CAPÍTULO TRES La mañana se fundió en la tarde antes de que Sofía y Catalina se atrevieran a salir de su escondite. Tal y como Sofía había pensado, nadie había osado trepar hasta los tejados en su busca y, aunque los ruidos de la persecución se habían acercado, nunca lo habían hecho lo suficiente. Ahora, parecía que se habían desvanecido completamente. Catalina se asomó y miró hacia abajo, a la ciudad. El bullicio de la mañana había desaparecido, sustituido por un ritmo y una multitud más relajados. —Tenemos que bajar de aquí —susurró Sofía a su hermana. Catalina asintió. —Me muero de hambre. Sofía lo comprendía. Hacía rato que se habían terminado la manzana robada y el hambre también empezaba a roer en su estómago. Bajaron hasta la calle y Sofía seguía mirando alrededor mientras lo