POV SEBASTIANO
Para cuando Dario volvió, la frustración me estaba carcomiendo. Sentía la tensión subir por mi cuello, irradiando dolor hasta mi brazo en cabestrillo. Mi paciencia estaba al borde del colapso.
—No vas a solucionar nada ahora, no hasta que puedas recordarla y… —comenzó Dario, pero lo corté en seco.
—No —dije con firmeza, apretando la mandíbula—. Admito que al principio no recordaba algunas cosas, ni siquiera mi puto nombre cuando desperté en ese maldito hospital. Pero ya he empezado a recordar. Mi vida, mis decisiones... todo está regresando. Y sé que, si me hubiese casado con ella, lo recordaría. ¿Por qué carajos no recordaría algo tan importante?
Se encogió de hombros, bajando la voz en un murmullo.
—No lo sé...
Mi frustración se intensificó, las piezas del rompecabezas no encajaban, y eso solo me hacía más jodidamente furioso.
—¿Y por qué no te lo habría dicho a ti? —continué, levantándome de mi asiento y caminando con pasos tensos—. Eres mi mejor amigo, mi consigliere. Tienes que saberlo todo. ¿Por qué mierda no te lo habría contado?
—Eso no lo entendí tampoco —respondió con el ceño fruncido—. Pero pensé que tal vez querías mantenerlo en secreto... que tal vez había un motivo que yo desconocía.
Eso no tenía sentido. No había secretos entre Dario y yo, no cuando se trataba de decisiones importantes, y menos algo tan delicado como un matrimonio que podría cambiar mis alianzas y destruir el acuerdo con la familia de Alessandra.
—¿Quién más sabe de ella? —pregunté en tono bajo, casi gutural.
Dario tragó saliva, dándose cuenta de la seriedad del asunto.
—Todos tus capos... y Alessandra.
Me detuve en seco. Llevé la mano libre a mi rostro, masajeando mis sienes.
Jodida mierda.
—¿La confrontó? —murmuré, ya conociendo la respuesta.
Asintió lentamente. Mi mente se aceleró con las consecuencias. Alessandra era el puente hacia un trato billonario y conexiones poderosas. No podía permitirme perder eso. No podía perder.
—¡No puedo perder el trato con su padre! —gruñí, golpeando la mesa con el puño libre, el impacto resonando en la habitación—. No puedo perder. ¡Todo estaba planeado!
Mi respiración se aceleró. Necesitaba respuestas, y las necesitaba ahora.
—¿Quién la trajo? —solté, esta vez mirándolo fijamente.
Dario me sostuvo la mirada, tenso, pero no necesitó decir una palabra.
Lo entendí de inmediato.
—Hijo de puta —murmuré entre dientes, apretando los puños con rabia contenida.
Ese cabrón estaba detrás de esto. Algo en todo esto olía mal, y si alguien estaba moviendo los hilos para joderme, seguramente era él.
—Necesito que averigües dónde vive mi "esposa" —dije con desdén, recalando la última palabra—. Quiero saber quién carajos es, qué hace y por qué mierda está aquí. Necesito algo, Dario, lo que sea. Esto no puede quedar así.
POV MIA
Abrí los ojos lentamente, sintiendo cómo la luz de la habitación me invadía. Parpadeé varias veces, tratando de adaptarme a mi entorno. Mis manos se deslizaron hasta mi cabeza, masajeando mis sienes, mientras me recostaba contra el respaldo de la cama, intentando recordar qué había pasado.
Y entonces, los recuerdos me golpearon de lleno, como una ráfaga de aire helado en pleno rostro.
Él estaba vivo.
Sebastiano estaba vivo.
—Oh, Dios —susurré, mi voz temblorosa—. Sebastiano… vivo.
El sonido de una puerta abriéndose desde el baño interrumpió mis pensamientos. Mi cuerpo se tensó al instante, todos mis músculos se pusieron en alerta. Y cuando la puerta se abrió, dejé de respirar.
Jodida mierda.
Sebastiano apareció ante mí, su piel aún húmeda por el baño, con solo una toalla colgada de sus caderas. El vapor del agua caliente aún flotaba detrás de él, y el aire en la habitación parecía volverse más denso. Mis ojos se movieron de manera traicionera, recorriendo su torso fuerte y marcado, las gotas de agua resbalaban por su piel.
Se veía tan… imponente.
Tan abrumadoramente masculino, como si el cabestrillo en su brazo fuera un simple detalle insignificante.
—Veo que has despertado —dijo con una voz profunda, llena de una oscura satisfacción.
Avanzó un par de pasos hacia mí, observándome con una mezcla de burla y algo más… algo peligroso que no supe identificar de inmediato.
—Y... y tú sigues vivo —tartamudeé, mis pensamientos todavía un caos.
Una sonrisa que no llegó a sus ojos apareció en su rostro.
—Eso parece.
Se detuvo frente a la cama, su mirada recorriéndome de arriba abajo. La incomodidad se instaló en mi pecho como una piedra pesada, mientras trataba de no desviar la mirada hacia su cuerpo.
—¿Por qué tan nerviosa, Mia? —preguntó, su tono cargado de sarcasmo—. Después de todo, somos esposos, ¿no? Ya deberías estar acostumbrada a verme así… o más bien, sin nada.
Sentí cómo el calor subía a mis mejillas.
Mi corazón latía con fuerza en mi pecho, resonando en mis oídos. Quise decir algo, cualquier cosa, pero las palabras parecían haberse atascado en mi garganta.
¿Cómo podía estar tan seguro? ¿Cómo podía actuar como si nada, mientras yo me consumía en pánico?
Sebastiano inclinó ligeramente la cabeza, con sus ojos oscuros fijos en mí, disfrutando visiblemente de mi incomodidad.
—¿Qué pasa? —dijo en un tono burlón—. ¿Por qué te pones así? ¿También perdiste la memoria? —Se acercó más, haciendo que el colchón se hundiera cuando se sentó a mi lado—. Porque, según tú somos esposos, deberías conocerme muy bien… así como yo debería recordar tu cuerpo.
Sus palabras hicieron que mi respiración se acelerara. No sabía cómo manejar la situación. Todo en mí gritaba que debía salir corriendo, pero estaba atrapada. Atravesada por su mirada, vulnerable ante la certeza que él mostraba.
—No… yo… no es así —traté de argumentar, pero mis palabras eran débiles y llenas de incertidumbre.
Él me observaba como un depredador mirando a su presa, sus ojos brillaban con algo que no lograba descifrar y eso me asustaba.
—Ayúdame —dijo de repente, su voz baja, casi un susurro. Señaló con su barbilla hacia su brazo herido—. Necesito vestirme.
Mi mente se quedó en blanco.
¿Ayudarlo? No podía estar hablando en serio.
—Vamos, Mia. No te pongas tan nerviosa —continuó, su tono burlón nunca desapareciendo—. ¿No te parece algo absurdo, siendo mi esposa, que no puedas ayudarme a ponerme una simple camisa?