Esa mañana tocaba reunión de departamento. Violeta había sido convocada a una presentación sobre las estrategias de marketing para el trimestre entrante —julio a octubre—. La joven llegó a la sala del consejo cuando aún no había nadie en ella. Abrió su portátil y se dedicó a leer el correo pendiente a la espera de que llegaran el resto de asistentes.
No habían pasado más de dos minutos cuando apareció Marcos, adjunto al director general, y dándole los buenos días se sentó a su lado. Violeta dio un respingo y se alejó lo más que pudo haciendo rodar su silla hacia la izquierda. No podía evitar que aquel hombre le pusiera los pelos de punta.
Marcos era un tipo elegante, atractivo, deportista, con cuerpo de figurín… y un hijo de la gran puta. Todo lo que tenía de fascinante lo tenía de repulsivo. Su mirada la traspasaba siempre que se cruzaba con él. Más que desnudarla con los ojos, parecía que quemaba su ropa para arrancársela del cuerpo. Su sonrisa irónica era pura lascivia. Y, aunque ella no era la única de la oficina en soportar su excesiva atención, el círculo de amistades femeninas de Violeta admitía que ella era su preferida.
Los participantes en la reunión empezaron a ocupar sus asientos uno tras otro y Violeta suspiró relajada. Al menos ya no tendría que estar a solas con aquel asqueroso. No sería la primera vez que le había tenido que quitar la mano de su hombro y alejarse de su rostro para evitar la cercanía que utilizaba cuando hablaban de trabajo.
Clicaba el botón de envío del último correo que pensaba responder cuando una voz a su espalda la sobresaltó:
—¿Lo quieres solo o con leche?
Violeta se giró. A su espalda se encontró con la sonrisa tímida de un joven al que no conocía. El chico llevaba una bandeja repleta de vasos de café en tres hileras: solos, con leche y cortados. Sonrió a su vez y, con gesto agradecido, cogió el más cargado que vio sobre la bandeja. A continuación, el chico repitió el ofrecimiento al resto de asistentes a la reunión.
Le resultó extraño que un muchacho ataviado con traje y corbata se dedicara a servir los cafés. «Ya se la han jugado a otro becario —pensó—. Al menos, en esta ocasión no es una becaria a quien vacilan». Siguió con la mirada al joven y éste, tras terminar de servir, se sentó en una silla del fondo de la sala, algo lejos de la mesa central. Le observó sacar de su mochila un cuaderno y un bolígrafo y este hecho le confirmó que estaba invitado como oyente.
Tan pronto como la luz se apagó y se inició la proyección sobre la pantalla, Marcos se acercó a ella y le susurró:
—Hoy vienes más guapa que nunca —dijo—. ¿Esta noche toca fiesta?
Violeta sintió una amago de arcada en el estómago e intentó alejarse de él. La cercanía de la silla del compañero de su izquierda se lo impidió. Se giró lo más que pudo para no sentir al menos el aliento a café del tipejo.
—¿Te importa mirar a la pantalla? —le replicó.
Marcos sonrió lobuno y volvió la vista hacia la proyección. Pero el cambio no duró ni un minuto. Violeta sintió algo que reptaba por su rodilla y al bajar la vista comprobó que se trataba de la mano de Marcos que la acariciaba causándole un cosquilleo incómodo.
Le hubiera gustado darle una bofetada y haberle montado una escena, pero no parecía lo más adecuado en aquel entorno. Tendría que manejar la situación con sutileza para no generar un escándalo que no la beneficiaria en nada. No sería la primera vez que tuviera que torear con un aprovechado como aquel, aunque en este caso se tratara del mayor canalla de la empresa.
Movió la pierna sobada y la cruzó sobra la otra. El movimiento, sin embargo, fue un auténtico error porque lo que había conseguido era que la falda se le levantara por el flanco exterior y que el acceso a sus nalgas quedara abierto. El tipejo, fajado en mil batallas, aprovechó para introducir su mano y agarrar la nalga que se le ofrecía, apretándola como a una pelota de goma.
Violeta dio un respingo y miró hacia los lados buscando ayuda. Todos se hallaban absortos en la pantalla y nadie parecía percatarse de lo que ocurría. Lo único que descubrió, muy al contrario, fue la sonrisita perversa del compañero que se había sentado tras ella, justo el que no la permitía retroceder. El muy hijo de puta parecía estar disfrutando del espectáculo, de modo que por ese lado no había nada que hacer.
A punto estaba de levantarse de la silla y huir de la sala, cuando una sombra se acercó por su espalda. El propietario de la sombra dio un traspiés y un café salió de sus manos volando, yendo a caer de lleno sobre Marcos, quien quedó pringado del oscuro líquido.
—Ostrás… lo… siento… —susurró el presunto becario—. Me he tropezado… lo siento… de verdad… perdone…
El chico sacó un pañuelo y empezó a resegarle la camisa y los pantalones con él. Marcos juraba en arameo, aunque siempre en un contenido susurro para no interrumpir la locución del presidente.
—¡Mecagüentodo… chaval… si serás gilipollas…! —decía viéndose el estropicio.
—Lo siento… lo siento…
Violeta se estaba partiendo de la risa. Aquello no podía haber sido una coincidencia. Miró al chico y éste le guiñó un ojo. Le agradeció la ayuda devolviéndole una amplia sonrisa e hizo un hueco para que Marcos pudiera salir con su silla y largarse al baño a la carrera. Si se daba prisa, aún podría salvar el traje.
* * *
Cuando los focos volvieron a iluminar la sala, se formaron los típicos corrillos y Violeta aprovechó para tomar los últimos apuntes en el ordenador antes de cerrarlo. Se disponía a abandonar el lugar cuando su jefe, director de Marketing, se acercó a ella acompañado de su ángel salvador.
—Mira, Violeta —le dijo—. Quiero presentarte a Adrian. Adrian , esta es Violeta.
Mujer y chaval se dieron la mano y el director prosiguió.
—Adrian ha obtenido una beca en la empresa para los siguientes doce meses y la va a desarrollar en nuestro departamento. He estado estudiando las alternativas y he decidido que te dedique el cincuenta por ciento de su tiempo y que reparta el otro cincuenta entre los demás compañeros. Así que no os digo más, poneos al corriente y empieza a pasarle la carga de trabajo que necesites. Explícale cómo resolverla, se trata sobre todo de que aprenda, no lo olvides. Espero que te sea de ayuda.
Aunque pudiera parecer lo contrario, a Violeta no le llenó de alegría tener que dedicar su atención a aquel chaval. En realidad, le iba a quitar más tiempo que otra cosa. Al menos en los primeros meses.
No obstante, teniendo en cuenta su ayuda con el gilipollas de Marcos, decidió darle una oportunidad.
—Pues nada, Adrian, encantada —le dijo, observando un rostro en el que sobresalían sus enormes ojos negros—. Sé bienvenido y siéntete como en casa.
Dicho esto, se dirigió a paso ligero hacia la salida. Adrian la siguió como un perro fiel.
—¿No quieres que haga algo ya? —le dijo sin perder el paso—. Puedo ordenar archivos… o algo… si te parece…
Violeta constató que el muchacho había visto demasiadas películas. En el siglo XXI pensar que existían archivos no digitalizados era de ser muy novato. Lo que Violeta no sabía en ese momento era que la pericia de Adrian con los ordenadores le iba a resultar de mucha ayuda en el futuro.