Lujo y Placer

2388 Words
Lo primero que le vino a la cabeza a Violeta fue que no entendía cómo el hombre podía tener aquella inmensa erección si no haría tanto que había llenado aquel preservativo. La segunda, y más importante, era quién habría sido la «afortunada» de probar su virilidad tan poco tiempo antes de su llegada a la buhardilla. No tuvo que esperar mucho por la respuesta. La puerta del baño particular de la estancia se abrió y tras ella apareció Sofía —hermana de su prometido— con una toalla envolviendo su cuerpo y otra su melena. Iba cantando bajito y su canción se cortó en cuanto comprobó que en la habitación había una intrusa. —Ho… hola… Violeta —saludó ruborizada hasta la médula. —Hola… Sofía… —replicó Violeta, y aprovechó el impasse que su aparición había provocado para levantarse de la cama y alejarse de Ramón. Éste se colocó el pantalón para cubrir su intimidad y se giró sonriente. —¿Tú… tú también vas a ducharte…? —alcanzó a decir su cuñada—. Yo he tenido que ducharme en este baño porque en el mío de la segunda planta no funciona el grifo de la bañera… La historia olía a excusa por los cuatro costados. Violeta asintió muy seria. Imaginaba lo que había sucedido en aquella buhardilla antes de que ella llegara, pero no quería avergonzar a Sofía. Además, se consumía de ganas de que ella saliera de allí lo más rápido posible, antes de que llegara su novio. —Sí, sí, claro… te entiendo… —dijo, casi tan cortada como su futura cuñada—. Pero no, yo no venía a ducharme, solo quería saludar a tío Ramón. —Ah… vale… Sofía dio unos saltitos descalza hacia el sofá cama. —Un segundo que recojo mis zapatillas y mis pinturas y ya os dejo… —musitó Sofía. Tomó una bolsa de aseo que se hallaba sobre una mesita aledaña al sofá y luego buscó las zapatillas con los pies. Se detuvo un instante mientras se calzaba y, con un movimiento ágil, se agachó y volvió a levantarse. El preservativo había desaparecido. Lo que su cuñada no había observado era el móvil de Violeta saliendo a hurtadillas de su bolso y volviendo a él en una fracción de segundo. Sofía salió a la carrera de la buhardilla. Ramón siguió sus pasos y cerró el seguro de la puerta por segunda vez. —Bueno… —dijo avanzando de nuevo hacia Violeta—. Volvamos a lo nuestro… Nos quedan quince minutos, el polvo va a tener que ser super rápido. Tomó a la joven del brazo y la arrastró hacia la cama. Si Violeta no opuso resistencia fue porque aún no había conseguido salir de su asombro. —¿Te acabas de… follar a tu propia… sobrina? —masculló—. Serás… serás… Ramón no dijo nada, pero sus ojos sonreían burlones. Tiró de Violeta una vez más y la sentó sobre la litera. —¿Vas a quitarte las bragas o te las tengo que quitar yo? Violeta se puso el bolso sobre el regazo a modo de coraza. —Espera… —dijo sobresaltada al ver que los pantalones del hombre caían a sus tobillos y acercaba la v***a a su boca. —¿A qué tengo que esperar…? —bufó Ramón—. Tu novio está a punto de subir. No tenemos todo el día. Violeta elevó sus ojos y le miró vacilante. Quería ver si su tío político se ablandaba con la expresión de su rostro. —Es que… no estoy muy segura… —se excusó—. Necesito que me des más tiempo… El hombre se impacientó. —¡Qué coños! No hay más tiempo que valga… —exclamó—. ¡Abre la puta boca si quieres que Joaquin herede…! ¡Y no te hagas la estrecha, hostia…! Ramón se inclinó hacia adelante y su v***a rozó los labios de Violeta. La polla de su tío político olía a semen reciente y a orines rancios. Era un olor que en otro momento le hubiera parecido vomitivo. No entendía, sin embargo, cómo aquel aroma la estaba excitando hasta el punto de humedecerle las bragas. Su razón le decía que tenía que echar la cabeza hacia atrás, pero su cuerpo no la obedecía. —Abre la boca, preciosa… —repitió excitado el hombre—. Y saca la puta lengua… Una gota de preseminal brotó de la punta del monstruo de carne que le rozaba la nariz. Y Violeta cerró los ojos. Suspiró ardiendo por dentro y abrió los labios. Su lengua se asomó entre ellos. Ramón le acercó el glande y ella lo recibió con una lengüetada que eliminó la gota brillante que lo cubría e hizo estremecer al casi anciano. * Joaquin caminaba a grandes zancadas hacia la casa. Miró su reloj. Joder, su puñetera prima le había robado veinte minutos. Y todo para nada, puesto que lo que le había estado comentando no eran más que ideas sueltas y absurdas sobre unas posibles inversiones de las que él no entendía un pimiento. Se había librado de ella como había podido, porque si no veía que le iba a robar otra media hora por lo menos. Si la había hecho algo de caso era porque Rocío era para él como una hermana, no en vano estaba casada con su primo Juan, con quien había convivido desde niño y era su mejor amigo. Según cruzaba el salón principal y empezaba a subir las escaleras, el corazón le bombeaba a doscientas pulsaciones. No había sido una buena idea dejar a Violeta a solas con su tío. No tenía nada en contra suya, pero al pensar en él sentía escalofríos. Los había sentido desde que se mudara a su casa siendo aún un niño. Tal vez las leyendas que le rodeaban no eran ciertas, pero prefería no tener que comprobarlo. Al atacar el último tramo de escaleras, comenzó a silbar. Quería avisar de su presencia a los ocupantes de la sala de la buhardilla. No quería dudar de lo que se encontraría allí, pero prefería no tener que enfrentarse a ello. Ojos que no ven… Al empujar la puerta se la encontró atrancada por dentro. Un gusanillo le recorrió el estómago. Golpeó la puerta con los nudillos y esperó. No pasaron ni diez segundos hasta que una Violeta sonriente le abrió y le cedió el paso. Joaquin se quedó parado. Su tío fumaba sentado sobre la cama del sofá, que se hallaba deshecha y revuelta. No pudo evitar tragar saliva. Quería preguntar el porqué de la puerta cerrada y al mismo tiempo prefería no hacerlo. Presentía que no saber era mejor que saber demasiado. Consiguió armarse de valor y transformó su cara con una sonrisa jovial. A continuación, se acercó a su tío para saludarle y se fundieron en un abrazo. Tras ponerse al corriente de las novedades desde la última vez que se habían visto, Ramón se excusó y se dirigió al baño para una ducha rápida antes de la comida, dejando sola a la pareja. Joaquin tomó a Violeta de la mano y la arrastró escaleras abajo. Se mordía la lengua para no hacer la pregunta. Finalmente, no pudo evitarla. —¿Se puede saber por qué estaba la puerta cerrada por dentro? —le susurró. Violeta no respondió y siguió bajando escaleras. Joaquin se detuvo y tiró de ella hacia un rincón de la primera planta. —¿Por qué no me contestas? La joven suspiró y entonces habló. —Mira, Joaquin, no me vuelvas a dejar a solas con él… —dijo tomándole de las manos—. Tu tío es muy raro y yo creo que está medio loco. Joaquin comenzaba a sudar, a pesar de que el aire acondicionado de la casa la mantenía a menos de veinte grados. —¿Te ha… hecho algo? —preguntó con voz ahogada. —No… —replicó Violeta—. ¿Qué iba a hacerme? —Entonces… ¿qué ha pasado…? —Es que… no sé si decírtelo. —Por dios, Violeta… dímelo o te juro que… La joven se acercó a su oído y le susurró. —Es que afirma que se siente vigilado… Ha cerrado la puerta porque dice que hay gente que no le quiere y que pretenden robarle… o matarle… o algo así… Es por lo de la herencia… Yo creo que la cabeza no le rige… Está de siquiátrico, tal vez deberíais pensar en internarlo. Joaquin suspiró aliviado. —Joder… —dijo—. Ya sabía que estaba un poco atontado, pero se ve que con los años… —Ya te digo. Así que te pido por favor que no me vuelvas a dejar a solas con él ni un minuto. ¿Me lo prometes, cariñín? —Claro que te lo prometo, pichoncito. Se dieron unos amorosos piquitos y, bajando las escaleras, se encaminaron hacia el cenador del jardín. Mientras Joaquin se acercaba para coger una cerveza de la nevera al aire libre, un ronroneo se hizo notar en el bolso de Violeta. Se detuvo, sacó el móvil y leyó el mensaje de su tío político. RAMON: Seguiremos hablando. Te llamo. Besitos. Violeta borró el mensaje lo más rápido que pudo y se acercó a su prometido. Le tomó del brazo y se apretó contra él. Todo su cuerpo le temblaba. * Comieron y charlaron durante más de dos horas. El ambiente era festivo y distendido. Se contaron chistes, anécdotas y se habló de libros, de cine y de los viajes recién realizados o próximos de cada una de las parejas presentes. Alguien intentó hablar de trabajo y el resto de los asistentes lo hicieron callar entre silbidos. Al comenzar la sobremesa con los licores repartiéndose generosamente en las copas, Ramón golpeó su vaso con una cucharilla y pidió silencio a sus familiares. Cuando estuvo seguro de que había ganado su atención, comenzó a hablar, solemne: —En primer lugar, quiero dar las gracias a Violeta y a Joaquin por haberse prestado a esta antigua tradición de anunciar su próxima boda para recibir el «pláceme» por parte del cabeza de familia. Su familia lo abucheó y Rocío se atrevió a lanzarle una servilleta a la cabeza. Ramón rió y todos le secundaron. —Ya… ya sé que es una costumbre anticuada y patriarcal —prosiguió sin dejar de reír—. Pero es de las pocas tradiciones que quedan en esta casa y cuando se llega a mi edad gusta recordarlas aunque solo sea por el hecho de sentarnos a la mesa con todos nuestros hijos y poder daros un abrazo. Porque no me negaréis que últimamente ya casi no nos vemos todos a una. Los invitados asintieron, dándole la razón al casi anciano. Una lagrimita corría por la mejilla de Laura y su marido Andrés se apresuró a limpiársela con un beso, bromeando por que se le hubiera escapado. —Gracias, Ramón —cortó Joaquin la perorata de su tío—. Hablo en el nombre de Sofía y en el mío propio. Ambos te agradecemos que nos consideres tus hijos. Ramón levantó su copa. Aurora notó que se la excluía de las referencias. Ya no eran «sus» hijos, de los dos, sino los de Ramón. No obstante, mujer chapada a la antigua, no osó protestar al no sentirse ofendida. —Pero, ¿cómo no iba a ser así? —reafirmó Ramón—. En esta mesa están sentados mis cuatro hijos: Andrés, Juan, Sofía y Joaquin. Aunque no todos hayáis salido de mis entrañas, así os considero y esto que os digo está relacionado con el anuncio que quiero haceros a continuación. «Viejo granuja —se dijo Violeta—. ¿Tus cuatro hijos? ¿También Sofía? ¿Entonces como llamarías al hecho de habértela follado hace una hora mientras su prometido tomaba el aperitivo con los otros tres? Si tirarte a una sobrina es incesto, ¿cómo llamarías a metérsela a la que consideras tu propia hija? Por otro lado, ¿Qué tenía que ver Rocío en aquel juego? Porque Ramón le había dejado claro que tenía su encargo de retener a Joaquin durante media hora, tiempo que consideraba suficiente para repetir su hazaña con ella misma. ¿Es que también se follaba a Rocío? Menudo hijo de puta estaba hecho.» La expresión de Ramón era burlona, y Violeta notaba que la miraba a ella en exclusiva mientras hablaba. Parecía decirle muchas cosas sin necesidad de hablar. La joven, por su parte, apartaba la mirada para no tener que sostener el fuego de los ojos del viejo cerdo. Y cuando el mensaje de su tío político llegó, supo que sin ninguna duda iba dirigido a ella. —El anuncio que quiero haceros es el siguiente —continuó el patriarca—: He decidido legaros una parte de mi patrimonio en vida. Los invitados se miraron los unos a los otros con incredulidad. ¿El viejo tacaño soltando pasta sin una pistola en la cabeza? Imposible. Se miraron sin terminar de entender a lo que se refería Ramón, por lo que contuvieron la respiración hasta oírle terminar. —Sí, lo que oís… —continuó tras una pausa teatral—. He pensado que es mejor que disfrutéis de vuestra herencia mientras aún tenéis fuerzas y ganas para gastarla. Y os informo de que he dado orden a mis abogados para que ejecuten una donación a cada uno de mis cuatro hijos por un total de la mitad de mi patrimonio. La mirada de Ramón ya no disimulaba cuando miraba a Violeta. Y ella se sintió aludida con un escalofrío que la recorrió por entero. Tragó saliva y se preguntó cuánto tendría que pagar por aquello que se le ofrecía. —Es algo que llevará su tiempo —dijo Ramón para finalizar—. Meses, quizá años en algún caso, pero os prometo que tendréis lo que es vuestro por hacer feliz a un viejo que no os merece. Tras la sorpresa inicial, la euforia se apoderó de su mujer y de las cuatro parejas, y todos irrumpieron en un caluroso aplauso. Violeta suspiró, aquello no era gratis, pero mejor así que tener que volver a la escasez de recursos que le impedía mantener el ritmo de su recién estrenada vida de lujo y placer.
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