algo fantásticamente hermoso. Su cabello era de color castaño.
— ¿Por qué no estarlo? —me enderecé mirándolo con suspicacia.
—Escuché su conversación —alcé una ceja—. Lo lamento.
—Es de mala educación escuchar conversaciones ajenas —amoneste—. ¿Acaso tus padres no te enseñaron?
—Porque me enseñaron, no volverá a suceder —hizo un gesto con sus dedos prometiéndolo. Sonreí sin poder evitarlo—. Soy Jeremiel.
—Lo sé, hoy te presentaste —dije obvia.
Sin querer, aún continuaba sonriendo y lo hice aún más cuando él sonrió.
Tendría que ser un delito su sonrisa.
—Estamos en desventaja, ¿No crees? No sé el tuyo —indicó con un tono… ¿coqueto?
¿Estaba coqueteando conmigo?
—Samara.
—Que hermoso nombre. Su significado lo es aún más.
— ¿Qué significa? —Nunca me dio por saber que significaba.
Iba a responder, pero lo interrumpió una gruesa y admito, hermosa voz.
—Nos tenemos que ir —dijo situándose al lado de los dos.
Su mirada estaba clavada en Jeremiel.
Podía jurar que aún no sabía que yo era la chica que me encontraba hablando con su amigo o lo que sea que eran, era eso o que me estaba ignorando.
—Los alcanzo en unos minutos —respondió. Nuevamente su mirada recayó en mí y sonrió.
—Jeremiel —advirtió fuerte.
—Elemiah —respondió con el mismo tono—. Estoy ocupado —me señaló.
Volteó a verme de nuevo como lo hizo horas atrás poniéndome nerviosa, otra vez.
No estaba acostumbrada a esto.
—No hay problema —respondí rápidamente, queriendo salir de esta situación tan incómoda para mí—. Otro día hablamos.
Me levanté de la mesa y me despedí de Jeremiel. Caminé dispuesta a irme, pero un agarre en mi mano lo impidió.
—Hoy a las tres —lo miré confusa— para el trabajo.
Miré su mano sosteniendo mi brazo y después lo miré a él. Soltó mi brazo casi al instante en que lo hice.
—No sé si pueda.
Claro que podía, pero él tuvo que haberme consultado antes de tomar una decisión.
¡Era un trabajo en grupo!
Sacó un papel de su bolsillo y me lo entregó.
—No me gusta la impuntualidad —Jeremiel se levantó de la silla y se marchó.
Después de perderlos de vista abrí rápidamente el papel.
"3002 Wallace St, San Diego, CA 89710
3:00 pm".
El timbre sonó justo cuando terminaba de leerlo y fue mi clara señal de que debía volver a clases.
Revisé rápidamente mi horario.
“Religión”
Sonreí dirigiéndome al aula. Era una de mis materias favoritas, no podía pedir más. No me había topado con Laura en el camino, pero al entrar al aula ahí estaba. Sonreí internamente.
No había nada de qué preocuparme. Estaba en la vida real, no en un maldito sueño.
A pesar de estar enojada, el puesto a su lado estaba ocupado por sus cosas.
La amaba.
—Laura —la llamé dulcemente cuando ya me encontraba al frente suyo.
subió su mirada y esos hermosos ojos café oscuro que poseía me observaron. Laura era una chica muy hermosa.
Era una morena con cabello rizado y un cuerpo de infarto. Tenía todo donde debía de estar.
Todos babean por ella.
—Tienes que pensarlo —me señaló—. Solo quiero lo mejor para ti y hablarlo con Elizabeth lo es.
Recogió sus cosas y dejó libre el asiento.
—Lo pensaré —me limité a decir mientras tomaba asiento.
— ¿No piensas contarme nada? —susurró de repente un tanto enojada.
— ¿Qué cosa? —musité.
—Lo de la cafetería —respondió.
— ¿Cafetería? ¿Qué pasó en la cafetería? —inquirí confundida.
Rodó los ojos y negó.
—Todos están hablando que Jeremiel se sentó contigo y tiempo después se les unió Elemiah. También dicen que cuando te ibas a ir, este te retuvo y te dio un papelito.
La miré incrédula. ¿Esto era en serio?
Diablos alumnitos.
— ¿No te contaron por si acaso que decía el papelito? Es que no leí muy bien —pregunté sarcásticamente. Odiaba que se metieran en mi vida—. Seguro que si sacan un programa le quitarían el rating a The Tonight Show Starring Jimmy Fallon y a hasta la doctora Polo.
—No cambias —rio negando—. Pero dime, ¿qué pasó?
Sabía que si no le llegaba a contar lo que había sucedido no me dejaría en paz, así que terminé contándole todo.
—Minutos después de que te fueras llegó, se sentó, tuvimos una conversación —di una pausa mientras examinaba lo que habíamos hablado Jeremiel y yo—. Si a eso se le puede llamar conversación, a los minutos llegó Elemiah. Me despedí y cuando me fui él me detuvo para hablarme sobre el trabajo de biología y terminó por darme la dirección de su casa. ¿Contenta?
—Satisfecha —acercó su asiento quedando un poco más juntas—. Qué se siente tener de compañero de trabajo a uno de los chicos nuevos.
— ¿Debería de sentir algo? —contesté, buscando el cuaderno de religión.
—Eres imposible —miró hacia el fondo del salón, después a mí y sonrió como el gato de Alicia—. Sabes que nunca me equivoco en lo que digo —asentí, su mirada cambió de una traviesa a una muy segura y seria—. Tú y Elemiah quedarán juntos.
El horror cruzaba por mis facciones. Negué una y otra vez.
— ¡¿Acaso estás loca?! —grité, haciendo que todas las miradas se centraran en nosotras por varios segundos. Quería morir cuando ellos también nos observaron—. Lo siento.
Mi cara ardía y solo quería que la tierra se abriera y me tragara.
—Tranquila —respondió burlona—. No veo la razón para alterarse.
—Solo no digas cosas como esas.
—Y aún sigo sin ver el por qué.
No dije nada, guardé silencio mientras meditaba un poco la situación.
¿Por qué tenía que alterarme? Solo era un loco pensamiento de Laura. Además, no me gustaba esa clase de chicos. Siempre trataba de evitar los problemas a toda costa y con Elemiah mi desayuno serían ellos.
Eso piensas ahora —dijo mi yo interior limandose las uñas mientras niega sonriendo.
No alcancé a responder por qué un hombre muy apurado entró al aula. Todos nos quedamos en silencio.
No debía de pasar de los 28. Era alto y un poco musculoso, su cabello era de color n***o y sus ojos se veían de un color miel, aunque no podía asegurar hasta mirarlo más de cerca.
Es lindo, pero…
¿Quién era?
—Lo siento por tardar chicos —se disculpó, tenía un acento extraño—. Me llamo Santiago y seré su nuevo profesor de religión.
— ¿Qué sucedió con el profesor anterior? —preguntó Jessica, una compañera.
—Lo trasladaron —respondió sin más.
Todos sonreímos y como no, el anterior profesor era un viejo demasiado gruñón.
—Cualquier duda que tengan lo iremos resolviendo sobre la marcha —asentimos—. Ahora para ir conociéndolos, hablaremos sobre unos temas y ustedes me darán su opinión.
Empezó a recorrer el salón mirándonos a todos muy meticulosamente.
— ¿Creen en Dios? —soltó de repente.
—Si —respondimos al unísono.
— ¿Quiénes son cristianos? —casi la mitad del salón alzó su mano—. ¿Quiénes son católicos? —menos de la mitad que faltaban la alzaron—. ¿Y los que no la alzaron? ¿Por qué no lo son? —preguntó, especialmente a mí. Su mirada estaba en mí y creía que fui la única que no alzó la mano.
Pensé un momento mi respuesta y hablé.
—Para llegar a decir soy cristiana o católica significa que cumplo con las normas que se requieren para serlo y no lo hago. Así que no soy capaz de decir algo que no soy para que me acepten o no me juzguen, puedo engañarlos a ustedes, pero a Dios no.
—Buen punto —indicó el profesor.
—Puede ser un buen pensamiento, pero eso no la salvará —opinó Elemiah.
Como si fuera una reacción a cada vez que escucho su voz, los bellos de mi nuca se erizaron.
Todos volteamos a verlo, pero solo una persona tenía su atención.
Yo.
Sintiéndome valiente respondí.
—Tampoco a algunos de los demás, qué ganan ellos con decir que son de una religión si solamente asisten los domingos a misa o a culto y el resto de los días se lo dedican al mundo y a sus placeres —expuse, haciendo que mis compañeros fruncieran su ceño. Parecían tener un debate en su interior.
— ¿Y tú? —El profesor se dirigió a Elemiah—. ¿Cristiano o católico?
—No soy de ninguna religión.
—Eso tampoco te salvará —indiqué.
Él se acomodó mejor en su asiento quedando un poco inclinado hacia delante. En el proceso varios cabellos rebeldes cayeron por su frente dándole un toque sexy.
Una sonrisa sombría apareció en su rostro, una que claramente decía peligro.
—No existe salvación para mí —respondió.
Existe salvación para todos.
¿Por qué no existiría una salvación para él?
—Existe salvación para todos —aclaró el maestro.
— ¿Para Lucifer también? —preguntó Andrés.
—Ese es otro tema y uno muy extenso, lo hablaremos más adelante.
—No, para él no existe salvación, ni para ninguno de los demás caídos —me tomé el atrevimiento de responder.
— ¿Por qué estás tan segura? —interrogó el profesor Santiago.
—Me gusta la teología y especialmente estos temas —este asiente entendiendo.
— ¿Caídos? —preguntó Laura a mi lado.
—Son Ángeles expulsados del cielo y de la presencia del Altísimo por causa a desobedecer sus mandatos o por revelarse —dice si no estoy equivocada, Arael.
—Se les llama Nefilim —añadió un compañero.
—Por lo que veo la gran mayoría está muy informada al respecto —sonrió—. Para la siguiente clase quiero que me traigan un informe de los Nefilim y el porqué de su caída.
—Existen algunos casos en los que no se sabe el por qué —informó Jeremiel.
— ¿Cómo cuáles?
—La caída de algunos que conforman la primera jerarquía en el ejército de Dios— habló Jofiel.
— ¿Quiénes conforman el ejército de Dios? —quiso saber Jessica, quien se veía muy confundida.
—Les queda de tarea.
—Nunca ha caído alguno de ellos. Solamente han sido los Ángeles —opiné.
Una silla siendo arrastrada sonó en toda la instancia.
—Nunca digas nunca…Existen las primeras veces Samara —señaló antes de irse.
¿Qué había querido decir Elemiah con eso?
La campana sonó dando final a la clase.