—Necesito que investigues a alguien —le digo a mi amigo con mis brazos aún cruzados. Los estamos de pie frente a mi habitación esperando que la doctorcita chequee a mi leoncita—. Su nombre es Gandalf, pero no se su apellido. Siento la mirada de mi mejor amigo sobre mí y giro mi rostro para verlo. —¿Es en serio lo que me estás pidiendo? —¿Acaso tengo cara de que estoy bromeando? —Soy científico, no investigador privado. —Ay, por favor —lo miro con mi ceja enarcada—. No me jodas con eso cuando ambos sabemos las mañas que tienes. Me muestra una socarrona sonrisa. —Pero, aun así, ¿en serio me estás pidiendo que investigue ese nombre? —Sí. Se encoge de hombros. —Bueno, si eso quieres, está bien. Pero te hace falta cultura, amigo… —se ríe bajo. «Lo que me faltaba. Que la leoncita ande