CAPÍTULO 7

1549 Words
POV SEBASTIANO Después de que se desmayara en mis brazos la había traído a mi habitación. A mi jodida habitación, donde absolutamente nadie entraba. ¿Por qué mierda la había traído aquí? ¿Tal vez algo en mi sabía que era mi esposa? No, jodida mierda que no. Miré a la mujer tendida en mi cama, su cuerpo pequeño y frágil contrastaba con la opulencia de mi habitación. Cada minuto que pasaba observándola me llenaba de más preguntas que respuestas. ¿Cómo demonios había terminado aquí, vestida con mi ropa, comiendo mi comida, y diciendo que era mi esposa? No tenía sentido. Sabía que Dario no mentía, pero eso no significaba que la situación fuera real. El peso de mi pasado y mis decisiones siempre había sido calculado, y jamás dejaba un cabo suelto. ¿Casado? Imposible. Mi compromiso con Alessandra era parte de un plan más grande, una alianza meditada con los Conti, un paso clave para expandir mis negocios en Miami. Ella no era el amor de mi vida, pero era útil. Y si algo había aprendido en esta vida, es que el amor era una debilidad que no me podía permitir. Entonces, ¿qué se supone que era esta mujer para mí? Observé su rostro. A simple vista no parecía tener nada especial. No era el tipo de mujer que solía frecuentar. Su fragilidad me sorprendía, y la forma en que reaccionaba ante mí… el miedo en sus ojos, el temblor de sus labios, era evidente que estaba atrapada en algo que no comprendía. Igual que yo. Mi cabeza latía con fuerza, una mezcla de frustración y desconcierto. Podía sentir la furia arremolinándose en mi interior, la necesidad de controlar cada maldito aspecto de mi vida me impulsaba a exigir respuestas. Ella había mencionado un divorcio como si eso fuera algo sencillo. Como si pudiera simplemente largarse y dejarme lidiar con las consecuencias de lo que había ocurrido en mi ausencia. —No es tan fácil, Mia —murmuré en voz baja, sin saber por qué sentía la necesidad de decir su nombre. No me importaba quién era, pero ahora tenía que saberlo. Tenía que descubrir por qué diablos estaba aquí, y más importante aún, qué ventaja podía obtener de esto. El casamiento con Alessandra aún podía suceder, pero necesitaba tiempo para deshacerme de este desastre. Quizá Dario tuviera razón y las lagunas de mi memoria se llenarían eventualmente, pero mientras tanto, no podía permitirme perder el control. Era algo que jamás hacía. Me acerqué a la cama y la observé más de cerca. Parecía tan… vulnerable. Se movió ligeramente, como si estuviera soñando. Lo que más me enfurecía era que, de alguna manera, este caos la involucraba a ella y a mí. —Voy a descubrir qué pasó —susurré, mientras el fuego de mi determinación se avivaba en mi interior—. Y te aseguro que no voy a salir perdiendo. Me di la vuelta y salí de la habitación, dejando a Mia allí, en mi cama, en mi mundo. Por ahora, era mi prisionera, aunque aún no lo sabía. Pero si algo tenía claro era que, a partir de ese momento, todo se resolvería a mi manera. Porque si hay algo que jamás he hecho es dejar que alguien, ni siquiera una mujer perdida en mis recuerdos, me derrote. Cuando llegué a mi estudio, Dario ya estaba esperándome. Me dirigí a mi escritorio y me dejé caer en el asiento, la tensión en mis hombros estaba empeorando el dolor de mi brazo herido. —Quiero que me digas absolutamente todo lo que sepas de esa mujer —dije, sin rodeos, fijando mi mirada en él mientras trataba de cruzar los brazos con cuidado para no irritar más las heridas. Dario, quien siempre había sido mi mano derecha y de una lealtad inquebrantable, se detuvo por un segundo, como si estuviera midiendo sus palabras. Sabía que estaba tan confundido como yo, pero no podía permitirme la indulgencia de la ignorancia en este momento. —Tuviste un accidente en el que casi mueres, Sebastiano. Necesitas descansar. Déjame encargarme de esto —insistió, pero negué lentamente con la cabeza, mi expresión endureciéndose aún más. Sabía que estaba preocupado por mi salud, pero eso no me importaba en lo más mínimo. —No hay tiempo para eso. Lo resolveremos ahora. Además —agregué, clavando mis ojos en los suyos—. Quiero que llames a mi madre. Dile que venga... sola. No quiero ver al bastardo de Umberto cerca de mi casa. El nombre de mi hermanastro salía de mi boca con veneno. Si había alguien en este mundo que deseaba ver muerto, era él. Pero ese era un problema para otro momento. Ahora había asuntos más urgentes que resolver. —Está bien, lo haré. —¿Cómo demonios apareció esta mujer? ¿Quién la trajo aquí? ¿Y dónde está el acta de matrimonio? Asintió, acercándose a mi escritorio y señalando el cajón derecho. —En tu cajón. Ahí está. Abrí el cajón con la mano buena, sacando los documentos que reposaban dentro. Mi mirada se clavó en el acta matrimonial, mi maldita firma allí, como un golpe directo en el pecho. Esto era real. No era una ilusión ni un mal sueño. Estábamos casados. Me puse a revisar los demás papeles, notando las capitulaciones matrimoniales. Todo estaba perfectamente sellado, ordenado, pero seguía sin poder entenderlo. Algo no encajaba. —Sebastiano... —Dario me interrumpió, con su celular en la mano—. Tu abogado está aquí. Dice que tiene información importante sobre el traspaso de bienes. Fruncí el ceño, irritado. ¿Qué mierda estaba pasando aquí? ¿Por qué alguien estaba organizando traspasos sin mi conocimiento? —Déjalo pasar —ordené, con un tono seco. Mientras esperaba, mi mente seguía trabajando a toda velocidad. Nada de esto tenía sentido. Mia, el accidente, los bienes, el matrimonio. Cuando el abogado entró, sus ojos se agrandaron al verme vivo. Era evidente que no esperaba encontrarme aquí, y mucho menos en una pieza. —Señor Lombardi... ¿Cómo es posible? Dios, me alegra saber que está vivo —balbuceó, recuperándose del shock inicial. Lo observé con frialdad, sin parpadear. —Algunas personas son difíciles de matar —respondí secamente, sin apartar la mirada de él—. Ahora, ¿por qué estás aquí? Él tragó saliva, intentando ocultar su nerviosismo. Se aclaró la garganta antes de hablar. —Su esposa me contactó... en realidad, su abogado. Estaban organizando el traspaso de los bienes a su nombre. Un silencio cargado cayó sobre la habitación. Mi mandíbula se tensó al escuchar las palabras del abogado. El traspaso de bienes. Esto se volvía más confuso e irritante con cada segundo. ¿Qué demonios estaba pasando mientras yo estaba al borde de la muerte? —Explíquese mejor —exigí, levantando la vista para clavarla en el hombre que ahora parecía sudar bajo la presión de mi mirada—. ¿Qué traspaso de bienes? ¿De qué mierda estamos hablando? El abogado tragó saliva antes de intentar explicarse, su voz temblando ligeramente. —Señor Lombardi, en su ausencia, el abogado de su esposa me contactó para iniciar el proceso de traspaso de todas las propiedades y activos a su nombre. Según los documentos firmados por usted, los bienes serían transferidos a ella en caso de... —hizo una pausa, eligiendo cuidadosamente sus palabras— ...en caso de su fallecimiento o divorcio. Mis dedos se crisparon sobre el brazo de mi sillón, y sentí el latido en mis sienes intensificarse. —¿Todo? —pregunté en un tono bajo, casi peligroso, mientras mantenía los ojos fijos en él. —Todas las casas, apartamentos, pent-house y fincas. Las propiedades comerciales, las cuentas bancarias en Suiza... además de ciertos activos ilícitos que ya están en proceso de ser transferidos —respondió titubeante, sin atreverse a mirarme directamente. Miré a Dario, quien me devolvió la mirada, claramente tan confundido como yo, pero manteniendo su compostura. —Dario, ve a buscar todos los documentos necesarios. Quiero cada jodido papel relacionado con esto en mi escritorio en la próxima hora. Él asintió y salió de la habitación rápidamente, dejando al abogado conmigo. —Así que... —Me levanté lentamente y me acerqué al abogado, mirándolo desde arriba—. Mi "esposa" quería traspasarse bienes que yo no recuerdo haberle dado. Y ahora, según este maldito documento, todo está en su nombre si yo moría. Dime, ¿ella lo sabía? —Yo… yo solo seguí las instrucciones, señor Lombardi. Todo fue legalmente procesado, pero no puedo decir si su esposa sabía el alcance de los bienes. —No puedes decirlo o no quieres decirlo —corregí con frialdad. Pareció acobardarse bajo mi mirada, y eso solo hizo que mi irritación creciera. —Hazme un favor —dije finalmente—. Quiero que investigues cada maldito detalle de este acuerdo. Quiero saber quién estuvo involucrado, qué fue transferido, y quiero toda la información sobre esa mujer. Porque si algo no cuadra, no serás el único que sufra las consecuencias. —Por supuesto, señor Lombardi. Me aseguraré de tener todo listo lo antes posible —respondió con nerviosismo, antes de hacer una pequeña reverencia y salir de la habitación con rapidez. Me quedé solo, procesando todo lo que acababa de escuchar.
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