Enero 14 del 2019
(San Diego, California)
Un nuevo año, nuevo curso, posibles compañeros nuevos, nuevas oportunidades y mi último año de colegio. Sería el cierre de un ciclo y el principio de otro. Me sentía más que preparada para todo lo que el año tenía para mí. Pero justamente hoy, lunes, mi primer día de colegio, tenía cero ganas de nada. Me había acostado muy tarde terminando un libro y estas eran las claras consecuencias.
Parecía que mi cama me estuviera reteniendo con varias cadenas alrededor de todo mi cuerpo, no lograba poder levantarme y en ese momento mi cobija era lo más placentero que existía. No me importaría quedarme todo el día durmiendo y logrando recuperar las horas de sueño que al leer me quito.
— ¡Espero que estén despiertas cuando suba, o de lo contrario dos litros de agua fría aterrizarán encima de ustedes! —escuché el grito de advertencia de mi madre.
Ya extrañaba sus gritos matutinos.
— ¡No es necesario…gracias! —respondí de vuelta. Segundos después se escuchó la respuesta de mi hermana.
Y esa era la señal para levantarme. Me senté en el borde de la cama manteniendo mi mirada fija en un zapato. ¿Por qué? Ni yo lo sabía, ya era algo cotidiano en mis mañanas.
Unos minutos después me levanté a bañarme. No quería que mi madre apareciera y me encontrara sentada haciendo nada.
Ya bañada me vestí con un jean tiro alto blanco, un body color champagne y mis infaltables converse blancas. De accesorios solo un reloj dorado y aretes.
— ¿Ya estás lista? —preguntó mi hermana menor, solo por un año entrando a mi cuarto—. Si no bajamos ahora mismo, se convertirá en Lucifer y arderemos.
—Si ya estoy li…—indiqué mientras recogía mi mochila pero una voz me interrumpió.
—No pronuncies ese nombre en casa Sarah —sentenció. ¿Oídos de bruja? Tal vez—. Bajen, se enfría el desayuno.
Bajamos rápidamente encontrándonos con nuestro gran y único tesoro, nuestra madre Elizabeth. Era madre y padre a la vez, papá nos había abandonado hace aproximadamente cinco años y desde entonces ella había tomado el rol de los dos.
Admirable.
—Buenos días mis niñas —saludó Elizabeth dándonos un beso a cada una.
Era algo bipolar… y la amaba.
—Buenos días mamá —respondimos al unísono haciéndonos reír a las tres.
Nos sentamos a desayunar y poco después empezamos a escuchar a mi madre quejándose de su jefe. Ella era la directora de contabilidad, así que eran varias las veces que se veían. Ambos tienen algo de odio—amor que claramente negaban hasta morir. No me sorprendería que en un par de años estuvieran juntos. Así como las historias que leía en mis libros.
—Este año tendrás un automóvil —me señaló.
—Pero…
Respondí, sabiendo que detrás de ese “tendrás un automóvil” existían miles de reglas y sanciones que claramente harían que mejor declinara a la idea de tenerlo.
—Las mejores notas de tu clase, cero problemas, cero llegadas tarde.
— ¿Eso es todo? —cuestioné confusa.
¿Por qué sentía que faltaba algo más?
—Por ahora, sí —ahora su mirada estaba puesta en Sarah—. Lo mismo para ti. Un error de alguna y no hay automóvil.
Ambas nos miramos por unos segundos para después asentir. No haríamos nada que probablemente pudiera afectar el quedarnos sin automóvil. El colegio no quedaba tan cerca y no todas las veces mamá nos podía llevar.
Subimos hacia nuestros cuartos para cepillarnos y así poder salir rumbo al colegio.
En el auto todo estaba en silencio lo cual amaba cuando leía, pero claramente no gozaría mi pequeño momento.
—Antonia me acaba de escribir —una emocionada Sarah interrumpió mi lectura.
Su mano apretó mi brazo obligándome a mirarla.
— ¿Y? —inquirí guardando la calma.
Ella y todos los que me conocían, sabían que odiaba que me interrumpieran cuando leía.
—Nuevos chicos vienen este año —murmuró.
Sus ojos brillaron por tanta emoción. La entendía, está en la etapa hormonal, etapa por la cual nunca pase o simplemente aún no se había activado.
— ¿Me afecta en algo? —susurré confusa. Rodó los ojos y negó exasperándose.
—Claro que no tonta.
—Entonces no me interesa —afirmé, regresando a la lectura.
—Que amargada eres —bufó, cuando pensé que lo dejaría ahí, agregó—. Vienen de otro país, son muchos.
—Deberían crear su propio reality show de chismes. Serían millonarias.
—Eres rara.
Pasamos el resto de lo que quedaba de camino en un silencio rotundo, del cual me enamore pudiendo terminar el primer capítulo del nuevo libro que había empezado.
—Saben que no me enojo por el tema de los novios —tanteó el terreno Elizabeth—. Pero no quiero que sea una distracción para sus estudios. Pueden tenerlos, pero que no afecte en nada y…tengo que aprobarlo.
Reafirmado, su oído era especial.
—Está bien —respondió Sarah.
Solamente asentí sin más.
—Vamos tarde. Nos vemos en la noche —me despedí de un beso en la mejilla—. Te amo.
Salí del automóvil sin siquiera escuchar su respuesta. Sabía lo que vendría después.
"¿Por qué no te gusta un chico?"
"Sabes que te acepto como eres".
¿Por qué no me gustaba un chico? Aun no llegaba el indicado, simple.
¿Acaso era difícil de entender? —pensé.
Por lo general, el primer día de clases no venían tantos alumnos y menos estaban tan arreglados como si fueran a un gran evento importante y era justo lo que estaba viendo en estos momentos.
Más del ochenta por ciento de la población estudiantil traían sus mejores ropas.
¿Acaso me había perdido de algo?
Empecé a escuchar mi nombre entre la gran multitud de personas, veía hacia los lados hasta que pude dar con el objetivo.
Mi mejor amiga Laura venía corriendo hacia mí y sí, ella también pertenecía al ochenta por ciento.
— ¿Qué sucedió con tu ropa?
Arrugué mi entrecejo dándome una rápida revisión, cuando me percate que todo estaba normal, pregunté.
— ¿Hay algún problema con mi ropa?
—No estás tan presentable —me reprochó negando—. Más de treinta chicos nuevos vienen al colegio. Dicen que son todos unos dioses griegos.
— ¿Y? —al parecer ese sería el tema del resto del día.
— ¿Cómo que “Y”?
Sonó el timbre y fue mi salvación para no tener que aguantarla. Era mi mejor amiga y la amaba, pero cuando se ponía en modo chicos era insoportable.
Nuestro colegio era muy distinto a muchos. El primer día de clases no llegábamos hacer una fila que al parecer duraría máximo dos horas, no, una semana antes por correo te enviaban el número del salón dependiendo a cada materia, horario de clase y una lista con los útiles que necesitaríamos.
Llegamos hasta el salón y nos sentamos en nuestros puestos habituales. El profesor no tardó en llegar, así que Laura no pudo seguir con su charla.
Gracias yisus.
—Buenos días a todos, espero que hayan tenido unas magníficas vacaciones y por supuesto que vengan renovados para su último año de colegio —nos habló con una sonrisa en su rostro.
El profesor Alexander era uno de los sugars daddys más guapo del colegio, con apenas cuarenta años aparenta treinta, su cuerpo ejercitado y su ropa ajustada ayudaban mucho con ello.
—Antes de empezar la clase, dos anuncios. El primero, algunos de ustedes los cambiaré de sitio —empezaron a renegar mientras yo solo rezaba para que una de esas personas no fuera yo.
Toda mi vida estudiantil la había pasado al lado de Laura y que ahora no estuviera a mi lado, me ponía un tanto nerviosa, aunque hablaba con todos los del curso y me llevaba bien con ellos, el simple hecho de no tenerla a mi lado era extraño, pero lo que era aún más es que todos los puestos de mí alrededor estuvieran vacíos.
Creo que no solo debí rezar para que no me cambiaran de sitio, también para que no cambiarán a Laura.
—Segundo anuncio, aunque por lo que vi afuera, todos ya saben la noticia —escuché a las chicas dar un pequeño grito de felicidad—. Se nos unirán nuevos compañeros. A este salón entrarán cinco, los demás serán repartidos dependiendo el año.
Cinco
Era la misma cantidad de puestos vacíos que justamente se encontraban a mí alrededor. Dos adelante, uno atrás y los otros dos a los lados. Por un momento recibí todo tipo de miradas, desde odio a envidia.
Créanme, si pudiera cambiaría con cualquiera de ustedes.
La puerta fue abierta de repente y por ella entraron cuatro hombres al aula. Todos eran unas completas bellezas la cual no se ve diariamente por estos lados, sus rostros…
Dios mío
Debería ser un delito nacer con tanta preciosidad. Pareciera que cada uno deslumbrara, como sí tuvieran luz propia. Me transmitían tanta armonía.
De nuevo la puerta fue abierta y entró el quinto de los chicos. Vestía un Jean n***o algo ajustado y una camisa básica gris, junto con un saco blanco. Los demás tenían atuendos casi iguales.
Al verlo sentía de todo menos paz. Algo que claramente decía problemas y desde ahora sabía que debía mantenerme alejada de él.
Nuestras miradas se cruzaron y quedé petrificada. Mi respiración empezó a cortarse al ver cómo me examinaba tan minuciosamente con ella.
El profesor habló e hizo que la mirada de aquel chico se fijara en él.
Solté el aire y negué.
—Chicos, preséntense por favor —les pidió muy amablemente Alexander.
Uno por uno se presentó hasta llegar al chico número cinco.
—Mi nombre es Elemiah —dijo, con voz gruesa. Mis bellos de la nuca se erizaron, se sintió como si lo fuera dicho estando a centímetros de mí.
Todos tenían nombres de Ángeles: Haniel, Jeremiel, Jofiel, Arael excepto Elemiah.
¿Por qué tenían nombres celestiales?
¿Y por qué sabía todo esto?
Mi madre estudió teología y me gustaba. Yo era una adolescente muy curiosa y por lo general siempre tenía preguntas que necesitaban respuestas, así que siempre que tenía tiempo ella respondía a mis dudas o me explicaba nuevas cosas.
—Pueden escoger en donde sentarse —todos ellos menos dos, me observaron con una curiosidad muy evidente.
¿Acaso tenía un moco?
Me encogí en mi lugar y apoyé mis codos en la mesa haciendo que mi cabello cayera formando una especie de cortina. Resultaba algo estúpido mi comportamiento pero era eso o salir corriendo.
Uno por uno fue tomando asiento, dejando a Elemiah al lado izquierdo mío.
En su camino a su puesto en ningún momento su mirada recayó en mí, lo cual agradecí.
Continuó la clase de biología y mi felicidad iba en aumento al saber que no tendríamos trabajo pero, claramente el destino no estaba de mi lado.
—La próxima clase tendremos un debate. Tema el aborto —se levantó de su silla para situarse en la mitad del salón—. Tendrán que hacer un trabajo del por qué estás a favor, o si estás en contra el porqué de ello. Lo harán con la persona que se encuentra al lado suyo.
Involuntariamente lo miré, encontrándome que tenía su ceño fruncido, se notaba disgustado.
¿Será por mí? ¿No le agrado? Pero ni siquiera habíamos entablado una conversación.
—El debate se hará la próxima clase o sea el jueves —sonrió y pude escuchar a más de una suspirar.
Alexander era el sueño de toda alumna, pero no debía de pensar ahora en eso, lo más importante estaba a mi lado.
¿Cómo hacer un trabajo con alguien que al parecer no le agradas? —yahoo respuestas.
El timbre sonó indicándonos el cambio de clases. Todos se levantaron rápidamente para así salir.
Vi como Elemiah pasaba por mi lado. Era ahora o nunca.
—Elemiah —hablé.
Paró abruptamente volteando a verme.
— ¿Si? —preguntó algo brusco.
Ahora que lo tenía de frente, se veía aún más atractivo y esos ojos azul oscuro parecían el mismísimo fondo del océano, en donde todo es sombrío, donde no existe luz alguna, en donde si no tienes cuidado alguno puedes llegar a perderte.
—El tra—trabajo —titubeé con un poco de nervios—. Tenemos que ponernos de acuerdo para hacerlo —negó—. ¿Qué? ¿No? No tendré mala nota por tu culpa.
—Lo haremos con una condición —lo miré un tanto recelosa.
— ¿Cuál? —cuestioné.
—Tengo reglas, simple —se encogió de hombros despreocupado.
¿Reglas?
— ¿Cuáles son tus reglas? — me crucé de brazos sintiéndome de esa forma un tanto segura.
—Son seis, te las iré dando a conocer con el tiempo.
—Entonces, dime la regla número uno —demandé alzando una ceja.
—No te enamores de mí.
— ¿Por qué lo haría?
—Por lo general a ustedes las chicas les atraen los chicos como yo…especialmente a ti.
— ¿Los chicos como tú? ¿Cómo son los chicos como tú?
Se acercó hasta rozar sus gruesos labios con el lóbulo de mi oreja y susurrar.
—La clase de chico que solo te traerá problemas.
Finalizó para después irse, dejándome inmóvil en mi lugar con sus palabras repitiéndose una y otra vez.
Pasaron varios minutos hasta que por fin pude recuperar mi movilidad.